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manuscrita sobre hojas en blanco plagadas de renglones torcidos, las acompañan

dibujos e ilustraciones de sus ideas y apuntes.

Con sus amigos, Louÿs y Gide solía pasear en por las playas de Séte. Durante

esas visitas con sus colegas, ambos vivían en París, hablaba con ellos sobre la figura

de Narciso, el hombre embelesado con su reflejo; para Valéry Narciso le devolvía su

imagen, era el símbolo de sí mismo como pensador y escritor. Había descubierto

su sepulcro en el jardín botánico de Montpellier. Un lector escribió: “Narciso era la

figura mitológica destinada a convertirse en el ángel de su simbolismo. El papel de

Narciso es el de un decidido y despiadado autoanálisis, bastante opuesto al genio

más peligroso de la naturaleza proteica cuyo poder sería el de la metamorfosis. El

cuerpo de Narciso es su única defensa contra la muerte que lo está esperando. Su

único objeto del amor es él mismo y reza a los dioses para que detengan la luz del

día cuando empieza a disminuir”. En una parte del poema de Narciso dice:

¡Fusión de dichosos cuerpos, planicie de aguas profundas!

¡Estoy solo!... ¡Si Dioses y ecos y olas

Y si tantos suspiros permiten que así sea!

¡Solo!... pero aún el que a sí mismo se aproxima

Cuando se acerca al borde que bendicen este follaje…

De las cimas, ya el aire cesa el saqueo puro;

La voz de las fuentes callan, y me habla de la noche;

Un gran calma me escucha, donde yo escucho la espera.

Escucho crecer la yerba de la noche a la sombra santa,

Y la luna pérfida eleva su espejo

Hasta en los secretos de la fuente apagada…

Hasta en los secretos que temo conocer,

Hasta en el repliegue del amor a sí mismo

Nada puede escapar al silencio de la noche…

La noche cae sobre mi carne y le susurra que la amo.

Su voz fresca en mis vocales tiembla al consentir;

Casi en la brisa, parece mentir,

Tanto se estremece su templo tácito

Que conspira el espacioso silencio de tal lugar.

Oh dulce sobrevivir a la fuerza del día,

Cuando ella se retira al fin rosa de amor,

Todavía algo ardiente, y con fatiga, pero colmada,

Y de tantos tesoros tiernamente abrumada

Por tales recuerdos que enrojecen su muerte,

Y que la hace dichosa arrodillarse ante el oro;

Pues se expande se funde, y pierde su vendimia;

Y se apaga en un sueño de la noche que cambia.

¡Qué pérdida en sí mismo ofrece un paraje tan tranquilo!