ayer y hoy Eli Bartra,
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Prólogo de Ángeles Mástreta Ella aún recuerda con ahínco la tarde en que bajó de un paraíso contando la inaudita historia de amor que dos pájaros tenían en el alero de una casa. Bajó por una larga escalera que fue acortándose mientras oía sus palabras. Iba abrazada de alguien, como van abrazados quienes saben que el mar podría abrirse a su paso. No le temía a la nada en ese instante, ni buscaba el futuro como se busca el pan. Sólo venía de un cielo que ella había conquistado y hablaba de dos pájaros, como quien teje sueños al escucharse hablar. La escalera que recogió sus pasos de entonces terminaba en el quicio de una puerta cerrada, que ella tuvo que abrir con las únicas armas que tenía entre las manos. Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por dentro. Para cruzarlas es necesario haber ido antes al otro lado, con la imaginación y los deseos. Así lo hizo aquella tarde la mujer que hoy recuerdo y así tendremos que seguir haciéndolo, cada día nuestro, todas las mujeres. Después uno va y viene por el umbral como si fuera un pájaro, sin dejarse pensar ni cuándo ni hasta cuándo volverá hasta el alero que ha cobijado las migas de su eternidad. Sin miedo, o mejor dicho, aptas para desafiar a diario los miedos que les cierren el camino. Se necesita valentía
para cruzar cualquiera de los umbrales con que tropezamos las mujeres en
el momento de decidir a quien amamos o a quiénes amamos, y cómo,
rompiendo con qué enseñanzas atávicas, qué
hacemos con nuestros embarazos, que trabajo nos damos, qué opción
de vida preferimos, o incluso en qué tono hablamos con los otros,
de qué modo vemos crecer a nuestros hijos, si tenemos o no tenemos
hijos, qué conversamos, qué no nos callamos, qué defendemos.
Yo creo que una buena dosis de la esencia de este valor imprescindible
tiene que ver, aunque no lo sepa o no quiera aceptarlo un grupo grande
de mujeres, con las teorías y la práctica de una corriente
del pensamiento y de la acción política que se llama feminismo.
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