El Teatro Casa de la Paz

* Manuel Larrosa

Microhistoria, política, artes escénicas, pintura, cine, escultura, arquitectura, barrio y ciudad, se ven reunidos en el libro que gracias al empeño talentoso de Sergio López Sánchez y a la valiosa tradición editorial de la UAM, realiza una expresión multimedia de los aconteceres relacionados con la construcción que hoy nos alberga; para ello, el autor recoge con ahínco los diferentes usos que ha tenido el edificio, mezclando a los protagonistas de lo acaecido aquí, antes, durante y después de ser Casa Internacional de la Paz, es decir: de 1924, año de su construcción, hasta el fin de siglo.

Llamo multimedia a un libro que, salvo en su portada, no incluye una sola fotografía, un grabado o un plano y menos aún el obligado disco compacto, y lo defino así no por ignorancia o para escándalo de los multimedieros, sino por el modo tan hábil en que una edición con los recursos de la era gutemberiana reúne todos los temas enlistados sin otro recurso que el texto, logrando una presentación ágil, breve, enjundiosa y sobre todo amena, de esa considerable cantidad de asuntos, lograda en muy pocas páginas. Dudo que una edición ilustrada del mismo mejorara su función esencial: comunicar la importancia de un capítulo de la vida cultural de la ciudad de México, estrechamente vinculada con el teatro.

La sobrevaloración que ha tenido en los últimos años lo visual está atrofiando la imaginación de los seres humanos; lo que no se ve a ritmo de video clip, con la brevedad de lectura que requiere un anuncio "espectacular", o bien lo que no sacia la sed de catástrofes vistas en la televisión, no tiene valor ni interés; este minimalismo moral y cultural está creando una intoxicación informativa. La capacidad de imaginar, apoyada en la lectura, cada día es más escasa porque imagen mata imaginación; y es que tomamos demasiado en serio aquello de los chinos de que una imagen dice más que mil palabras, al grado que habremos de inventar un nuevo sistema Braille para videntes que perdieron la capacidad de leer.

Escenario urbano y escenario teatral se fusionan y crean con ello la riqueza temática de este libro, que ni por asomo trata de entronizar la nostalgia al recoger la microhistoria del barrio, sino que establece una inteligente vinculación entre el escenario urbano y el teatral; el urbano constituido por el barrio con su protagonista principal como fue —desde los años 20 hasta la llegada de la televisión en los 50— el cine de barriada; y el escenario teatral con sus tres etapas: como teatro Ariel dedicado al teatro comercial, como teatro de títeres para niños y finalmente como novedoso escenario plural y de apoyo a las expresiones de vanguardia: imaginado, construido y puesto en operación exitosa por don Miguel Álvarez Acosta; tarea de mérito relevante en lo artístico y en lo político, porque se llevó a cabo cuando un cacique urbano, que creyó gobernar la ciudad, perseguía con lujo de fuerza toda expresión de arte escénico moderno.

Mediante el ingenioso, cuanto valiente programa que se implantó en la Casa de la Paz, la comunidad artística pudo denunciar eficazmente a tal cacique, aunque no con el estruendo utilizado por Jorge Prieto Laurens —hijo del propietario original del cine Condesa— al contestar como presidente de la Cámara de Diputados el informe presidencial que el general Álvaro Obregón presentaba en 1923.

En su respuesta al informe el tribuno empezó por reconocer los aciertos vasconcelianos en la educación, para enumerar a continuación los errores y los abusos cometidos en el ejercicio gubernamental. Como el presidente de la república mascullara desde su asiento una ridícula auto-defensa, Prieto Laurens pronunció entonces la frase que está grabada, no en oro ni en la Cámara de Diputados, sino en un metal más valioso aún: el que graba las conciencias: "Lo estoy acusando de ratero, no de pendejo, señor presidente". Una acusación inversa fue la que la Casa de la Paz la pudo lanzar, silenciosamente, al cacique cultural llamado Ernesto P. Uruchurtu.

 
 
El libro relata, denuncia, valora, registra, informa, emociona, interesa, conmueve; todo ello sin alcanzar el centenar de páginas. Otro de sus valores radica en la manera tan atractiva, enriquecedora e ilustrativa —esto último sin echar mano de una sola ilustración— de ubicar una obra arquitectónica. Ciertamente no se trata de un libro de arquitectura, pero sí de un libro sobre un edificio que evolucionó y fue respondiendo —con las diferentes formas adoptadas— a las demandas sociales de cada época. Teatro y arquitectura forman, en este caso, un escenario donde ha sucedido y continúa acaeciendo una parte importante de la vida cultural de la ciudad; de ahí, la enjundia del libro.

El edificio inició su servicio a la comunidad como cine, después sirvió como club deportivo y salón de baile, posteriormente alojó un taller mecánico; al convertirse en teatro de bolsillo le ganó una batalla a los cines que en esos años devoraban los viejos teatros. Finalmente antes de convertirse en Casa de la Paz, sirvió de estudio fotográfico. Todo ello se llevó a cabo dentro de la caja formada por sus muros originales, pues el estado actual tiene, desde luego, una condición espacial mucho más generosa para las actividades teatrales, gracias a las estructuras adicionadas con el proyecto arquitectónico de 1964, pero el edificio conserva los cimientos y los muros originales de los cuatro lados del cine Condesa. Por eso es acertado el subtítulo dado al libro: Noticia de múltiples espacios, porque con los mismos muros envolventes el edificio acogió sucesivamente: las ingenuas películas de Myrna Loy, los ímpetus juveniles del club Wacha Chara, las aceitosas tareas de un taller mecánico, el deleite de los niños con los títeres de hilo, también protegió del intemperismo los desnudos escénicos de Celia D'Alarcón y antes de convertirse en la Casa de la Paz, el patio de butacas albergó los trabajos fotográficos de Francisco Vives, que requerían espacios amplios para la reproducción, en grandes formatos, del arte mural mexicano para darlo a conocer en el extranjero.

Pero la transformación del espacio que hasta ahora ha tenido mayor significación e intensidad la realiza la Casa de la Paz al habilitar el edificio para presentar, adecuadamente, un espectáculo diferente cada día de la semana y el convertirse en refugio de las artes escénicas de vanguardia en ese entonces perseguidas. Por tan esmerada y eficaz acción protectora con las actividades artísticas, se dijo que don Miguel Álvarez Acosta era una especie de Cruz Roja para los golpeados artistas de la vanguardia.

Un dato que recoge el libro en calidad de homenaje poético para este inolvidable promotor cultural es el de que el mismo día de 1996 en que murió su fundador, la Casa de la Paz cumplía 31 años. Sergio López Sánchez logra varios aciertos con su relato, al realizar un trabajo de investigación muy vasto y esmerado, pero con el que no abruma al lector. También acierta al presentar la Casa de la Paz como hombre de teatro, es decir, con la sensibilidad y la pasión que despierta el teatro en quienes lo estudian, lo producen y lo sostienen: sea en el camerino, el escenario, la tramoya, la caseta de proyecciones o bien ocupando las butacas cuando se levanta el telón. Desde hace más de 20 siglos el teatro es la forma insuperada que tenemos para expresar la realidad virtual, porque la que ofrece el teatro no simula visual y funcionalmente la realidad, como lo hace la producida con recursos cibernéticos; el teatro destila la realidad a través de los filtros del pensamiento y del lenguaje verbal, musical, corporal y al destilar la realidad, crea una nueva realidad, es sí, virtual.

El libro que hoy nos congrega pone en contacto al lector con la variada secuencia de usos que ha tenido en 76 años el recinto donde nos encontramos; la publicación permite respirar espacio-tiempo, un aire ciertamente muy escaso en los libros sobre edificios; publicaciones, la más de las veces, asfixiadas por el denso lenguaje del cemento y de los estilos. Tal aporte es otro motivo para celebrar la aparición de la colección Escena, de la uam, que iniciada con la Casa de la Paz promete ser sumamente atractiva —gracias al refrescante criterio editorial manifiesto en el número uno.

El telón metálico que tuvo este teatro queda magníficamente descrito en el libro; sin embargo, hubiera sido conveniente informar al lector que esa pieza magistral de Manuel Felguérez, ejemplo excepcional de integración plástica, un día viajó en préstamo a alguna universidad de Estados Unidos —cuando el teatro lo manejaba el opic—... y todavía no regresa; solicitudes al respecto no han faltado. Recuperarlo y reinstalarlo en la función y el espacio para los que fue proyectado, es un compromiso del gobierno federal y de la uam. Cuando los lectores del libro conozcan la descripción del mural y del espectáculo que Alexandro Jodorowsky y Gelsen Gas montaron con voz, luz y sonido para levantar el telón, es seguro que sentirán la necesidad de repatriar esta joya del moralismo cinético, con el cual nuestro muralismo dio un salto cualitativo.

Manuel Felguérez fue el principal, si no el único, de los artistas contestatarios de la Escuela Mexicana de Pintura que les dio a los epígonos del muralismo y a Siqueiros —el único de los tres grandes que todavía vivía en 1964, año de la factura del telón— una muestra del enriquecimiento deseable que deben tener las tradiciones, en este caso la del muralismo que es, entre nosotros y desde los tiempos prehispánicos, una tradición renovada, no repetitiva, como lo confirman Bonampak, Ixmiquilpan, Chapingo y la escultura-muro-móvil de Manuel Felguérez en la Casa de la Paz.

Al escribir estas reflexiones se actualiza el dolor por la pérdida del mural para el teatro y para el país, y se lamenta la ausencia, en el libro, del tema de este despojo.

Otra pérdida que sufrió el teatro, esta sí irreparable, fue la destrucción de los dos valiosísimos trabajos que Lilia Carrillo integró a las vitrinas de los equipos contra incendio.

En las intervenciones ha habido, también, supresión inexplicable de elementos ornamentales de carácter arquitectónico, pues no se justifica que la UAM no le haya consultado al arquitecto proyectista del teatro los propósitos de mejora que se proponía realizar, máxime cuando el edificio goza de cierto carácter, pues no se trata de una construcción con el vocabulario arquitectónico de lo escuetamente comercial, a la que cualquier aplicación de acabados de moda le resulta benéfica; y sin embargo, así fue como se procedió.

La adquisición de la casa contigua al teatro permitirá adicionar los palcos proyectados originalmente y que no fue posible realizar por no haberse logrado entonces la compra de la casa de Cozumel 35. Ahora también será posible restituir la cafetería que por falta de espacio se destinó a oficina. Y también ¿por qué no? cumplir la idea original de don Miguel Álvarez Acosta de ofrecer, junto a las butacas, una mesita para disfrutar los espectáculos acompañándolos con bebidas y alimentos, idea que naturalmente no fue permitida por las ya citadas autoridades de la ciudad, pero que hoy se puede realizar abriendo en la pared que ustedes tienen a la derecha, un soberbio palco con servicio de alimentos y bebidas atendido por El Tío Pepe, la cantina que puede, con ello, formar parte más activa de este espacio teatral.

Concluyo:

Los señalamientos críticos hechos al libro son parte de su valoración, porque si no tuviera los méritos ya mencionados, y que desde luego son mucho mayores y más numerosos que las carencias señaladas, no valdría la pena dedicar tiempo a su análisis. Repito que estamos frente a una publicación que abre un nuevo panorama editorial al tratamiento de edificios que por su significación urbana, arquitectónica, plástica y cultural, constituyen "puntos duros" de las ciudades, lo cual representa un éxito de la uam y de Sergio López Sánchez. Es de esperarse que la colección Escena, a la cual pertenece esta Noticia de múltiples espacios, mantenga los aciertos metodológicos y de estilo que este título, que abre la colección, alcanza.

No sería justo terminar sin reiterar la participación central de don Miguel Álvarez Acosta en esta aventura cultural de prosapia vasconcelista y para ello citaré al propio Álvarez Acosta, quien cierra el libro con un poema que presenta a la Casa de la Paz como una nueva Babel; el teatro, en efecto, es como Babel: una utopía realizada en todos los tiempos y en todas las culturas.

   
La Casa de la Paz

Es la nueva Babel que redime;

es la voz fraternal de las almas,

es la música fiel del idioma,

es la torre que al fin se levanta.

Y ¿cuál es el idioma que nutre,

la lengua que salva?

La que todos los pueblos y todos los credos

y todas las razas

en unánime canto pronuncian

una misma plegaria:

La oración de la música,

la hermosura que gira en la danza,

la que dice colores y formas,

la que mueve en el drama,

la que asciende en los coros,

la que bellos poemas enlaza.

Estas son las verdades risueñas,

las que el hombre del siglo proclama;

estas son las señas del tiempo

y el amor que predica esta casa.

Es el credo del México nuevo y antiguo,

la verdad de una América Blanca.•