El anarquista de las bengalas
 
*Santiago Montobbio
Recuérdalo

Mejor es perder todo, ya al principio perder
y perder siempre: sin duda es mejor no ser ya daño
por estúpidamente creer de nuevo capaz al hombre
de disfrazarse con un mínimo de éxito
de luna o de paloma: recuérdalo y que así no te sorprenda
que se hace en extremo difícil vivir
donde no es ni pobre el sueño.

 
 

Intermedio

Hablo de pasados y de sueños, simplemente
hablo de lo que fui y ya no me creo
pero al mismo tiempo sé que una muchacha
me espera en cada calle y de par en par
su alma abierta, que una muchacha me espera o me soporta
fingiendo que son nada
las ciegas mordazas de mi sombra
y participando voluntariosa en el teatro
del hacer ver que es muy común
este vivir entre agujeros.

Sobre acechos de lluvia, en cualquier impensable intermedio
recuerdo eso y también me acuerdo de decirle
si ve este pan pobrísimo, este pan o vino
que a ningún sueño alimenta, este pan por la muerte tan roído,
de pronto me acuerdo y le repito si lo ve, di,
¿no me oyes?, ¿lo estás viendo?, pues aunque no sirva
y no te baste tómalo, ten, te lo regalo,
que mío es, nada me cuesta y además
muy fácil me resulta compartirlo
por saber desde hace tiempo
que es menos que poquísimo
lo que tengo y lo que espero.
 

 
 

El anarquista de las bengalas

Yo soy el anarquista de las bengalas,
el anarquista único, el que permanece y pasa:
he tenido nombres en los que dormían las frutas
de los corazones raros. A todas horas trabajo,
y en especial cuando la gente afirma
que no hago nada. Sé lavarme el alma
sobre papel y nada, colocar bombas de relojería
en las ciudades que siento en las espaldas,
buscarle y con olvido las cosquillas a un amor
que prefiguro con distancia y a través de todo eso
seguir estando en todas partes habiéndome
marchado.

Porque yo soy
el anarquista de las bengalas. Cada vez
que enciendo una tu corazón
y mi corazón se apagan. 

 
 
Absurdos principios verdaderos

Todo esto sucedió en el pasado, el sueño o la mentira
o simplemente todo esto sucedió en el tiempo o mar
en que la vida hasta tal punto era la vida
que el amor nada tenía que ver con el ocaso.

Absurdos principios verdaderos me resultan obligados
si quiero recordar ciertas miradas, algunas de las tenues risas
con que trazaba sobre habitaciones y jadeos
fantasiosos mapas del tesoro
y más absurdos y verdaderos deberían lograr ser
si estuviera dispuesto a comentar
cómo a las palabras
para retratar al amor les nacían manos
que acuchillaban y danzaban.

Sí, creo que era así, o que al menos
era algo parecido; que, a ver si lo recuerdo,
sobre sombra y musgo yo limpiaba
sus ojos de ceniza
o que ella me esperaba o descubría
con secretas fiestas de lenguaje.
(A veces a diario las mañanas nos exarninan
y a veces no son suficientes para vivir los cantos
igual que una calle es muerte o acogida
según cómo en sus labios se balancee una despedida).
Sí, así lo recuerdo o creo y así a veces
nombres o cinturas o historias sin esquinas,
a veces así paloma o paloma y sueño
de agua a veces.

Pero silencio ahora.
Ahora, por favor, silencio. Porque ustedes
desde el principio muy bien saben
cuándo ha sucedido todo esto.
Y a los adioses aún les sienta bien
explorarse de puntillas.

 
 
   
Para una teología del insomnio

Minuciosamente sueño a Dios durante el día
para por la noche poder creer que me perdona.
Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido,
desencuaderno mis ojos huecos y de sobras sé
que no dormir es un rastro del infierno.

Praga

Yo nunca he estado en Praga, pero le sueño jardines,
escaparates llenos de temblorosos misterios y también
que los tranvías se alejan justo con la extraña forma
que cursi como soy siempre me ha hecho
llorar por los falsos recuerdos.
Si llega la noche populoso soy y la atravieso
o me pierdo en una fiesta y no entiendo
por qué estoy ante las ventanas
que se esconden en las anónimas piernas
preguntándome con insistencia cómo fue
que le crecieron a nuestro amor tantos nenúfares
y a la vez dándome por fin perfecta cuenta
de que la soledad siempre ha sido una flor seca
que alguien se dejó olvidada en un ojal.
Y es que aunque yo nunca he estado en Praga
le sueño —ya lo ves— jardines, tranvías,
baile y despedida y cosas parecidas;
y sueño también que con tan frágil materia
un día hago un poema, que tú lo lees
y que con cualquier motivo me traes —sorpresa—
dos billetes de tren para el sitio
que me ha dado por llamar de esta manera
y que entonces yo tengo que aunar
afecto y paciencia para decirte aquello
de no despertéis al amor con vuestros pasos,
aquello que no sé ahora quién lo ha escrito
pero sí que dice distinto según el ánimo o el día
y que quizá simplemente es —¿lo entiendes
ya, estúpida mía?— aquello mismo.• 
 

*Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) es licenciado en derecho y en filología hispánica por la Universidad de Barcelona. Ha publicado: Ética confirmada y Tierras (Francia, 1996). Ocupa la vicepresidencia de España en la Association pour le Rayonnement des Langues Européennes (ARLE), de Neuilly-sur-Seine, y es corresponsal en Barcelona de su revista Europe Plurilingue, que publican las Éditions Université Paris 8 (París).