Es posible pero
improbable, que la palabra escrita se justifique siempre por sí
misma. Quizá por ello es propicio
confesar mi íntimo aprecio hacia esos seres desconcertantes y maravillosos
que ocupan estas páginas. Como muchos, veo en la ballena un secreto
reflejo del hombre, la sombra de un poder mágico cuya morada planetaria
se antoja más a la medida de un sueño que de la evidencia.
Al contemplarla siempre espléndida, una nueva ingenuidad parece
invadirme y estoy seguro que así sucede a otros, incluso a quienes
por oficio están inmersos cotidianamente en el espectáculo
marino. Me doy cuenta que esa empatía con la bestia se remonta a
muy tempranas experiencias, entrañables y remotas, en los litorales
de la Baja California, acotamiento intangible de mi espacio interior. La
escena invernal del paso de las ballenas con los surtidores hiriendo la
tarde y el sol mismo que cae reticente sobre su propia sangre, resume,
como pocas, el proyecto de la naturaleza.
A lo largo de mucho tiempo
integré este ensayo, incorporando lentamente mi descubrimiento de
hechos y reflexiones. No es exhaustivo ni extenso, porque pretende provocar
más que ilustrar, estimular y no instruir ; sintetizar y no expandir
la información; buscar en la tierra firme otros amigos secretos
del cetáceo. Empero, quizá sea de utilidad recordar
al lector algunos datos oportunos y así distinguir,
en lo posible, los umbrales de las ilusiones y las quimeras.
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VERDEHALAGO
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