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y la aparente sucesión del tiempo,
doble el azar y la memoria,
doble este mar que ahora contemplo y hiere
todo lo que pronuncio,
doble y contrario pero unísono,
en este acorde disonante
de tu nombre y el mío.
El viaje en su doble proyección, tanto inmóvil como móvil, hacia afuera y hacia adentro,
como movimiento antitético es una recurrencia a lo largo de
Piedra rota
.
El viaje existe porque el caminante no para de andar, esa es su misión: caminar
continuamente por la playa, caminar para confirmarse y confirmar la situación de
su estado. El caminar como viaje es la meta. A veces el viaje hacia adentro se contra-
puntea con el de afuera. Los poemas dan cuenta de lo que ocurre en el trayecto de un
paseante que porta consigo una piedra en la mano. El libro acompaña esa escritura
que se abre a tres estructuras: la literaria, la musical y la gráfica. Se comienza con
poemas cortos que van
in crescendo
hasta llegar a uno central “(
Espiga
)” que es muy
largo y da cuenta del crecimiento interior, es decir, la espiga va desarrollándose por
dentro y termina por crear un territorio que domina, pero que pocas veces pensamos.
Es curioso, este poema no es de litoral, sino de tierra adentro, de campo de trilla, de
otra geografía. Diría, paisaje nocturno, inédito, como el descrito en “(
Piedra ciega
)”:
“Vuela la piedra oscura/ más allá de la noche,/ silba/ y en su cantar/ se escribe el pen-
samiento/ ahora de mi existir,/ signo desde esta orilla/ que mira inmóvil/ el ámbito
del vuelo”.
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Después se da el descenso en la coloratura musical y los poemas se van
acortando en su métrica.
El poema como un proceso de autoconocimiento y autoexploración a través del viaje, ¿es
hendidura?, ¿una concepción muy particular de conciencia?
Las imágenes poéticas no surgen espontáneamente, pertenecen a una memoria
individual, familiar y colectiva. Una de las labores del poeta es rastrear esos rincones
y pasadizos quizás no recorridos por nadie, esos divanes de la memoria donde se acu-
mulan ecos, voces, huellas y sonidos que nos pertenecen porque están ahí, cubiertos
por el manto del olvido, y nos prefiguran. Es en ese rastreo, en ese levantamiento del
velo donde brota el poema, surgen las palabras, las metáforas, los nombres dormidos.
La imagen acecha y es acechada a la vez: yo busco las imágenes y las imágenes me
buscan porque se trata de un proceso amoroso donde todo conlleva a una búsqueda
y a una huida simultáneas:
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Ibid
., p. 72.