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De ahí en adelante, con personajes como
El niño amarillo
(1894),
Mutt y Jeff
(1907),
Krazy Kat
(1913),
Félix el gat
o (1923),
Popeye el marino
(1929),
Buck Rogers
(1929),
Dick
Tracy
(1931),
Mickey Mouse
(1933),
Tintin
(1934),
El príncipe Valient
e (1937),
La familia
Burrón
(1937),
Superman
(1938),
Batman
(1939),
Archie
(1941),
La pequeña Lulú
(1945),
Condorito
(1949),
Charlie Brown
(1950),
Beto el recluta
(1950),
Daniel el travieso
(1951),
Astro Boy
(1951),
Santo el enmascarado de plata
(1952),
El eternauta
(1957),
Los pitufos
(1958),
Mortadelo y Filemón
(1958),
Fantomas
(1960),
Los cuatro fantásticos
(1961),
Asterix
(1962) o
Mafalda
(1964). En este periodo, que podríamos llamar clásico, se pasa de la
historieta de travesuras y gracejadas de
Mutt y Jeff
a la aventura existencial de Charlie
Brown y de ésta al planteamiento social del papel de los niños y adultos en el mundo
moderno, tal y como el dibujante argentino Quino lo hizo con
Mafalda
.
La historieta tradicional se ubica en la creación de personajes simpáticos al lector,
que pueden ser figuras extraordinarias con vidas ordinarias (los superhéroes) cuyo
deber es salvar a la humanidad o, al menos, a la chica de sus sueños; la vida familiar
como un cosmos cerrado y autosuficiente (
Lorenzo y Pepita
) y la aventura exótica por
el mundo (
Tarzán
), ciertas épocas históricas (
El llanero solitario
,
El príncipe Valiente
)
o el futuro lleno de novedades tecnológicas (
Flash Gordon
). La fuerza mayor de estos
cómics radica en hacer de un lugar específico (una casa, una oficina, una escuela
secundaria, un bosque, un pueblo) la representación universal de lo humano en
sus distintas etapas de vida, el paradigma de un estilo de existencia, de una forma
de lidiar con los problemas cotidianos de amar y crecer, de luchar y convivir. Punto
focal donde se dan cita alegrías y peleas, cuitas y gozos que se comparten con un
lector que se identifica con tales personajes y aconteceres, que se siente unido a esas
vidas, viajes, descubrimientos y aventuras.
Todas estas historietas, a primera vista, responden a un público infantil o juvenil.
Pero habría que mirar de nuevo la realidad del mundo del cómic del siglo xx. Ya
Francisco Ibáñez, el creador de
Mortadelo y Filemón
, ha asegurado que “la gente que
dice que mi trabajo es obra para niños está equivocado. Si yo hubiera tratado de vivir
de los niños ahora estaría limpiando ventanas”. Porque buena parte de los cómics
también eran leídos por los adultos. Y aunque desde el principio hubo cómics más
orientados al público adulto (desde
Terry y los piratas
a
Betty Boop
, pasando por
Li’L
Abner
o
Jane
), el cómic siempre fue un trabajo creativo para toda clase de especta-
dores, hombres y mujeres, chicos y grandes.
Así, para los años sesenta,mientras los cambios culturales se suceden a velocidad
vertiginosa en la música, el arte, el cine, la televisión o la moda, van apareciendo
heroinas sexualmente activas como
Valentina
en Italia o
Barbarella
en Francia y el
propio cómic muta, vía la costa oeste estadounidense sumergida en el fenómeno
psicodélico, con obras retadoras de los típicos valores americanos, como ocurre con
los cómics de Robert Crumb:
Fritz The Cat
(1965) y
Mr. Natural
(1967) o con Garry
Trudeau y su
Doonesbury
(1970), donde Trudeau hace una especie de bitácora del
imperio americano en clave burocrática, por lo que sus protagonistas son los políticos,
militares y periodistas de su país dentro de cada una de las guerras y presidencias en