*Ana
María Jaramillo
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Todo
tiro al aire reposa finalmente en la tierra, y mientras, la tierra sigue
su ritmo, no se detiene ante el dolor ni la soledad, no queda más
que mirarse a sí mismo y precipitarse en el abismo de la soledad,
al sonido de eco y a la imagen de su sombra.
Como aire nos recuerda que somos polvo y volveremos a serlo, y del poema sólo aspira a recuperar el sonido del silencio, el alba que no aclara, la sombra sobre la palabra. Como fuego traicionado por los dioses, la sangre nubla los destellos de luz, soledad compartida en el deseo, despojados de su paraíso y con un fuego que es agua, mar oscuro, infinito, donde queda el pabilo como rostro de un fuego que quema. Como agua es luz y como luz es fuego, búsqueda de la sombra y el autoperdón reflejos de sí sobre los otros, expiación de la pasión. Como tierra el caminante desanda sus pasos hacia sí, hacia el ayer, a la infancia, al saudade: nostalgia celebratoria, el seno materno, solo, libre de ataduras materiales sin pertenecer a nada ni a nadie, vuelto agua para regar la tierra. En Evangelios de la tierra el poeta sabe que en buena medida todo poema, para serlo, tiene algo de eco, la sombra de su voz. Por eso lo dicho retumba en la garganta y ésta es considerada como un barranco —es decir: un precipicio— y nos habla de lo que el escritor busca en su vocación. La palabra barranco lleva implícita una violencia que el poema contiene en su forma, pero contiene a la vez como un vaso contiene el agua y una camisa de fuerza contiene al alienado. En
el barranco hay un vértigo, una tendencia a la caída. En
él se rompe la voz.
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El poeta busca ambas cosas,
decir y dar forma a lo dicho. En Evangelios de la tierra hay un
lento deslizarse de las referencias simbólicas hacia una referencia
más cristiana, más vivida, más sencilla, sin que esto
signifique simpleza.
Así ocurre en varios libros anteriores de León Guillermo Gutiérrez, ya que el sentido de lo que escribe es narrar, relatar, describir la experiencia en unos términos reconocibles gracias a la retórica. Poesía que reflexiona sobre lo que vive, que sabe lo que vive y cómo decirlo, que no se ve enfrentada a esa impotencia de la garganta que se desgarra; su gramática tiene que ver más con la piedra que con el agua, su sintaxis tiene entonces algo de pétreo, escrito con cincel y no con pluma. Y suele suceder que relacionemos al poeta a un catolicismo laico, más vinculado con la experiencia de su tradición y su simbolismo, que con su mística. A la rotuntidad de sus anteriores textos corresponde esta necesidad de lo alado en No mueras esta noche, en busca de la gracia de textos cantarines, casi infantiles, pero de una transparencia admirable y sin renunciar a la tensión que les da origen como textos. Hay aquí una clara necesidad de riesgo en el poeta para volver más sutil su voz, esa que tal vez ya no se rompe en la barranca sino en la cascada, también caída (incluso más vertical), pero fresca, retórica, que juega en su cauce. El
tono es, desde luego, distinto. En cierta manera menos ambicioso, en busca
de un timbre menor, infantil, de villancico o de ronda, menos rotundo,
pero tal vez no menos profundo. Responder a esto último sólo
puede hacerse explicando el paso personal que representa el libro como
una deliberada distancia ante la retórica anterior. En uno de sus
mejores poemas, "El camino", el autor señala:
Siempre estoy por llegar
Esta más asombrado
de sí mismo que del paisaje, ese es un buen paso para encontrar
el tono del que se hablaba al principio de estas notas: esa precisión
de la garganta. Por eso el sentido "extrospectivo" del poema busca un movimiento
contrario. No mueras esta noche es un libro distinto a los anteriores,
más concentrado, más transparente, y con la evidente intención
escénica de dividir el texto en tres actos: la pasión, la
despedida y la inconformidad ante la pérdida inminente. León
Guillermo busca entonces no un canto asombrado sino un canto enamorado,
pasa del pasmo a la seducción, establece un paso dialéctico
entre ambas cosas. El poema garantiza, en su dicción, en su decirse,
que el deceso no ocurra: no morirá —ella o la experiencia— esta
noche, porque permanecerá mientras sea objeto del poema.
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El
modelo de toda poesía en la que la experiencia erótica toma
su expresión de la mística está en el Cantar de
los cantares, pero es probable que el proceso de escritura haya sido
al contrario, primero la experiencia carnal y después la iluminación
divina. Lo contrario es la apariencia que el poeta le da al texto para
sus lectores: No mueras esta noche sigue teniendo entonces ese aspecto
en el cual el escritor prioriza a la forma, la pone por delante. El aprendizaje
de que la forma es un asunto interior tarda mucho en aprenderse o en confluir
a la escritura.
El poeta busca un rompecabezas de múltiples formas sin modelo, en el cual las piezas-poema se mezclan gracias al azar y convidados por la necesidad. Cada lector hará de uno u otro texto su elegido, como el propio escritor al reordenar los elementos dentro de la sucesión de páginas. Al fin y al cabo la concepción que tiene del poema responde más al salmo o al conjuro que a la elegía. No hay nostalgia, aunque recurra a la evocación; no hay lamento, aunque pueda haber dolor. Lo que sí hay es celebración, sobre todo del deseo.• |
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