Job, 13:3 
 
*José Carlos Hesles 
 
En 1624 John Donne percibió la configuración del mundo en el siguiente postulado: 
los cielos contienen la tierra; la tierra, ciudades; las ciudades, hombres. Y todo esto es concéntrico; su centro común es descomposición, ruina. El hombre no tiene otro centro que la miseria (Devotions upon Emergent Occasions: X, XXI).
Declaración solemne, que tal vez enuncia las oscuras fundaciones de la naturaleza humana, por repetir una sutileza de Milton. Pero la imaginación espacial de Donne es platónica y cristiana; sobre su postulado descansa el orden moral de Occidente, objeto de La mirada de Dios. Estudio sobre la cultura del sufrimiento, de Fernando Escalante.
Fernando Escalante, La mirada de Dios. Estudio sobre la cultura del sufrimiento, México, Paidós, 2000.

 

La página 30 revela la materia fantástica y, a la vez, históricamente concreta del ensayo: 

Hay en la tradición occidental dos modos fundamentales de entender el sufrimiento; uno lo refiere a la Fortuna, el otro, a la Justicia. Ambos son modos de pensamiento religioso: enfrentan el escándalo del sufrimiento, del mal, mediante categorías trascendentes.
La tragedia antigua y el drama cristiano; Prometeo encadenado, el oscuro destino de Edipo, y otra forma, opuesta a la idea trágica: la expulsión del Paraíso. La moderna civilización de Occidente conoce maneras derivadas de paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre. La cólera de Dios impone menos, al tiempo que se agudiza un cierto tipo de sensibilidad individual, otra forma del dolor (inextricable, inexorable también); el pecado original es entonces la propia civilización, la sociedad. 

Incisivos capítulos, de extraordinaria lucidez: "El sufrimiento de Rousseau" y "Un argumento de Freud", ilustran tal evolución. 

Nos informa el autor en la "Nota introductoria" (p. 13): "Las páginas que siguen forman parte de uno de esos libros que no se escriben nunca: constituyen un capítulo, una parte del argumento de un libro que no llegaré a escribir". Las 300 y tantas páginas que siguen contienen las posibles conjeturas que integran el significado cultural del sentimentalismo; es una mirada aguda, penetrante y dilatada. La mirada de Dios casi justifica su título. 

Los capítulos "Voltaire mira el terremoto de Lisboa" y "William James mira el terremoto de San Francisco" no sólo examinan dos momentos históricamente distantes. La perspectiva sentimental cambia, la contemplación es otra ("miopía selectiva", dice Escalante). Jonathan Swift (1708) advirtió los inconvenientes que seguirían a la abolición del cristianismo. No sería el menor que los hombres de mayor genio, erudición y entendimiento se privaran de los temas necesarios para ejercitar su intelecto. En 1755 Voltaire riñe con la Providencia a propósito de Lisboa. 
 

Muchas cosas han cambiado ya en 1906… William James no ve, no puede ver lo mismo que veía Voltaire. Es sólo un gesto, una manera de fijar la mirada que ha costado más de un siglo de esfuerzos dirigidos precisamente a ese fin: no mirar el sufrimiento desnudo y no preguntar por lo que hay más allá; deshacerse del problema del sufrimiento, tornándolo manejable (pp. 223-224). 
 
Luego viene el siglo XX, el Holocausto. 

La de Fernando Escalante es la obra de un sociólogo, pero también la de un pensador y un escritor. 

Ciudadanos imaginarios (1993) es una explicación elocuente sobre nuestro siglo xix, y además es justa. De los ensayistas contemporáneos, ninguno es tan accesible. La sintaxis de Escalante es siempre simplísima, aún en sus figuraciones más elegantes y asombrosas. Lectores incapaces de descifrar un párrafo académico o un artículo periodístico, empiezan y concluyen la misma tarde Una idea de las ciencias sociales (1998) o La democracia mafiosa (1999).

 
 
 
   
 

Merece la pena decirlo: el lector agradece la claridad. 

La mirada de Dios, como otros ensayos de Escalante, no comprende un solo pasaje oscuro, y sin embargo condensa la sabiduría de innumerables lecturas largamente meditadas; en esto recuerda —me parece— la modestia de Ortega, de Borges, de Paz. 

El Principito (1995) llama a escena a Catilina, a Antonio Pérez y al avieso Gonzalo N. Santos; La mirada de Dios, a filósofos y poetas. En la página 163, un verso de Wordsworth: "Suffering is permanent, obscure and dark,/ And shares the nature of infinity". 

Lloramos y reímos, a la verdad, por una misma cosa. "Nerón, al despedirse de su madre, a quien había mandado ahogar, sintió la emoción del adiós materno y tuvo horror y piedad" (Montaigne, Ensayos, XXXVII). Nos conmueve el patético optimismo de Oliver Twist; nos emociona también el sentimentalismo práctico de Dickens. Dispensamos una indiferencia distante, civilizada, en cierto modo necesaria, ante el dolor; ordenamos nuestros sentimientos culturalmente. Disimulamos. La mirada de Dios estudia también la configuración de nuestra conducta ante el sufrimiento. 

Fernando Escalante ha escrito un ensayo decisivo. Imprescindible para comprender nuestro tiempo. 

El capítulo final del libro se titula "La pregunta de Dostoievski". Iván, en Los hermanos Karamazov, después de un alegato contra Dios, propone el siguiente dilema: imagine usted que construye el edificio de la felicidad humana, y para eso, es inevitable el sacrificio de una niña; ¿aceptaría ser el arquitecto? Nuestra "cultura del sufrimiento" abunda en este tipo de cuestiones y disyuntivas, quizá por eso compartimos, secretamente, el deseo de Job (13: 3): "Quisiera hablar al Omnipotente y venir a cuentas con Dios".

*José Carlos Hesles (ciudad de México, 1969) es licenciado en estudios latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Candidato a doctor en América Latina contemporánea por el Instituto Universitario Ortega y Gasset, de Madrid.