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Mariana
Velázquez
C
e r á m i c a
Obra
reciente
Abierta desde el 13 julio de
2000
Medellín 28, Colonia
Roma,
México, D.F.
Abierto de lunes a viernes
de 10:00 a 18:00 hrs.
Croquis
de localización
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Metamorfosis
y susurros del barro
JOSE MANUEL
SPRINGER
He estado viendo las obras
de Mariana Velazquez recién desempacadas en la bodega de la Galería
Metropolitana. Las formas me hacen pensar en el afortunado maridaje entre
la vasija artesanal y la expresión escultórica artística.
Artesanía porque la mayoría de los acabados de la cerámica
de alta temperatura tienen la tersura que da el torneado, la aplicación
de engobes y vidriados, y la quema exacta. Artística porque ha transformado
una forma utilitaria en cuerpos orgánicos, los cuales me hacen considerar
las piezas como parte de mi cuerpo y del orden vegetal y mineral, todos
juntos en cada obra.
Vistas en conjunto, las sombras
de unas delineaban los cortornos de otras, de la manera que la ropa resalta
el volumen a nuestros cuerpos por el sentido de las líneas del corte.
He de reconocer que esta manera de ver las esculturas no es una experiencia
común, a menos que uno frecuente talleres de cerámica. Usualmente
la exposición de las piezas se haría dando a cada una su
espacio bien demarcado. |
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Muchas de estas formas recuerdan
la variedad de formas corporales que uno pudiera encontrar en una multitud.
Cuerpos y estructuras que combinan volúmenes con las notables diferencias
externas que los separan; los dobleces y cavidades hacen pensar en la flora
y fauna marinas, torneados al antojo de un movimiento constante y un crecimiento
en espiral. En otras vasijas las superficies de colores llamaron mi atención
por su semejanza con la sensualidad del cuerpo humano, que pueden ser insinuadas,
como el brillo de la piel de un hombro, o más explícitas
como la boca-vagina de labios suaves colocada sobre una forma ovoide; la
forma fálica penetrando una vulva; el capullo de una flor que está
por abrirse. Todo parece evocar y estar sugerido, por el color, la superficie,
la masa.
La evocación es el resultado
de la generosidad con que Mariana Velázquez trabaja sus formas y
de la transición entre la plasticidad que da el barro y el juego
de la imaginación. Son ondulaciones que, como dije al principio,
parten de matrices del cuerpo humano, de sus órganos y cavidades
y también de formas frutales, huesos de mamey, cavidades de papaya,
contornos de guaje, detenidas en el barro. También hay en estos
suspiros del barro, formas autocontenidas, sin referencia a algo preexistente,
que no sea la misma maleabilidad de la arcilla. Esta es la propuesta de
la artista: lograr una combinatoria de formas perfectas y otras que son
producto del juego y el accidente controlado.
Luego de ver las piezas una tras
otra, pienso en cuál sería la actitud de Mariana al hacerlas.
Me la imagino tal como el primer ser humano que se topó con el barro,
a la orilla de algún río donde encontró lodo y arena,
presionó la mano sobre la superficie y captó el hueco que
dejaba en el material. Y pienso en mi hijo Eric, la primera vez que manejó
barro y descubrió la huella del pulgar con sus interminables líneas,
impresa en la superficie. ¿No sería esta el primer encuentro
consigo, la primera evidencia de que uno es forma? Algo así como
la primera mirada en un espejo de barro. |
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De ese primer encuentro en el
que dejamos una impronta en el barro y que éste también nos
deja marcados, doy un salto en mi imaginación hasta la invención
de la primera vasija que replicó la concavidad de la mano en barro.
Sería como descubrir la utilidad de lo bello y la belleza de lo
funcional. Este acto primero de la invención espontánea que
veo en la obra de esta artista, me hace pensar en la creación de
la mujer según la Biblia, hecha de barro a partir de la curva de
una costilla. Hasta el mismo dios creador se regocijó en su creación.
Hay una seducción en el
barro que nos es común e inmediata a todos. El barro se mueve en
las manos, se deja formar, es accesible al tacto. El barro es imaginación
pura -potencia que llama a la creatividad- que aguarda la transformación.
Las piezas de Mariana me hacen caer en la cuenta de todo lo que encierra
esa materia húmeda y fresca. Son fidelidad al tacto, reto a la vista,
modelación de la sensibilidad.
El trabajo en barro lleva implícito
un encuentro con la creación esencial, en su estado más primigenio.
La piedra antes de esculpirla es ya un objeto dado, el óleo salido
de un tubo es potencia, la línea es un camino. El barro es origen
y destino.
Antes de estas magníficas
piezas la cerámica era para mi virtuosismo formal. A partir del
momento en que escuché su lenguaje interno, la cerámica me
reveló la poética del barro.
Junio 2000 |
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