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Ramón López Velarde, redactor de la revista
El Maestro
, coincidiera una obra plástica
de su amigo titulada,
Simón Bolívar
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, justamente en el número 3 de dicha publicación
vasconcelista, edición del mes de junio de 1921 que daría a conocer el más popular
de los poemas del nativo de Jerez, Zacatecas,“La suave Patria”. Un cuadro sobre una
figura épica de la historia americana en correspondencia con la “épica sordina”don-
de se entrecruzan la historia patria de México con la historia matria de la provincia
mexicana. ¿La poética del azar o la sintonía espiritual los reuniría una vez más? Para
varios estudiosos, el amigo más entrañable de López Velarde fue Herrán; estas pala-
bras escritas en la “Oración fúnebre”, el texto de mayor extensión de
El minutero
, no
dejan lugar a dudas sobre tal estimación cardinal:
De cuanto he perdido, si en verdad se pierde aquello cuya esencia
guardamos por la voluntad, el pintor que hoy celebramos es de los seres
con quien desearía volver a convivir veinticuatro horas, “un día y nada
más”, según la letra nostálgica de una canción que mi abuelo materno cantó
quince años, de la fecha de su viudez hasta la de su tránsito.
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Se trata de un esbozo al óleo con la figura del Libertador, uniformado con sus casaca de Generalísimo,
mirando de perfil al espectador intemporal; se le observa en un puesto de montaña, con el paisaje al fondo de
ríos y llanos sudamericanos; la obra de Hernán acompaña un artículo del escritor peruano Francisco García
Calderón titulado “Simón Bolívar”. A propósito de este boceto herraniano, nos refiere Francisco Díaz de León
esta historia: “Tengo el recuerdo doloroso de haberlo visto salir (a Herrán) derrotado de un concurso para pintar
un retrato de Bolívar. El fallo del jurado no tuvo acierto al escoger entre las obras una que juzgó muy original,
dejando en segundo término el envío de Herrán, que, en verdad, interpretaba sin teatralidad la figura inmensa
del Libertador. Fue un golpe rudo que aceptó sin protestas, aunque nosotros sabíamos bien que su aparente
calma era sólo una ficción.” en “Saturnino Herrán. Recuerdos de un discípulo” en
México en el arte
, número
7, Primavera de 1949, pp.105-106. Fausto Ramírez incorpora más información al relato del boceto de Herrán
y nos cuenta que la deliberación a cargo de un jurado, compuesto por los pintores Alfredo Ramos Martínez,
Félix Parra y por el crítico Alfonso Cravioto, ocurrió 5 de agosto de 1918, dos meses antes del fallecimiento
del pintor. El premio de 6 mil pesos oro recayó en el trabajo de Sóstenes Ortega firmado con el seudónimo de
Zaratustra. Dice Ramírez: “La decisión de los jueces fue duramente atacada en algunos artículos periodísticos,
que defendieron la superioridad del boceto de Herrán remitido bajo el premonitorio y bolivariano lema de
‘La lámpara ha consumido el aceite’”. (Ramírez:
Crónica
: 86)
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(Martínez:
Obras
: 309.) Más que el mito de la Resurrección de la Carne, López Velarde evoca un
pacto fáustico; en cierto modo, el poema “El sueño de los guantes negros” combina el dogma cristiano con
la leyenda medieval para hacer posible el encuentro con la renacida Fuensanta. La frase “un día y nada más”
me hizo recordar la alianza diabólica del Cónsul inglés de
Bajo el volcán
de Malcolm Lowry quien pidió el
retorno de su mujer a Quauhnáhuac un día tan sólo, sin importar que ese día fuera el 2 de noviembre, Día de
los Fieles Difuntos.