La diplomacia mexicana durante la segunda guerra mundial 
*Gilberto Bosques 

El 4 de junio de 2003 el gobierno austriaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, llamado Donaustadt o Ciudad del Danubio, el nombre de Paseo Gilberto Bosques, avenida que hace esquina con la calle Leonard Bernstein. De esta manera, el gobierno de Austria quiso honrar la memoria de un ilustre diplomático mexicano, quien ayudó durante la segunda guerra mundial a salvar a muchos austriacos del poder nazi. 

De acuerdo con cifras del historiador Christian Kloyber, especialista en el exilio austriaco en México y destacado promotor de la iniciativa de asignar el nombre de Gilberto Bosques a una calle vienesa, el diplomático mexicano firmó la visa de cerca de 30,000 europeos que deseaban escapar de la opresión fascista. 

La lista de las mujeres y hombres salvados por el maestro Bosques incluye a María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Egon Erwin Kisch, Ernst Roemer y Walter Gruen. La labor de Gilberto Bosques (Chiautla, Puebla, 1892-Ciudad de México, 1995) comenzó al salvar a sus connacionales, pero pronto se extendió a españoles, franceses, austriacos y de otras nacionalidades. 

En las páginas siguientes está el testimonio de Gilberto Bosques. En primera persona narra las vicisitudes que su representación diplomática tuvo que sortear para sobrevivir y seguir ayudando a cientos de europeos. Ni siquiera el arresto domiciliario en Bad Godesberg truncó su labor. 

El texto fue tomado de Gilberto Bosques, coordinación de Graciela de Garay, presentación de Rodolfo Bucio, México, Secretaría de Relaciones Exteriores (Archivo Histórico Diplomático Mexicano. Historia Oral de la Diplomacia Mexicana, 2), 1988, 176 pp.

La rendición francesa 

Al ocurrir la invasión alemana a Francia, mi familia se encontraba en San Juan de Luz, frontera con España. Yo estaba en París. De ahí salí para el sur, cuando los alemanes estaban prácticamente en las puertas de París. Salimos en aquella dramática fuga por las carreteras de Francia hacia el sur. El gobierno francés se había establecido en Tours. Ahí estuvimos de paso y yo me dirigí al sur. Tenía, por escrito, amplias facultades para instalar el consulado en el lugar que creyera conveniente.

Me reuní con mi familia en San Juan de Luz y establecí el consulado general en Bayonne. Pero cuando los alemanes ocuparon esta zona me trasladé, con todo el personal, a Marsella. En este puerto establecimos el consulado general para desarrollar el trabajo más importante que habría de venir.

Se produjo la derrota de Francia, tras la ocupación militar de París por los alemanes. Luego el gobierno de Reynand, que fue algo así como una broma política, y la rendición con Petain. Petain asumió el carácter de jefe de Estado y se habló entonces del síndrome de Montoire. La colaboración con el vencedor. Petain quiso hacer creer que ese sacrificio era en bien de Francia, para defender, en lo posible, la integridad de la nación. Por la misma condición en que encontró el gobierno, subordinado, derrotado, humillado, el mariscal Petain no podía ejercer realmente un gobierno, ni siquiera en defensa de las poblaciones, de las colonias, de lo que quedaba del ejército ya rendido, desorganizado; es decir, los órganos gubernamentales estaban anulados. El ejercicio del gobierno, por parte de Petain, consistió en nada, era una figura nada más. La autoridad la ejercían los alemanes. La autoridad alemana se ejercía en Vichy, a través de Laval, que era adicto, subordinado, obediente a los alemanes; casi siempre estaba en Berlín recibiendo órdenes. Él era el único poder.

Petain resultó la figura del vencido. Llegaba muy tarde al palacio de gobierno, en el parque central de Vichy, donde algunos ancianos hepáticos, dos o tres, esperaban en las bancas a que saliera el mariscal para aplaudirlo, con aplausos muy tenues. Con eso se conformaba Petain. Nada pudo ejercer, y se sometió completamente a la autoridad alemana.

Defensa de mexicanos

En esas circunstancias, tuvimos que recurrir a medidas extremas para la defensa de los mexicanos. Por ejemplo en el caso de un señor Béistegui, hijo del que fuera ministro de México en París y Berlín, durante los últimos años del porfiriato. Béistegui hijo fue aprehendido sin más y llevado a prisión sin explicación alguna. En su auxilio, resolví clausurar las visas para los franceses, medida que el gobierno francés estimó como muy grave, porque esos casos se deciden de gobierno a gobierno, o al menos por instrucciones del gobierno a la misión diplomática. Pero como la jurisdicción del cónsul se cifra especialmente en el auxilio de los mexicanos, resultaba un caso que correspondía al consulado. Hicimos todas las gestiones necesarias para llegar a un arreglo, a fin de que el señor fuera dejado en libertad si no había cargos concretos comprobados en su contra. Como ninguna de estas cosas quisieron conceder, tuve que tomar la medida extrema de clausurar la expedición de visas para los franceses.

Se presentaron algunos problemas. Había franceses radicados en Guadalajara y en otras partes, que en ese momento estaban en Francia y no podían volver a México. La Secretaría me apoyó completamente en la medida. El gobierno francés recurrió incluso a cierta oferta de gasolina y otras tonterías. Sostuve mi actitud. Ese señor fue tratado con mucha crueldad. La mujer estaba enferma de tuberculosis y murió. A Béistegui le permitieron asistir, con guardia, al entierro. Luego de poner en un sepulcro a su señora, lo regresaron de inmedianto a la prisión. Ante esos hechos creí que era procedente tomar una medida de esa naturaleza. Algunos residentes en México hicieron grandes gestiones para que se diera, por excepción, alguna visa. No se dio ninguna hasta que fue puesto en libertad el señor Béistegui, libre de toda culpa. Entonces se reanudó el servicio de visas para los franceses.

Otro trabajo importante lo tuvimos con los mexicanos de origen libanés. En Líbano había muchos libaneses que tenían pasaporte mexicano. Habían regresado definitivamente a su país, pero en las circunstancias en que estaban les servía mucho el pasaporte mexicano. Iban a El Cairo a renovar su pasaporte, y de acuerdo con las disposiciones generales seguían siendo mexicanos. A muchos se les llamó y se les retiró el pasaporte, porque tenían su documentación libanesa en forma y habían de hecho renunciado a la nacionalidad mexicana. En el Cercano Oriente, en esos momentos, la situación presentaba un problema muy serio de coloniaje. Estando Francia ahí, mi jurisdicción llegaba hasta allá, y a los que fue necesario auxiliar se les auxilió, porque eran perseguidos. En esos casos nosotros los apoyamos como si fueran mexicanos, a sabiendas de que algunos ya no lo eran, pero necesitaban asistencia, auxilio, protección, y se les dio.

Algunas gestiones para el auxilio de los judíos mexicanos se iniciaron a través del consulado general de México en Hamburgo, a cargo del cónsul Alfonso Guerra. En aquellos tiempos, es decir, en el año 39, se exigía a los judíos que pedían su salida y tenían autorización de visa mexicana, un compromiso o declaración de parte del consulado de México asegurando su regreso. Era una formalidad, que no correspondía con la actitud del gobierno de Hitler, porque no tenían interés en que regresaran. Pero autoridades inferiores exigían el requisito. Nos pusimos de acuerdo con el cónsul Alfonso Guerra para salvarlo.

Los albergues en Francia

Las medidas tomadas para auxiliar a los refugiados españoles pronto resultaron insuficientes ante la enorme afluencia de exiliados. El consulado arregló con la prefectura de Marsella el arrendamiento de dos castillos, los cuales llegaron a ser de hecho recintos de asilo.

El castillo de la Reynarde era una gran propiedad, de extensión enorme, que sirvió para que acamparan las fuerzas inglesas. En su estancia instalaron las barracas, que más tarde aprovechamos. Después de los ingleses, ocuparon el castillo las juventudes de Vichy, fascistas naturalmente, que destrozaron todo lo que había. Tuvimos que reparar el castillo. Obtuvimos autorización de la prefectura, y de los propietarios, para cultivar ciertos campos. Había rebaños, un bosque donde se cortaba leña y de la bodega del castillo se hizo un teatro. Para el castillo de Montgrand también hubo que pedir autorizaciones y hacer los arreglos del caso.

Así, se instalaron dos campos de refugio en dos barrios de Marsella, Mennet y Sulevin, en donde tuvieron abrigo y protección aquellos hombres que corrían grandes peligros. En el castillo de la Reynarde había de 800 a 850 personas, que tenían todo lo necesario. A juicio del cuerpo consular de Marsella, ello representaba un ensayo importante de protección organizada para refugiados. Había universitarios, magistrados, literatos, hombres importantes y también había trabajadores del campo y del taller. Todos llegaron ahí a protegerse, a buscar abrigo, con el ánimo completamente caído. Para levantarles el espíritu se organizó una orquesta, se montó un teatro, se organizaron juegos deportivos y esos hombres recobraron el buen ánimo. Las fiestas eran muy alegres. Se improvisaron representaciones teatrales como La zapatera prodigiosa de Federico García Lorca, y algunas otras obras de dramaturgos españoles. Además se efectuaban ballets. Los albergues también contaban con bibliotecas, talleres, enfermería y casa de exposiciones de arte.

En el castillo de Montgrand había unos 500 niños y mujeres. Tenían buena alimentación, en lo posible con dieta especial, bastante buena, que incluso los franceses no disfrutaban; campos de recreo para los niños, un cuerpo médico de pediatras muy capacitados y su escuela. Existía un ambiente de regocijo, de recuperación mental y física para las mujeres rescatadas de los campos de concentración. Finalmente, se operó una transformación adecuada de todo aquello. Se respiraba esperanza, tranquilidad y optimismo.

Para prestar esta ayuda fue necesario echar mano de un cuerpo de empleados auxiliares. En las oficinas centrales había 30. Una dirección de salud, a cargo del doctor Luis Lara Pardo. Obtuvimos de las autoridades francesas los permisos para que la atención médica se diera a domicilio en pensiones y hoteles, donde había refugiados españoles. A éstos se les pagaba el hotel y se les daba una pensión de acuerdo con el número de sus familiares. Se trabajaba también para enviar medicinas a los campos de concentración, y a algunos enfermos en otros departamentos de Francia. El servicio médico contó con un cuerpo de profesionales, principalmente españoles, para realizar esa labor en las dos enfermerías de los albergues de la Reynarde y Montgrand.

Por otro lado, se tuvo que instalar una oficina jurídica para defender a aquellas personas que, por conducto diplomático, el gobierno español pedía la extradición. Para esto contábamos con un abogado francés, que había sido ministro, quien nos prestó grandes servicios, con un desprendimiento y una generosidad muy amplios, respecto de honorarios. Lo ayudaba un cuerpo de juristas españoles distinguidos. De unas diez solicitudes de extradicción que se tuvieron que atender, las ganamos todas.

Luego hubo que establecer una oficina de trabajo, de colocaciones, porque estaban llevando a los españoles a las compañías de trabajo forzado. Se consiguió que las autoridades francesas aceptaran el crédito de esa oficina respecto de la clasificación de trabajo calificado. En esos momentos por la movilización general en Francia se necesitaba mano de obra calificada. Así pudimos proporcionarles ocupación, evitando que fueran llevados a las compañías de trabajo forzado en Francia y Alemania. Asimismo, se estableció el auxilio en general a los internados en los campos, a través de una comunicación especial, porque en los campos de concentración de Francia tenían prácticamente incomunicados a los internos. La comunicación con ellos era muy difícil, teníamos que buscar vías adecuadas. Cuando lográbamos sacar de los campos a alguna persona, aceptada previamente la autorización nuestra para su viaje de admisión a México, se le trasladaba a un campo de partido, cerca de Marsella. Pero muchas veces ocurrió que no llevaban fotografías para su documentación y los regresaban. Para cubrir ese requisito se estableció un gabinete fotográfico en el consulado, de suerte que allí se tomaban las fotografías y las autoridades no tenían más pretexto para evitar que se les documentara o se les aplazara la visa. 

A la salida de los prisioneros, el embarque se volvía una empresa muy laboriosa. Hacíamos embarques en Marsella o en Casablanca, en África, para lo cual era necesario trasladarlos hasta allá. Todo eso representaba una acción compleja. También se prestaba auxilio médico en los campos y se mandaban medicinas, a veces acompañadas de ayuda monetaria. Se costeó el rescate de los niños, algunos de los cuales, huérfanos la mayoría, fueron recogidos en los alrededores de los campos, de donde escapaban en condiciones lamentables. En el invierno se recogieron niños que tenían los pies congelados. En los campos algunos de ellos presentaban un estado de preanemia. Se creó en los Pirineos una casa de recuperación para los niños de esos campos. Los cuáqueros dieron todo el personal médico, enfermeras y empleados administrativos. México puso los gastos de sostenimiento. En esa casa, que tuvo ochenta niños, se les curó y trató con alimentación especial, y recursos médicos necesarios.

Como se puede ver, había mucho trabajo. Era un trabajo constante, que no nos permitía ni siquiera los descansos normales. Todos los empleados dieron su contribución, su esfuerzo muy grande, eficiente y meritorio.

Trabajo intelectual

Los refugiados italianos, alemanes, austriacos, etcétera, eran hombres de todas las actividades, pero principalmente intelectuales, enemigos lógicos de Mussolini y Hitler, y sus gobiernos totalitarios. Entonces pensamos, ¿por qué no aprovechar a estas personas para un trabajo de investigación que era tan necesario hacer? Hubiera sido una falta de sentido común no hacerlo. Entramos, en consecuencia, en relación con todas esas personas. Nos propusimos reunir datos para estudiar la situación en todos los sectores involucrados en la guerra. Para ello tuve la suerte de contar con una valerosa ayuda de hombres de prestigio intelectual. Se formuló un proyecto para establecer, situar y esclarecer la situación política, económica y militar de Europa. Me fue posible reunir una gran cantidad de datos hasta darle proporciones de un libro.

Los espías de la misión

Otra situación que se presentó, y que fue digna de estudio, se refería a que éramos objeto de vigilancia, de espionaje. La actividad de la Gestapo se sentía de una manera pesada, así como el espionaje de la policía de Vichy y de todos los órganos del gobierno de Vichy en coordinación con la Gestapo. Además, la policía española mantuvo ahí sus agentes para vigilar los pasos de los españoles refugiados en Francia y bajo la protección de México. Entonces se abordó una investigación referente al espionaje y la quinta columna. Con tantos datos, fue necesario dedicar horas de trabajo, con colaboraciones may importantes de españoles y franceses. Trabajamos en eso y recopilamos notas que aún ahora estamos pasando en limpio, con el fin de formar un volumen.

Trabajo interesante, porque contemplaba el espionaje en un plano general, de los países totalitarios y de cada uno de los otros países europeos. Toda su organización, sus manifestaciones y su acción en la guerra misma. El estudio del espionaje se extiende a los Estados Unidos, a México, a toda la América Latina. Es una aportación de datos que costó mucho trabajo.

En el edificio que ocupábamos en Marsella se instalaron, ocupando la parte superior, las oficinas consulares japonesas, y hacían buen espionaje de todos nuestros actos. La gente que llegaba a nuestro consulado estaba bajo los ojos de estos señores. En una ocasión alguien denunció ante las autoridades de Vichy que al albergue del castillo de la Reynarde llegaban paracaidistas ingleses y que era un campo de acción de la Resistencia.

El prefecto de Marsella me dijo: "Oiga usted, llegó un enviado de Vichy que quiere visitar el castillo de la Reynarde. Usted me dice cuándo y a qué horas". Le respondí: "Inmediatamente, porque eso debe obedecer a alguna investigación". En el acto llevamos a ese señor a que viera cómo funcionaba todo. Le mostramos el tarjetero de los españoles internados. Vio que había organización y que todo el mundo trabajaba con la única esperanza de salir para México.

El periodista español Galipienzo publicó un trabajo intitulado Somos. Folleto ilustrado, muy amplio, respecto de la vida de los albergues y con las opiniones que mereció para algunas personas su organización.

El espionaje era una preocupación importante para el consulado. Había que estar muy alertas, porque cuando se trató de auxiliar a los miembros de las brigadas internacionales se presentaron espías alemanes. Eran éstos originarios de la frontera de Alsacia y la Lorena y hablaban un buen francés. Se presentaban con su documentación irreprochable. Y pedían el auxilio de México para su supuesta salida de Francia; su propósito era incorporarse al grupo de refugiados para espiarlos. Pudimos defendernos. Regularmente los espías alemanes llegaban en pareja, se vigilaban uno al otro, se cuidaban. A veces sabíamos quiénes eran, tenían aspecto semejante al tipo francés y hablando el idioma sin acento, con el acento de un francés de París; había que cuidarse.

Cuando se dieron cuenta de que en parejas no tenían éxito, se valieron de muchos recursos. Se presentaron dos o tres, separados. Se dio el caso de uno de ellos que traía un estudio sobre México muy completo, ilustrado con mapas, encuadernado, pidiendo que se le auxiliara como fugitivo para viajar a México. Pero perdió la figura, porque al despedirse dio el taconazo y se denunció como soldado alemán.

Tuve muchas otras tentativas de espías que aparentaban la necesidad de venir a México. Hubo un espía alemán a quien me negué a documentar, pero que quién sabe por qué artes llegó a México. Lo encontré con derecho de picaporte al despacho del licenciado Ezequiel Padilla. Cuando regresé a México había aquí espías hábiles, agentes muy bien aleccionados, técnicamente muy bien preparados. Por ejemplo, ese señor hablando español y con acceso a las altas oficinas de gobierno.

La ayuda de civiles franceses

Para otro tipo de gestiones en los campos de refugiados españoles nosotros tuvimos el concurso, dentro del gobierno de Vichy, de ciertos patriotas franceses que nos ayudaban, sobre todo en cuestión de información, y para escapar un poco al espionaje: para ponernos alertas respecto a la acción de los japoneses, que nos vigilaban muy de cerca, de la policía de Franco, que había penetrado en Francia. También para avisarnos de la vigilancia de la Gestapo y de la policía de Vichy. Había en Vichy un patriota que estaba en comunicación con nosotros, dentro de las mayores precauciones posibles. Él nos comunicaba lo que sucedía y nos avisaba: "Va a llegar tal gente; tiene puesta la mira en el consulado general para obtener la libertad de algunos internados en campos de castigo, como el campo de Vernet". Ese patriota despachaba en la oficina de asuntos militares.

También se requería de cierta acción por parte de los patriotas colocados en posiciones secundarias, pero que servía mucho para el trámite de algunas cosas. Contábamos con una señora en la prefectura de Marsella que nos ayudó mucho, para prevenirnos de algunas cosas y facilitarnos otras de las que teníamos mucha necesidad. Por ejemplo, nos hacía mucha falta obtener los artículos alimenticios para dar de comer a todos los refugiados cuando todo estaba racionado y limitado el consumo. Para obtener estas cosas en cierto volumen y asegurar la alimentación de los albergues, contamos con la colaboración de esos patriotas.

El prefecto había asumido una actitud un tanto de excepción, porque dejaba correr las cosas y no actuaba de manera hostil. De la primera entrega de cupones que nos dieron para el aprovisionamiento del castillo de la Reynarde, antes de que se estableciera el de Montgrand, devolvimos los no utilizados. Eso les pareció algo extraordinario porque un cupón de esos la gente se lo disputaba. Así, empezamos a tener un crédito muy grande y facilidades en cierta forma, porque sabían muy bien que con toda honestidad se empleaban estos recursos.

Además, se estableció relación con algunos proveedores que, siguiendo conductos oficiales en la prefectura de Marsella, nos hacían entregas al por mayor de aceite comestible y harina para el pan. Era comida bien administrada. Con lo que costaba en Marsella un desayuno, nosotros dábamos las tres comidas, con vino y carne. Pasaba a revisión médica antes de servirla a los huéspedes del albergue. En el verano se comía en el jardín y en el invierno se utilizaban los comedores.

Se hizo una exposición de arte, que presentó obras de los refugiados. Todo eso fue un conjunto de medidas que servían al propósito de restaurar la salud mental de esa gente. Además, hicimos una clasificación profesional. A todos los agrupábamos por oficios: pescadores, agricultores, vinateros, obreros industriales, maestros universitarios, magistrados, técnicos. Se formaron cuadros de clasificación que se mandaron a la Secretaría de Relaciones, para que en México se viera la mejor forma de emplear esa fuerza de trabajo.

La negociación diplomática con el gobierno de Vichy

La acción diplomática en Francia era muy interesante, porque en aquellas circunstancias de absoluta subversión de los hechos y personas, no servía el derecho como instrumento de trabajo. El derecho internacional clásico no funcionaba, ni siquiera el derecho diplomático, para las gestiones normales. Todo estaba alterado. Entonces hubo que recurrir a principios aceptados de manera universal. Quizás actitudes de excepción, pero que habían sido admitidas históricamente en esa nación para crear, por ejemplo, en la práctica un estatuto de asilo en los dos albergues.

Ante tales circunstancias, ante una posición firme por parte de Francia, había que emplear ciertos recursos persuasivos con sus funcionarios e ir por partes, hasta obtener el resultado esperado. Con estas negociaciones se lograron arreglos importantes, como el respeto de los albergues por parte de las autoridades francesas. La policía no tendría acceso a los campos y para hacerlo, pediría permiso. Autorización que siempre se les daba a los enviados de Vichy, a los de la prefectura de Marsella que por algunas circunstancias se presentaban.

Acostumbrábamos invitar al prefecto a los "domingos del castillo de la Reynarde". Había peleas de box, concursos de natación en una piscina olímpica, música interpretada por la orquesta de la Reynarde. Todo eso creaba un ambiente de fiesta muy agradable. Algunas personas de la localidad solicitaban permiso para participar en los domingos del albergue, que tenían como objeto, como decía antes, emplear ciertos recursos de psicoterapia para levantar el ánimo. Además se publicaba un periódico manuscrito, se hacían fiestas de niños. Para todas estas cosas, para el establecimiento mismo de los albergues, en circunstancias que no eran precisamente favorables, hubo que emplear medidas que no se habían utilizado antes en casos similares. En esa labor de protección fue necesaria una negociación de gran envergadura con las autoridades francesas.

Se trataba de resolver el estatus jurídico que iban a tener los españoles refugiados en Francia, en tránsito a México. El ministro en París, Luis I. Rodríguez, dirigió al gobierno de Vichy una nota para llegar a un acuerdo formal sobre el particular. Esa nota se hizo de acuerdo con las instrucciones directas del señor presidente Lázaro Cárdenas. Contemplaba la estancia y el embarque de los españoles hacia México.

Esta nota determinó un acuerdo, por el cual el gobierno francés admitió la acción para documentar a estos señores su salida hacia México. Ese acuerdo abrió la posibilidad de salida de un buen número de refugiados y que se les pudiera atender y auxiliar dentro del territorio francés. Más tarde se consiguió que el acuerdo tuviera también vigencia para los miembros de las brigadas internacionales, que habían combatido por la República en territorio español. Ello obedeció a un acuerdo entre las potencias occidentales por el que se convino la salida de las brigadas internacionales, en una maniobra dirigida contra la República. Salieron esas brigadas de España pero se consiguió, con el gobierno francés, que se hiciera extensivo el acuerdo franco mexicano de auxilio a los refugiados españoles para las brigadas internacionales, ya que éstas estaban en la misma órbita de lucha y en la misma situación de los refugiados.

Con este arreglo salieron combatientes como Siqueiros, y un grupo de mexicanos que Bassols y yo repatriamos. También atendimos a muchos hombres importantes en los campos político, intelectual y científico, que estuvieron luchando por la República española y luego se refugiaron en Francia. A todos les procuramos la protección que fue necesaria.

La decisión de ofrecer a los españoles el estatuto de inmigrantes más que de refugiados, se tomó en la Secretaría de Gobernación en México. Se les dio además la facilidad de que, por la simple declaración de los interesados, se les concedería la nacionalidad mexicana. Esa adopción de la nacionalidad era posible por la manifestación de su voluntad, sin más trámite, como lo había señalado el presidente Cárdenas.

Ciertos grupos de españoles viajaron a Cuba y otros a Santo Domingo, debido a muchas circunstancias. Algunos españoles de rango intelectual habían estado en Buenos Aires, impartiendo cátedras, conferencias y, por tal razón, decidieron salir para allá, confiados a la acogida de amigos profesores y de un país ya conocido. Otros viajaron a Santo Domingo, bascando posibilidades de trabajo.

A Cuba llegaron algunos más. El grueso de los refugiados vino a México. Incluso el gobierno republicano se estableció en México. Además, los intelectuales, los trabajadores, los poetas, los artistas, en general vinieron también. Era una composición completa. La representación humana de un país.

Auxilio a los refugiados antinazis y antifascistas

México amplió su asistencia protectora a todos los refugiados antinazis y antifascistas refugiados en Francia. De modo que documentamos y les dimos facilidades de salida. Hubo que ayudarlos a escapar de Francia e ir a organizar el pie veterano de las guerras de liberación en Austria, en Italia, en Yugoslavia. Los documentábamos para que sirviera la visa como protección ante la policía francesa. Decían "yo voy a México". Y ya no se les molestaba, considerando que dejaban de ser un problema policiaco. Además, así se les facilitaba la salida, la acción de liberación de sus respectivos países. Se mandó, por ejemplo, gente muy importante a Italia, como Luigi Longo, del Partido Comunista, y otros más.

Una tarde, documentamos con el ministro Rodríguez unos cincuenta italianos que salieron para la guerra de liberación de su patria. Documentamos a los que llegaron a ser después figuras prominentes en la guerra de Yugoslavia, menos a Tito, que no pasó por Francia. En algunos casos aprovechamos los canales de la inteligencia inglesa y de los patriotas de la Resistencia. Lo mismo los austriacos y algunos alemanes que prefirieron quedarse. No aceptaban venir a México. Tomaron parte en la guerra de liberación francesa, se fueron a los maquís. Lo mismo pasó con refugiados de otras nacionalidades. "Nos vamos a quedar—decían—, nuestro deber es la lucha acá, la lucha a muerte, vamos a quedarnos a luchar y a morir en nuestros países para liberarnos del dominio alemán".

La ayuda a los judíos en el exilio

Antes de salir de Francia, tuve conocimiento de un plan para establecer en el país colonias agrícolas con inmigrantes judíos. Hice saber al general Cárdenas que no podía ser ni estaba fundado debidamente en la realidad ese proyecto de colonias agrícolas, porque normalmente los israelitas se ocupan de negocios que no los arraigan. El arraigo a la tierra, a la tierra extraña, está fuera de la mentalidad judía. Regularmente se ocupan de asuntos industriales, comerciales, de aquello en lo que, como se ha dicho, se puede levantar la tienda y volver al país de origen. Indudablemente la meta era volver, una vez terminada la guerra, si la guerra terminaba. Volver era entonces la mayor y más honda aspiración judía.

Propuse al general Cárdenas que se hiciera un plan sobre un mapa de nuestros recursos naturales, zonas de producción de materias primas, vías de comunicación, es decir, de todo ese conjunto de circunstancias en donde pudiera caber un proyecto de desarrollo industrial. En esos momentos Europa era campo de refugiados israelitas. Había técnicos y elementos que podrían aprovecharse con miras a un desarrollo industrial congruente, de acuerdo con nuestra realidad nacional, con la realidad potencial de nuestros recursos naturales. El presidente Cárdenas me dijo que se darían las órdenes a las secretarías de Gobernación y de Relaciones Exteriores para que yo tuviera amplias facultades y al efecto se seleccionara en Europa a técnicos y hombres capaces de venir y ofrecer una colaboración importante en nuestro desarrollo económico. En esos términos quedó para mí el problema que se presentó en una solicitud de migración masiva de familias israelitas.

De Polonia, Austria, Bélgica, Rumania, etcétera, emigraron familias buscando abrigo en Francia. Pero Francia fue ocupada en parte; a la otra que se le llamó zona no ocupada. En las dos, la población judía sumaba un grupo bastante numeroso e importante. Todos fueron objeto de una persecución enconada de parte de las autoridades alemanas de la zona ocupada. En París la persecución se realizó de acuerdo con lo establecido por las autoridades alemanas en leyes y disposiciones especiales.

Para establecer un mecanismo de persecución contra los judíos de la zona ocupada, se formuló en París un estatuto que se llamó de las cuestiones judías. El primer y desgarrador espectáculo que se produjo en París fue cuando hubo algunos atentados contra los alemanes, con bombas que estallaron en el Barrio Latino. Las autoridades alemanas determinaron poner a la ciudad de París una multa de mil millones de francos franceses. Esta multa debían pagarla los judíos. Además se enviaron a Alemania 93 judíos en calidad de rehenes. Más tarde se expidió, ya por el gobierno de Vichy, otro estatuto calcado del de los alemanes, por el cual se creaba un comisariado, al frente del cual se puso a un conocido abogado antisemita.

De la zona ocupada fueron deportados 5,000 judíos a Alemania; y en la zona no ocupada, bajo el gobierno de Vichy, se hizo una razia de 4,000 judíos que fueron entregados a las autoridades alemanas. Pero en París con motivo de otros atentados, se capturó a todos los judíos que tenían la obligación de llevar visible, en el brazo o el pecho, una cruz amarilla, que les identificaba su nacionalidad. A esa población judía la dividieron en campos de concentración para varones, para mujeres y para niños.

En la zona no ocupada, como decía, se había hecho una razia de 4,000 judíos que fueron entregados a las autoridades alemanas. En esta forma se desencadenó la persecución en toda Francia. Eso motivó una protesta del arzobispo de Toulouse. Protesta con carácter de cartas pastorales para ser leídas en todos los templos y que dio una expresión del dolor latente en todos los espíritus libres de aquel país. La persecución racista adquirió tales proporciones y tal resonancia en el exterior que, por ejemplo, la Comisión Nacional Francesa que se estableció en Londres, lanzó una declaración que se conoció en todo el mundo contra la persecución de los judíos decretada por Vichy en zona no ocupada.

Entonces creí conveniente proponer al gobierno, por conducto de Relaciones Exteriores, la ruptura de nuestras relaciones con Francia, esgrimiendo un principio de resonancia universal, un principlo que estaba en una de las causas profundas de la misma guerra, porque traía como una bandera la persecución judía, el exterminio de la raza judía. La Secretaría de Relaciones, por lo que recuedo, contestó diciendo que consideraría y examinaría esa propuesta, pero que por el momento creían que no era oportuno. Lo que yo creí que era imperativo para la Secretaría de Relaciones resultó que no lo era.

En ese marco punzante del drama humano, la asistencia y la ayuda para los perseguidos israelitas tomó la dimensión de un deber de carácter humano. No había tomado México una actitud franca, abierta, categórica en el asunto. Pero el drama estaba ahí y había que ayudar a esa gente. Nuestra ayuda consistió en la ocultación de ciertas personas, en documentar a otras, darles facilidades, mejor dicho llevarlas hacia la posibilidad de una salida de Francia, salida que era may difícil. Con la documentación mexicana salieron muchos. Algunos de ellos contaban con la admisión previa de parte del gobierno, a otros se les documentó para que simplemente se les protegiera y se les ayudó, como decía, al procurarles la vía de salida de Francia y salvarse. Hubo casos que presentaban muchos escollos, dificultades y barreras que sobrepasar.

Sin embargo, se extendió hasta lo posible la ayuda a esas personas. Nos encontramos con que, dentro de aquella proposición, la iniciativa mía para el presidente Cárdenas de traer buenos técnicos, se actuó también en tal sentido. Formamos, por ejemplo, todo un cuadro completo de diamanteros de Amberes que solicitaron venir a México, pensando que trabajarían junto al mayor mercado para el diamante, los Estados Unidos. Traerían aquí todos los recursos financieros, su administración bancaria, hombres preparados para las grandes direcciones, todo el mecanismo de comercialización. Aquí se haría el trabajo de la talla de diamante y se emplearía en ello mano de obra nacional, unos diez mil obreros. Se formó todo ese cuadro de acción industrial, considerando que sería provechoso para el país en aquellas circunstancias. Una industria que tendría un desarrollo indudablemente importante. Además se salvaba a toda esa gente que en su mayoría eran judíos.

El gobierno de México aceptó, vio todo lo positivo que tenía esa iniciativa y me autorizó para documentar a todos, incluyendo a los judíos que figuraban en las listas con su respectiva clasificación. Así se hizo, pero cuando llevaba unas diez personas documentadas de la industria diamantera, recibí instrucciones de suspender las visas y de recoger las expedidas. A esto último contesté a la Secretaría que no lo haría, porque estaba de por medio el nombre y la seriedad de mi país, el nombre de México, que estábamos cuidando con mucho esmero en circunstancias tan confusas.

Rompimiento de relaciones con Vichy

Al decidirse el rompimento de relaciones entre México y el gobierno de Vichy, estaba yo encargado de la legación. Tenía información muy completa de todos los sucesos mundiales. Había instalado un aparato de radio que captaba emisiones de Tokio, Buenos Aires, México, Berlín, Estocolmo, etcétera. Tuve la colaboración en este campo de personas muy capacitadas, entre las cuales estuvieron Manuel Tors, Antonio Huerta y otros periodistas. Con ese aparato, de las ocho de la noche a las ocho de la mañana, se recogieron las noticias, algunas en inglés, otras en alemán o en francés o en español, y con ellas formaban un boletín, que llegó a tener hasta ocho o diez páginas. A las once de la mañana teníamos la información completa.

Recibí instrucciones de la Secretaría en el sentido de que presentara una nota de ruptura de acuerdo con lo manifestado al encargado de negocios de Francia en México. Yo no sabía lo que le había dicho la Secretaría. En el discurso del presidente Ávila Camacho, captado por radio por mis colaboradores, fundé la nota de ruptura que presenté al gobierno francés. No estaba Laval y no se encontraba tampoco el viceministro de Relaciones, Rochat. Estaba un señor Lagarde, que había estado en México. Le entregué la nota de ruptura, acompañada de una ampliación verbal del texto de la nota, como es de rigor. Lagarde lloró, porque tenía un gran cariño por México.

Después de la ruptura nos preparamos para afrontar aquellas condiciones. Se tuvo que quemar el archivo de la legación. En esta situación, fue asaltada la legación por los alemanes. El hecho revistió aspectos bastante serios, violentos. Un oficial del ejército alemán, encargado de representar a su gobierno, vino con un grupo de la Gestapo, muy violento y brutal. Entonces se produjo un incidente. Me dijeron que abriera la caja fuerte para ver lo que había. Les dije: "Hay dinero, nada más". El oficial respondió: "No, eso se respeta. Nosotros no venimos por dinero, sólo queremos ver el contenido". Abrí la caja y vieron que sólo había dinero. Pero vino la ofensiva de la Gestapo, que por teléfono pidió órdenes, hubo carreras, consultas. Todo para obligar al oficial a decomisar los fondos de la misión, una cosa bastante grave. Entonces obtuve la promesa del oficial de que se levantaría un acta en la que se haría constar mi protesta por el acto cometido. Eso no lo aceptaron los de la Gestapo. La nota que redacté era el recibo de los fondos y en la parte final venía la protesta, en términos enérgicos. Los de la Gestapo querían obligar al oficial a que no levantara el acta, menos a firmar un recibo del dinero. Entonces este señor me dijo: "Yo soy miembro del ejército. Me ordenaron esta clase de actos en comisión especial. He aceptado por disciplina. El ejército alemán se deshonra con un acto de esta naturaleza y como ya le di mi palabra le voy a firmar el recibo, pero le suplicaría que suavizara la parte final de la protesta".

Se cambió el texto final en medio de un tumulto tremendo de los agentes, que parecían dispuestos a matarnos. Estábamos los dos arrinconados en el ángulo de la pieza, tras de mi escritorio, ante la avalancha de esos señores. Gritaban, subidos en los escritorios, en una ofensiva terrible. El oficial me dijo: "Yo cumplo mi palabra", y firmó el documento. Se consumó la ocupación de la legación. Despaché a todo el personal, esperé a que avanzara un poco la noche para salir de ahí, casi con la seguridad de que sería despojado del documento en el trayecto de la legación al hotel. Di un rodeo, ya conocía muy bien Vichy, hasta que me cercioré que no era seguido. Por la importancia del documento tomé todas esas precauciones. Al llegar al hotel me dirigí a las habitaciones del ministro de Suecia. Suecia se iba a encargar de nuestros intereses, pero esto todavía no estaba formalizado. Le pedí al ministro a título personal el resguardo del documento. Fue aceptada mi petición. Además, le pedí una copia certificada del mismo, para conservarla, cosa a la que accedió teniendo, como él lo comprendió, tanta importancia política esa constancia documental. Me dijo: "¿Cómo ha obtenido usted este documento? Porque esto compromete a las autoridades alemanas de una forma enorme, eso fue un robo".

Luego se hicieron gestiones para nuestra salida de Francia. Nos mandaron a Amélie-les-Bains, de ahí para Mont D'or y después nos entregaron a los alemanes. Hicieron gestiones muy activas, inmediatas, las autoridades alemanas para devolver el dinero y recabar el documento. Según supimos después, el oficial fue fusilado. Claro que en el momento que llegaron estos señores y manifestaron que iban a ocupar la legación, me dirigí al ministro por teléfono. Después mandé al secretario Martínez Vaca a que comunicara lo que estaba sucediendo y pedí las garantías y que se detuviera un acto de esa naturaleza. La respuesta verbal fue que las autoridades francesas no podían hacer nada porque ellas estaban bajo la autoridad alemana, instalada en Vichy. Al día siguiente de los hechos que acabo de relatar, vino la comunicación de Estocolmo autorizando a su misión en Francia para que se encargara de nuestros intereses en ese país. Después nos llevaron a Alemania perfectamente presos.

El traslado a Bad Godesberg

Como decía, de Vichy fuimos trasladados a Amélie-les-Bains, sobre los Pirineos, con la declaración oficial de que el gobierno francés había escogido ese lugar de paso mientras se hacían los arreglos necesarios para nuestra salida de Francia y nuestro regreso a México. Era un punto de espera mientras esas negociaciones se llevaban a cabo, para lo cual comisionaron a un cónsul francés, funcionario del Ministerio, y a algunos policías franceses encargados de cuidarnos. Posteriormente, nos llevaron a Mont D'or en el departamento de Clermont-Ferrand para entregarnos allí a los alemanes.

Cuando estábamos en Amélie-les-Bains, creíamos que era posible que se cumplieran las obligaciones del gobierno francés de darnos las facilidades para salir del país. Pero cuando vimos que habían salido las legaciones de Cuba y Bolivia, y nos quedábamos el resto de las misiones, empezamos a sospechar que había una tardanza significativa. Mientras esas negociaciones se cumplían llegamos a Mont D'or. En el hotel ya estaban los soldados y guardias alemanes, así como oficiales de la Gestapo que se mezclarían entre nosotros para vigilar nuestros movimientos. Fue entonces cuando se nos comunicó, como lo dije en la nota que dirigí al gobierno de Laval, que seríamos trasladados a Alemania. La nota la mandé con el ministro de Suecia en Vichy. El ministro era un hombre gentil, muy buen diplomático. Antes de entregar la nota, me llamó por teléfono para decirme que creía conveniente, dados los términos enérgicos de la nota, que se presentara después de nuestra salida para Alemania. Le supliqué que la entregara inmediatamente, porque no quería que se interpretara en alguna forma indebida el retraso en la entrega, después de nuestra partida. Y así lo hizo, la llevó de inmediato. El mismo día me habló por teléfono para comunicarme que había presentado la nota, que naturalmente nunca tuvo respuesta.

A nuestra salida, todos los funcionarios contábamos con un poco de dinero, a pesar de las circunstancias del cambio. Los francos franceses no servían absolutamente de nada en Alemania. Algunos de nosotros hicimos en un banco francés una transferencia de fondos para un banco alemán. La entrega tardó en efectuarse, pero se arregló después. La asistencia en el hotel, comidas, habitaciones y aseo, corrió por cuenta de los alemanes. La comida era muy mala, muy reducida. Recibíamos paquetes de la Cruz Roja Internacional, que nos entregaban con mucha exactitud y que servían un poco para aliviar esas carencias alimenticias. En mi caso, las dedicábamos a mis tres hijos, para que se defendieran un poco de aquella comida deficiente.

La vida en Bad Godesberg

Suecia puso mucho empeño en nuestro caso, como en otros seguramente. Antes de que nosotros llegáramos a Bad Godesberg el conde Von Rosen, de la legación de Suecia, se encargó de apartar buenas habitaciones para los cuarenta y tres mexicanos que teníamos que ocuparlas. Las reservadas a la familia Bosques eran amplias, con terrazas y baños. Solamente a mi hijo Gilberto le asignaron un cuarto muy cerca, colindando con el departamento que tenía Hitler reservado en el hotel para descansar en algunas ocasiones. Nosotros estábamos en la misma planta, pero en otra ala.

Cuando llegamos al hotel prisión, el delegado del gobierno alemán nos reunió a los jefes de misión, que para ellos sólo éramos jefes de grupo porque no nos concedían estatus diplomático.

El representante alemán nos leyó un reglamento al que teníamos que estar sometidos. Un reglamento que cerraba toda posibilidad de libertad, muy severo. Cuando acabó la lectura, pedí hablar con este señor. El delegado se rió, porque decía no comprender para qué quería yo hablar con él. Le manifesté que todo el personal mexicano se sometería al reglamento que acababa de leernos, porque México estaba en guerra con Alemania y por ello éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro de que no pediríamos ninguna excepción, ninguna gracia sobre esas disposiciones, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban ellos con los prisioneros. Me preguntó como qué podría ser. "No sé", le contesté. "Nosotros no vamos a aceptar ningún acto vejatorio". "Pero precise usted", me dijo. "Bueno", señalé, "si es una cosa leve, podemos acudir al país que tiene nuestros intereses; si es un ofensa grave no sabría decirle. Los mexicanos nunca sabemos cómo vamos a reaccionar a una ofensa. Mientras mayor sea, mayor será la defensa de nuestra parte". Y de pronto, como una reflexión un tanto tardía, me dijo: "Bueno, no creo que se presente el caso". Por otra parte, le dije: 

Las relaciones entre usted y yo se van a hacer por conducto de un funcionario de la legación, que será el primer secretario Gabriel Lucio. Solamente que haya algo muy importante lo trataremos usted y yo. Pero para el movimiento de personal o cosa parecida no hablaré con usted, sino que usted hablará con el primer secretario de la legación. 
Y así quedó establecido. Finalmente aceptaron todas esas condiciones. Claro, a la larga representaron cierto respeto, cierta consideración personal para el grupo.

De parte de todo el personal mexicano se mantuvo una actitud definida, cortés en los límites, una cortesía de cierta distancia, nada más. Nadie pidió una sola gracia o excepción del reglamento. Se mantuvieron todos con mucha dignidad. Tuvieron que reconocerlo los alemanes. Tal conducta se conoció en Suecia, que felicitó a la misión mexicana.

Nuestra estancia en la prisión hotel de Bad Godesberg duró más de un año, un año y unos días más. No recuerdo con exactitud. El trato era muy severo. No se podía salir, por ejemplo para consulta médica, si no era escoltado por soldados, por algunos agentes de la Gestapo y un oficial.

Para cambiar aquel ambiente de severidad organizamos unas conferencias. La primera conferencia la di sobre la cuestión agraria de México. Luego el ministro Eduardo Avilés Ramírez habló sobre Rubén Darío. A Laura, mi hija, le tocó recitar unos poemas de Darío y después dio una conferencia el señor Carneiro, consejero de la embajada del Brasil. Más tarde siguió una exposición sobre Bolívar, por un literato colombiano. Llamó mucho la atención que con ánimo muy abierto, muy sencillo, a las conferencias siguió una velada literario musical. Laura cooperó recitando la "Marcha triunfal" de Rubén Darío. Todo con una asistencia muy atenta de parte del delegado del gobierno alemán y de los agentes, que entendían el español pero que ocultaban esto. Después se efectuó por los jóvenes un baile de disfraces. Estaba con nosotros el gran chelista Rubén Montiel. Éste y otros tocaban la guitarra y cantaban canciones mexicanas.

También celebramos el 15 de septiembre. Durante toda la noche cantamos en nuestras habitaciones, que eran bastante amplias y sin embargo apenas fueron suficientes para dar cupo a los mexicanos. Naturalmente hubo el tradicional grito. Al día siguiente ofrecimos un modestísimo coctel en los salones del hotel. El platillo sensación fueron unas papas fritas, porque la grasa escaseaba por aquellos tiempos. La comida era mala. Había un plato único y un pan de centeno con media salchicha. Durante todo nuestro cautiverio, sólo una vez comimos un huevo y una taza cafetera de caldo de pollo, de pollos que nunca vimos.

La vigilancia en las mesas era completa. Teníamos una chica que la atendía. Nuestra mesa estaba ocupada por mi familia y por el cónsul general Edmundo González Roa y su señora. Pusimos a prueba la vigilancia de esta chica haciendo bromas y chistes que irresistiblemente desatan la risa. Una vez corrió ocultando su risa. Comprobamos con esto que había que cuidarse de las chicas del servicio.

Mientras bajábamos al comedor, la Gestapo ocupaba nuestras habitaciones sin dejar huella. De mi cuarto desaparecía el papel de copia de lo que escribía. Las hojas desaparecían invariablemente. Todo era abierto, luego se cerraba perfectamente. Ninguna huella, la más mínima, de intervención de esos señores de la Gestapo quedaba como evidencia.

Nuestros equipajes fueron colocados en una oficina municipal de Bad Godesberg, distante del hotel. Con el cambio de estaciones nos llevaban en grupo a que fuéramos a la bodega a sacar nuestra ropa de estación. Ese viaje nos permitió, en el trayecto, ver a los prisioneros rusos trabajar en las vías de ferrocarril, así como a algunos españoles.

 
 
 
 
 
 
 
 
   
La información

No estábamos privados de información. En alguna ocasión se captó la bbc de Londres en francés y como el francés no lo entendían los señores alemanes, tardaron en darse cuenta que estábamos informados por esa emisión. Después arreglaron los aparatos de radio para captar una sola emisora controlada.

Durante algunos años yo había tenido relaciones con la Universidad de Bonn para estudios sobre psicología experimental. A título de ese antecedente pedí visitar parte de esa facultad de la Universidad de Bonn. Por un momento le dieron acogida favorable a la solicitud; pero luego me dijeron que todo el personal estaba ocupado en operaciones confidenciales y que no era posible esa visita.

Las noticias que a veces recibíamos venían de nuestros visitantes, como el caso del consejero Von Rosen, que nos traía cierta información de lo que ellos habían presenciado. Por otra parte, el cónsul de Suiza en Colonia, annque era muy germanófilo, también daba ciertas noticias a los que le interrogábamos. En otras fuentes encontré noticias, pues tuve alguna relación con otras personas. En la visita que hicimos a una escuela de agricultura, el director me entregó a escondidas el nombre de su hijo, que había sido dado por desaparecido en el frente oriental. Me dijo: "Sabemos que México ampara a toda la gente en desgracia y pido amparo para mi hijo". De esa labor de auxilio había conocimiento y trataron de establecer ciertos enlaces con nosotros. Tuvimos así la oportunidad de darnos cuenta de la opinión difundida por la obra humanitaria realizada por México.

Al hotel llegaba una revista militar puramente técnica, en donde los que se encargaban de esa revista daban cuenta precisa de operaciones militares. Por ahí supimos cosas que estaban fuera de la información general, sobre todo oficial. Por otra parte, para alivio de los internados, a propuesta de nosotros se dieron unas sesiones de cine.

Por las revistas alemanas sabíamos algo de lo que estaba pasando; ciertas cosas, como la derrota italiana, que causó una gran conmoción. Por mi parte procuré toda posible oportunidad de conexiones muy confidenciales, a tal grado que, por ejemplo, cuando regresamos al país entregué al general Cárdenas, que entonces era secretario de Guerra en el gobierno de Manuel Ávila Camacho, el mapa destinado a los oficiales de graduación sobre el Muro del Atlántico, con todos los dispositivos militares. Todo eso me lo mandaron ahí y tuve que traerlo conmigo porque no era posible de otro modo. Nuestros equipajes eran abiertos. A mí me faltaron algunos libros que yo consideraba muy importantes, porque eran obras de gente de alto rango intelectual con quienes estuve en relación. Por ejemplo del poeta Leonard, Rodolfo Leonard, que fue diputado del Reich y presidente del Pen Club de Berlín. Un alto poeta que me dedicó uno de sus libros, con palabras que me halagaban mucho y que naturalmente lamenté que me hubieran incautado los alemanes.

El canje de prisioneros

Las gestiones para el canje se llevaron a cabo en México por nuestra Cancillería. Nosotros llegamos en febrero a Bad Godesberg. En abril el representante del gobierno alemán en nuestro cautiverio, carcelero mayor que le llamábamos, me comunicó que por lo que se refería a México estaban terminadas todas las negociaciones para el canje; que nosotros saldríamos en breves días. Transcurrieron unos días y después este señor, con satisfacción irónica, me dijo: "Todo está terminado; pero nos hemos encontrado que en el caso de México, como en el de otros países latinoamericanos, el asunto ha sido entregado a los Estados Unidos, así es que se va a retardar su salida".

Efectivamente nuestra Cancillería entregó el caso al gobierno de la Casa Blanca. Fue la Casa Blanca la que arregló nuestro canje, que se tardó naturalmente. Las gestiones concretas las desconozco. Al fin se nos comunicó que íbamos a salir y se nos condujo a Biarritz. De ahí seguimos en trenes que atravesaron hacia Lisboa. Allí estaba un barco con alemanes, para el canje. A nosotros nos canjearon por un número de alemanes detenidos en México, en Cofre de Perote, en otras partes. No sé, parece, según nos dijeron, que fueron doce alemanes a canjear por cada uno de nosotros.•

*Gilberto Bosques