Palabras en la entrega del 
Segundo Premio Internacional de Crónica Urbana Salvador Novo*
*Ricardo Prado Núñez 
En primer término quiero agradecer a la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, a la Universidad Autónoma Metropolitana y a Editorial Lectorum, la oportunidad que han dado a todos aquellos que hemos tenido el interés de plasmar por escrito las vivencias que nos brinda esta ciudad; de poder participar en un concurso público del nivel del que hoy celebramos su culminación. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que son muy pocas las ocasiones en que se ofrece, en forma abierta, la ocasión de participar en un evento cultural de la importancia de este que hoy nos ocupa.

Este Segundo Concurso Internacional de Crónica Urbana Salvador Novo marca un momento en la historia de la promoción cultural de la ciudad de México y tiene una proyección trascendente, como estímulo en la producción de este genero histórico literario.

Doy nuevamente las gracias a las entidades promotoras de este evento, cuyo desarrollo enfatiza y afirma su merecido sitio en el mundo de la cultura.

El Diccionario de la Real Academia nos dice que crónica es la historia en que se observa el orden de los tiempos.

Y nuestra gran ciudad es como un ser vivo. Que se ha desarrollado en sus diversas edades a través del tiempo. Ahora es la dinámica mega urbe con muchos millones de habitantes, cuyo desarrollo se equipara y sobrepasa a muchas de las grandes capitales mundiales. Pero también fue la orgullosa metrópoli que en las fiestas del Centenario, a finales del régimen porfirista, arrancó los comentarios elogiosos de la elite mundial de la época y ha sido también la ciudad sobresaliente en América de fines del virreinato, la que mereció los elogios de sabios como Alejandro von Humboldt o viajeros ilustres como Charles Latrobe. Fue la perla más preciada de las posesiones españolas en América y desde luego también la ciudad lacustre más deslumbrante de Mesoamérica y capital del llamado imperio azteca. Ciudad que el capitán Bernal Díaz del Castillo y los soldados que le acompañaban compararon con Constantinopla y la Roma del Renacimiento.

Así, cuando se cuentan los hechos de nuestra ciudad en sus diferentes etapas de vida estamos haciendo una crónica y en esta forma estamos también estructurando su historia.

Quiero expresar en esta noche que el haber recibido este premio del Segundo Concurso Internacional de Crónica Urbana Salvador Novo, ha sido una gran satisfacción en mi vida. Y estar aquí en la Casa de la Primera Imprenta de América recibiendo un galardón de esta importancia, se me hace como uno de esos sueños maravillosos de los que no quisiera uno despertar.

No soy un escritor profesional, sino sólo un enamorado de la literatura y de la historia y esa afición es la que me ha movido a escribir y de esta manera transmitir mis emociones y vivencias. Mi profesión es la de arquitecto y dentro de la arquitectura he ejercido la especialidad más afìn a mis aficiones, que es la de restaurador de edificios históricos y monumentos.

Muchos de ustedes se preguntarán, y con razón, por qué en unas palabras de agradecimiento como estas habló de mis preferencias profesionales. Permítanme ustedes explicarles el porqué, ya que va íntimamente ligado al tema del trabajo con el que tuve el honor de ganar este premio.

En los muchos años que tengo de ser maestro universitario siempre he expuesto ante mis alumnos de la materia de restauración que los edificios históricos y las ruinas de las antiguas culturas prehispánicas nos hablan, conversan con nosotros y nos transmiten a través de sus formas y volúmenes cómo eran los hombres que los construyeron, cuáles fueron sus ideales, sus luchas, sus éxitos y sus fracasos.

Así fue como vino a mi mente la idea de escribir una crónica narrada por un templo azteca. Leyendo sobre la gran Tenochtitlán y su estructura urbana, sobre la historia de ese pueblo que salió de la mítica Aztlán, para llegar a fundar su pequeño asentamiento en un islote del lago, que después sería la reina de las ciudades. Esta idea tomó más cuerpo cuando disfruté las historias de los primeros cronistas españoles. La prosa encantadora de Bernal Díaz del Castillo. La sutileza diplomático literaria de las Cartas de relación de Hernán Cortés y, por el otro lado, esa poesía incomparable de la visión de los vencidos, o los poemas de Netzahualcóyotl. Y se consolidó aún más cuando he repasado los escritos como la Visión de los vencidos, de maestros como León-Portilla, leído los trabajos de arqueólogos como Matos, analizado los planos de Marquina y estudiado las experiencias de los restauradores de estos vestigios que hoy nos muestran en los museos la grandeza de nuestro pasado.

Así fue, cuando en ejercicios de imaginación he tratado de reconstruir cómo habrá sido esa maravillosa ciudad lacustre que fue Tenochtitlán, de la cual sólo nos quedaron sus recuerdos. Cuando he tratado de imaginar basado en la historia muchas veces escueta y tendenciosa que recibió nuestra generación, la cual nos mostró en relatos a veces contradictorios lo que fue esa epopeya que vivieron sitiadores y sitiados en la toma de Tenochtitlán, el desarrollo de una batalla en la que brilló la estrategia de Cortés y la heroicidad de Cuauhtémoc.

Entonces fue cuando reflexionando cómo transmitir toda esta carga de historia, al pasar repetidas veces frente a las ruinas del Templo Mayor, él mismo me hizo pensar que nadie mejor que él había vivido como su centro político y religioso el desarrollo de la ciudad misma, desde su inicio hasta su destrucción. Y en esta forma pedí al gran Teocalli que fuera el narrador de mi historia, la cual nos relata desde la fundación de Tenochtitlán en 1325 hasta su destrucción por las tropas de Cortés en 1521.

 
 
   

Señoras y señoras, amigos todos los que hoy nos acompañan en esta ceremonia de la entrega del Segundo Concurso de Crónica Urbana Salvador Novo. He tomado la palabra para agradecer esta presea que hoy he tenido el honor de recibir y los he hecho oír las reflexiones de un arquitecto que ha querido ser escritor. Lo único que puedo decirles es que los principales ingredientes del trabajo que presenté en este concurso fueron el cariño por la historia de mi ciudad y el interés por el relato de los sucesos urbanos que se desarrollan en el tiempo y que son narrados por los edificios históricos que la integran, esos maravillosos cronistas de piedra. 
*Ricardo Prado Núñez (ciudad de México, 1938) es doctor en arquitectura por la UNAM, con la especialidad en restauración de edificios y monumentos. Ha dirigido distintas obras, entre ellas la reciente restauración del Teatro de la Ciudad. 
 *Casa de la Primera Imprenta de América, 17 de octubre de 2003.