** Ana Rosas Mantecón

*Este artículo forma parte de la investigación “Auge, ocaso y renacimiento de la exhibición cinematográfica en la ciudad de México, 1930-2000”, la cual fue apoyada con una beca del Fonca durante el periodo 1998-1999. 
Con poco más de un siglo de existencia del cine, ¿qué le espera al público de la ciudad de México que disfruta ese arte al arribar el nuevo siglo? No es una previsión fácil. Por una parte, los cinéfilos se han transformado a lo largo de esos poco más de cien años, renaciendo de sus cenizas una y otra vez. Por la otra, en la actualidad la exhibición cinematográfica se desarrolla, en buena medida, a contracorriente de las tendencias internacionales a la reclusión generalizada en los hogares.

No sin altibajos, el cine llegó para quedarse a nuestro país en 1896. Los espacios de exhibición fueron cambiando: improvisados salones, jacalones, carpas e incluso paredes de edificios, cedieron el paso –a partir del segundo tercio del siglo– a las salas monumentales, los cines de barrio y los autocinemas. El crecimiento del público de cine se dio a la par de la expansión de la ciudad de México y la llegada masiva de migrantes de provincia. El auge fue impulsado también por el uso diversificado del espacio urbano y las estructuras barriales que enmarcaban el creciente consumo de películas en sus salas de exhibición. En estos años, acudir al cine formaba parte de un abanico de prácticas en las que se desenvolvía la intensa vida pública de la urbe en calles, plazas, cafés, restaurantes, carpas, circos, cantinas, cabarets, teatros, cines y salones de baile.

Cuando a mediados de siglo llegó la televisión a los hogares, dando lugar al inicio de la recomposición de los circuitos audiovisuales, se presentó una de las crisis más significativas de la exhibición cinematográfica a nivel mundial. Con una o dos décadas de retraso, la catástrofe se dejó sentir en la ciudad de México, cuyo territorio se expandía de forma permanente y no incrementaba en igual medida los equipamientos culturales: la televisión y –desde mediados de los ochenta– el video incrementaron sus adeptos. Los capitalinos se recluyeron de manera paulatina en sus casas, igual que lo han hecho los habitantes de otras urbes del mundo: la extensión territorial, las dificultades económicas y la inseguridad creciente acentuaron las tendencias internacionales a que el entretenimiento a domicilio reemplace al que ofrecen los espectáculos públicos.

A la par que aumentaba el equipamiento televisivo, fueron descendiendo los espectadores cinematográficos. El cierre de salas no se hizo esperar: así como las primeras décadas del siglo atestiguaron la transformación de los teatros en cines, en los años recientes nos tocó presenciar la de los cines en estacionamientos, centros comerciales, auditorios, bares, taquerías, templos, salones para fiestas infantiles, bodegas o locales para renta de videos. La falta de mantenimiento y deficiencias en la proyección terminaron por volver un sofisma aquel lema de que “el cine se ve mejor en el cine”. Los augurios no se dejaron esperar: con el siglo terminaría la época del cine como espectáculo masivo, la de las grandes salas oscuras como espacios de encuentro colectivo. Terminaría, como decía Emilio García Riera, el siglo Lumiére.

Las salas de cine no murieron, sino que resurgieron con nuevos bríos. De hecho, el auge en la construcción de conjuntos de salas de exhibición en la zona metropolitana de la ciudad de México (ZMCM)1 en los últimos seis años pareciera constituirse en la excepción al proceso de desuso de los espacios públicos y un atenuante del subequipamiento general de las periferias metropolitanas. De 1995 a 1999 el número de salas casi se triplicó (de 211 ascendieron a 591),2 y los espectadores pasaron de 28 millones a 46,-830,000, según datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica y del Videograma (Canacine). Este proceso ocurrió también a nivel nacional, ya que en el mismo periodo los espectadores pasaron de 62 a 130 millones (cifra aún inferior a la de 1990), según registra la Canacine. 

 
 
Espectadores en la república mexicana y en la zona 
metropolitana de la ciudad de México 1990-1999
Año Rep. mexicana ZMCM
1990 197 millones 54 millones
1991 170 millones 44 millones
1992 134 millones 37 millones
1993 103 millones 31 millones
1994 82 millones 30 millones
1995 62 millones 28 millones
1996 80.4 millones 34 millones
1997 95 millones 41 millones
1998 104 millones 46 millones
1999 130 millones 46.8 millones

Fuente: Canacine

Ante este panorama que parece no dejar espacio más que para el optimismo, ¿cómo explicar los registros que ha venido realizando el periódico Reforma con su “Encuesta anual sobre el uso de los medios de comunicación en la ciudad de México” desde 1994, según los cuales la costumbre de asistir al cine ha venido decreciendo entre la población no sólo de la ciudad capital sino también de diversas ciudades de provincia?

La revisión del proceso de expansión de la exhibición cinematográfica en la ZMCM permite formular la hipótesis de que la recuperación de público es restringida, y está orientada por los patrones de segregación que han ido conformando la ciudad. De hecho, las clases medias y altas están volviendo al cine y es su mayor frecuencia de asistencia la que eleva las estadísticas. El resto de la población, mayoritaria, ve disminuir esta práctica.
 

¿Acostumbra asistir al cine?
Año No
1994 50% 50%
1995 42% 58%
1996 38% 62%
1997 35% 65%
1998 39% 61%
1999 39% 61%

Fuente: “Encuesta anual sobre el uso de los medios de
comunicación en la ciudad de México”, periódico Reforma

La reconversión tecnológica y subdivisión de viejas salas hecha por la Organización Ramírez (Cinépolis) y la construcción de nuevos conjuntos a cargo de Cinemark, cadena de capital estadunidense, y Cinemex, con inversión australiana, estadunidense y mexicana, sobre todo, ha generado en diversas ciudades grandes y medianas nuevos vínculos de aquellos sectores de la población mexicana con el cine. La capital del país es el lugar donde las inversiones han sido mayores. La reunión de ocho a 15 salas con diferentes filmes en un solo complejo, a menudo dentro de un centro comercial, ofrece variedad de películas y horarios, en conexión con otros entretenimientos. El primer impulso a esta reconversión vino de la cancelación gubernamental del control de precios de entrada, con las modificaciones legislativas de 1992, las cuales sentaron las condiciones para la construcción de los sistemas de multiplex, a partir de 1994.
 

¿Dónde prefiere ver películas?

Año cine video televisión no contestó
1996 59 30 9 2
1997 63 27 9 1
1998 53 24 17 6

Fuente: “Encuesta anual sobre el uso de los medios de 
comunicación en la ciudad de México”, periódico Reforma
 
 

Ya en ciudades europeas y estadunidenses se había recurrido a las salas múltiples para enfrentar la disminución de espectadores, en las que a distintos horarios se proyectan películas diferentes, en locales estratégicamente ubicados. El concepto de multiplex, traído de Estados Unidos, parece dominar el panorama de la exhibición en la actualidad. Las nuevas salas fundan su oferta, por una parte, en el mecanismo de diversificar –dentro de una gama muy limitada de opciones– las alternativas temáticas para el cinéfilo, proyectadas en horarios diversos. Por otra parte, recurren a la mejo-ría técnica de las instalaciones: mayor calidad de la imagen, del sonido, de los servicios anexos, y se ubican de manera fundamental en zonas donde la capacidad adquisitiva de los habitantes circundantes va de lo medio a lo alto, de difícil acceso para los que carecen de automóvil o viven lejos de ellas, o tal vez inaccesibles por razones no sólo económicas sino simbólicas.

   
Un reportaje publicado en la revista Expansión despeja cualquier duda: 

A principios de los noventa el panorama de la exhibición en México se asemejaba cada vez más a uno de esos áridos y polvorientos desiertos tan propios de los más genuinos westerns. Con la nueva filosofía imperante en la exhibición cinematográfica, el desfile de espectadores es incesante y el ritmo de trabajo brutal, signo inequívoco de que las salas de cine se han vuelto a convertir en un jugoso negocio en el actual panorama económico nacional (Joaquín Fernández, pp. 32-33).

Mientras continúan cerrando sus puertas las grandes salas –excepto cuatro o cinco, gracias a la exitosa exhibición de cine pornográfico– y sobreviven con dificultad buena parte de las subdivididas, la localización del conjunto de la oferta de espacios de exhibición puede percibirse aún como centralizada geográficamente, si bien este factor está en permanente transformación. El equipamiento sigue concentrado en la ciu-dad central, en el noroeste y, de manera reciente, en el sur-oeste de la ZMCM.

Como ha señalado Cuauhtémoc Ochoa Tinoco (p. 56), si trazamos una línea imaginaria de norte a sur podremos apreciar que el poniente tiene cines y el oriente casi no. En el caso de los municipios conurbados los cines se concentran en Ecatepec, Naucalpan y Tlalnepantla, aunque en su conjunto no suman ni 15% del equipamiento, cuando habita ahí más de la mitad de la población. Como parte de este fenómeno de centralización de la oferta cinematográfica se encuentra la concentración en la zona sur del mayor número de salas con una programación de calidad para cinéfilos (como la Cineteca Nacional, el Centro Cultural Universitario y otros cineclubes de Ciudad Universitaria).

La expansión de la oferta está orientada hacia la búsqueda de su público objetivo.3 Así, la actividad de exhibición se ha diversificado territorialmente tomando como eje el desarrollo de los centros comerciales, ámbitos privados de consumo colectivo que están dirigidos a sectores medios y altos de la población. Con atractivos diseños, seguridad e higiene, colaboran para que estos espacios trasciendan sus fines comerciales, sirvan para citarse y sociabilizar, en especial para los jóvenes. Una de las claves culturales de su éxito es cómo convergen en ellos diferenciación simbólica y libertad de comportamientos (Ramírez Kuri, 1998). La depuración de los públicos de cine aparece también en términos generacionales: mientras a mediados de siglo acudían las familias en su conjunto, parece darse ahora una predominancia de auditorios jóvenes, que son los que se acercan con mayor asiduidad a los centros comerciales.

La recomposición de las prácticas audiovisuales 

En realidad no fue la entrada de la televisión a los hogares la causa principal del descenso de la asistencia a las salas cinematográficas, pero sí le dio un impulso definitivo. En 1946 había en Estados Unidos seis estaciones de televisión y 30 mil aparatos receptores. Nueve años más tarde se multiplicaron las emisoras a 511 y los aparatos a 46,700,000. En el mismo lapso el número de salas de cine disminuyó de 21 mil a 14 mil (Barbachano, p. 33). De manera semejante se produjo el fenómeno en diversos países europeos: aumentos del equipamiento televisivo a la par de la acentuada disminución de la asistencia a las salas de cine. En Europa el número de salas descendió de 42 mil a 27 mil entre 1958 y 1978 (Ramón Zallo, citado en Ochoa Tinoco, p. 19). 
 

¿A qué dedica su tiempo libre los fines de 
semana y los días de descanso?

Actividad Ir al cine Ir a un centro comercial
1994 9% 5%
1995 3% 2%
1996 2% 4%
1997 4% 1%
1998 5% 14%

Fuente: “Encuesta anual sobre el uso de los medios de 
comunicación en la ciudad de México”, periódico Reforma
 
 

Diversos factores se conjugaron para conformar lo que ha sido reconocido como el inicio de la recomposición de los circuitos audiovisuales. Hablo de recomposición del mercado audiovisual para no dejar la idea de una simple competencia entre medios. Como comprobamos en los estudios efectuados en 1992 y 1993 (véase Néstor García Canclini, 1994), el modelo de desarrollo cinematográfico organizado para difundir las películas en las salas se agotó al instalarse la televisión en casi la totalidad de los hogares y, a partir de 1985, con la expansión del video.

La televisión integró como parte de su programación las películas realizadas hasta ese momento, por lo que se convirtió en otro espacio de exhibición fílmica que dio durante varias décadas un gran impulso a la cinematografía nacional. En la actualidad las películas ocupan el primer lugar como género televisivo, según el estudio de Enrique Sánchez Ruiz. Por otra parte, en la reorganización de los circuitos audiovisuales la exhibición en salas apenas aporta alrededor de 25% de las ganancias, muy por debajo de lo que ofrecen el video, la televisión abierta y la restringida (García Canclini, 1994, pp. 33-34)

Si bien encontramos al fines del siglo XX que los públicos no optan tajantemente por uno u otro medio sino que pueden ser considerados multimedia, en la recomposición de los mercados audiovisuales el cine como experiencia de sociabilidad pública resulta más accesible para sectores medios y altos; para los populares, la televisión y el video son las posibilidades a las que más se recurre para el entretenimiento. Así lo confirman las investigaciones sobre consumo cultural en la periferia de la ciudad de México, realizadas por Nieto y Nivón, en donde la práctica de acudir al cine entre los sectores populares es muy limitada.

El renacimiento de la exhibición cinematográfica se ha insertado en la actualidad dentro de los procesos de re-estructuración de los escenarios de consumo y tiempo libre: su creciente vinculación a la expansión de los centros comerciales en algunas de las principales ciudades latinoamericanas se da articulada a nuevos procesos de segregación y a la centralidad que han adquirido los medios electrónicos –en especial la televisión y la radio– en el consumo cultural de las poblaciones urbanas de la región (véase Guillermo Sunkel).

   
Comentarios finales

La masificación era a la vez la integración de las clases populares a la sociedad y la aceptación por parte de ésta del derecho de las masas a bienes y servicios que hasta entonces sólo habían sido privilegio de unos pocos. Si bien desde mediados del siglo XIX el desarrollo de la comunicación de masas abrió la posibilidad de que amplios sectores de la sociedad accedieran a ella, a fines de siglo nuevos procesos de segregación y diferenciación social limitan ese desarrollo, propician la desarticulación de los espacios de encuentro colectivo y ponen en crisis una forma de sociabilidad ligada a las relaciones en el espacio público. Si bien es cierto que los propios medios han abierto otras posibilidades  de encuentro, no relacionadas con la copresencia, es innegable que asistimos a una crisis de lo que por tradición se ha entendido por vida colectiva, sobre todo en las grandes ciudades.

Por su propia lógica, no existen visos de que al cambio de siglo se modifiquen estos nuevos procesos de segregación y diferenciación social. Justo aquí radica la potencialidad del ejercicio de preveer el futuro: una vez que delineamos sus perfiles es posible identificar posibilidades de transformarlo, de imaginar e impulsar políticas públicas y civiles que incidan en el fenómeno.

¿Qué está en juego? Asistimos a nuevas formas de desarraigo y a la lenta desarticulación de una parte de los espacios tradicionales de encuentro colectivo, espacios que no sólo se ligaban a rituales públicos y gregarios, sino que constituían la base de orientación y pertenencia de las diferentes comunidades en el territorio. Así como a principios de siglo el cine logró consolidarse como fenómeno de masas, ahora sobrevive a fuerza de elitizarse: los sistemas de multicines se expanden selectivamente por la ciudad. De este modo, en lo que toca al cine, llegamos al fin de siglo y entramos al siguiente con una nueva segregación de la diversión pública.

* Ana Rosas Mantecón (ciudad de México, 1961) es profesora-investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Ha realizado diversas investigaciones sobre consumo cultural: público de cine, televisión, video, rock, salones de baile y museos. 
Bibliografía

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Banacine, Estudio de la exhibición cinematográfica en el área metropolitana del valle de México, Icatec Consultores, estudio realizado para Operadora de Teatros, 1971.

Barbachano, Carlos, El cine, arte e industria, Barcelona, Salvat, 1974.

Canacine, Exposición y análisis de la problemática actual en la industria cinematográfica, México, Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica, 1994. 

COTSA, “Desarrollo de las salas cinematográficas en la ciudad de Mé-xico (1896-1978)”, en Las salas cinematográficas en la ciudad de México y su área metropolitana, México, Compañía Operadora de Teatros S.A., 1978.

De los Reyes, Aurelio, Cómo nacieron los cines, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, núms. 50-52, 1982, pp. 285-296.

Elizondo, Jorge, “La exhibición cinematográfica. Retrospectiva y futuro”, en Pantalla, México, núm. 15, invierno, Dirección General de Actividades Cinematográficas, UNAM, 1991. 

Fernández, Joaquín, “Exhibición cinematográfica, lo que el viento regresó”, en Expansión, México, octubre, 1996, pp. 32-48. 

García Canclini, Néstor (coord.), Cine, televisión y video: hábitos de consumo audiovisual en México (Distrito Federal, Guadalajara, Mérida, Tijuana), junio, 1994.

–––––––––, La globalización imaginada, México, Paidós, 1999.

INEGI, Estadísticas de cultura, cuaderno 1 y 2, México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, 1980-1994.

Miquel, Ángel, “Cines y públicos en el México de principios de siglo”, en Dicine, México, núm. 44, marzo, 1992, pp. 8-11.

Ochoa, Cuauhtémoc, “Las salas cinematográficas en la ciudad de México en tiempos de cambio 1982-1997”, México, tesis de maestría, UAM-Azcapotzalco, 1998.

Red Mexicana de Acción Frente al Libre Comercio, “La guerra de las pantallas”, en Alternativas, México, septiembre-octubre, núm. 22, 1998, pp. 11-14.

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Sunkel, Guillermo (coord.), El consumo cultural en América Latina, Santafé de Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1999.

Notas

1La ZMCM hace referencia a la extensión territorial que incluye a la ciudad central y a las unidades político-administrativas contiguas a ésta, así como a otras unidades con características urbanas. En la actualidad comprende 43 unidades político-administrativas de dos entidades (el Distrito Federal y el Estado de México). Si bien he venido haciendo mención a la ciudad de México, debo aclarar que el análisis se extiende a la zona metropolitana de la ciudad de México.

2Que el número de salas casi se triplique no debe verse en términos absolutos, ya que si bien no contamos con información sobre el total de butacas de las nuevas minisalas, podemos calcular que el aforo de las décadas del cuarenta al sesenta no se ha recuperado. Por una parte en esos años llegaron a construirse salas hasta para 6,000 asistentes y las actuales oscilan entre 150 y 800 asientos. Por la otra, continúan cerrando las grandes salas. 

Hasta ahora las nuevas exhibidoras han buscado mayoritariamente al “público de clase media-alta y alta, el único capaz de pagar hoy el costo de ingreso a sus modernas instalaciones” (Fernández, p. 48). En ciertas zonas de la ciudad, como la central, algunas han buscado atraer espec-tadores bajando los precios de entrada, pero con escasos resultados.