Crónica de un autómata primigenio
*Oli Pijoan

X está atrapado detrás de los incansables barrotes del corporativismo. No checa tarjeta y cada día se sienta en su silla empresarial, con colchón de primera, ergonómica hasta las ruedas. Se da a la tarea de redondear frasecitas creativas. Pero está atrapado. Lo sabe porque al fondo se escucha "Spanish Bee", ¿qué podría ser más indecente? Una oficina de unas cuantas paredes, enroscada en el calor de un temprano estío, infestada con las fieras más temibles, las que se dicen de nueve a seis, pero que en realidad son de nueve a quién sabe qué hora.

X se asfixia, se muere. Se vende. Mejor postor sería el "Patas de Cabra". El ánima se le escabulle en secreto, sin que él lo note siquiera. Autómata en su tiempo y en su espacio, se asoma a través de las barras opresoras y afuera no encuentra sino fantasmas. Un incesante tintineo de mensajes-bomba en su computadora, un fax, una impresora, un no-break que no dura más allá de los dos minutos, ¿podrás escapar de esta captura, X? ¿Podrás escapar antes de que internet se chupe lo poco que te queda de vigor endiablado?

A X no le quedan sino unos cuantos años de juventud. Se mira en el espejo de su baño compartido y se nota las patas de gallo. Cierra los ojos y piensa que está libre. Pobre idiota. Apenas abra la puerta se verá obligado a hundirse en la ingratitud del que trabaja para que otro se haga rico y pueda ir por ahí, disfrazado de Armani.

X despega los dedos del tablero y se mira las manos, preguntándose si alguna de esas líneas promete un mañana un poco más jovial. No le interesa competir ni convertirse en una gran estrella de la publicidad. Lo monótono le asfixia. Le asfixia el smog y le asfixia la nostalgia por el futuro que no termina de llegar. Siente envidia por las algas marinas y las rocas de los riscos, siente envidia por los protozoarios y por los renacuajos. El olor de la ciudad le produce náuseas. Quiere llegar a su casa y acariciar a su gata bigotona, la que parece un holando-argentino; quiere introducirse en la burbuja de lo bueno del día, dejar que los besos y los fideos al burro se derritan con el calor vespertino. ¡Ah! Si todo fuera como una piña colada, se dice a sí mismo mientras deja que al fondo se despliegue alguna melodía playesca y pone sus pies a refrescarse fuera de la ventana. Si todo fuera como una piña colada. Si en el mundo no se hubiese inventado jamás la rueda y por ende no existieran tantos otros fenómenos terribles, como los horarios, los autos y la melancolía fulminante.

 
 
   
Las 12:49, X. Falta poco para la hora de la comida. Te abren la jaula y te dejan salir, sabiendo que volverás como el más arrastrado de los perros. Tu sueño está empeñado en seguir siendo ulterior, así que venga, que hacen falta unos textos para Microsoft. Y todos esperan que seas feliz. •
*Oli Pijoan (ciudad de México) cursó —un tanto equivocadamente— la carrera de ciencias y técnicas de la comunicación, para después dedicarse de lleno a las letras. Es cuentista y novelista. Ha colaborado en diferentes revistas virtuales e impresas. En la actualidad trabaja en una apasionante novela de ficción, esperando ganar algún premio de renombre para jubilarse temprano y retirarse a seguir creando frases al mar.