Juan Manuel de la Rosa:
una mirada plástica


*Dafne Cruz Porchini
Parece ser que la pintura zacatecana de hoy goza de una sana diversificación y regocijo ante la enorme riqueza y calidad de sus expresiones plásticas actuales. Un corazón flotante, la muestra de Juan Manuel de la Rosa (Sierra Hermosa, Villa de Cos, Zacatecas, 1945) que se presenta en la Galería Arroyo de la Plata, Zacatecas, es prueba fehaciente de ese vigor artístico.

En esta exhibición es elocuente que De la Rosa realiza un inventario de carácter personal. En la selección de obras define una eternización y reconstrucción del recuerdo hasta consolidarlo allende el cuadro. La árida y crepuscular tierra zacatecana hace aparición en su quehacer pictórico poblado por sombras, almas e imágenes; el artista no intenta elaborar una copia de la realidad, sino que la intensifica y domina esta referencia concreta a través de la pintura per se, además de acoger los planos de visión como pretexto temático.

El pintor hace una auscultación de una geografía íntima: el agua, la noche, el viento, la erosión. Estos elementos acompañan sus paisajes, donde se sub- raya el refinamiento de la luz —eje fronterizo entre lo concreto y lo abstracto— y, además de la determinación en la sobriedad de la línea, predomina el dibujo de trazo libre, las texturas de valor táctil, una pincelada irreductible que traspasa el color azul de ritmo fauvista, la crudeza de un amarillo azufrado, el cromatismo pálido de los rojos, el contraste matizado entre el azul ultramar y los tonos oscuros. La energía de la gama colorística es rotunda y se intensifica en la medida que observamos la cadencia de la composición. Las asociaciones cromáticas de su obra valen por sí mismas, son la antesala y provocación del tema. En un nivel esquemático, el artista se vale de pocos elementos para conformar el universo de sus cuadros, conjunto rebosante de contenidos individuales.

De la Rosa no se queda en la contemplación inmediata de las formas —núcleo de su obra total—, también se encarga de evocarnos escenas de interiores y exteriores, ambiente teatral movible y estable al mismo tiempo. Los perfiles humanos actúan con independencia dentro del espacio, mientras que los paisajes y otros factores constituyen el ensamblaje de los colores. En una red vibrante de color, se delimita el horizonte y aparecen los confines de objetos de naturaleza esencial.

   
El aroma de la noche  
 
   
El poeta y su luz
En el eterno soliloquio del artista, la expresión es coordinada con uniformidad y el espacio actúa como una necesidad plástica, en tanto que los signos figurativos atienden al axioma del ut pictura poesis y hay una insinuación sincera de rasgos abstractos.

Dentro de la ilusión pictórica, el artista facilita la presencia visual de signos y símbolos; el signo se conduce como un todo que se descompone en partes por mera abstracción mental. Así, el pintor vislumbra y anuncia fragmentos de su código personal íntegro, al tener la facultad absoluta para interpretarlo y re-leerlo. Los signos sirven para la rectificación de una línea proyectada por medio de un lenguaje cifrado.

En sus creaciones de infinito alcance metafísico —el silencio y el estatismo son componentes totalizadores—, De la Rosa se encarga de transformar y perpetuar un instante. Los contornos de las cabezas humanas son asistentes mismos del cuadro, cegados de su realidad hasta cierto punto, y tal vez exista un lejano temor de contemplar un destino incierto. Al lado de estas figuras enigmáticas se reiteran las alusiones a los embudos y relojes de arena, donde vida y tiempo transcurren sencillamente aunados al camino por los campos y superficies magnéticas que manejan una doble revelación.

De igual modo, la obra del zacatecano describe los enfrentamientos con las contradicciones del ser, mientras que, de manera paralela, se distinguen estáticos animales de sustancia nabi —tal vez ecos lejanos de la dualidad hombre/animal—; otras veces se sitúan los espectros de presencia sutil escoltados por máscaras lejanas, y, hasta el final, los secretos se abren y emerge la imperfección balanceada de ciertas figuras geométricas, que logran ser la materia del cuadro por la aplicación y conocimiento perfecto de técnicas como el óleo y la encáustica.

Este artista alcanza de manera natural un equilibrio entre la exigencia de la unificación de los caracteres del cuadro y el seguimiento de sus propios impulsos, reacción que se aplica a los ingredientes de su obra, donde abrevan afecto y aversión, nostalgia y euforia recíprocas, invención y consecuencia. De la Rosa sabe plasmar la ausencia de conformidad, pues no tiene más compañía que cúmulos de arena hostil, misma que termina convirtiéndose en sustancia devota en el periplo constante del maestro. La atmósfera pictórica tiene algo de indeterminación deliberada, con rasgos de la inocencia y el tormento de la obra de Paul Klee.

   
  Aguasangre
 
   
Laguna venezolana
En el impreso que apoya esta exposición, editado por la citada galería, Rosa María Batel acertadamente escribió:

Juan Manuel de la Rosa es poeta, porque poeta es aquél capaz de recrear al hombre mediante el lenguaje y los silencios de la obra de arte. Es pintor ceramista, escultor, hacedor de papel, es un delicado artista. Pero Juan Manuel es ante todo un hijo del desierto, fiel a sus grietas y a su sed, viajero infatigable que vuelve siempre, buscando sosiego en el vientre seco de su polvareda.

Si la exhibición se denomina Un corazón flotante, quizá se deba a la propia visión del artista como un elemento suspendido en el aire, listo para un aterrizaje parcial. Es innegable que este órgano vital es observado como una alteridad que denota intuición, principio, voluntad, sangre, tragedia y agonía; sin embargo, la autoinmolación no tiene lugar en la obra. Su pintura transmite una falta de complacencia que se antoja genuina en un desarrollo firme y resuelto como artista plástico maduro.

El pintor no tiene dudas sobre los fundamentos de su trabajo artístico. De la Rosa parece instalarse en el placer lúdico por el viaje, el ensayo, la experimentación, el azar paradójicamente controlado dentro de un proceso intelectual, como lo es la pintura. Su obra es un aviso de unión y separación. Esa es la mirada de Juan Manuel de la Rosa, la certera existencia de un punto con retorno: la tierra ancestral recuperada por la vía infinita de la pintura.•

   
  La sequía
 
   
El viento que pasa

 
*Dafne Cruz Porchini (ciudad de México, 1973) estudió historia en la unam. Es becaria del Instituto de Investigaciones Estéticas de la misma universidad. Entre sus publicaciones destaca El arte como necesidad psíquica. Algunas consideraciones sobre la obra de Juan Soriano (UAM, 1999).