Aristóteles y la construcción
de una ética ciudadana

* Joel Flores Rentería

En el pensamiento aristotélico ética y política guardan una estrecha relación. La ética o "el estudio del carácter es, como parece, una rama y punto de partida del arte de gobernar. Y, vista como un todo, debería ser llamada no ética sino política". En este sentido, una parte fundamental de la política la constituye el estudio de los diversos caracteres; es decir, los usos y las costumbres de los pueblos, pues "tan pronto una cosa ha venido a ser habitual, ella es implícitamente natural. El hábito no es diferente de la naturaleza, ya que lo que sucede muchas veces es semejante a lo que sucede siempre; los eventos naturales suceden siempre, los habituales casi siempre".

De esta manera, la costumbre viene a ser una segunda naturaleza y la ética el estudio de la naturaleza de los pueblos y las personas. Por ello mismo es punto de partida de la política: un legislador debe conocer en primer lugar la naturaleza de su pueblo, puesto que la fuerza de ley, como dice Montesquieu, reside en las costumbres y éstas difieren sustancialmente en un gobierno democrático y en uno oligárquico.

Debe entonces conocer cuáles son las pasiones y anhelos que alimentan y mueven a la población, pues éstos son los principios políticos, los resortes que articulan las instituciones que rigen a la comunidad política. Este es un saber ético y político indispensable para cualquier estadista, ya que en esos principios reside el secreto de los hechos de conquista y conservación del poder político, pues, como afirma Guizot, "se puede torturar a una sociedad y hasta destruirla, mas no se la puede organizar ni hacerla vivir contra lo que realmente es, no teniendo en cuenta los hechos que la constituyen o violentándolos".

La ética, en tanto estudio del carácter, de los usos y las costumbres, contiene una explicación de la naturaleza humana:

    El hombre es por naturaleza un animal político... Sólo el hombre entre los animales posee la palabra; la voz, por su parte, únicamente sirve para significar placer y dolor, motivo por el cual pertenece a los demás animales por igual... mientras que la palabra sirve para expresar lo conveniente y lo nocivo y, por lo mismo, también lo justo y lo injusto; esto, en efecto, es lo propio y característico de los hombres con relación a los demás animales, a saber, el tener sensación del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, así como de las demás cualidades de esta índole, y la comunidad de tales sentimientos da lugar a la familia y a la ciudad.

El ser humano, en términos genéricos, comparte la naturaleza del resto de los animales. De manera específica difiere por el hecho de ser un animal político, por poseer la capacidad de discernir entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. En este sentido, el mejor de los seres humanos y la mejor comunidad política serán aquél y aquélla que en mayor grado se aparten de la naturaleza animal y los peores serán quienes más se alejen de la naturaleza política, característica esencial del hombre en tanto especie.

Ahora bien, ¿qué significa vivir de una manera política? Esta pregunta constituye el eje central del presente ensayo, pues su respuesta atañe a la explicación de la ética ciudadana en el pensamiento aristotélico.

En el pasaje citado antes se encuentran dos elementos a partir de los cuales se puede construir una respuesta. Elementos que remiten al tratado Del alma, donde se estudia, en términos generales, la naturaleza animal y, de manera específica, la naturaleza humana. En él Aristóteles afirma: la voz sirve para significar placer y dolor, motivo por el cual pertenece a los demás animales por igual; mientras que lo característico de los hombres es tener sensación del bien y del mal de lo justo y de lo injusto. El placer y el dolor refieren a la sensación: "Allí donde hay sensación hay también placer y dolor y donde hay estas hay necesariamente apetito".

El alma sensitiva aparece entonces como la naturaleza que el ser humano comparte con el resto de los animales; en cambio, la sensación de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, no se encuentra más que en los hombres, pues ésta remite al acto de inteligir y pensar, el cual permite formular juicios y opiniones. Lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto son juicios que se emiten acerca de un objeto o cosa.

Ahora bien, debido a que "el inteligir y el pensar... presentan una gran afinidad con la percepción sensible, pues en uno y otro caso... el alma discierne y reconoce una realidad",  es posible diferenciar dos formas de actuar y conocer, una corresponde genéricamente a la naturaleza animal, otra específicamente al ser humano. Por esta razón es un actuar ético y político y un conocimiento reflexivo, adquirido a partir de la deliberación.

Analicemos la primera. "La sensación es atributo de todo animal, la presencia o ausencia de ésta es lo que permite distinguir entre lo que es y lo que no es un animal". Hay muchos y diversos animales que carecen de vista, oído y olfato. Sin embargo, cuando menos se encuentra en ellos el sentido del tacto, que es el sentido del alimento y, en mayor o menor medida, participan también del gusto, pues "éste es una forma de tacto" que se encuentra desarrollada y diferenciada en los animales superiores, en aquellos que poseen los cinco sentidos.

El tacto aparece como género de los sentidos, puesto que "ningún sentido es encontrado en forma separada del tacto, mientras que éste es encontrado por sí mismo".  La relación existente entre uno y otro es la misma que hay entre el género y la especie: la especie supone la existencia del género pero éste no supone la existencia de aquella más que de manera potencial, razón por la que los atributos del género son propiedad de la especie. De aquí la igualdad de las especies en términos genéricos.

De lo anterior deriva que el tacto, en cuanto género, es capaz de percibir, de manera indirecta o incidentalmente, las cualidades sensibles propias de los otros sentidos, y en forma más clara las de aquellos que le son muy próximos. Éste es el caso del gusto, el cual guarda una estrecha relación con el alimento.

Como puede observarse, existen cualidades sensibles propias a cada uno de los sentidos y cualidades sensibles comunes a varios de ellos. Por ejemplo, el alimento es percibido al menos por tres sentidos: el olfato, que capta su olor; el gusto, capaz de aprehender su sabor; y el tacto, que percibe, de manera específica, movimiento y forma, es decir, si el objeto sensible se encuentra en reposo o no, si es seco, húmedo, caliente, frío, líquido, sólido, áspero, suave, etcétera. El movimiento y la forma, que son cualidades sensibles propias del tacto, también son aprehendidas por la vista, cuyo objeto sensible específico es el color.

Las cualidades sensibles comunes desarrollan una capacidad de asociación. Al captar un objeto con alguno de los sentidos al instante se le atribuyen las cualidades sensibles comunes percibidas anteriormente. Esta asociación desencadena un deseo que lleva al animal a perseguir o a huir de dicho objeto, pues "la facultad motriz del alma es lo que se llama deseo o apetito", sin el cual ni los animales ni los hombres serían capaces de movimiento.

Ese huir o perseguir algo envuelve una forma de conocer y de actuar, porque implica el recuerdo de que tal cosa es placentera o dolorosa. Entonces, si el animal puede recordar es porque tiene memoria y porque es capaz de percibir el tiempo, ya que la memoria no es de las cosas presentes como la sensación, ni de las futuras como la esperanza, sino del pasado. No hay memoria sin percepción del tiempo, en consecuencia "la memoria pertenece accidentalmente a la facultad intelectiva y, de manera específica, es parte de la facultad primaria del sentido y la percepción".

Por esta razón los animales, en la medida que pueden desear, son capaces de aprender y moverse por sí mismos. Empero, es menester señalar que el eje sobre el cual gira dicho aprendizaje y movimiento es el placer y el dolor: el recuerdo de que tal cosa es placentera o dolorosa. Se trata de un movimiento que tiene por origen un agente externo, pues ante la sensación de un objeto percibido antes viene el recuerdo del placer o del dolor padecidos. Recuerdo que desencadena el deseo que lleva a evitar o buscar tal cosa.

El ser humano, en tanto animal, participa de esta forma de conocer y actuar de la misma manera que la especie del género, por consiguiente no constituye su característica más propia y específica, ya que el hombre además de la facultad sensitiva posee la facultad intelectiva o deliberativa.

** Este ensayo es el segundo capítulo del libro Ética y política: entre tradición y modernidad, que será coeditado por la UAM y Plaza y Valdés, coordinado por Francisco Piñón y Joel Flores Rentería.

 

 

 

 

 

 

 
 
El acto de inteligir y de pensar, como se señaló, guarda una relación muy estrecha con la percepción: en ambos el alma discierne y reconoce una realidad. Sin embargo, "el alma intelectiva en lugar de sensaciones utiliza imágenes. Y cuando afirma o niega que algo es bueno o malo huye de ello o lo persigue".  De aquí que cuando se contempla intelectualmente, "se contemple a la vez y necesariamente una imagen: las imágenes son como sensaciones, sólo que sin materia".

La imaginación puede ser sensitiva o racional. La primera requiere de la presencia del objeto sensible para traer a la mente su recuerdo e imagen, de ella participan todos los animales. La segunda no requiere la presencia de ningún objeto sensible, únicamente necesita la existencia de la palabra, pues ésta evoca imágenes, sensaciones sin materia, como aquellas que despierta la poesía o la remembranza de hechos pasados. Por ello hay quienes opinan que recordar es volver a vivir. Esta última forma de imaginación es exclusiva del ser humano y es de capital importancia para diferenciar su actuar y conocer del actuar y conocer del resto de los animales.

El solo hecho de que la facultad intelectiva no requiera de la presencia de un objeto sensible para devenir en acto, sino sólo de una imagen, plantea una forma de actuar y conocer diferente, cuya esencia consiste en que el origen de los actos y del conocimiento resida en el hombre y no en un agente externo. Y es que el proceso de deliberación viene a ser origen del conocimiento y del acto.

El ser humano puede no tener memoria o un recuerdo parcial de que tal cosa ocurrió, pero no sabe cuándo ni dónde, en su anhelo por recordar, pone en acto a la facultad intelectiva e inicia una indagación, la cual probablemente lo llevará a encontrar lo que busca y hasta lo que no busca, pues dará con algunas cosas relacionadas que parecían estar en el completo olvido. Entonces recolecta, mas no recuerda.

El recuerdo y la recolección difieren de manera sustantiva. El primero implica la memoria y ésta, puesta en acto por un agente externo, trae a la mente una sucesión de imágenes:

    La recolección es como si fuera un silogismo, pues el que está recolectando concluye que vio u oyo o padeció algo, es una forma de investigación. Motivo por el cual sólo tiene lugar en aquellos seres que poseen la facultad deliberativa. La deliberación es también una forma de investigación y... la recolección es la búsqueda de una imagen... prueba de ello es el gran desasosiego de algunos cuando no les fue posible haber recolectado, detienen por entero su pensamiento e incluso no intentan recolectar más…

pues son poderosamente movidos por ciertas imágenes que les causan dolor. La memoria es el recuerdo de lo aprendido o percibido anteriormente. La recolección, al igual que la deliberación, es el acto mismo del conocimiento humano, y por ello también principio generador del movimiento.

La deliberación deviene principio motor del actuar humano. Un ejemplo que ilustra con claridad esto es la enfermedad y la salud, sobre todo en los niños, quienes debido a su edad y escasa experiencia no han desarrollado plenamente la facultad deliberativa, por ello mismo son más propensos a guiarse por el placer y el dolor. Cuando el niño se encuentra enfermo y el médico le receta un medicamento que debe ser inyectado, al ver la jeringa de inmediato la asocia con el dolor padecido y provocado antes por otras inyecciones; entonces rechaza el medicamento.

Sin embargo, con el transcurrir del tiempo realiza una deliberación en la cual asocia al medicamento ya no con el dolor sino con la salud. El principio de la acción ahora reside en él, pues ha formulado un juicio, una opinión, donde el medicamento aparece como algo doloroso pero también conveniente, y no lo rehúye, porque es el medio para alcanzar un bien mayor: la salud.

A manera de síntesis puede decirse que el actuar y el conocer de los animales siempre tienen por origen un agente externo: el objeto sensible que desencadena el recuerdo del placer o el dolor padecidos con anterioridad; mientras que lo propio del ser humano es que el origen de sus actos y de su conocimiento resida en él mismo, puesto que éste es la deliberación.

A partir de la diferenciación entre el actuar animal y el actuar humano Aristóteles construye su ética, a la cual bien podríamos llamar ciudadana, pues no se funda en ningún precepto moral o religioso. Las virtudes aparecerán como los usos y las costumbres que preservan la naturaleza del ser humano; los vicios, por el contrario, son las costumbres que corrompen su naturaleza y asemejan su comportamiento al de los animales.

Una ética ciudadana plantea como primer problema la ciudadanía. ¿Quién debe ser considerado ciudadano y quién no? Ciudadano es por definición un hombre libre y libre es aquel cuyo origen de sus actos reside en él, por ello se pertenece a sí mismo. Como diría Hegel, es “la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí”.  Un ser privado de libertad es quien no se pertenece a sí mismo, justo porque el principio de sus actos reside en un agente externo.

 
 
Cuando en la Ética nicomaquea Aristóteles habla de los actos voluntarios, involuntarios y mixtos, expone esta situación: “es el caso de un tirano que dueño y señor de la vida de nuestros padres y nuestros hijos, nos empujara a una acción vergonzosa poniendo como condición que la realización de dicha acción salvaría a los nuestros, mientras que el rehusar implicaría su muerte”.

El origen de la acción reside en un agente externo, en el tirano; sin embargo, depende de uno ejecutarla o no. Si la elección apunta a complacer la voluntad del déspota, el individuo se convierte en un instrumento. Un instrumento animado, cuyo objetivo es alcanzar el fin que el tirano persigue. Desde este momento el individuo, en tanto independiente, en tanto que ser para sí, deja de existir, ahora es un ser para otro, dependiente de la voluntad del déspota, quien lo usa a placer por medio del temor.  Temor de perder la vida o de sufrir un daño irreparable en su persona, en sus cosas o en las personas de sus seres queridos.

Para Aristóteles la esclavitud antes que tener origen en la legalidad, lo encuentra en el carácter, en cierta forma de ser, en cierta elección que lleva al individuo a preferir la vida por sobre todas las cosas, a soportar cualquier pesar con tal de preservar la vida.

La imagen de la muerte se presenta como el amo absoluto. Esta imagen en ciertas personas ejerce un poderoso influjo, a grado tal que paraliza su facultad deliberativa. Entonces el placer y el dolor devienen principios de sus actos: huyen de la imagen que desencadena el recuerdo de algún dolor padecido antes y de la expectativa de sufrir un daño igual o peor. Sin embargo, en ese huir son atrapados y manejados a placer mediante el temor, que se muestra como el medio predilecto para ejercer el despotismo.

La libertad y la esclavitud, en consecuencia, tienen por causa una elección primaria, la cual puede ser con o sin deliberación. A partir de ella se elige bien pertenecer a otro, sucumbir frente al temor, es decir, ante la expectativa de sufrir un daño mayor; o bien enfrentar al tirano y padecer los daños necesarios, si es el caso, a cambio de conservar un bien mayor: la libertad.

Esta segunda alternativa engendra en el ser humano las más grandes y bellas virtudes: la valentía, la templanza y la prudencia. Crea una sociedad fundada en el honor y la virtud.

Una sociedad belicosa por ese amor a la libertad, ese deseo de no pertenecer a otro, conduce a constantes enfrentamientos con los pueblos vecinos. Lleva incluso a desear la guerra, pues ésta se deja ver como el campo idóneo para manifestar las virtudes ciudadanas.

El valor es la virtud que salvaguarda la libertad, por lo cual es una de las más caras para la vida ciudadana: “El hombre valeroso es invencible por el temor en cuanto el hombre puede serlo. Temerá, pues, también las cosas que están a su altura, pero les hará frente como conviene según la razón”.

Delibera y elige antes de actuar, por eso mismo es libre, pues el principio de sus actos reside en él. Por el contrario, quien es movido por el temor se aproxima a la naturaleza animal. El origen de sus actos reside en un agente externo, en el objeto sensible que trae a su mente el recuerdo de haber padecido y la expectativa de padecer, en un futuro inmediato, un mal mayor. Huye sistemáticamente del dolor y su cobardía con frecuencia lo conduce a la esclavitud.

La cobardía es lo contrario al valor, pues “la valentía se define por su constancia demostrada en las cosas dolorosas, por eso el valor es penoso y con razón es alabado: es más difícil soportar el dolor que abstenerse del placer”. El cobarde huye irremediablemente del dolor, y ante la expectativa de sufrir un mal renuncia incluso al placer. El valiente soporta las situaciones penosas, pues anhela placeres superiores a aquellos que comparte con el resto de los animales. “Los seres valientes obran empujados por el sentimiento del honor, la pasión no hace más que ayudar este sentimiento”.  El honor es una especie de reconocimiento que rinde la comunidad, es signo de reputación, es el pago que reciben quienes han hecho algún bien a la sociedad.

 
 
La temeridad es el otro opuesto del valor. Es una forma de insensibilidad al temor. El temerario la mayoría de las veces se muestra incapaz de percibir el peligro, por ello se expone cuando no debe, en el lugar y momento equivocado. Esa ausencia de percepción anula la facultad deliberativa. Empero, cuando por accidente de percata del peligro actúa igual que el cobarde. Por ello se dice que los opuestos se tocan en los extremos.

Si la valentía es en cierta medida la búsqueda de placeres superiores, como el honor, o el placer que resulta de haber obtenido la victoria en combate, ella supone un equilibrio en el disfrute de los placeres del cuerpo y, de manera especial, en aquellos que provienen del tacto y del gusto, como el alimento, la bebida y el amor, pues las relaciones amorosas son también una especie de alimento. Dicho equilibrio recibe el nombre de templanza.

La templanza tiene como vicios opuestos, por un lado, a la insensibilidad, por otro, a la intemperancia. Esta última es también un opuesto de la cobardía y por serlo guarda cierta relación con ella: “una es hija del placer; la otra, del dolor”.

El intemperante, a semejanza de los animales, huye del dolor y persigue lo placentero, pero éste lo hace de una manera incesante. ¡Todo lo placentero debe gustarse! Este es el mandato imperativo que rige sus actos. En consecuencia, el origen de éstos reside en un agente externo, en el objeto sensible que desencadena ese deseo de huir o perseguir algo; en ello también el intemperante se parece al cobarde. Sin embargo, difieren de manera sustantiva: el primero ha renunciado por completo a la deliberación, mientras que la facultad deliberativa del segundo se encuentra eclipsada por el temor que se desencadena en él, en cuanto éste desaparece se encuentra de nuevo en disposición de deliberar.

El intemperante no delibera más, ya que la deliberación, en la medida que es principio y origen de los actos guiados por la razón, viene a ser una especie de percepción de lo conveniente y lo nocivo. Y lo que guía el actuar del hombre intemperante, como se dijo antes, es la premisa ¡todo lo placentero debe gustarse! Razón por la cual se aproxima mucho a la naturaleza animal, por eso mismo sus actos son bestiales.

El hombre intemperante se aproxima a la naturaleza de los animales, pero es inferior a éstos:

    Los perros no reciben placer en el olor de las liebres asadas, sí en devorarlas. El olor sólo indica la presencia de la liebre. De igual manera el león no se complace en el mugido del buey, sino en la idea de hacer de él su presa. El mugido le hace aprehender la cercanía de la víctima, y por esto el mugido mismo parece alegrarle... su placer nace de que allí tendrá alimento.

   
En cambio, el placer del intemperante no se encuentra en el alimento o la bebida, ya que si se excediera en ellos recibiría el nombre de glotón o ebrio; con todo nace de ellos. El intemperante se regocija con ciertos olores o imágenes vinculadas al alimento, por ejemplo, en el olor de la sangre, que una vez identificado como objeto de deseo desencadena una búsqueda incesante ocasionando una interminable matanza, de hombres o animales, para satisfacer el objeto deseado. También son objetos del placer intemperante la sensación que percibe el tacto al momento de desgarrar a la víctima, y de manera especial con ciertos órganos, así como las gesticulaciones que hace antes de morir y los gemidos y lamentos de dolor. Placeres perversos que llevan al hombre a cometer las más terribles e inimaginables atrocidades.

En cuanto a la insensibilidad, ésta se asemeja a la intemperancia por el hecho de que el hombre insensibletambién ha renunciado a la deliberación, pero la causa es distinta. La insensibilidad es como un estado crónico y pronunciado de melancolía. El hombre insensible es movido de manera poderosa por ciertas imágenes de las cuales no puede desprenderse, vive en el recuerdo de ellas aislándose por completo del entorno que lo rodea. Por esta razón ha dejado de percibir y de deliberar.

Como puntos intermedios entre la templanza y la intemperancia se encuentra la continencia y la incontinencia, vicios relacionados también con los placeres del cuerpo. Se manifiestan en la disposición que se tiene respecto al alimento, la bebida y las relaciones amorosas. Tanto el continente como el incontinente participan de la deliberación, pero difieren en que uno sucumbe ante el deseo contrariando lo que ha deliberado; mientras que el otro actúa conforme a lo deliberado, pero vive en constante conflicto con sus deseos, pues éstos son opuestos a sus deliberaciones.

Sirva el siguiente ejemplo para ilustrar el actuar de uno y otro. Es el caso de la mujer de nuestro mejor amigo, que por sus encantos y belleza desencadena nuestro deseo. El hombre incontinente delibera que no debe seducirla, pues con ello causaría una daño a ella, a su mejor amigo y a él mismo, pues el amigo es como otro yo. Sin embargo, su deseo es más fuerte que su razón, sucumbe ante él y busca seducirla. Lejos del influjo que ejerce la mujer deseada se arrepiente y sufre, pues actuó contra su voluntad movido por el deseo.

El continente realiza la misma deliberación y actúa conforme a ella, pero sufre por igual, porque ese deseo, contrario a su deliberación, le produce un desequilibrio emocional. Con todo, actúa guiado por la razón.

El continente se parece al hombre templado.  Ambos actúan guiados por la razón, pero difieren porque los deseos del hombre templado son conforme a sus deliberaciones; desea únicamente lo que ha deliberado, por lo que se encuentra en una disposición en la cual puede disfrutar del placer o soportar el dolor para alcanzar o conservar un bien mayor; por ejemplo la libertad o el honor.

Resta hablar de la prudencia, la cual es la mayor virtud política. De ella se ha hablado ya, de una u otra forma, a lo largo de este trabajo, pues la prudencia es el acto de deliberación que conduce al principio de la acción a uno mismo: “Es la capacidad de decidir convenientemente lo que es útil y bueno... no parcialmente, como en el caso de lo que se refiere a la salud y al vigor físico, sino en general, en lo que concierne a la felicidad”,  a la búsqueda del bien común.

Es la capacidad de reflexionar, de considerar una y otra vez antes de decidir, para así tomar la mejor elección, o determinar lo más conveniente. Por ello se dice que “prudente es aquel que ve claramente las diversas cosas que le interesan y es a ese tal a quien se le confían tales cuestiones”,  pues la prudencia es también la capacidad de aconsejar lo conveniente discriminando lo nocivo, ya que su característica más sobresaliente es la deliberación. De aquí su importancia en la vida ciudadana, sobre todo que ésta se encuentre en los magistrados, porque las decisiones que ellos toman atañen a la comunidad política en su conjunto.

Por último: ¿en qué consiste la ética ciudadana, qué significa vivir políticamente? Vivir políticamente significa conducir, a través de un proceso de deliberación y elección, el origen de los actos a uno mismo. Una ética ciudadana consiste en un actuar guiado por la prudencia.

La ética aristotélica tiene como principio al logos, a la razón, lugar donde reside la facultad deliberativa. Es por ello una ética antigua, renacentista y moderna, al mismo tiempo, pues su fundamento no es precepto religioso alguno, sino la razón.

*Joel Flores Rentería es profesor-investigador del Departamento de Política y Cultura de la UAM-Xochimilco. Entre sus últimas publicaciones se encuentra El gobierno representativo: orígenes y principios políticos en el pensamiento de la Revolución francesa (México, UAM-Xochimilco, Colección Ensayos). Ha escrito artículos en diversas revistas especializadas.