Lector precoz y escritor tardío Entrevista con Sergio Pitol
*Jorge Luis Herrera

Sergio Pitol (1933) es un escritor heterodoxo en el panorama literario mexicano y, sin duda, uno de sus mejores exponentes. Habla aquí sobre sus primeras aproximaciones a la literatura y de su obra, que se caracteriza por su estilo carnavalesco y pulcro, por sus vastas referencias culturales y por amalgamar el ensayo, la ciencia, la sociología, la historia y la crónica personal en un nuevo modelo, similar al de J. M. Coetzee, Enrique Vila-Matas y Claudio Magris.

Los libros de Sergio Pitol han sido traducidos a diversos idiomas y han recibido distinciones como los premios Xavier Villaurrutia (1981), Nacional de Literatura (1983), Mazatlán (1996 y 1997) y el Juan Rulfo (1999), además del doctorado Honoris Causa por la unam (1998).

A fines de 2003, en reconocimiento a su brillante quehacer literario, el Fondo de Cultura Económica decidió publicar sus obras reunidas. Sobre ellas opinó:
 

Por una parte es un incentivo a la literatura, por otra un premio a casi cincuenta años de escribir. Ahora que estoy revisando todas mis obras he revivido recuerdos formidables que estaban encapsulados. He recogido muchos elementos que tenía adormecidos y que formaron mi obra. Por mi edad sé que me quedan pocos años de vida; sólo espero estar vivo hasta que esté terminada la edición completa. Quiero verla.


¿Cómo se autodefine Sergio Pitol?

Desde niño la literatura marca todos mis trabajos y mis diferentes escalas vitales. Me resulta casi imposible deshacer la conexión entre la literatura y mi persona. Ahora que he estado releyendo mis obras para la edición del Fondo de Cultura Económica veo claramente que mis novelas, mis relatos y la mayoría de mis ensayos son una especie de biografía oblicua, una biografía vista con distintos enfoques. En toda mi obra estoy yo, es decir, mi tiempo y mi entorno.

¿Cuándo comenzó a escribir?

A los veinticuatro años, en un momento de mi vida en que estaba muy hastiado de todo y sentía la necesidad de alejarme de los grupos en los que me movía. En 1956 me refugié durante dos o tres semanas en una pequeña casa que alquilé en Tepoztlán, un pueblo entonces prácticamente inaccesible. No había luz eléctrica. Era un lugar maravilloso. Me llevé muchos libros; en esa época trabajaba para algunas editoriales como la de Martín Luis Guzmán, haciendo traducciones y dictámenes. El primer día no tuve ganas de hacer nada, sólo leí a Henry James y a Francisco de Quevedo. El segundo, en la noche, comencé a escribir un cuento inspirado en una historia que le oí a mi abuela cuando era adolescente —mi abuela era muy buena relatora. Tenía muchas lecturas y las historias de su vida eran muy interesantes; todavía me sirven para escribir—. Sin darme cuenta, de repente la historia tomó otro cauce y se convirtió en un cuento. Me percaté de eso hasta muy entrada la noche, casi al amanecer. Al día siguiente desperté tarde y salí a caminar. Regresando a la casa leí lo que había escrito. Luego recomencé a enmascarar el personaje femenino del relato germinal de mi abuela, novelicé la realidad, definí la estructura y lo pulí; deseaba que el lector sintiera una corriente subterránea. Ese fue mi primer cuento.

¿Cuál era el título de ese cuento?

"Victorio Ferri cuenta un cuento". En esa época Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco pasaban todos los días a mi casa para conversar de literatura —hasta la fecha Monsi-váis es quien lee primero que nadie todo lo que escribo—. Les leí mi cuento y me pidieron una copia. En los siguientes días me hicieron una serie de recomendaciones; sobre todo me dijeron que tenía que escribir más. Les agradezco muchísimo sus comentarios, quizá sin la presión que ejercieron sobre mí nunca hubiera escrito. Soy un autor tardío. Cuando empecé a escribir casi todos los escritores de mi generación ya tenían varios libros publicados, habían estrenado obras teatrales con las grandes figuras del teatro de la época y tenían columnas en revistas y suplementos literarios. A la mayoría de ellos los traté desde la adolescencia y durante mi época como universitario. Nuestras reuniones, conversaciones y discusiones estaban determinadas por la literatura, sin embargo nunca se me ocurrió que también sería escritor.

¿Y entonces cuándo se decidió a publicar "Victorio Ferri cuenta un cuento"?

José Emilio y yo fuimos a visitar una noche a Juan José Arreola, quien hacía los Cuadernos del Unicornio en esa época, para entregarle "La sangre de Medusa" y "Victorio Ferri cuenta un cuento", respectivamente —me fastidia que ese cuento mío es el que aparece en casi todas las antologías extranjeras y mexicanas—. Arreola los publicó al poco tiempo. Cuando terminé mi primer libro descubrí que me había liberado de algo que me molestaba; me sirvió para reafirmarme como persona. A los veinticuatro años sentía que no lograba romper con la adolescencia y con algunos lazos del pasado. Durante los siguientes años no tuve ninguna relación con la escritura creativa. No lo necesitaba.

¿Cuándo volvió a escribir?

En 1961, cuando me dirigía a Europa. En el barco escribí unos cuentos que significaron la conclusión de aquel mundo de los años que viví de niño y adolescente, de los tiempos de mi abuela y de mis padres. Después escribí otro en Italia, mientras esperaba a una señora en un café. En ese momento descubrí que mi escritura ya era diferente. Desde entonces sigo escribiendo de forma ininterrumpida. Cuando no escribo novelas hago ensayos, artículos o lo que se me ocurra.

Es bien sabido que usted es un lector incansable. ¿Cuándo se aproximó por primera vez a la literatura?

A los cinco o seis años. Fui un niño muy enfermizo y sufrí de una malaria terrible, una malaria consuntiva. No tuve una escolaridad regular. Desde el principio de la enfermedad mi abuela, quien era una lectora de sol a sol, me regaló algunos libros de Julio Verne. Quedé fascinado. Todavía los releo a veces, son fantásticos.Mi existencia estaba sostenida por las aventuras maravillosas de Verne.

¿Entonces la literatura le ayudó a sobrevivir?

Es probable que sin la literatura me hubiera muerto, consumido. Vivía dentro de la realidad de los libros que leía. Como era niño, creía que las historias de Verne eran reales. Cuando mi abuela recibía visitas en nuestra casa, situada en el ingenio azucarero Del Potrero, en la zona tropical del estado de Veracruz, y escuchaba su conversación, las cosas que plati-caban me parecían nulas e intrascendentes comparadas con las experiencias de las que me proveía la literatura. La realidad cotidiana me parecía espantosamente insignificante.

Me imagino que su personalidad y su temperamento estuvieron determinados por los personajes literarios que conoció en su niñez. ¿Alguno lo marcó de forma especial?

Huckleberry Finn, de Mark Twain. Hasta la fecha es un personaje al que adoro. Lo venero por su libertad, pero también porque era huérfano como yo, y por su fortaleza interna y por su vida aventurera.

Retomando el tema de la enfermedad: ¿cuál es la relación entre el dolor, el sufrimiento y la creación artística?

Desde mi niñez hasta el día de hoy he padecido muchas enfermedades. He estado interno en sanatorios de múltiples países. El mundo que rodea a las enfermedades no me es ajeno, en él me siento como pez en el agua. Cuando leo a Thomas Mann, uno de mis autores predilectos, veo que insiste en que la creación artística, sobre todo la literatura, es la consecuencia de una enfermedad.

¿Usted coincide con ese punto de vista?

Yo sería el ejemplo perfecto.

¿El dolor y la enfermedad son su principal móvil creativo?

No, aunque las enfermedades me han dado mucho temple para sobreponerme y para crear, al igual que a muchísimos escritores como Fedor Dostoievski, Robert Louis Stevenson y Anton Chéjov. El amor a la vida y la búsqueda de la verdad me motivan más. Entre el amor a la vida y la búsqueda de la verdad hay toda una gama de sensaciones, conceptos, formas de ser y temperamentos. Los viajes también han sido uno de mis principales móviles creativos. Una parte de mi vida ha sido nómada, felizmente nómada. Debido a que mi niñez estuvo cercada por la enfermedad y casi no podía salir, cuando estuve un poco más sano lo que más me interesaba era viajar para conocer el mundo. Primero viajé por México, luego fui a las Antillas, a Nueva York, a Caracas y en 1961 a Europa, pensando que pasaría allí unos cuantos meses, pero me quedé veintiocho años. Ahora en la vejez sé que lo hacía movido por algunos traumas trágicos y muy dolorosos de mi niñez. Me gusta viajar. Cada una de mis novelas fue escrita en un país distinto.

 
 
 
 
 
 
   
¿De todos sus libros existe alguno con el que haya quedado más satisfecho?

Nocturno de Bujara, que a partir de la segunda edición se llama Vals de Mefisto.

¿Por qué? ¿Por el manejo del lenguaje?

Sí. Los cuatro relatos que lo componen están sostenidos por varias capas del lenguaje; simultáneamente fluyen muchas cosas. Últimamente varios escritores, como Álvaro Enrigue, Enrique Vila-Matas y Margo Glantz, me han comentado que Nocturno de Bujara es uno de mis libros de relatos que más les gusta. Lo escribí con fiebre en Moscú, después de visitar la casa de León Tolstoi. Me atrevo a decir que es mi clímax, mi acmé literario.• 

*Jorge Luis Herrera estudió historia del arte. Ha participado en talleres de creación literaria. Fue fundador y director de la revista de arte contemporáneo Zapatearte. Sus colaboraciones han aparecido en El Ángel, Los Universitarios, Juku Jeeka, Tierra Adentro y Desarrollo académico. Es editor del portal educativo sepiensa.org.mx, en el ILCE.