La economía: belleza mexicana

* Sergio Cabrera Morales

Mecánica de los sueños

Las diferentes estrategias que se han ido incorporado durante los dos últimos años a la economía mexicana tienen el objetivo central de evitar repetir las difíciles condiciones que se generaron al final del sexenio anterior, y sobre todo intentan atacar aquellos desastrosos resultados. Sin embargo, por más que se esfuerce el gobierno federal en asegurar que no se volverán a padecer aquellos amargos estragos, los signos que vive hoy la economía no pueden evitar poner en entredicho sus estrategias.

Éstas han contribuido a profundizar sus ya reiterados fracasos, que se pueden constatar en los diversos ámbitos de las grandes mayorías del país. Si bien se puede conceder que las autoridades tratan de enfrentar las dificultades, no están atacando los aspectos centrales, y resulta urgente abocarse a ellos; aunque tampoco se están utilizando los métodos adecuados.

Blindar la economía —sólo mediante recursos financieros— para evitar el cataclismo no hace más que confirmar que la fragilidad no se logró desvanecer durante el actual sexenio, que se han mantenido las deficiencias estructurales e incluso profundizado, razón por la cual cualquier blindaje resultaría siempre vulnerable. Además, los recursos del blindaje son y serán el botín de las corridas especulativas en contra de la economía del país y en esa medida acentuarán las difíciles condiciones de vida de la mayoría de la población.

El discurso triunfalista gubernamental se centra en aspectos que si bien son importantes para cualquier economía, deja fuera del análisis y evaluación los que son nodales para una economía como la mexicana, como resultado de su proceso histórico. Las estrategias que sólo buscan reducir la tasa de inflación, el control de las tasas de interés, reducir el déficit fiscal (situado este año en 1.15% respecto del producto interno bruto (PIB), incluso más bajo que lo planeado por el gobierno), no son suficientes. Promover el creciente volumen de exportaciones, la proliferación de los acuerdos de apertura comercial, o bien los referentes al campo de los mercados de dinero, el control del tipo de cambio e incluso remontar constantemente la barrera psicológica en la Bolsa de Valores y otras promociones que el gobierno no ha dejado de cacarear, resultan poco efectivos para neutralizar los problemas de fondo.

Si bien esas estrategias dan la imagen de un rostro sano y bello, existen otros aspectos —que son los definitivos en la dinámica de la economía— que revelan que el cuerpo y la fisiología de la economía mexicana se encuentran en alarmante descomposición, incluso putrefacción. Sin duda que en esta paradójica circunstancia el cuerpo enfermo terminará por destruir esa efímera belleza.

Entre los aspectos que sí son fundamentales se encuentran los que contribuyen a reducir los desequilibrios sociales, regionales, políticos y económicos en todos los ámbitos y en diferentes niveles; los elementos que reducen las diferencias y promueven el desarrollo, es decir, los salariales y laborales; o los referentes a los encadenamientos productivos, que se han tornado frágiles y reducidos; o bien elevar la productividad, la cual se ha mantenido baja y selectiva; o la inversión, que se ha reducido por el alto costo del financiamiento para las actividades productivas; o bien la política social, que se ha vuelto cada vez más raquítica.

También es preciso atacar aquellos que se tornan arietes del constante proceso de endeudamiento —interno y externo, privado y público—, y por supuesto a los que hacen referencia a la pesada carga del pago de intereses. Pero sin duda el rezago más importante a atacar es la ampliación y profundización de la pobreza en la sociedad mexicana. Estos son algunos de los aspectos que a la mirada de la política económica gubernamental le da miedo mirar, y prefiere seguir enfrentando la realidad soñando con sus quiméricos éxitos macroeconómicos.

 
 
Dinámica de la pesadilla

Hoy la deuda pública representa un lastre que está atentando contra los pocos márgenes de flexibilidad de la economía. La deuda pública interna ha pasado de 59,582 millones de dólares (mdd), al final de la administración salinista, a aproximadamente 65,060 mdd. Es decir, hay un incremento de más de 9%. Si bien la actual administración ha impuesto un programa de reestructuración para evitar pagos onerosos en el corto plazo, el peso fundamental de los vencimientos pasarán al próximo gobierno, pero seguirán pesando sobre la sociedad. Esto representará una carga en el futuro, por lo que queda claro que la estrategia del presente gobierno es retardataria a todas luces, y por tanto tiene tintes electoreros.

A lo anterior hay que sumar la deuda pública externa, que aunada a la interna representan un poco más de 25% del PIB. Sin embargo, en este porcentaje no se está contemplando ni el rescate bancario, ni el carretero, ni la deuda de la banca de desarrollo, ni el costo de la reforma de la seguridad social, ni otros diversos rescates más, los cuales sin lugar a dudas son deuda pública encubierta. Todos estos rubros bien podrían alcanzar 50% del PIB, lo que sumado a la deuda reconocida daría una deuda pública de casi 75%. ¿Quién, cómo y cuándo se pagará?

En el caso de la deuda pública externa e interna sólo se ha buscado crear artificialmente, para enfrentar la transición sexenal, estabilidad ficticia y efímera; el problema sigue presente, no está resuelto. En estas condiciones las calificaciones positivas de Moody’s, Standard & Poor’s y, recientemente, Fitch IBCA, sólo parecen tener carácter político anticrisis, para reforzar el blindaje y sus intereses. Pero la fragilidad está latente, a la vista. Las calificaciones podrían descender en cualquier momento y tales agencias esgrimirán mil argumentos para justificarlas. Pero quienes realmente padecerían el colapso serían otra vez los mismos: los trabajadores en general y la gran masa de empobrecidos en particular.

La deuda privada es un elemento preocupante. Tanto el pago del servicio de la deuda como los préstamos representan una sangría que pone en jaque un desarrollo autocentrado y sostenido. A ello se suma el déficit comercial, rubro que está creciendo ante el incremento caótico que vive hoy la economía, y que se refleja en el grado de integración nacional (GIN), el cual ha ido perdiendo terreno en la integración industrial nacional y haciéndose cada vez más negativo y preocupante en la relación importaciones-exportaciones.

Estas circunstancias atizan las condiciones de vulnerabilidad del blindaje, creando presiones cambiarias e inflacionarias, que sin duda están siendo activadas por la elevación de las tasas de interés del país vecino, lo que además incrementará el peso de la deuda y su servicio. De pilón, el país del norte pronto tenderá a reducir su demanda de productos mexicanos, y como principal socio comercial creará un adormecimiento del estrecho e inestable sector exportador.

A lo anterior se suma la insistente política cambiaria de mantener controlado el precio del peso respecto del dólar y con ello de la inflación; orientación que promueve lo que se quiere evitar. La reserva internacional ha llegado a más 34,000 mdd a fines de marzo de 2000, y se afirma que a diferencia de 1994 —cuando los vencimientos ascendían a niveles estratosféricos— este año las obligaciones del gobierno sólo llegarán a 2,000 mdd. Pero las políticas que intentan promover la exportación, mediante estrategias de apertura comercial y financiera, a nivel interno atentan contra la generación de empleos y la recuperación salarial de manera integral.

Pero el gran secreto en contra de la inflación y la privilegiada competitividad de los productos nacionales en los mercados internacionales está en lo que eufemísticamente declara el Banco de México (Banxico) como buenas negociaciones salariales. Es decir, comprimir lo más posible el ya de por sí deteriorado salario. Esta es la base del éxito de las exportaciones mexicanas y el supuesto alto grado de competitividad en el mercado mundial.

La afirmación del Banxico, con su habitual falta de rigor y exceso de cinismo, atribuye el incremento de la productividad a la reducción del costo laboral por unidad de producto. En síntesis, la burda restricción salarial y pérdida del poder de compra del salario. Este es el verdadero secreto de la lucha contra la inflación y la promoción de la economía de exportación.

A la pérdida histórica del poder adquisitivo del salario que arrancó en el periodo 1976-1981, se ha incorporado la de la administración actual, que se acerca a 50%, pues el costo de la canasta básica indispensable (CBI) es de cerca de $160.00, por lo que se requiere de casi cuatro salarios mínimos para cubrirla, según el Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM. En cuanto a la inflación de la canasta básica en la presente administración puede ascender a casi 270%, mientras que el incremento de los salarios ultramínimos apenas alcanza 100%. La pérdida del poder adquisitivo está a la vista.

El resultado de este modelo es, sin duda, el incremento del desempleo, donde la economía informal está generando entre 50 y 60% de los puestos, condiciones idóneas para abatir aún más el salario e introducir la reforma laboral en contra de la fuerza de trabajo y crear condiciones adecuadas para la mayor inestabilidad en el empleo.

La incorporación al trabajo que se prometió a principios del sexenio que agoniza se quedaron muy atrás de las expectativas. De más de 1,200,000 mexicanos que llegaron a la edad de trabajar cada año, este sexenio apenas se incorporaron cerca de 2,070,000, es decir, menos de 50%. Pero además hay un alto porcentaje de empleos eventuales, en especial en las grandes ciudades. Todas estas condiciones generan una mayor pobreza y amplían y profundizan la miseria.

Un elemento que expresa y a la vez promueve la endeble situación de la economía mexicana es el nivel de ahorro. Si bien se ha recuperado después de 14 años, en 1999 llegó a 18.1% del PIB, del cual 16% es interno y el resto externo. Pero el total se encuentra por debajo no sólo del necesario, sino del que se planteó la administración actual: 24%. Es decir, es 30% menor a los cálculos.

   
Se trata de otro aspecto que se encuentra al acecho, y que pone en jaque la fragilidad de la economía real. Igualmente atenta contra el nivel de inversión, que se ha quedado rezagado de manera preocupante. Por ejemplo, la inversión del gobierno que a principios de los ochenta llegó a un máximo de 10% con respecto al PIB, en 1998-1999 apenas alcanzó 1.9%. La inversión privada del primer periodo fue de 13%, alcanzando la inversión total 23%; en tanto que en el segundo momento la privada ascendió a 17.5%, para alcanzar un total de 19.4% con respecto del PIB.

Los argumentos explicativos son los altos intereses, así como el retroceso real de cerca de 50% que ha tenido la banca de desarrollo en la presente administración. Por lo que se puede apreciar que es preciso e inaplazable incrementar el nivel de inversión, máxime que cuando que cuando una economía se hace más compleja y desarrollada se requieren mayores niveles de inversión, para tan sólo alcanzar el mismo nivel de crecimiento. Además la inversión debe detonar para poder incorporar lo más posible a las oleadas juveniles de fuerza de trabajo que llegan al mercado laboral.

Sonámbulos e insomnes

Las políticas monetaria y fiscal, aun exitosas, no son suficientes para crear condiciones de crecimiento sostenido. Es preciso impulsar una política industrial nacional e incluyente que pueda detener la polarización social que se ha ido generando y profundizando de manera intolerable durante los últimos veinte años.

La dinámica económica no debe seguir dependiendo del exterior y la política industrial debe estar acompañada de una política laboral y salarial que efectivamente impulse la economía, teniendo como objetivo frenar el deterioro de las condiciones de vida de la población y construir las necesarias para empezar a promover el bienestar de la población.

No se puede seguir esperando, como se ha hecho en estos últimos veinte años, que sean los mercados por sí mismos los que encuentren el equilibrio del bienestar de la sociedad, porque los últimos cuatro sexenios han sido de pérdida reiterada, en particular en cuanto a equidad. Por ejemplo, en cuanto a ingreso apenas se está alcanzando el nivel alcanzado en 1980-1981; aunque es preciso aclarar que hoy la distribución del ingreso es más inequitativa.

Hasta el Banco Mundial, uno de los diseñadores e impulsores de la política económica impuesta a México durante los últimos veinte años, se ha escandalizado de la pobreza generada. Según ese organismo más de 42% de la población mexicana sobrevive con dos dólares diarios, más de 40% por debajo del salario mínimo actual. En un contexto de devastación de la política social se ha fortalecido, sin embargo, la política militar, la cual duplicó su gasto entre 1992 y 1997, con un incremento sensible en sus efectivos, pasando de 175,000 a 250,000.

La cada vez mayor dependencia de la economía mundial de un puñado de grandes empresas que concentran la mayoría de los recursos del orbe, aunado al especulativo control de unos cuantos agentes de los mercados financieros, son elementos que contribuyen de manera importante a ampliar el margen de inestabilidad internacional y que en cualquier momento pueden vulnerar fácilmente cualquier economía, máxime si ésta tiene síntomas y signos de fragilidad. Circunstancias como la reducción de los precios del petróleo, la restricción al crecimiento económico que se está gestando en USA para evitar su sobrecalentamiento, la consecuente elevación de las tasas de interés, y en general la inestabilidad económica del mundo, son posibilidades que siempre están presentes.

Estar a merced de cualquier restricción externa es una de las evidencias de que la economía mexicana padece una fuerte dependencia, y de que el modelo exportador más que ser una estrategia de largo plazo para generar fortaleza frente al mundo globalizado, se ha convertido en un modelo que amplía esa dependencia y acentúa la vulnerabilidad.

Aunque las exportaciones se incrementen, los altos déficit continúan, la dependencia de recursos del exterior y de la inversión extranjera se hace mayor, la paridad del peso generalmente se encuentra por debajo o por arriba, sin lograr estabilidad. Esa mayor dependencia del exterior obliga a las autoridades a controlar el tipo de cambio para evitar se acelere la inflación, perspectiva que lo lleva a la sobrevaluación del peso, con lo que pierde competitividad la estrategia exportadora del gobierno. Y por el otro lado alienta las importaciones, lo que desequilibra la balanza comercial y presiona por otro ángulo la paridad y la inflación. Esta estrategia es definida como un callejón sin salida.

El control de la inflación como centro de la política oficial no encuentra su expresión en el mejoramiento del bienestar de la población ni en los niveles de ahorro y inversión que deberían estar sobre 30%. Ese mismo control tampoco resulta ser un antídoto efectivo contra el constante incremento de la carga que implica la deuda externa e interna privada y pública.

Estas extremas condiciones que hoy vive la economía está sometiendo a la gran mayoría de la población, manteniéndola en una continúa pesadilla que no deja dormir, y que la arroja a ese brutal y doloroso estado que es el insomnio provocado por el sombrío horizonte a que ha sido condenada la gran mayoría de los mexicanos.

* Sergio Cabrera Morales (ciudad de México, 1954) es profesor de tiempo completo en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía, de la Universidad Nacional Autónoma de México.