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El alma, hasta perecer, se inclina hacia un Dios

Que pide a la ola, ola desierta, y digna

Bajo su lustre, del bruñido desvanecimiento de un cisne…

¡De esta ola nunca beben los rebaños!

Otros, aquí perdidos, encontrarán reposo,

y en la sombría tierra, una nítida tumba que se abre…

¡Pero no es la calma, ¡ay! que allí descubro!

Cuando en la opaca delicia donde duerme esta claridad,

Cede a mi cuerpo el horror de mi follaje apartado,

Entonces, vencedor de la sombra, ¡oh mi cuerpo tiránico,

Rechazando en los bosques su espesor de pánico,

¡Todo me llama y me encadena a la carne luminosa

Que me opone a las aguas de la paz vertiginosa!

¡Que yo deplore tu relámpago fatal y puro,

Tan blandamente por mí, fuente circundada,

Donde beben mis ojos en tu letal azur,

Los ojos mismos y negros de su alma asombrada!

En los versos de Narciso se advierte ya un tono abstracto. Lo acompañan los dioses

y los mitos, pero sólo son el telón de fondo de sus profundas cavilaciones acerca de

la dificultad para poner en funcionamiento el mecanismo que regirá todo el orden

del poema: métrica y medida, de lo que se desprenderá un tono, un ritmo, una

melodía. La música no tiene referente ni en el mundo tangible ni en la alegoría. En

su juventud Valéry con su Narciso no establece todavía un punto de partida para la

búsqueda de una forma absoluta, que le permita la exploración de lenguaje abso-

luto. Mientras abreva de las fuentes del simbolismo. Lo desvela el ejercicio de una

versificación exacta en sus reglas. Escribe poemas como “La Hilandera”, poemas que

escribe y no publica, como sucede durante su juventud, mientras da a conocer sus

páginas de prosa, guiadas por el rigor de un pensamiento lógico:

Sentada, la hilandera en el marco azul de la ventana

Donde el jardín melodioso se mece

La antigua rueca ronronea y la embriaga.

Sentada, habiendo bebido el azul al hilar la mimosa

Cabellera, en sus dedos tan débiles y evasivos,

Sueña, y su cabeza pequeña se inclina.

Un arbusto y el aire puro son fuente viva

Que, suspendida en el día, deliciosa riega

Sus ruinas de flores el jardín del ocio.