La tercera ola feminista: cuando la diversidad, 
las particularidades y las diferencias son lo que cuenta
*Andrea Biswas
Feminismo es una palabra que despierta toda clase de sentimientos y evoca cualquier tipo de estereotipos. Ser identificado como una o un feminista es para muchas —y muchos— un insulto y una etiqueta usualmente empleada para referirse a lesbianas (Martindale, 1991, en Mandell, 2000, p. 49), mujeres "locas y antihombres" (Friedan, 1970, en Love, 2000, p. 499), amantes frustradas y ninfómanas. Muchas jóvenes no están familiarizadas con las ideas feministas y aun así —sin saber a ciencia cierta lo que estas activistas hacen, dicen o piensan— les desagrada la idea de ser asociadas con las imágenes negativas que el concepto "feminista" trae a la mente de diversas personas. 

Mujeres manifestándose para lograr la legalización del aborto o hablando sobre la opresión patriarcal a la cual están sujetas y parejas homosexuales (lesbianas, en este caso) acusando al gobierno de discriminación por prohibir el matrimonio o la adopción de menores por parejas del mismo sexo, son algunas de las imágenes asociadas con movimientos en pro del sexo femenino. Pero el feminismo va más allá de la creencia popular de mujeres traumadas o poco femeninas. Es un concepto que adopta varios y distintos significados dependiendo del contexto cultural, la clase social a la que se pertenece, la religión que se profesa, las características físicas que diferencian a una persona, la edad y el género con el que cada individuo se identifica. 

El feminismo es un concepto tan vasto que es necesario primero delinear y definir mi propuesta de lo que es el feminismo y ver cómo esta definición será útil al momento de confrontar dos de las más recientes olas feministas.1 Activistas e historiadores han dividido el movimiento en diferentes etapas con el propósito de hacer más fácil la identificación y evolución de su ideología y las metas que pretenden alcanzar. Siguiendo el criterio de algunas feministas —Betty Friedan, Jennifer Drake y Nancy Mandell— y algunos historiadores y escritores —George Duby y Michelle Perrot—, el movimiento está dividido en primera y segunda ola. Sin embargo, el mundo ha cambiado tanto en los últimos años que lo que nos hace iguales es más fuerte que nunca, pero también lo es lo que nos hace diferentes.

Las particularidades y complejidades que hacen de cada grupo étnico, social, económico, religioso y cultural algo único contribuyen a que cada persona entienda y aplique determinados conceptos e ideas, de tal manera que sólo pueden ser correctamente interpretados si cada distintivo y cada experiencia es estudiada y analizada con cuidado. Tomando en cuenta los cambios que ha sufrido el mundo y, en consecuencia, quienes habitan en él, discutiré las razones y el porqué la creación de una nueva ola dentro del movimiento feminista es necesaria. Esta nueva ola, cuya creación en parte propongo, deberá apegarse al legado que las y los antecesores del movimiento han creado, al mismo tiempo que se integran nuevas ideas, nuevas fronteras y más particularidades, desechando en parte las generalidades que hacen que una idea se aplique a algunos y excluya a otros. 

Como la idea sobre la igualdad de los géneros ha permanecido como la meta más importante por alcanzar, mientras que las concepciones de libertad y justicia han cambiado, esta etapa debería de recibir el nombre de tercera ola. Éste deriva del hecho de que tanto mujeres como hombres aún continúan promoviendo y alimentando la evolución del movimiento feminista y —por tanto— es una extensión de la primera y segunda ola, pero como cada día se hacen más notorias las diferencias entre las antiguas ideas y la actualidad, es necesario la creación y fundación de una nueva.

Al agregar una nueva etapa al movimiento feminista, su clasificación quedaría de la siguiente manera: la primera ola abarca la generación de sufragistas y de grupos en pro de los derechos de las mujeres, cuya lucha comenzó alrededor de 1880 y llegó a su final en los años cuarenta del siglo xx, cuando las mujeres de la mayoría de los países desarrollados ya contaban con el derecho a votar; segunda ola, todavía vigente y que aspira a la participación en los campos de toma de decisión por parte de las mujeres así como por un control más amplio sobre algunos asuntos privados, como la igualdad sexual y el aborto; la tercera ola es la nueva generación que pretende conseguir un enfoque más perspicaz en los asuntos concernientes a las zozobras femeninas por medio del estudio de las particularidades de cada grupo y la exaltación de la diversidad cultural, social, religiosa, racial y sexual.

Orígenes y definición del movimiento feminista 

Para la mayoría de los ensayistas y feministas la historia de la emancipación de las mujeres comenzó alrededor de 1782, cuando María Wollstonecraft publicó su "Vindicación de los derechos de las mujeres" (Elliot, 1991, en Mandell, 2001, p. 25).2 Para esta sufragista británica, igual que para quienes formaron parte de la primera ola feminista, el propósito de manifestarse y organizarse era tener acceso a las áreas de toma de decisión por medio del derecho al voto (ibid.; Love, 1998, p. 490; Lotz, 2003). En este punto, feministas y sufragistas eran casi sinónimos, aunque mi propuesta sugiere que esta línea del tiempo no es necesariamente correcta. 

Si aceptamos la publicación de este documento como el principio del fin del "movimiento de dominación masculina" (Mandell, 2000, p. 24) estamos restringiendo el movimiento feminista a la lucha por el poder, en especial en el ámbito público, y a la liberación femenina de su contraparte masculina.3 Esta es aún una aseveración ampliamente aceptada, la cual no ha sufrido cambios con la aparición de la segunda y la tercera ola. Estas últimas ramas del movimiento feminista han expandido sus propósitos y fines hacia ámbitos más privados de la vida diaria, como la actitud y orientación sexual, así como la enseñanza de roles con base en el género. 

Por otro lado, si indagamos en la lucha femenina por lograr igualdad advertiríamos que a lo largo de la historia ha habido mujeres (y hombres) que han alzado sus voces con el fin de mejorar las condiciones del —muchas veces— llamado sexo débil. Si bien no sabemos los nombres de estas (y estos) revolucionarias, que me atrevo a denominar feministas, es a ellas (y ellos) a quienes debemos la realización de cambios que las generaciones futuras hemos dado por hecho. Esto ha resultado en una cadena en la que cada ola ha presupuesto los logros de la anterior. 

Las feministas de la tercera ola han asumido, igual que muchas mujeres y hombres que no se consideran feministas, que las mujeres tienen el derecho "innato" de, por ejemplo, ejercitarse en gimnasios mixtos o ir a la universidad, cuando en realidad estos cambios han sido "victorias" de la segunda ola.4 De manera similar, los miembros de ésta adoptaron ciertas actitudes y conductas que no habrían sido posibles sin la intervención de activistas previas, la primera ola, como obtener una licencia de manejo, usar pantalones y tener el derecho a votar (Friedan, 1970, en Love, 2000, p. 495). Asimismo, las y los pioneros de la primera ola no comenzaron su revolución desde cero: cuando las primeras activistas en pro del sufragio femenino aparecieron en Inglaterra, las mujeres ya eran tomadas en cuenta en los censos de población y se les permitía, aunque de manera restringida, tener acceso a la educación (Duby y Perrot, 2001, p. 21). 

Tomando en consideración la información antes discutida, podríamos concluir que el feminismo debería ser la lucha por la igualdad de los géneros en lugar de que uno domine al otro. Muchas feministas radicales, en especial las que pertenecen a la segunda ola, han sugerido el establecimiento de un matriarcado a manera de una nueva organización social. Si lo que estas activistas pretenden es la total libertad de las mujeres y una posición exactamente igual a la de los hombres, la idea de una sociedad polarizada no debería ni siquiera ser considerada como posibilidad. 

Este enfoque parcial respecto a la igualdad y habilitación de las mujeres es la discusión central de este ensayo. Igualdad es un término de connotaciones ambiguas aun en las filas del movimiento feminista. Basta mirar con atención la historia del feminismo para advertir que las mujeres blancas han sido las protagonistas del movimiento: la feminista del siglo xx es una mujer blanca perteneciente a una clase acomodada (media o alta), residente en un país de primer mundo —como Estados Unidos, Inglaterra, las naciones mancomunadas a ésta y la mayoría de Europa. Contrasta el rol secundario que han desempeñado mujeres de otras razas (negras, morenas, amarillas). Esto se debe a que en las doctrinas igualitarias de las feministas el estatus de una mujer de tez clara es mayor al de una de tez oscura (Helen Zia, 1991, en Love, 2000, p. 477). 

El mundo se ha modificado de manera dramática en los últimos años e ideas nuevas han sido difundidas en los ámbitos social y político, y otras más han sido modificadas a contextos contemporáneos. El feminismo no debería ser excepción. En tiempos actuales, donde el activismo y el fundamentalismo de la segunda ola feminista son percibidos como exagerados e innecesarios, quienes creen en la libertad e igualdad de todas las personas, sin importar rasgos físicos, religión, género, orientación sexual o posición económica, deben afrontar novedosos retos y encontrar un esquema más apropiado para un mundo que cambia cada vez más rápido (Kaplan, 2003). 

Autores como Miles, Reza-Rashti y Bryn Buddle (2001) han declarado que en la actualidad el movimiento feminista se encuentra fuertemente establecido. Las mujeres han intensificado y reforzado su posición en la sociedad. Es tiempo de cambiar, de evolucionar y de adaptarse a las necesidades de las nuevas generaciones de mujeres y hombres, por igual. Es momento de crear otra conciencia social en la que las mujeres de todo el mundo sean partícipes en la lucha por la igualdad de derechos y la celebración del enfoque que cada cultura le da al movimiento feminista. Llegó la hora de promover la diversidad, de alentar la feminidad del género y de "dar un espacio a aquellas mujeres que, en ocasiones anteriores, han sido silenciadas" (ibid.). En otras palabras, es tiempo de una nueva ola, la tercera.

Activismo: la segunda ola y la guerra de los géneros

Al término de la segunda guerra mundial algunas mujeres estaban "disfrutando" de los beneficios que las pioneras de la primera ola feminista habían conseguido: podían votar, formar parte de la fuerza laboral, manifestarse en público, organizarse en sindicatos y —quizá lo más importante— estaban retando el estado de "marginalización silenciosamente estereotipada y tergiversación de las mujeres" (ibid., p. 3). Esta generación de mujeres había aspirado a la creación de un espacio dentro de la sociedad tradicional para ellas y su descendencia, y lo estaban logrando. No obstante, esta ola es responsable de la creación de muchos de los elementos que ahora forman parte de los estereotipos y "caricaturas" (Drake, 1997) feministas y que las presentan como lesbianas y mujeres en contra de los hombres. Estas mujeres, aunque no todas, concibieron la jerarquía patriarcal como una falta de respeto, creían en la guerra de los géneros y sentían que muchos aspectos en su vida diaria las oprimían; hasta intentaron establecer un matriarcado y una sociedad conformada únicamente por mujeres. Estas mujeres aborrecían la idea de estar sexualmente subyugadas y exigían ejercer control absoluto sobre sus cuerpos. Habían aceptado convertirse en lesbianas con el fin de crear un nexo (Rich, 1980, en Mandell, 2001, p. 57) entre ellas y se habían impuesto en la toma de decisiones con respecto a la maternidad (Friedan, 1970, en Love, 2000, p. 497). 

Ellas eran activistas, fundamentalistas y radicales que cambiaron y reformaron la vida de muchas mujeres (primordialmente en Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia y Europa) y si bien algunos de sus objetivos no fueron concretados hasta el punto que ellas hubiesen deseado (una sociedad matriarcal nunca tuvo lugar), hicieron las cosas un poco más fáciles para las siguientes generaciones de mujeres y hombres al ofrecerles un panorama menos desigual. A pesar de esto, el mundo no ha dejado de cambiar y las necesidades, deseos, ideas y particularidades de las nuevas generaciones divergen de las de la segunda ola. Las generaciones recientes saben que se debe difundir "un rango más amplio de voces feministas y de experiencias femeninas" (Drake, 1997), que no hay punto en luchar contra los hombres, que no hay necesidad de luchar contra la violencia con violencia y que las mujeres no necesitan adoptar un papel de víctima para ser reconocidas (op. cit.). Este nuevo grupo de mujeres aclama la feminidad alrededor del mundo: esta nueva ola, la tercera, está orgullosa de su condición de mujer y está consciente de cómo los rasgos físicos, varias religiones, culturas y condiciones económicas las sitúan en posiciones desiguales. Al aceptar la existencia de estas diferencias y de admitir que las mujeres se enfrentan a diferentes obstáculos dependiendo de sus particularidades, esta nueva ola es más femenina y poderosa de lo que han sido las anteriores. 

La tercera ola: mujeres femeninas de todo el mundo

Como ya he dicho antes, es necesario establecer una nueva ola feminista con el propósito de responder a la situación global y a los diferentes rasgos que hacen de cada comunidad algo único y que, por lo tanto, provocan diferentes reacciones ante ciertos acontecimientos e ideologías. Como resultado de las particularidades religiosas, culturales, educativas, políticas y fisonómicas la tercera ola tiene que ser creada. Ahora discutiré los inicios de esta nueva ola, sus ideas y preceptos más importantes y cómo es que difiere de sus antecesores. 

Sería incorrecto decir que un día determinado la segunda ola feminista llegó a su fin y que al día siguiente la tercera ola ya había sido establecida. Jennifer Baumgardner y Amy Richards (2000) mantienen que este movimiento cobró vida durante el verano de 1992, cuando un grupo de mujeres de Estados Unidos se congregaron con el fin de convencer a la gente joven de los cincuenta estados norteamericanos de participar en las elecciones. Su objetivo principal era alentar las votaciones en aquellos estados en los que había mujeres contendiendo por una candidatura y dar una señal de que la gente joven estaba "lista para reclamar su poder político". Esta congregación tuvo éxito hasta cierto punto. 

Sería muy conveniente declarar a esta fecha, verano de 1992, como el nacimiento oficial de la tercera ola; pero, afortunadamente para muchas mujeres alrededor del mundo, esto no es del todo correcto. Los cambios culturales y sociales que han tenido lugar en el mundo han formado y transformado nuestra percepción de quiénes somos, qué queremos y cuándo es que lo queremos, y esto no tuvo lugar durante los primeros años de la década de los noventas. Antes de esta fecha mujeres latinoamericanas, de color y provenientes de un estrato económico bajo estaban revolucionando la manera en la que podían convertirse en feministas y activistas de su propia causa.

Mujeres provenientes de países pobres, diversas clases sociales, varias religiones, culturas y formación educativa no se precipitaron, ni se precipitan, a las calles demandando igualdad, porque el tipo de igualdad que estaban buscando, y buscan, es, en cierto modo, diferente a la perseguida por las feministas europeas o norteamericanas. Estas mujeres necesitan luchar primero contra la pobreza, la discriminación, la injusticia social y la marginación, al tiempo que puedan tener acceso a los sistemas de educación y seguridad social y elevar su autoestima. Estos grupos tienen que luchar contra la violencia doméstica, el abuso sexual y la extirpación de los órganos genitales. Una vez que hayan logrado lo anterior, todas las mujeres y los hombres, no sólo los "oprimidos", serán más libres, y el feminismo, o al menos su precepto básico por la igualdad, se habrá convertido parcialmente en realidad. En pocas palabras, la necesidad de adaptarse a este tan cambiante mundo es una de las razones principales por la cual las feministas necesitan reunirse y establecer un nuevo programa e ideología. 

La tercera ola difiere de la segunda principalmente porque las nuevas generaciones están conscientes de sus diferencias y particularidades y no pretenden homogenizar el movimiento: al contrario, prefieren adoptar sus propias limitaciones (Gilmore, 1997). Las y los miembros de esta nueva ola saben que el activismo va más allá de una manifestación y consideran de mayor importancia romper con el estatus quo femenino y reasignar los roles de ama de casa y de cuidado de los hijos. Esta ola diverge de la anterior en parte porque las mujeres se han dado cuenta que son diferentes, que cada una enfrenta retos únicos a lo largo de su vida y que además sus rasgos físicos, religión, cultura y clase socioeconómica las hace vivir y definir el feminismo de maneras desemejantes. Lo que quizás ha creado la brecha más grande entre la más reciente y la ola anterior es que nosotras, mujeres originarias de todos los rincones del mundo, ya no peleamos en contra de nuestra feminidad y nuestro lado maternal sino que hemos aprendido a celebrarlo y promoverlo (Baumgardner y Richards, 2000).

Las mujeres de esta última ola pretenden destruir los conceptos erróneos que la gente asocia con las feministas. Saben que ser feminista y luchar por la igualdad no tiene nada que ver con cortarse el cabello, dejarse crecer el vello en las piernas y otras áreas del cuerpo, ser lesbianas o jugar rugby, tal y como muchas de la segunda ola hicieron y siguen haciendo. Al contrario, para ellas ser feminista significa maquillarse y usar vestidos, casarse y tener hijos, bordar y usar color rosa y ser, al mismo tiempo, capaces de enlistarse en el ejército o en un grupo de atletismo. Feminismo es también poder votar, participar en cualquier aspecto de la vida pública y privada, ejercer su sexualidad con total libertad, denunciar cualquier abuso sexual y violación, destruir los estereotipos de belleza y "convertir política en acción" (Gilmore, 2001). En resumen, significa ser iguales a los hombres pero diferentes, dentro de las complejidades del género; antes implica ser una feminista sin declararlo.

Esta nueva generación de feministas necesita cambiar algunos de los métodos empleados antes y que han dado a la ola precedente una reputación de radicales y "mujeres locas". Por ejemplo, necesitan dejar de culpar a los hombres de controlar a las mujeres, cuando en realidad son ellas las que no se sientes listas o cómodas con la perspectiva feminista (Drake, 1997). También necesitan aumentar la conciencia y participación (mujeres y hombres por igual) y encontrar nuevas y locales formas de habilitar el papel de las mujeres, garantizando la igualdad sin atentar contra las particularidades de cada cultura y sociedad. Al mismo tiempo necesitan combatir problemas más modernos, como los cada vez más comunes desórdenes alimenticios, estereotipos de belleza, obsesión por la moda, violencia, enfermedades de transmisión sexual y discriminación (aun cuando algunos hombres también son víctimas de estos problemas, la mayoría de los casos se presentan dentro de la población femenina). Todas las características anteriores hacen a este movimiento multifacético en lugar de estandarizado, multidimensional más que polarizado y multicultural antes que institucionalizado, pero que al final sigue luchando por el principio básico de igualdad.

 
 
 
 
 
 
 
 
   
Hay un sentimiento de cambio que ha influido al mundo y a todos los que habitamos en él. La gente habla de diversidad y diferencias y a nuestro alrededor somos capaces de identificar a muchos individuos que son diferentes a nosotros en todos los aspectos posibles, excepto en que somos seres humanos y que todos merecemos, y tenemos derecho a, la igualdad. La dicotomía mujer-hombre no debería ser la excepción y aunque ambos géneros han estado involucrados en una especie de guerra, intensificada en muchos casos por la segunda ola feminista, es hora de la reconciliación y apoyo mutuo. El feminismo, así como sus seguidoras y seguidores, ha cambiado y juntos han abordado el tema de la igualdad de una manera más enriquecedora, que incluye a más gente, que explora nuevas fronteras, que busca nuevas soluciones y promueve la feminidad de los géneros. Las nuevas generaciones, incluyendo a la tercera ola, luchan en pro de la igualdad mientras elogian la diversidad cultural, la heterogeneidad y hemos adoptado nuevas áreas en las cuales participar como activistas al usar nuestras vidas personales para alcanzar justicia e igualdad, sin importar nuestros rasgos étnicos, políticos, sociales o económicos.• 
*Andrea Biswas realiza estudios de economía y ciencias políticas en la Universidad de British Columbia, en Vancouver. El ensayo lo escribió originalmente en inglés, y la traducción al español es suya. 
Bibliografía

Nancy Mandell (ed.), Feminist issues, Toronto, Prentice Hall, 2001.

Jennifer Baumgardner y Amy Richards, ManifestA, Nueva York, Farrar, Straus y Giroux, 2000.

George Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres (en Occidente), vol 5: El siglo XX, traducción de Marco Aurelio Galmarini, Madrid, Taurus, 2001. 

Nancy Love (ed.), Dogmas and Dreams: A reader in Modern Political Ideologies, Nueva York, Chatman House, 1998.

Stephanie Gilmore, "Looking Back, Thinking Ahead: Third Wave Feminism in the United States", en Journal of Women's History, 12, Indiana University Press, invierno, 2001, pp. 215-221.

Amanda Lotz, "Communicating third-wave feminism and new social movements: challenges for the next century of feminist endeavour", en Women and Language, 26 (1), 2, marzo, 2003. 

Ann Kaplan, "Feminist futures: trauma, the post-9/11 world and a fourth feminism?", en Journal of International Women's Studies, 4 (2), Bridwater State College, abril, 2003.

Elizabeth Suter, "Generations differ in defining feminism, tradition", en Women in Higher education, 12 (9), 8, septiembre, 2003. 

Jennifer Drake, "Review Essay: Third Wave Feminisms", en Feminist Studies, 23 (1), 97+, primavera, 1997. 

Notas

 1 Cuando hablamos de olas nos referimos a diferentes tendencias y ramas de un mismo movimiento. Lo que caracteriza a una y otra son usualmente diferencias de opinión o interpretación de una idea. De cualquier manera, todas las olas deben de mantener ciertos preceptos. En el caso de las feministas, aunque algunas sean seguidoras de la segunda y otras se inclinen más por la tercera ola, todas —y todos— luchan por dar poder a las mujeres y conseguir una posición social igual a la de los hombres y por lograr la participación femenina en la toma de decisiones, sean éstas en el ámbito público o privado.

 2 Hay algunos autores que datan el principio del movimiento en 1848, cuando un grupo de mujeres se reunió en Séneca, Nueva York. El propósito de esta primera reunión femenina era dar a conocer "La declaración de sentimientos" y exigir igualdad en derechos entre hombres y mujeres (Love, 1998, p. 613; Baumgardner y Richards, 2000, p. 69).

 3 Feministas más radicales, como Heywood, Drake y Snitow (Kaplan, 2003), responsabilizan a la organización patriarcal de la sociedad de la opresión de la cual son "víctimas" las mujeres.

 4 Dar por hecho ciertas actitudes y comportamientos es uno de los conflictos más severos entre la segunda y la tercera ola (Blau DuPlessis, Snitow y Brownmiller, en Gilmore, 2001). No obstante, la naturaleza de las discrepancias existentes entre estas dos olas será discutida más adelante.