RESPONSO PARA ALBERTO GIRONELLA

  

Mario del Valle* 
Es una trampa. 
Cada día, 
cada mañana de cada día, 
cada atardecer: 
el espectáculo de la sumisión y el abandono. 
Esto se llama mala voluntad. 
Es una trampa. 

Veo la tierra como si en ella hubiesen 
caído las notas de una guitarra ahogada. 

Soy una estatua, 
una fotografía antigua de ojos melancólicos, 
entre los muertos sentado y mis bigotes retorcidos. 

Sí, hombres desnudos son los campesinos de rudas manos, 
que buscan una esperanza cada noche, 
alrededor del fuego, en la serranía, 
cantan la esperanza. 

Yo no invento la espiga. 
No tenemos, vivos y muertos otro sostén 
que la buena tierra y el sueño bajo la lluvia. 

Han pasado ya muchos años. 
Pero mi ejército sigue en pie. 
Aquí no hay jardines sino surcos y piedras. 
Aquí hablamos con un susurro harto cansado.
Como de metal sin eco. 

Monto mi caballo, andaluz y charro. 
Mi emblema es la imagen de la resurrección y el fuego, 
por eso galopo en los corredores del tiempo 
incendiando los discursos de anfiteatro en palacios de cantera. 

1999 se lleva a otro gran artista mexicano, particularmente antisolemne dentro de la ortodoxia de la más fina solemnidad, desacralizar lo ridículo e impugnar la mediocridad. Retar la idiotez y la ideología podrida. Hacer uso del absurdo inteligente como método de conocimiento de una verdad vista con la lupa de un pintor ávido, creador de obras maestras y recreador de los grandes mitos del arte y de la vida. 

Descanse en paz Alberto Gironella, artista fecundo y maestro pintor.

De los artistas plásticos de los sesenta -Alberto Gironella, José Luis Cuevas, Rafael Coronel, Francisco Toledo, Lilia Carrillo, Fernando García Ponce y otros, entre ellos amigos-enemigos, dieron a la pintura mexicana y a las artes plásticas del siglo XX la hegemonía de la individualidad y la plena integración del arte mexicano contemporáneo al mundo moderno con un sentido universal. Esa libertad la heredaron los artistas posteriores, sin lucha alguna, pero es necesario recordar que en esa generación, en la que tiene su universo bien fincado Gironella, se dio una batalla, desde el imaginario gabinete del Dr. Caligari, contra una atmósfera azufrosa y predestinada, "un profundo diálogo entre el artista y su obra… un momento en que el poema interroga al poeta y el cuadro contempla al pintor", destacó Octavio Paz. 

A Alberto Gironella lo traté quizá 10 veces, en distintas épocas. Hicimos juntos un libro mío de poesías, y él realizó algunos grabados a la punta seca. Me complació que disfrutara el tema del libro; él sabía mucho de eso, de la búsqueda del hombre y de su historia. Una plausible explicación que daban dos técnicas que se dedican, desde hace siglos, a encontrar alguna indicación, una señal. 

Por medio de la obra que lo representa entendí su encuentro con el surrealismo, fuente y resorte de su vocación de artista, armas sin las cuales un creador es poco afortunado. Alberto Gironella era un artista que no pecaba porque buscaba al diablo borracho atrás de la creatividad; el riesgo del artista moderno no lo dejaba satisfecho. Habían sido ciertamente famosos e internacionales Tamayo y Pedro Coronel; antes Diego Rivera, Siqueiros y Orozco. La sociedad de la época, entre ella la vieja burguesía, nada entendía, pero las nuevas generaciones ya sentían el cambio. "La generación de la ruptura", de la cual él formó parte, por su audacia fue más poderosa en el ámbito de la cultura y de la información que las anteriores; estos artistas tomaron como mitos de sus obras su propia historia y sus aficiones personales e íntimas, a manera de un arte-metralla, y la violencia de esa fuerza radicó en una crítica que modulaba el volumen de la modernidad y al mismo tiempo rechazaba los valores de una sociedad harto decadente. Los artistas y escritores de esa generación devinieron actores originales y únicos con la lección del hombre rebelde del siglo. Cada uno de ellos creó un mundo que descansa en su propia notoriedad, porque reflexionó, al mismo tiempo que estaba inserto en la sociedad, sobre el destino de su propia ciudad espiritual. 

Quizás el artista sea el ser más cercano al Hombre (con mayúsculas), que en su rebeldía critica sin misericordia sus propios vicios y niega sus propias dictaduras. Lo sabía Alberto Gironella, pionero de las instalaciones, algunas de las más bellas, tanto literaria como plásticamente, que he visto. Murió escuchando de su hijo Emiliano el Pedro Páramo, y cuando oímos ese nombre sabemos que sopla el viento… Leí esta anécdota con la noticia de su muerte y me conmovió, pero al mismo tiempo me alegré. Muere Alberto con gran valentía. Poderoso en la muerte. Solamente un Hombre, artista de plena voluntad, muere así, buscando al diablo en las esquinas de la risa. No olvidemos que aderezó su vida con un poco de la sal de su amigo y maestro Luis Buñuel, pero el mundo donde destacaba su arte fue un hallazgo de su mucha invención personal. Alberto Gironella sabía de su muerte real, y quiso que fuera actuada por él mismo. Hombre vigoroso en el desastre del cuerpo, quien hasta el final supo llevar el ritmo de su vida con la batuta en una mano metida en las tinieblas y los cinco dedos de la otra en la armonía de la luz. 

Dedico, a manera de breve coro a este "Responso", un poema del libro Trazos de la serpiente de mi autoría, que generosamente ilustró Alberto Gironella, mexicano, yucateco, español, universal definitivamente, en 1992. El poema es un repique de campanas con la imagen de Emiliano Zapata atrás. 

* Mario del Valle (Xalapa, Veracruz, 1945). Poeta, editor y crítico de artes plásticas, alterna su pasión literaria con su actividad como editor.