Lo estrambótico y lo cotidiano en "El mico", 
de Francisco Tario
*Victoria Riviello Vidrio
Me hallaba yo en el cuarto de baño, afeitándome, y deberían ser las diez de la noche, cuando tuvo lugar aquel hecho extravagante que tantas desventuras habría de acarrearme en el curso de los años.1

Era frecuente que Tario, al iniciar sus narraciones advirtiera sobre un acontecimiento extraño. Un ejemplo es el relato "El mico", en donde, desde el inicio, el narrador avisa al lector sobre un acontecimiento desagradable y extravagante que lo hará padecer durante el curso de los años. El lector, al estar al tanto, entra en el juego de la literatura fantástica:

"La literatura fantástica —dice Borges— es necesario que se lea como literatura fantástica y presupone la literatura realista".2

Desde luego, el lector tiene el parámetro de la realidad y, por lo tanto, su percepción le indicará el momento en el que lo extravagante se presente. El hecho nos relumbrará, pues el narrador nos envuelve en un ambiente rutinario: un hombre que todas las noches se rasura y después se baña; la rutina puede interrumpirse por fallas en el sistema de distribución de agua de la ciudad, pero normalmente no se interrumpe por la aparición de un fantasma o, en este caso, el paso de un ser extravagante por la llave del agua de la tina:
 

"Poco había de imaginar, en tanto cruzaba el pasillo, que ya estaba presente en el baño la inmensa desdicha aguardándome".


No obstante, la historia de un ser extraño dentro de la tina del baño puede resultar para algunos lectores parte de su realidad, un cara de niño, por ejemplo. Pues ya lo han señalado algunos autores, entre ellos Antonio Risco, que lo real para una cultura puede resultar fantástico para otra. Un milagro puede ser un acontecimiento creíble para un lector católico, mientras que para uno ateo puede formar parte del acervo de fantasías y demás creencias populares.

En tal caso, la lectura fantástica está condicionada no sólo por las creencias o escepticismo del lector, sino que depende en gran medida de la cultura, geografía y tiempo en que éste está inmerso.

Tzvetan Todorov opinó al respecto que:
 

El psicoanálisis reemplazó (y por ello mismo volvió inútil) a la literatura fantástica. En la actualidad no es necesario recurrir al diablo para hablar de un deseo sexual excesivo, ni a los vampiros para aludir a la atracción ejercida por los cadáveres: el psicoanálisis, y la literatura que directa o indirectamente se inspira en él, los tratan en términos directos. Los temas de la literatura fantástica coinciden, literalmente, con los de las investigaciones psicológicas de los últimos 50 años.3


Antonio Risco sostiene que la vigencia del relato decimonónico llega hasta mediados del siglo XX; afirma que entre 1955 y 1960 se generalizó una manera de escribir y leer diferente, gracias a la sociología, el psicoanálisis y a la nueva crítica literaria. "El problema está en que el marxismo y Freud han venido precisamente a convencernos de que todo puede leerse referencialmente, incluso la literatura que pretende evadirse de la realidad histórica con más cinismo".4

El mico, esa suerte de renacuajo, irrumpe en la vida cotidiana de un individuo, el narrador, quien no ofrece una explicación satisfactoria —dentro del mundo real— de la presencia de ese ente que viene a perturbarlo:
 

De entre todas mis memorias y lecturas no logré recordar nada semejante, ni una sola situación que pudiera equipararse a la mía en aquella tibia noche de otoño. Esto me alentó, en cierto modo, confirmándome lo excepcional del suceso.


En la lectura fantástica, dice Todorov, es necesario que el lector considere el mundo de los personajes como un mundo de personas reales. En el cuento que nos ocupa, los lectores asumimos que sí existe el mico, no obstante el narrador realiza varias conjeturas que finalmente le resultan disparatadas:
 

...existe tal cantidad de hechos sin explicación posible, que éste no parecía ser, a fin de cuentas, ni más necio ni más disparatado que otros muchos. Cabía, sí —y éste fue otro desatino mío—, sospechar del crimen de una mala madre, perpetuado dentro del propio edificio, con el propósito de deshacerse a tiempo de su mísero renacuajo, y el que, por una lamentable confusión de las tuberías, había ido a desembocar justamente en el seno de la bañera.
 
Carolina A. de Fournier  
Los personajes

Mico, ser extravagante, estrambótico: descrito con piel sonrosada, minúsculos ojos azules, cabeza del tamaño de una ciruela, cabello rojizo y nariz del tamaño de una lenteja. Que puede ser anfibio, ser semihumano, esponja, renacuajo, planta o mico.

Hábitat: en un principio acuático, vive en una pecera decorada con pececitos de caucho. Días más tarde habita en tierra, lo que obliga al hombre a confeccionarle ropa, pues "esa desnudez sonrosada resultaba cruelmente inmoral".

Se alimenta de azúcar y golosinas.

La palabra mico se aplica, además de a ciertos animales de cola larga, a personas muy feas, hombres lujuriosos o como insulto cariñoso a los niños. El narrador, al nombrarlo, va de una palabra ambigua a otra, lo mismo que de la ambigüedad de un sentimiento a otro: o bien le causa molestia, asco, terror, ternura o compasión.

Los personajes de los cuentos fantásticos suelen ser solitarios, seres extraños o locos. El narrador-personaje de este relato es un hombre que a la edad de 35 años decide retirarse de la vida laboral y vivir de los ahorros que obtuvo durante 20 años de trabajo, no le gusta el trato con otras personas, dice buscar una vida tranquila, ordenada y, sobre todo, sobrevivir.

Los simios (micos), según Eduardo Cirlot, simbolizan, en un sentido general: fuerza interior, sombra, actividad inconsciente y, por ello, representan la "doble cara". Por otro lado, anfibio (renacuajo) significa fantasma o máscara. Si unimos estos significados al ser que describe el narrador, nos invita a pensar que el mico es la doble cara o la máscara; el otro yo del narrador. Es el designado en tercera persona, es él, ser desconocido... negación de la parte oscura de sí mismo. Por otra parte, y en este mismo terreno, existe un doble juego de rechazo: uno, hacia la sociedad que lo envuelve; otro, hacia sí mismo que difícilmente acepta en virtud de su deseo de alcanzar la felicidad negando la realidad. Mas ésta aflora de cualquier modo, aun bajo el disfraz de un ser extraño, el anfibio del que hablamos anteriormente.

Con la aparición del mico el hombre manifiesta sus inquietudes mediante el sueño, que en Tario es una señal utilizada en varios de sus relatos para indicar el estado de ánimo de sus personajes:
 

Fue una noche ingrata, poblada de oscuras visiones, pues si en alguna ocasión logré conciliar el sueño, pocos instantes después despertaba sobresaltado, dándome la impresión, no sólo de que no despertaba, sino que, por el contrario, más y más iba sumergiéndome en el fondo de una turbia pesadilla.


El sueño también es una premonición:
 

Había empezado a dormir mal y pasé gran número de noches en vela, agobiado por un sin fin de preocupaciones. Mis sueños solían ser estrambóticos y se referían invariablemente a grandes catástrofes domésticas de las que era yo el infortunado protagonista. ¿Comenzaba a metamorfosearme?
 
Olga Campos  
El encierro

El ambiente del cuento, lugar común en los relatos fantásticos, es un espacio cerrado. La convivencia con el mico se da entre las habitaciones del departamento de un hombre solitario. Al mismo tiempo que el narrador recorre las habitaciones de su piso, también se encuentra con los recovecos de su conciencia, a la que elude una y otra vez. Es un constante enfrentarse consigo mismo al tiempo que se evade.

La narración en primera persona contribuye en gran medida para que el espacio resulte aún más cerrado; el mico está siempre en espacios limitados: una tubería, pecera, departamento con ventanas y puertas cerradas para evitar que lo vean los vecinos o resulte dañado por los gatos o por sí solo se llegue a meter en problemas. El narrador-personaje casi lleva de la mano al lector a través de su mundo interior no exento de humorismo, de un humor negro y hasta burlón.

El mundo de los anfibios

Un personaje extravagante nace de una válvula (grifo, llave de agua), colocada en el seno de la bañera. El grifo anuncia un destino que representa un cambio de un hombre sin nombre. El ser que proviene de lo desconocido es una especie de anfibio que, en primera instancia, se relaciona con un renacuajo, ajolote o cualquier embrión, incluyendo de humano (feto, aborto, "producto de una mala madre").

En el acervo de los mitos los anfibios han llegado a representar lo misterioso ambiguo, un estado de transición rodeado de magia, origen y destino. El estado adulto de los embriones de la rana, por ejemplo, para los egipcios era heraldo de la fertilidad de la tierra; al sapo le corresponde el mismo significado simbólico que a la rana pero en un aspecto negativo, maligno.

Y en efecto, el renacuajo anuncia un estado de fertilidad, sólo que en el texto que nos ocupa esa fertilidad tiene lugar en un sentido inverso, chusco: es el anuncio de que un hombre va a dar a luz. El símbolo no tiene un significado positivo o negativo, es una humorada respecto de la naturaleza de la vida.

Lo anterior nos hace reflexionar sobre la ambigüedad que civilizaciones de antaño atribuían a los dioses e incluso al origen del hombre. Baste recordar al mundo primitivo que describe Platón en La república o al hermafrodita de la mitología griega.

Desde otra perspectiva de referencia, en la cultura media mexicana el renacuajo está identificado como una suerte de ajolote que, como se sabe, es un estado de transición en la metamorfosis de la salamandra. Para los antiguos mexicanos el Axólotl era el "monstruo de agua" que dio origen a la leyenda de Xólotl, Dios de los mellizos, la primera y última estrella presente en el firmamento, gemelo de Quetzalcóatl, que fue enviado por éste a la Tierra para encender las pasiones humanas, especie de Proteo que sufría muchas transformaciones, teniendo la última, antes de ser liquidado por el Sol, forma de ajolote.

Xólotl era considerado como un poderoso hechicero, y en el discurso de "El mico" el narrador también describe a su huésped como tal: "Así continué durmiendo día tras día, risueñamente, inefablemente, sin preocuparme ya más por el hechicero. Y tres meses más tarde di a luz con toda felicidad".

La mirada fija en ciertos animales también tiene un significado de poder. Uno de ellos es el sapo y otro es el legendario basilisco, que con sólo mirar a sus víctimas les daba muerte. La mirada del mico en su estado de renacuajo si bien no mataba, sí era inquietante:
 

...algo en él me desagradaba, no obstante, y era aquella tendencia suya a permanecer en cuclillas en el fondo del tarro, observándome sin pestañear y con aire de no muy buena persona. El cristal le achataba el rostro, y entonces yo sentía como si un detestable ser, sin antecedentes precisos, explorase mi conciencia con un no sé qué funestos propósitos.


Atosigado por el intruso, planea el crimen perfecto: darle muerte con gas, y después, para no dejar evidencia, abandonar el cadáver a merced de los gatos negros (animales que se asocian con las tinieblas y la muerte) que merodeaban constantemente su cocina. No lo hace, pues lo distrae un súbito ataque de náuseas y la creencia de que se acerca elmomento del alumbramiento, así que en estas circunstancias se deshace del mico arrojándolo al inodoro, "perdiéndose en una catarata de agua que lo absorbió entre su espuma".

Lo cotidiano y las amas de casa

El narrador se enfrenta ante el hecho insólito de cambiar su rol de hombre independiente, solterón, al de ama de casa. La metamorfosis se aplica de manera sutil, con pequeñas dosis de cambio de carácter, costumbres y hormonas (está preñado).

Este hombre que antes fumaba pipa mientras escuchaba "One summer night", ahora se afana en los quehaceres de su casa, en confeccionar la diminuta ropa del renacuajo. Si antes podía disfrutar diariamente de un paseo por las calles de la ciudad, ahora está atareado, saliendo y entrando de la casa, para conseguir alimentos o cualquier otra cosa que faltara en su hogar. Ya no se permitía el lujo de leer, tenía que cocinar, lavar, planchar... Y en este trajín desconcertante el personaje se describe:
 

 
Ruth Rivera  
Mi salud en los días que siguieron, fue quebrantándose y perdí casi por completo el apetito. Sufría estados de depresión, agudos dolores de cabeza e intensas y frecuentes náuseas. Una extraña pesadez, que con los días iría en aumento, me retuvo en cama una semana. A duras penas conseguía incorporarme y caminaba con torpeza, como un pato. Padecía vértigos y accesos de llanto. Mi sensibilidad se aguzaba y bastaba la más leve contrariedad para que me considerase el ser más infeliz [...] Me afeité el bigote. El tedio y la melancolía rara vez me abandonaron y comprendí que me encontraba seriamente enfermo. Posiblemente estuviese en cinta.


El mimetismo con las amas de casa llega al extremo de convertirle en un ser andrógino, a hacerle pensar que por sus pautas de conducta y los poderes del hechicero había arribado a un estado de gravidez.

La ambigüedad con el sexo del personaje la podemos relacionar con Hermafrodito (hijo de Hermes y Afrodita), cuyo origen, como concepto religioso —comenta Robert Graves—, tuvo lugar durante la transición del matriarcado al patriarcado. Menciona también que "Las diosas barbudas, como la Afrodita Chipriota, y los dioses afeminados, como Dionisio, corresponden a etapas sociales de transición".5

En la época en que se escribió "El mico", los años sesenta, se estaba gestando un cambio no sólo en la organiza ción económica y política —desde el desarrollo estabilizador—, sino también en varios aspectos de la vida del hombre: los valores morales son cuestionados, irrumpen nuevos fanatismos, el modelo de vida norteamericano es un anhelo de las clases medias, el individualismo cobra fuerza en las conciencias. Al pasado podría añorársele. No obstante, el modelo impuesto, sobre todo en las grandes urbes, es aceptado de manera ciega y acrítica. El mal gusto se enseñorea en los decorados, no se aprecia el arte, se ostenta como lujo. La modernidad es cimentada en fantasías y sueños, espejismos y fantasmas (rojos). Se vive actuando en un escenario.

Tario se burló de estas pautas de conducta, creencias y costumbres. Captó aquellos comportamientos deliberados de una clase social que hoy está en crisis.

La literatura fantástica no necesariamente evade la realidad. Cortázar dijo que "En especial los cuentos fantásticos son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior, al terreno neurótico".6 Es una especie de enfrentamiento del escritor consigo mismo y sus fantasmas, de sus miedos, de los que hablaba Freud en El malestar en la cultura.

Borges opinó que la literatura fantástica se vale de la ficción no para evadirse de la realidad, sino para expresar una visión más compleja de ésta. A lo que habría de añadir la opinión de Carlos Fuentes, de que la literatura fantástica es una protesta contra la realidad.

Lo fantástico en lo cotidiano

Han expresado Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y, desde luego, el mismo Francisco Tario, cada uno a su manera, que lo fantástico se encuentra manifiesto en la realidad misma o, en otras palabras, forma parte de nuestra vida cotidiana.

Cortázar, por ejemplo, en alguna ocasión expresó que "La realidad me parece fantástica, al punto que mis cuentos son para mí literalmente realistas".7

   
 Tario puso en boca de uno de sus personajes de "Fuera de programa" la teoría de que
 
...entretanto un ser humano no haya aprendido a aceptar todas las mágicas posibilidades que nos ofrece la vida —aun aquellas que pudieran parecernos más inadmisibles y remotas—, uno no podrá tener la certeza de que ese ser existe plenamente, puesto que sólo de ese modo es como el hombre entra a formar parte de la vida tal cual es —poderosa, mágica, sorprendente—, y como, de paso, logrará honrar a Dios con justicia y rendir culto a su imaginación fantástica.8


El lector tiene, antes que nada, el parámetro de su propia realidad, de ésta parte para identificar cuándo un elemento rompe con el orden establecido por la naturaleza, puesto que los lectores juzgamos una narración desde nuestro propio parámetro referencial y rara vez hacemos lo contrario.

En el relato de "El mico", al igual que otros textos fantásticos, el mundo descrito es semejante al del lector, sólo que aquí irrumpen elementos extraños que si bien causan sorpresa y con ello provocan la duda en el lector y en los personajes, tales elementos son aceptados ya que, como anotamos antes, es parte del juego, el destinatario coopera para que el contenido del texto sea adecuadamente leído.

En "El mico" existen dos elementos fundamentales de sorpresa: uno es la aparición del ser indefinido, nebuloso; otro es el hecho de que un ser humano de sexo masculino pase por el proceso de gestación y además dé a luz. El narrador-personaje se resignó a aceptar las "mágicas posibilidades que brinda la vida".
 Nos preguntamos de dónde proviene el ser estrambótico que irrumpe en la vida del hombre del relato, por qué motivos científicos o rituales mágicos el protagonista masculino se embaraza y desconocemos cómo es el ser que engendra. La solución del misterio no existe, puesto que en los cuentos fantásticos "el misterio está ahí para no ser resuelto [...] y el lector se quedará (idealmente) en el suspenso para siempre".9

*Victoria Riviello Vidrio (ciudad de México, 1952) estudió letras españolas en la UNAM, además de un posgrado en la misma especialidad en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado relatos en diversas revistas tanto de México como del extranjero.
Notas

1Francisco Tario, "El mico", en Una violeta de más, México, Joaquín Mortiz, 1968, p. 9.

2Citado por Flora Botton, Los juegos fantásticos, México, unam, 1983, p. 50.

3Tzevetan Todorov, Introducción a la literatura fantástica, 2a. ed., Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1974, p. 190.

4Antonio Risco, Literatura y fantasía, Barcelona, Taurus, 1987, p. 22.

5Robert Graves, Los mitos griegos, México, Alianza, 1988, pp. 86-87.

6 Julio Cortázar, "Del cuento breve y sus alrededores", en La casilla de los Morelli, Barcelona, Tusquets, 1973, p. 108.

7Citado por Flora Botton, op. cit., p. 81.

8 Francisco Tario, "Fuera de programa", en Una violeta de más, op. cit., p. 149.

9Flora Botton, op. cit., 41.