Leer la ciudad para cambiar la universidad
*Cecilia Colón H. 
Cuando ingresé a la UAM como maestra para impartir la materia de comunicación a estudiantes de ingeniería, me di cuenta de un problema fundamental con mis alumnos: la falta de relación entre ellos y el mundo que los rodea. Cumplen con las tareas que los maestros les asignamos, pero la mayoría se conforma con eso y no da nada más, no ofrece ese plus que marca la diferencia entre cumplir y cumplir bien, con creatividad, con esa actitud en la que se note un interés de su parte. Pareciera que les da temor hacerlo, pues sus textos son fríos, carecen de ese calor humano que se convierte en la diferencia entre un escrito plano y sin personalidad y uno cálido que logra transmitir una emoción.

Al notar esto, decidí organizar visitas al Centro Histórico de la ciudad de México. En clase les marcaba la ruta a seguir, los lugares que debían visitar, los detalles en los que deberían fijarse, les hablaba un poco de la historia de cada sitio y de la enorme importancia que representa para los mexicanos conocer el lugar exacto donde nació nuestra civilización: la mestiza, a través de la historia que los viejos edificios nos pueden contar con sólo poner un poco de atención. Obviamente estas visitas, tres para ser exacta, incluían museos, como Bellas Artes y el Munal; templos como Santo Domingo, San Fernando y la Catedral, además de otros lugares. Al principio, muchos de ellos cumplieron con un reporte descriptivo de los sitios que vieron. Sin embargo, en la última entrega cambiaron para dar rienda suelta a su emoción y describieron no un edificio colonial sino lo que sintieron al entrar por vez primera a él.

En los albores de este siglo XXI suena inaudito que alguien que vive en esta ciudad no conozca su Centro Histórico, pero por desgracia así ocurre. He tenido alumnos que no habían entrado al Palacio de Correos, aunque lo conocían por fuera; en Bellas Artes, nunca habían visto por dentro el enorme y bello domo que adorna el techo de su lobby, mucho menos sabían del estilo ecléctico que lo distingue. Un alumno me comentó un día que él era de los que pensaba que era mejor tirar la Catedral y rescatar el Templo Mayor prehispánico que representa nuestras raíces indígenas. Cuando entró a ella, como parte de una visita, se quedó impactado ante la monumentalidad del edificio, su arquitectura, los innumerables detalles, las capillas, el altar. Por fin había entendido los esfuerzos que se hacen para rescatar este monumento religioso, arquitectónico, cultural e histórico.

Me permito transcribir parte del texto de un alumno, Marco Antonio Monroy Pineda, a propósito de una de sus visitas al Centro:

El Centro Histórico es un lugar que visito en numerosas ocasiones, paso por la Catedral muy a menudo. Aunque algunas veces me había detenido a verla, me doy cuenta de que no lo hacía con tanto detalle como ahora; la verdad es que es una construcción más bonita de lo que me parecía. Al estar parado frente a ella, desde la plaza del Zócalo, me puse a imaginar cómo sería la vida en los tiempos en que recién se contruyó, y sé que me hubiera gustado mucho haber estado allí... El Sagrario Metropolitano, la plaza de Santo Domingo y su iglesia son lugares que llaman mucho la atención, sobre todo por el uso. Bueno, también la Catedral. Me imagino cuántos fieles han pasado por aquí trayendo su devoción, su fe; cuántas personas habrán estado aquí deseando el bienestar tanto de ellos como de sus familiares y amigos. Al estar en la plaza y entrar en la iglesia, no hay otra cosa que uno pueda hacer que no sea elevar un poco el espíritu y volcar nuestras plegarias al cielo.
Él, como muchos alumnos, mejoró su redacción con el paso de las semanas y el ejercicio constante de la comunicación escrita. Otros desde el principio manifiestan una clara facilidad con la palabra escrita, aunque, por desgracia, todavía son pocos. Refiriéndose a su visita a Bellas Artes, otro alumno, José Guillermo González Lozada, escribió lo siguiente:
Miro de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Estoy postrado enfrente del ala derecha del Palacio. Observo con curiosidad ventanas, unas creadas bajo la influencia del Art nouveau —completamente sensatas, sobrias, geométricas, arduo respeto al orden— y otras bajo la influencia del Art decó —ojos vivos, con plantas y serpientes proyectándolos hacia la no negación de lo de fuera, fuga hacia lo humano. Continúo la observación de mi entorno. A mi alrededor, grupos de personas van y vienen, pocos observan el maravilloso monumento que está justo en medio de su camino. Voces en diferentes idiomas, idiosincracias antagónicamente extrañas cruzan una enfrente de la otra. Voces indígenas llaman mi atención, y de repente, respiro el olor a tierra, siento la frescura del agua, el movimiento del viento, la sensación de comunión del sonido con la naturaleza. La Alameda Central con sus árboles —pilares del cielo— miran de frente a un edificio imponentemente en decadencia: la Torre Latinoamericana. Ya en el umbral del imponente Palacio miro los ojos y la boca de éste, sonriéndome, mostrándome su Art decó. Dos ninfas —del lado izquierdo del umbral— se me revelan sensuales. Una sonríe, está como posando; y la otra, distraída, con la mirada perdida observa a un niño, al que con un seno descubierto invita a ser amamantado, así que no lo dudo y me apresto a saciar mi hambre. Del lado derecho del umbral dos ninfas más. Una con escudo, semidesnuda, fatídica guerrera del amor, y la otra, indiferente ante mi presencia, se muestra arrogante y altiva.


Es indudable que hay quienes se inspiran más que otros, pero la razón de enviarlos al Centro Histórico es sensibilizarlos con su entorno, que puedan apreciar y valorar lo que los rodea, que piensen que los edificios no son sólo un montón de piedras, sino que guardan en su interior restos de vida, de una historia que es la nuestra y que deberíamos conocer bien.

La entrada a los museos cambia su forma de verlos. Cuando a un niño o adolescente sus maestros le dejan que visite tal o cual exposición, el chico o chica va con sus padres y entre todos copian las fichas de la exposición con las explicaciones para ubicar al espectador en una época determinada y en una corriente pictórica o escultórica. ¿En qué consiste la tarea? En entregar todo lo copiado a la maestra. ¡Ah! No debe faltar el boleto de entrada engrapado. Después nos quejamos de que nadie quiere ir a ver museos porque los encuentran enormes y aburridos.

Cuando mando a mis alumnos a ver una exposición, lo primero que les pido es que no lleven cuadernos ni apunten nada. Les hago ver que la importancia de ir no es sólo admirar la exposición sino disfrutar, para empezar, del edificio que la alberga, pues generalmente estos poseen una historia particular que siempre resulta interesante. Después les digo que miren con detenimiento los cuadros o esculturas, que los disfruten, que se queden observando por varios minutos lo que más llame su atención. No me interesa una descripción general que no dice nada, prefiero la emoción producida por un solo objeto, pero que los haga pensar que valió la entrada a ese museo o galería y que sea memorable, inolvidable para ellos. Para mí ésta es la forma más agradable de ir a un museo, apreciarlo, y regresar una y otra vez. Esto ayuda a que ellos revaloren su historia y a amar esta ciudad que nos ofrece tantas cosas. Por desgracia a veces la tratamos con absoluta indiferencia y desprecio, olvidándonos que vivimos en ella y que nos acoge con cariño y nos extiende sus brazos con amor.

¿Cuándo comienza la preocupación 
por un cambio en la educación?

Desde mediados del año pasado los resultados de una evaluación internacional, llevada a cabo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), alarmó a todos los involucrados con la educación en México. El escándalo surgió porque nuestro país ocupó el penúltimo lugar en el área de matemáticas y comprensión de lectura, sólo arriba de Brasil. Este resultado inquietó sobremanera, en primera instancia, a la Secretaría de Educación Pública (SEP). El secretario, los subsecretarios y demás funcionarios hicieron muchas declaraciones que compartían un denominador común: "Estamos mal, pero no hay que alarmarnos ni rasgarnos las vestiduras".1 Alegaron que la medición no había sido justa, pues México no debía competir con países desarrollados como los europeos o Estados Unidos; debían ponerlo con naciones a su nivel, como las latinoamericanas. 

Esta situación trajo como consecuencia, además del susto, la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), cuyo director, Felipe Martínez Rizo, propuso que no se privatice la educación. En una entrevista que apareció en La Jornada, el funcionario explicó que desde el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz la sep dio la orden de no reprobar a ningún alumno de educación básica: "ya que es una situación frustrante y desgastante. Prefiero un estudiante regular o malo que acabe la secundaria a que deserte en la segunda o tercera vez que repruebe". Y todavía nos sorprendemos por los resultados obtenidos en las evaluaciones internacionales. Pero, ¿qué decir de las nacionales? ¿Qué sucede en cada periodo escolar cuando los jóvenes de nivel medio superior hacen el examen de ingreso a las diferentes universidades públicas? El promedio general que alcanzan estos aspirantes es de seis o siete de calificación. ¿Debemos enorgullecernos de esto; de tener estudiantes con una deficiencia de conocimientos generales de 30 a 40%?

La primaria es el comienzo

A lo largo de los seis años de primaria los niños aprenden, entre otras muchas cosas, a leer, escribir, hacer operaciones matemáticas básicas y la historia de México. Sin embargo, a veces parece que estos seis años no son suficientes para instruirse en todo eso, pues al llegar a la universidad muchos ya olvidaron las reglas ortográficas y no usan acentos; otros no recuerdan la fecha de la conquista de México. Quizás alguien podría argumentar que basta con saber en qué vocal se acentúa una palabra y que fue en el siglo xvi cuando Hernán Cortés conquistó la gran México-Tenochtitlán. Si aceptamos sólo aproximaciones, entonces también debemos aceptar que nos aproximamos a la solución de nuestros problemas porque como geográficamente estamos cerca de una potencia mundial, esto nos va a salvar.

Las cosas no pueden ser tan simples. La educación es un asunto de todos, tenemos que colaborar en la medida de nuestras posibilidades a que ésta mejore cada día. Ya no podemos conformarnos con que los niños repitan sus lecciones el día del examen y después se olviden. La educación exige más de la sociedad, exige una revaloración de lo que nos rodea, una gran sensibilización con lo que tenemos. La educación no es sólo un puñado de normas, de reglas y la solución de problemas. Entre otras cosas, debería ayudarnos a sensibilizarnos con lo que está alrededor, a apreciar lo que existe cerca de nosotros y que, gracias a la vorágine de esta ciudad, no somos capaces de mirar, mucho menos de admirar.

Hacia un país de lectores

Retomando el triste resultado de la evaluación internacional de la ocde, el gobierno mexicano tomó una decisión drástica y echó a andar un programa muy ambicioso: Hacia un País de Lectores. Parece que tenemos que esperar a que vengan otros (léase extranjeros) a decirnos nuestras fallas para, entonces, tomar decisiones, y ahora sí darnos cuenta de que la lectura es una prioridad en la educación de cualquier persona.

Hace muchos años el gobierno creó el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA), cuya finalidad era rescatar del analfabetismo a la población adulta. La campaña fue muy extensa, geográficamente hablando, y llegó a todos los rincones del país. Sin embargo, que una persona pudiera escribir su nombre ya era motivo para decir que estaba alfabetizada.

Por desgracia las actitudes paternalistas y conformistas de nuestros funcionarios a lo largo de muchos años han dado al traste con lo básico de un país: la educación. ¿Por qué hasta ahora toman conciencia de que la lectura es importante? Con un libro no sólo se enseña a leer, se enseña gramática, ortografía, redacción, lógica en la comunicación escrita. Pero, sobre todo, es el boleto que sirve para viajar a una época futura o pasada, a lugares que pueden ser propios o ajenos. Y lo más importante: se le siembra a un niño la curiosidad y la creatividad, se abre la puerta de la imaginación en todos los sentidos y los campos del conocimiento. 

El niño que lee será un adulto diferente en comparación con aquel que nunca acunó un libro entre las manos. Se convertirá en un ser pensante, capaz de generar pensamientos y opiniones, no se dejará convencer fácilmente por cualquier merolico que toma un micrófono en radio o televisión, será capaz de cuestionar; en una palabra, será un adulto maduro capaz de sustentar sus juicios. Todo esto puede provocar el gusto por la lectura, empero habrá a quien esto no le convenga. Sin embargo, prefiero una población crítica y pensante a un puñado de hombres y mujeres pasivos y sin criterio que se dejan llevar como borregos de una manada.

Por ello es motivo de felicitación para las autoridades que pugnaron porque se hicieran las bibliotecas de aula en los planteles oficiales de educación básica.4 Es un primer paso; el segundo se tiene que dar en la familia, pues si estos niños ven que sus padres leen, el ejemplo será el detonador que aumente su curiosidad y su sed de conocimiento.

Y así llegan a la universidad

Es muy probable que dentro de algunos años los jóvenes que ahora son niños tengan un cúmulo mayor de lecturas y un acercamiento más íntimo a los libros, con todo lo que esto implica.

En la actualidad los muchachos y muchachas que están en las universidades en carreras no humanistas llegan con el afán de conocer más allá del área de estudio que eligieron, pero muchos otros no se preocupan por más. Si están en una universidad se supone que lo que aprenden debe tener un enfoque humanista, es decir, buscar el engrandecimiento del ser humano para ser un mejor ciudadano y mejor persona. Por desgracia, no siempre es así. A veces nuestros alumnos tiene problemas al momento de querer expresarse por escrito y de manera oral ante alguien extraño o un público. Dicho por sus palabras: "No tengo problemas para socializar, pero me cuesta trabajo escribir algo y hablar frente a mucha gente".

Es difícil de creer que se les dificulte algo que debería ser sencillo, porque lo practicamos desde que nacemos hasta que morimos: comunicarnos. Escribir algo (una carta, un informe o un trabajo escolar) implica, además de conocimientos mínimos de ortografía y redacción, una lógica del pensamiento que tendrá que ser interpretada por la mano en una serie de signos que llamamos palabras; deberá tener sencillez y utilizar un lenguaje que sea asequible a todo el que lo lea. Suena fácil, pero para muchos esto puede ser sumamente difícil, por eso se niegan a hacerlo y cuando toman materias como redacción o comunicación, sienten que son complicadas y hasta cuestionan que estén dentro de carreras que no tienen nada que ver con ellas, como las ingenierías.

Nosotros, como maestros, vemos que los muchachos llegan al nivel universitario con graves deficiencias, como consecuencia de una educación mal diseñada desde el principio.

La sensibilización en la educación

La sensibilización con todo lo que nos rodea, sea un ser vivo o inanimado, es una parte muy importante de la educación. Si no la inculcamos a los niños desde el primero de primaria, ¿cómo queremos que la adquieran al llegar a la edad adulta? Los milagros no existen. Esto también debiera ser una tarea de la familia, sin embargo ¿cuántos padres se preocupan por ello en las circunstancias actuales del país? No podemos pedirle a un padre de familia que sensibilice a sus hijos si él está preocupado en conseguir trabajo y darle de comer a los suyos. Por eso, la escuela se convierte en la única alternativa para realizar un cambio en la educación.

Si pugnamos por una escuela integral no debemos dejar de lado esta parte personal e íntima del ser humano, la que tiene que ver con el mundo que lo rodea y con la gente con la que convive. Los programas educativos en los que se enfatiza la lectura y la visita a museos conllevan a darle una visión más amplia a los niños para que puedan cambiar su forma de pensar al tener acceso a otros conocimientos. No sólo debemos preocuparnos porque los chicos demostraron una deficiencia en matemáticas y lectura de comprensión, también por darles otras opciones que los ayuden a ser mejores hombres y mujeres, mejores ciudadanos. Esto redundará en un beneficio no sólo individual, sino colectivo y social.

Ahora escucharemos las palabras de dos magníficos escritores, a propósito de la entrega del Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz a José Emilio Pacheco. 

José Agustín afirmó:

La lectura fundamentalmente debería verse como un placer, un disfrute, pues es trascendente y trae consigo una enorme cauda de efectos. Uno de ellos es lo que se hace con lo obtenido de la lectura. En principio, creo que permite ser más humano; es una actividad por principio humanizadora, y al ser así, la persona que lee debería desarrollar su sensibilidad hacia la naturaleza, su entorno, sus prójimos y el sistema social en que habita.
 
 
 
 
 
 
 
 
   
Y Pacheco señaló, al recibir este Premio Internacional:

La poesía mantiene viva la lengua, la pone en circulación y la somete a prueba. Si esa lengua se paraliza o se degrada, la barbarie y la violencia llenan su vacío. Sin esa lengua no hay diálogo, no hay polémica, no hay instrucción posible, no hay arte, ciencia ni cultura, no hay futuro. Ocupa el porvenir el corazón de las tinieblas. Se abre a nuestros pies el abismo que nos rodea por todas partes.

La compañía de un libro siempre será mejor que la del alcohol, la droga o la ociosidad, pues provoca el reconocimiento que cada ser humano tiene con sus semejantes. A partir de esto será más sensible con su entorno, su historia y con él mismo.• 

*Cecilia Colón H. (ciudad de México) es profesora-investigadora del Departamento de Humanidades de la UAM Azcapotzalco. Estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y la especialización en literatura mexicana del siglo XX en la uam. Ha publicado dos libros: Citlalli y otros relatos (2000) y La bailarina del Astoria y otras leyendas (2002).

Notas

 1Karina Avilés, "Imposible que en cuatro años la población del país se convierta en lectora: Bermúdez", en La Jornada, México, 6 de agosto de 2002.

 2Claudia Herrera Beltrán, "Evaluar la enseñanza tiene el fin de mejorar, no privatizar: inee", en La Jornada, México, 6 de enero de 2003.

 3Karina Avilés, op. cit.

 4Para ser exactos, son 25 títulos los que integrarán las 750,000 bibliotecas de aula en planteles de educación básica. Karina Avilés, op. cit.

 5Ángel Vargas y César Güemes, "Un mayor acceso a la lectura mejoraría la realidad social", en La Jornada, México, 30 de julio de 2003.

 6Idem.

Hemerografía

Karina Avilés, "Imposible que en cuatro años la población del país se convierta en lectora: Bermúdez", en La Jornada, México, 6 de agosto de 2002.

Claudia Herrera Beltrán, "Evaluar la enseñanza tiene el fin de mejorar, no privatizar: inee", en La Jornada, México, 6 de enero de 2003.

—————, "Pobreza, causa del penúltimo sitio educativo de México en la ocde", en La Jornada, México, 15 de enero de 2003.

—————, "Asesor español: el inee requiere mayor independencia de la sep", en La Jornada, México, 16 de enero de 2003.

Roberto González Amador, "México, penúltimo lugar en gasto social entre los países de la ocde", en La Jornada, México, 9 de febrero de 2003.

Observatorio Ciudadano de la Educación, Comunicado 98, en LaJornada, México, 25 de abril de 2003.

Ángel Vargas y César Güemes, "Un mayor acceso a la lectura mejoraría la realidad social", en La Jornada, México, 30 de julio de 2003.