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el mito del trabajo individual y la economía que esto supone dentro

del mundo del arte.

Nuestro tiempo es propicio para reflexionar en torno a los diver-

sos movimientos feministas que cada tanto se gestan por las diversas

problemáticas que enfrenta la sociedad. No descarto que existen otras

muchas propuestas que demuestran una congruencia estética de frente

a la política, pero en la enunciación del cuerpo se encuentra el ele-

mento donde se congregan no sólo las experiencias y tradiciones que

han concertado disrupciones en la historia del arte, sino un espacio de

intimidad y apertura que introduce al otro en un juego donde la regla

es exponerse y enunciar de manera conjunta el desgarro, el gozo y la

angustia de un cuerpo que aun en la ausencia —como

lo demuestran

algunas piezas que se unen a experiencias de violencia de género o de

Estado donde son enunciados los cuerpos ausentes— pervive en la

memoria. Mónica Mayer concreta una ética de la estética que de ma-

nera natural sitúa una revolución política, que enmuchas ocasiones ha

llegado incluso a escandalizar ante los quiebres simbólicos que propone

en cada pieza y acción.

La propuesta de Mónica Mayer la entiendo como un

collage

de

escenas que resignifican la contundencia de ser mujer, experiencias que

mantienen no solamente una resonancia en la vida pública, sino sobre

todo en la vida privada de los tejedores de la trama social. Esta resig-

nificación necesariamente induce a una ruptura en todos los sentidos,

una plataforma política que promueve constantemente el diálogo y la

reflexión en torno a lo que somos y al cambio tan necesario en todas

las épocas. Su obra demuestra que ante las grandes demandas y los pro-

fundos focos de injusticia que observamos en cualquier planicie, en los

intersticios que se observan en esos espacios demagnitudes exorbitantes,

son producidas formas de vida cuyo valor para la comprensión de los

grandes fenómenos resultan imprescindibles si es que se quiere navegar

a ese cambio, que desde luego deviene trauma, como toda mudanza,

como todo proceso límite. A fin de cuentas, eso es una revolución: una

transgresión orgánica que se abre lugar desde el cuerpo y que articula

una fuerza capaz de estremecer, de inundar y dar luz a cualquier voz

que se decida a parar el orden establecido.