Bela Gold
El libro de la memoria
*Rita Eder
ela Gold, como otros artistas en épocas recientes que trabajan sobre el tema del Holocausto, proyecta en sus dibujos y grabados otras posibilidades de simbolización.

Para la mayoría de los académicos o estudiosos que se plantean su representación, el realismo desnudo es la opción para las artes. La exactitud y fidelidad a los hechos del Holocausto, sin cambio ni manipulación es, desde quienes así lo piensan, lo deseable desde una argumentación ética. Es claro que aquí cabría debatir qué es preservar la memoria y, por otra parte, cuáles son, en este sentido, las herramientas del artista visual. ¿Tiene éste, acaso, que convertirse en ilustrador o historiador?

Otras estrategias ya han sido propuestas, y el ejemplo más significativo es el de Christian Boltanski, quien opta por convertirse en una especie de archivista, un coleccionista de documentos que ordena y etiqueta (muchos de sus trabajos se denominan Inventarios o Archivos), y sus instrumentos específicos son la fotografía y la iluminación. En Chases High School (1988) las ampliaciones y manipulaciones diversas de las imágenes de un álbum familiar o escolar en la Viena de antes de la llegada de Adolfo Hitler al poder, transforman los rostros de adolescentes judíos en vestigios de esqueletos, en rostros ciegos y vacíos. Sus instalaciones funcionan como series de listas de la incomprensible cantidad de víctimas que murieron en los campos de concentración. Pero también su poesía de luz y las formas en que dispone y ordena las fotografías, siempre retrabajadas por la iluminación, tienen los elementos constructivos de un altar y la ambientación espiritual de un homenaje.

Puede decirse que desde el film de Claude Lanzman Shoah (1985) la tendencia a documentar el Holocausto, a diferencia de la construcción del imaginario de la inmediata posguerra, se ha alejado de una estética expresionista, en que el cuerpo y el grito tenían un lugar fundamental, para convertirse en un ejercicio más conceptual y minimalista. La descripción de esta inenarrable historia ha encontrado un recurso eficaz en el relato preciso, a veces seco, de sobrevivientes y testigos, que no parece en ningún momento interferido por convenciones de lo que significa evocar lo indescriptible o inexpresable. En Shoah las impresiones visuales se centran en la repetición del recorrido de los trenes a los campos. La monotonía casi insoportable del paisaje cubierto por la nieve del invierno o la tierra amarillenta del inicio de la primavera es el yermo que sirve de fondo a las voces inalteradas, los rostros comunes y al sonido de las ruedas que chocan contra los durmientes.

   
 
De la serie El libro de la memoria, 1999.
Matriz de fotohuecograbado en
placa de cobre, 61x91 cm 
(etiquetas de viaje)
   
De la serie El libro de la memoria, 1999. Matriz de obra gráfica o huecograbado en placa de cobre (detalle),
61x91 cm (etiquetas de viaje)

Esta tendencia a contener el aliento y no intentar desbordar lo inexpresable se observa en el tratamiento de los espacios en algunos museos del Holocausto. En este caso pienso en el de Washington (1993) o el de Londres (2000), que acentúan el vacío y el silencio de algunos recorridos por los pasillos de la muerte, que se confirma en las instalaciones de zapatos, cabellos, lentes o en las ambientaciones de blancas figuras de yeso (Goerge Segal), para referirse al movimiento humano de los hornos crematorios. El ruido y el hacinamiento de imágenes son reservados a las voces histéricas de Hitler y Goebbles, y a la parafernalia del terror de la Gestapo. Los papeles se han invertido: las víctimas no lloran ni gesticulan, sólo exponen. Es el poder y la irracionalidad los que gritan y se deshumanizan, como un proceso de reversión en relación con el ejercicio de destituir de toda posible dignidad a sus víctimas.

Bela Gold participa, a su manera, de estas otras estrategias visuales y escoge como equivalente de la memoria a la escritura. Sus fuentes son las reproducciones fotográficas de etiquetas de equipajes de quienes fueron trasladados a los ghettos, como paso previo a su destino en los campos de concentración. Incorpora también los libros de la muerte o Totenbücher, que consignaban un inventario detallado de enfermedades y ejecuciones, que por sí solo es un documento de las tácticas de aniquilación. Aparecen en sus grabados fragmentos de las listas de firmas de los pasajeros del trasatlántico St. Louis, que zarpó de Hamburgo en 1939 y que no tuvo entrada en ningún puerto del continente americano. Su historia ha sido objeto de varios films y el desenlace es bien conocido: el barco tuvo que regresar a Europa. Esta acumulación de caligrafías es un recurso de identidad que se va hundiendo en la niebla de la despersonalización que los pasajeros enlistados conocerían en los campos de exterminio.

Las listas, las etiquetas y las firmas son el punto de partida de su trabajo. Ha escogido la estetización de estas caligrafías en amplios grabados realizados en complejas técnicas mixtas (intaglio, aguafuerte, huecograbado y neográfica, con recursos fotomecánicos). En sus procesos de trabajo tiene un lugar la impronta de las placas de cobre y la controlada oxidación que apenas se derrama sobre el papel, y que ella otorga a su obra una materialidad vinculada a las superficies de la escultura y la pintura abstracta contemporánea, que se refunda en una red de tonos y matices vinculados a una aplicación de recursos técnicos más sofisticados.
 

   
 
De la serie El libro de la memoria, 2000.
Fotohuecograbado, intaglio, aguafuerte,

91x61 cm (etiquetas de viaje)
   
De la serie El libro de la memoria, 1998. Matriz de fotohuecograbado en placa de cobre,
61x61 cm (camafeos, o kamah, y lápidas)

El color siempre mitigado o suprimido forma parte integral de ese homenaje que se propone resignificar; blancos, verdosos, grises o, en su caso, los ocres, evocan el amarillo indefinido utilizado desde la Edad Media como signo de señalamiento y descriminación.

Primo Levi consignaría en sus memorias de sobreviviente:
 

En nuestros relatos, verbales o escritos, uno encuentra expresiones como "indescriptible" o "inexpresable", las palabras no son suficientes. Ésta era en realidad la materia de nuestro pensamiento diario en los campos: el lenguaje es para la expresión de la experiencia cotidiana, pero aquí es otro mundo, aquí se necesitaría un lenguaje de "este otro mundo", un lenguaje que nazca aquí.


Las caligrafías remiten a lo que en este párrafo Levi llamó inexpresable: es la distancia inevitable, el salto infranqueable entre la experiencia vivida y el testimonio. Los grabados blancos, refinados y herméticos intentan establecer en términos visuales otros sentimientos, conceptos y relaciones con los testimonios documentales.

En la preparación para este texto sobre Bela Gold, el Holocausto y estrategias de traducción visual, consulté varios libros que la artista me prestó, en particular la Historia oculta del ghetto de Kovna, donde están consignados los diarios de quienes se animaron a hacer el registro de lo que fue su vida y experiencia. En el libro también están reproducidas las fotografías de la vida cotidiana en su concepción más desglorificada, tomadas por un audaz ingeniero que había construido su propia cámara de bolsillo y que logró desenterrar sus negativos después de la liberación.

Esas imágenes (ya del dominio común, aunque sólo fuera por la difusión que le dio la película de Steven Spielberg La lista de Schindler) me recordaron esa historia paralela que los hijos de los sobrevivientes o refugiados de esa guerra cargan, aunque no la hayan, en efecto, experimentado. Llena su imaginario como una doble vida, que está ahí, en lo profundo de la conciencia, puesta en tensión por la sobrevivencia misma.

La búsqueda y el encuentro de la simbolización es un proceso de síntesis de los complejos caminos de la memoria interferida por el cuerpo doliente, que se desmaterializa en ese páramo frío que Lanzman nos hace ver una y otra vez. El cineasta francés intenta decirnos que la memoria es la revisitación de esas huellas, fragmentos, vestigios, que Bela Gold traslada a sus dibujos y grabados.•

   
 
De la serie El libro de la memoria, 1999. 
Dibujo collage. 

Mixta sobre papel, 130x110 cm.
   
De la serie El libro de la memoria, 2000. Fragmento de portada de libro de artista.
Impreso en plotter, 600 dpi, 128x108 cm 
*Rita Eder (ciudad de México, 1943) estudió historia en la Universidad Nacional Autónoma de México; maestra en historia del arte por la Universidad Estatal de Ohio. Ha desarrollado una importante labor crítica sobre artes plásticas en revistas especializadas, periódicos y catálogos. Entre sus libros destaca Arte mexicano contemporáneo 1968-1985.