Páginas de un viaje. Iconos 
*Miguel Ángel Flores
En verano París es una ciudad más bien extraña. Se abre un paréntesis en su vida y abandona la plaza en favor de los turistas. Temporada de vacaciones y de ocio en otras latitudes. La luminosidad de la estación hace de las piedras su espejo. Ahora, después de algunas décadas de que se cumplió la orden de Malraux para que se limpiaran las piedras, una vez más han sido sometidas a un aseo general. La acción de los elementos naturales añadidos a los efectos de la contaminación que produce todo tipo de motores y máquinas habían quitado otra vez lustre a las venerables piedras. Maravillosa la expresión de Le Corbusier al referirse a las iglesias medievales: "Cuando las catedrales eran blancas". Notre Dame devuelta a su esplendor. Y sus jardines: la expresión más depurada de una civilización. Corren las aguas de verde musgo, pasan los barcos turísticos y de un saxofón callejero se desprenden las notas de una melodía parisina. Los castaños y los plátanos proyectan su sombra y parecen agitar la majestad de sus follajes.

Una pregunta tal vez tonta: ¿habrá quien pueda abarcar la cuasi totalidad de la oferta cultural de esta ciudad? Saint Germain de Près casi desierto, y un poco más allá, donde termina el boulevard, se levanta el edificio del Instituto del Mundo Árabe. Nada parece perturbar la vida de esta institución a pesar de los tiempos agitados y de que es importante la minoría de origen árabe en París. En Medio Oriente ha habido guerra, Osama Bin Laden continúa con su prédica en favor del terrorismo, son horas de desprestigio para el mundo árabe y la religión del Islam. Huntington exagera, pero no le falta a veces razón. Sus páginas dan racionalidad a otro integrismo, que no se atreve a decir su nombre, y que puede ser tan intolerante y violento como otros integrismos que dice combatir. Es una desgracia para el debate intelectual que un pensamiento tan lúcido como el de Edward Said haya desaparecido en horas tan críticas.

El edificio del Instituto del Mundo Árabe se encuentra en la orilla izquierda del río Sena. Su fachada principal es un prodigio de imaginación. En la retícula que forman las ventanas el autor del proyecto arquitectónico colocó mecanismos que regulan la entrada de la luz. Una idea ingeniosa: son cientos de pupilas que se contraen y se dilatan según la hora del día, un diseño de abstracción que juega con trazos y formas que ha caracterizado al arte árabe. Y en ese recinto destinado a promover el conocimiento y la divulgación de la cultura árabe y de cuanto aconteció en los territorios donde ésta se asentó —cuenta con biblioteca, salas de estudio y galerías, restaurante— se presenta ahora la exposición Iconos cristianos del mundo árabe: esa parcela olvidada por la cristiandad de Occidente, exótica para nosotros y de la que ignoramos casi todo si no somos expertos en el tema.

Rasgos muy particulares caracterizan a la pintura que floreció en el Imperio de Bizancio. Figuras rígidas, tonos oscuros recargados y el aura en oro, el destello de la santidad que no se circunscribe a un aro sino que es una densa superficie curva. El icono es la luz del Oriente, la expresión más lograda del cristianismo que floreció, como decíamos, en la antigua Bizancio. Hubo un momento, mucho antes de Lutero y su Reforma, que se condenó la adoración de las imágenes, a las que se les condenó a la destrucción. Fue una fiebre iconoclasta que terminó con el Concilio de Nicea, en 787. En esta exposición no se refiere a una cristiandad tan antigua. Se muestran imágenes religiosas, objetos litúrgicos y manuscritos que corresponden en su mayoría a la comunidad de los griegos melkitas de los siglos xvii y xviii, periodo de la segunda época de oro de la cristiandad en tierras del Islam. 

Los iconos no fueron sólo pintados sólo por griegos y rusos, hubo un tercer grupo, el de los cristianos de Oriente, poco conocidos. Ese cristianismo de Oriente provocó la aparición también de un misticismo muy particular y del que forman parte los eremitas; el terreno era propicio para el aislamiento y la penitencia: dilatadas extensiones de tierra estéril, el desierto y el calor implacable, propicio a las alucinaciones. El cristianismo empieza a sentir la necesidad de un cuerpo de doctrina unificada y de una sola interpretación de la divinidad. 

Los cristianos de Néstor, los nestorianos, negaban la unidad divina y humana de Cristo, y no le reconocían a María el título de Madre de Dios. En el siglo v se presentó la ruptura. Los nestorianos fueron condenados por el concilio de Éfeso, en 431; los persas se agruparon en asirios y asirios caldeos. El Concilio de Caledonia decretó la indivisibilidad de Dios: las dos naturalezas (hombre-divinidad) son inseparables de Cristo. Hubo otro cisma: Constantinopla por un lado y los monifisistas, divididos en jacobistas, coptos y armenios, por el otro. Caledonia se reclamó perteneciente al Imperio de Bizancio, y a sus habitantes se les llamó melkitas. 

En los inicios del siglo xvi se daría un gran cambio con la expansión de los turcos otomanos que se anexaron las poblaciones árabes y pusieron bajo su égida a las iglesias cristianas de Oriente. Los armenios se hicieron cargo de los cristianos maronistas, que se abrieron al mundo griego y europeo. Esta apertura acompañada de la actividad comercial provocó un periodo de prosperidad cultural y económica. El icono fue su fruto más maduro. Es curiosa su composición: entre la perspectiva y un solo plano. El tono dorado de las auras da el toque de Bizancio, que se abrió también a la influencia occidental. La iglesia copta tomó su propio rumbo y fue a buscar adeptos en lejanas tierras como lo que ahora es Etiopía; a San Marcos se le considera su fundador. 

Hay en la exposición libros de evangelios que recuerdan las suras del Corán, con sus páginas iluminadas. La ciudad de Alepo, en la actual Siria, se convirtió en centro importante de la cristiandad de Oriente y en ella confluyeron comerciantes turcos, franceses, venecianos y también cristianos de otras provincias como Grecia y Armenia. Se pintaron muchos iconos, la riqueza circulante incrementó el acervo de iglesias y conventos. Esa misma riqueza producida por el comercio impulsó la civilización posbizantina y la tolerancia. Se emprendieron grandes obras públicas y se estableció un intenso intercambio entre el mundo griego y eslavo. El prestigio de la cultura árabe fue tal que en Roma se imprimieron libros en esta lengua. El patriarca Atanasio Debbas fundó una imprenta en 1706.

Hay un hecho que a veces pasamos por alto: la abundancia de imágenes indica que el mundo de los letrados era muy restringido. La forma de propagar la fe y la doctrina debía elegir la expresión de la pintura; el pintor dotaba al espectador de los elementos para una fabulación. Es lo que admiramos ahora en exposiciones como ésta, en los que hay una elaboración y reelaboración de un mismo tema, con un estilo pictórico inconfundible. Los cuadros cuentan una historia. El de la dormición (del griego Koimesis) es un tema destacado y encierra la idea de que de ese modo se preservaba el cuerpo sin corromperse antes de la resurrección. Estamos ante el mundo posbizantino. El fin de Bizancio sucedió en 1453, cuando Constantinopla cayó en poder de los turcos. La originalidad de este periodo se basa en los préstamos del arte islámico, en el redescubrimiento de Grecia, en la reinterpretación de temas que incorporan rasgos occidentales como el de la perspectiva.

En el primer cuarto del siglo xix Damasco cede su importancia de centro cultural y político a Líbano, y así comienza la decadencia del icono. Surge la escuela de Jerusalén, que constituye ya otra formulación pictórica en la que sobreviven el dorado y las inscripciones en árabe. Aparece la imagen de San José, que es ajeno al rito de Bizancio. De Roma llegan gran cantidad de libros e impresos en caracteres árabes, siriacos, armenios y coptos. Y en el siglo xviii se instala la primera imprenta en Líbano. Los libros impresos empiezan a competir con los que los monjes todavía elaboran a mano. En el equipaje de los misioneros viajan también imágenes impresas, que se constituyen en rivales temibles del icono por su bajo costo. La imagen impresa permitió la circulación de formas, estilos y contenidos nuevos que ya no se sujetaban a un solo canon. Los temas latinos invadieron la cristiandad de Oriente y sus imágenes se expandieron más ampliamente que el icono. 

Las civilizaciones también mueren

¿Habrá también otra ciudad con una cartelera cinematográfica que no sólo ofrezca películas de estreno sino que también recicle clásicos y películas curiosas de otras épocas; que nos permita, mediante ciclos retrospectivos, examinar y volver a admirar la obra de algún genio del cine? París: paraíso del cinéfilo. Donde tienen cabida todas las tradiciones y todas las vanguardias. Y es precisamente gracias a un rescate que podemos conocer la curiosa película Soy Cuba. Muy pocos tenían noticia de su existencia. Desconozco las razones por las que disgustó a las autoridades cubanas, lo que la condenó al olvido por cerca de cuarenta años. Obtuvo una Palma de Oro en el Festival de Cannes. Su dirección se debe a Mikhail Kalatozov, que alcanzó renombre en su época con la película Cuando pasan las cigueñas. En el guión participaron 

 
 
 
 
 
 
   
En Kalatozov hubo siempre un profundo interés por los elementos formales de la técnica del cine. La cámara en movimiento y las tomas rebuscadas le dieron un sello personal a su obra. Aquí están presentes tales preocupaciones. Una fotografía con tonos que llamaremos quemados, un contraste intenso entre negros y blancos que deforman la composición de imagen van componiendo el cuadro del sitio donde se desarrollará la acción. Una narradora será el hilo conductor de la película. La trama se desarrolla en los años previos al triunfo de la revolución cubana. Son los años de la dura represión del régimen de Batista. Cuba vive sumida en la miseria. Y el mundo de la ilusión lo constituyen, para las chicas pobres, los turistas que llegan de Miami. Hay manifestaciones de estudiantes, y entre éstos un desesperado que quiere liquidar al jefe de la policía. A pesar de la voluntad formal, y de los prestigios que participaron en la redacción del guión, se impone un tono panfletario que da un olor de antigualla a Soy Cuba. Se dice que Kalatozov quiso darle a la revolución cubana su AcorazadoPotemkin, pero no le encontró la cuadratura al círculo. De todos modos, vale la pena asomarse a esta película.• 
*Miguel Ángel Flores es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Sus libros más recientes son Umbral y memoria (México, UAM-Aldus, 1999) y un volumen en la colección Material de Lectura de la UNAM.