Mujeres mexicanas del siglo XX
La otra revolución

FRANCISCO BLANCO FIGUEROA


las mujeres de carne y hueso
realidades y desafíos

FRANCISCO BLANCO FIGUEROA

En momentos en que nos aproximamos al nuevo milenio,
es preciso que la comunidad humana
asegure para la mitad femenina de sus miembros
una condición de igualdad con los hombres dentro
y fuera del hogar, en el disfrute de sus derechos
humanos y en su acceso a la vida económica, así
como la participación en la adopción de
decisiones en todas las esferas.

MARY ROBINSON1


Los atropellos a la orden del día

Es increíble que, todavía a finales del segundo milenio, en algunas partes del mundo se considere que las mujeres no son humanas. A principios de 1999 tuve conocimiento de una denuncia sobre la situación por la que atraviesan en Afganistán. Transcribo el texto porque refleja con precisión la parte más escabrosa del problema, misma que no tenemos que perder de vista, en medio de los avances tecnológicos y de las indudables conquistas de las mujeres en sociedades más abiertas y progresistas. 

Derechos de las mujeres en Afganistán: ¡Es indignante! El gobierno de Afganistán está declarando la guerra en contra de las mujeres. La situación está tan mal, que un editor de la revista Times comparó el trato hacia las mujeres con el trato que recibían los judíos en el Holocausto. Desde que el Talibán tomó el poder en 1996, las mujeres tienen que usar una burqua (túnica) y han sido golpeadas y apedreadas en público por no usar la vestimenta adecuada, aunque sea no llevar la malla que cubre los ojos. Una mujer fue asesinada a golpes por un grupo de fundamentalistas cuando accidentalmente no cubrió su brazo al manejar. Otra fue apedreada a muerte al tratar de salir del país con un hombre que no era su pariente. Desde 1996 no se permite a las mujeres que trabajen o que salgan a la calle sin ser acompañadas por un pariente masculino; mujeres profesionistas como profesoras, traductoras, doctoras, abogadas, artistas, escritoras, han sido forzadas a dejar sus trabajos y confinadas a sus casas. Los casos de depresión han alcanzado niveles epidémicos. Las mujeres prefieren quitarse la vida a vivir en tales condiciones. Las casas en donde viven mujeres deben tener las ventanas pintadas para que nunca puedan ser vistas desde afuera. Las mujeres tienen que usar zapatos silenciosos para que nunca puedan ser escuchadas. Temen por sus vidas si cometen el más mínimo error. Las que no pueden trabajar o las que no tienen parientes masculinos o esposos, están muriendo de hambre o pidiendo limosna aunque tengan una maestría. Casi no hay instalaciones médicas para mujeres, y los trabajadores sociales, en protesta, huyen del país, llevándose medicinas y otras cosas necesarias para atender los casos de depresión femeninas. En uno de los escasos hospitales para mujeres, un reportero encontró cuerpos inmóviles envueltos en sus burquas, negándose a hablar, comer o hacer cualquier cosa, más que morir lentamente. Otras se han vuelto locas y se encuentran sentadas en las esquinas meciéndose o llorando, la mayoría por miedo. Un doctor considera que cuando se acabe la poca medicina disponible, estas mujeres van a ser abandonadas en los escalones de la entrada a la residencia del presidente como una forma de protesta pacífica. En este punto los derechos humanos han sido violados. Los esposos tienen el poder de vida o muerte sobre sus esposas, pero un grupo de personas enojadas tiene el mismo derecho de apedrear o golpear a una mujer, a menudo hasta la muerte, por exponer un centímetro de piel o por la más mínima ofensa. Mucha gente dice que no debemos juzgar a los afganos porque se trata de una “cosa cultural”. Esto ni siquiera es cierto. Las mujeres disfrutaban de ciertas libertades: trabajar, vestir como querían, manejar y salir a la calle solas, hasta 1996. El cambio repentino de la forma de vida es la razón principal de los suicidios; mujeres que antes eran educadoras o doctoras, o estaban acostumbradas a las libertades básicas del ser humano, ahora se encuentran severamente restringidas y son tratadas como subhumanas en nombre de un Islam fundamentalista. No es la tradición, ni la costumbre o la cultura; es una imposición extrema, incluso para las sociedades en donde el fanatismo y el fundamentalismo mandan. Por otra parte, si la cultura fuera una excusa, entonces no deberíamos asustarnos porque los carthagineanos sacrifiquen a los hijos menores, porque en algunos lugares de Africa circunciden a las niñas, o porque en 1930 los negros fueran ahorcados en los Estados Unidos y no se les permitiera votar. Todos tenemos derecho a una existencia humana digna y tolerable, aunque sea una mujer en un país musulmán, en una parte del mundo que no entendemos. 

Al firmar este documento, estamos de acuerdo con que el trato actual a las mujeres en Afganistán es completamente inaceptable, y que no va a ser tolerado. Los derechos de las mujeres no son un punto sin importancia y es inaceptable que en 1999 las mujeres sean tratadas como subhumanas y como propiedad privada. Igualdad y decencia humana son un derecho, ya sea que uno viva en Afganistán o en cualquier parte del mundo.6

Nota

1 Ex presidenta de Irlanda. Actualmente es Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos  Humanos. 

6 El texto es enviado a través de internet por la Dra. Melissa Buckheit, de la Brandeis University. Correo-e: sarabande@brandeis.edu