Ciencia, filosofía y sociedad en 
cinco intelectuales del México liberal**

 
*Carlos Illades Aguiar
 La historia de las ideas del México decimonónico ha sido abordada fundamentalmente como una historia de las ideas políticas. Dentro de este campo la pareja conservadurismo/liberalismo es la coordenada analítica más utilizada. Después se suelen introducir algunos matices, sobre todo cuando se trata del pensamiento liberal, consistentes en emplear los calificativos de "moderado", "radical", "doctrinario", "puro", etcétera; o cuando se habla de síntesis complejas como el "liberal-conservadurismo".
 ** Prólogo del libro homónimo, de próxima publicación.

No obstante ser la historia de las ideas políticas la perspectiva dominante, el tratamiento de las distintas corrientes ideológicas ha sido desigual. El liberalismo concentró el interés, en menor medida se abordó el conservadurismo y hubo escasa atención hacia el socialismo, el anarquismo o el catolicismo social.

Otras líneas de estudio privilegiaron las tendencias filosóficas, dirigiendo la atención la mayoría de las veces hacia el positivismo. Ello dejó a un lado doctrinas como el espiritualismo, las distintas formas del racionalismo o las diversas filosofías metafísicas, al menos hasta la formación del Ateneo de la Juventud (1909-1914). Poco se rastreó para décadas anteriores en las que, marginalmente, se esbozaron alternativas doctrinales al paradigma dominante. Al respecto cabe recordar que si bien la crítica y derrota definitiva del positivismo suele atribuirse al Ateneo, y su colapso como filosofía oficial a la Revolución de 1910, la acometida en su contra comenzó poco después de que la corriente viniera a México, gracias al influjo de Pedro Contreras y Elizalde (miembro fundador de la Société Positiviste, redactor de El Eco Hispano-americano, después secretario particular y yerno de Benito Juárez) y de Gabino Barreda.

El debate entre Barreda y Nicolás Pizarro, a propósito del Catecismo de moral de este último, fue una de las primeras escaramuzas en que se vio envuelta la ciencia positiva. Posteriormente vendrían los comentarios adversos a ella formulados por Plotino C. Rhodakanaty y José María Vigil, poco atendidos en la historia del pensamiento filosófico mexicano, más atenta a la discusión entre escolásticos y positivistas, así como a la recepción del darwinismo.

Un replanteamiento de la historia de las ideas del siglo XIX y principios del XX podría partir de unas cuantas premisas básicas. En primer lugar, la virtual inexistencia en México de corrientes intelectuales prístinas y, en consecuencia, la inobjetable hegemonía de las "escuelas" extranjeras, particularmente europeas. En segundo término, la propensión hacia el eclecticismo de los pensadores mexicanos, por nacimiento o por adopción. También convendría llamar la atención sobre dos cuestiones más: el desfase de las cronologías intelectuales nacionales en relación con las escuelas europeas y la tendencia de los estudiosos mexicanos a "suavizar" y "diluir" los planteamientos originales de sus pares extranjeros.

Para una historia de las ideas del siglo XIX y comienzos del xx faltan todavía estudios sistemáticos de cada una de las corrientes vigentes en la época. Y si bien existen excelentes monografías sobre algunos autores y obras, carecemos de trabajos amplios sobre el costumbrismo, el romanticismo, el naturalismo o el realismo, por sólo circunscribirnos al campo literario. Esta tarea, sin embargo, se topa con el obstáculo adicional de que, frecuentemente, no se han reunido siquiera las obras completas o antologado los textos básicos de muchos de los autores. Pareciera que la pesquisa se agotó con los pensadores de la primera fila.
 

 
 

En la segunda mitad del siglo XVIII comenzó a surgir en Europa la figura del intelectual laico. Fue entonces cuando el escritor ganó un lugar en la formación de la opinión pública, extendida gracias al desarrollo de la prensa escrita, la imprenta y la literatura de cordel. El científico social apareció varias décadas después y logró hacerse espacio en la academia e influir en la definición de las políticas públicas.

Entrado el xix, las facultades de filosofía de las universidades occidentales empezaron a ofrecer cátedras, crear departamentos y, finalmente, expedir títulos y abrir publicaciones especializadas sobre campos autónomos del saber. Su objetivo general era ofrecer un diagnóstico sobre el carácter y el futuro de la sociedad moderna. La historia fue la primera en constituir un espacio institucional propio; después lo harían la sociología, la ciencia política, la economía, la antropología, la geografía y la psicología.

No hay todavía una historia particular de las disciplinas sociales en México, únicamente aproximaciones generales. Su inicio está vinculado con la Escuela Nacional Preparatoria, que abrió sus puertas en 1868, funcionó de acuerdo con el programa de estudios diseñado por Augusto Comte, y donde se formó el núcleo duro del grupo de los científicos. Fuera de este centro académico tuvieron lugar algunos desarrollos independientes. Por dar un ejemplo, en 1873 Francisco Bañuelos, artesano de Guadalajara autor del "Proyecto de constitución para la clase obrera de la república mexicana", texto que acusa las influencias del conde de Saint-Simon y de Charles Fourier, buscó cimentar "las bases de la moderna sociología".

Plotino Constantino Rhodakanaty, Jacinto Pallares Pallares y Julio Guerrero figuran entre los fundadores de la ciencia social mexicana. Un grupo más amplio que, por supuesto, no se agota con ellos. Sus escritos muestran rudimentos conceptuales para el análisis de la sociedad, definida más allá del comportamiento particular de sus miembros. En consecuencia, ninguno de los tres centró la atención en el individuo, sino en el grupo o en la especie. Esto no los condujo a enemistarse con el liberalismo, pero todos ellos por una u otra razón lo criticaron, ya fuera a (o a la ausencia de) su doctrina social, a las limitaciones de la democracia representativa, o debido al poco éxito en la implantación de una moral laica de carácter republicano.

Con excepción de Francisco Bulnes, los intelectuales estudiados en este libro, aunque relevantes, no han recibido mucha atención en la historiografía mexicanista, ocupada en las figuras señeras. En apariencia tienen más desacuerdos que puntos en común: pertenecen a tres generaciones distintas y a tradiciones incluso encontradas. No obstante, al desmontar sus argumentos u observar sus acciones, aparecen algunos vínculos que a primera vista causan sorpresa, lo cual llevaría a reflexionar sobre cómo se recibieron en México las ideas europeas y acerca de su peculiar adaptación a la realidad del país.

Plotino C. Rhodakanaty (Atenas, 1828) y Juan de Mata Rivera (ciudad de México, 1838) forman parte de la misma generación, de la tradición socialista mexicana y, más específicamente, de la nutrida por las corrientes utópicas francesas. Defienden ideas e instituciones asociativas (mutualismo, cooperativismo, etcétera) sustentadas en el principio de la armonía entre el capital, el trabajo y el talento, de raigambre fourierista, cuando en Europa el comunismo y el anarquismo hablan de y practicaban la lucha de clases. Este hecho, sin embargo, no impidió que la organización de uno (Rhodakanaty), La Social, formara parte de la fracción de la Asociación Internacional de Trabajadores encabezada por Bakunin; y que el otro (De Mata Rivera) publicara El manifiesto comunista y a la vez llamara a un movimiento emancipador de alcance mundial. 

 
 

Aunque forman parte de la misma familia ideológica, Rhodakanaty y De Mata Rivera tienen diferencias considerables. El primero se cultivó en Europa, cursó en Viena y Berlín la carrera de medicina, y se acercó a las corrientes socialistas, a la filosofía y al pensamiento romántico. Juan de Mata, de formación intelectual más precaria, fue soldado y después impresor en la ciudad de México. Rhodakanaty concentró su atención en formar círculos de estudio, escuelas libres,
y en redactar opúsculos sociales y filosóficos. El segundo fue un empresario editorial, activo promotor de la organización de sociedades de auxilios mutuos y cooperativas, y escritor de ocasión sobre temas puntuales de la actualidad nacional.

Otros puntos de divergencia entre ambos pensadores socialistas fue la valoración del liberalismo (Rhodakanaty lo criticó; Juan de Mata lo aceptó sin reservas mayores) y su relación con gobernantes y políticos. El pensador griego guardó distancia, ocasionalmente los combatió con la pluma, pero sin enfrentarlos de forma directa, trató de persuadirlos de adoptar medidas en favor de las clases populares; llamó a sus seguidores a cambiar el rumbo social. De Mata Rivera procuró acercarse a los gobiernos en turno, los apoyó en sus artículos periodísticos, aceptó cargos menores en las instancias municipal y federal, convocó a sus adeptos a sumarse a una que otra candidatura política local o nacional.

Jacinto Pallares (Indaparapeo, 1843) estudió derecho en el Colegio de San Nicolás, titulándose en 1871. Dos años después dictaba la cátedra de derecho mercantil y leyes especiales en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Si bien con una formación intelectual y una práctica profesional muy distinta a la de Rhodakanaty, Pallares compartió con él cierta distancia con los círculos académicos dominantes y, en el plano teórico, la admiración por la filosofía spinozista: el panteísmo. Los dos la incorporaron a su teoría social.

 

 
 

El pensador griego tomó de Spinoza, aparte de su concepción de la divinidad, las nociones de necesidad y unidad, y la idea de la perfectibilidad tanto del universo como de la sociedad humana. De todo esto extrajo una visión esperanzada del futuro. La historia constataba una evolución progresiva hacia formas superiores. En el horizonte estaba la armonía social. Pallares aceptó las nociones de necesidad y unidad, pero las conclusiones que derivó del spinozismo fueron distintas a las de Rhodakanaty. El profesor michoacano se distanció de la metafísica, el hábitat filosófico del griego, y acentuó aspectos tales como el determinismo, el organicismo y la causalidad, tendiendo un puente haciael positivismo en la versión evolucionista de Herbert Spencer, su héroe intelectual.

A diferencia de Rhodakanaty, Pallares concibió a la moral como un producto del conocimiento humano (no como una serie de principios universales, de origen divino, torcidos por la acción de los hombres), ponderó los alcances de la ciencia, pensó en la posibilidad de acceder a un método único de conocimiento que englobara a todas las disciplinas científicas, aceptó la existencia de leyes determinantes de los fenómenos naturales y sociales. Finalmente dos puntos de encuentro con el pensador griego, quizá motivado por la influencia de Saint-Simon en ambos: la preeminencia de la sociedad con respecto del Estado y la desconfianza hacia los políticos.

Julio Guerrero (ciudad de México, 1862) se graduó de abogado en 1889 por la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Para su examen se convocó como sinodal en un primer momento al profesor Pallares, quien ya había ganado reconocimiento académico dentro de la institución. Aparte de su cercanía profesional, maestro y alumno asumieron una teoría social sustentada con premisas deterministas y organicistas. A ellas, Guerrero añadió variables geográficas, etnológicas y fisiológicas para explicar el comportamiento de los conglomerados sociales, en especial los urbanos. Aspectos prácticamente omitidos en la teorización del abogado michoacano. Guerrero es quizá pionero en el estudio sociológico de la ciudad mexicana.

Con Rhodakanaty, Guerrero aceptó el naturalismo —no como filosofía de la naturaleza, sino como determinismo geográfico y ambiental—, la educación como palanca del desarrollo social y la convicción de que la sociedad mexicana requería una reforma urgente. No obstante, su visión de la psicología humana (reducida, como en Spencer, a la mera fisiología), la omisión del mundo agrario dentro de su análisis social y el pesimismo hacia el futuro lo distanciaron del inmigrante griego. Donde uno veía un problema achacable a las instituciones, el otro descubría una patología social. Guerrero no era un utópico, sino un científico de ánimo desencantado, desprovisto de alma romántica.

 
 
   
Francisco Bulnes (ciudad de México, 1847), también universitario como Rhodakanaty, Pallares y Guerrero, se graduó de ingeniero en minas. De la misma forma que De Mata Rivera, tuvo una activa vida pública y refirió la política mexicana abiertamente en sus textos. El ingeniero y el impresor no recurrieron a los razonamientos elípticos de Pallares, o a las abstracciones filosóficas y a las disquisiciones históricas de Rhodakanaty cuando hablaron de la actualidad nacional. Paradójicamente, el "científico" Bulnes fue más independiente de pensamiento y acción y duro con el régimen que De Mata Rivera, el intelectual socialista. Al igual que Guerrero, el ingeniero Bulnes ponderó los aspectos geográficos y ambientales en su explicación de las conductas colectivas. El autor de Las grandes mentiras de nuestra historia hizo una sociología del México revolucionario y desmenuzó al detalle el problema del poder político, ausente en la reflexión de Guerrero, subestimado por Pallares y pensado negativamente por Rhodakanaty.

Como ya se señaló, los intelectuales estudiados en este libro pertenecen a tres generaciones distintas que tienen por extremos a Rhodakanaty y Guerrero. Escribieron también en tres momentos diferentes: el médico griego y De Mata Rivera durante el régimen juarista y en los albores del porfiriato; Pallares y Guerrero en el momento de esplendor de la dictadura; Bulnes dio cuenta de su crisis terminal. Ninguno de ellos pensó que el problema social estuviera resuelto ya fuera en 1876, en 1901 o en 1911. Rhodakanaty y el impresor mexicano, por razones diversas, no lograron un lugar dentro de la academia y su producción intelectual quedó confinada dentro de la prensa periódica (por cierto no la de mayor circulación); el abogado michoacano y Guerrero, y en menor medida Bulnes, formaron parte de la academia, y el instrumento de expresión de sus ideas fue más el libro que el artículo o el opúsculo, hecho que denota una mayor integración al circuito académico, una sistematización más amplia de los temas analizados y, en cierta medida, una mayor profesionalización de su actividad intelectual.

A su manera, en distinto grado, y por diferentes razones, cada uno de estos cinco pensadores mantuvo cierta exterioridad con el bloque intelectual dominante. Rhodakanaty, relegado por una academia de la que trató de formar parte, y contrario a científicos y positivistas. De Mata Rivera, periodista y editor formado fuera del aula, promotor de la Internacional e incipiente difusor del marxismo. Pallares, spinozista entre los positivistas, de personalidad difícil, recordado con sentimientos encontrados por sus alumnos. Bulnes, miembro del grupo científico, defensor a ultranza y a la vez con los arrestos suficientes para clavarle algunos dardos envenenados al régimen porfiriano. Guerrero, sociólogo urbano y criminólogo, pesimista en el presente y escéptico hacia el futuro. Utópicos o desencantados, doctrinarios o pragmáticos, pensadores incómodos todos ellos.• 

*Carlos Illades Aguiar es doctor en historia. Profesor-investigador de la UAM-Iztapalapa, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha escrito varios libros, entre los que destacan Presencia española en la república mexicana. 1910-1915 (UNAM, 1991) y Hacia la república del trabajo. La organización artesanal en la ciudad de México. 1853-1876 (El Colegio de México, 1996).

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