de Susana Campos *Raquel Tibol |
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Los cuarenta cuadros, pintados entre los años 1967 y 2001, que Susana Campos seleccionó para la actual antología en la UAM de su quehacer pictórico, permiten constatar su vocación por un eclecticismo estilístico ejercido a conciencia, sin ataduras. A principios de 1960, cuando todavía no contaba los veinte de edad, en el taller libre de pintura animado por Antonio Rodríguez Luna en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, Susana asimiló ciertos principios que han guiado su desarrollo dentro de un espíritu de independencia sin concesiones: • La pintura ha de ser radiante, esté sustentada en la realidad o en la fantasía. |
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Lo estático constituye excepción en las composiciones de Susana Campos; casi siempre la dinámica es en ellas eje y pivote. Desde los años setenta del siglo pasado sus temas han variado con frecuencia, pero el ritmo ha permanecido como una constante en ondulaciones, sinuosidades, expansiones y diagonales. Imprimirle movimiento a lo estático será siempre para ella un juego especulativo tan contradictorio como sofisticado. Gracias al movimiento implícito Susana ha podido transitar, sin ortodoxias ni remordimientos, de lo abstracto a lo figurativo y viceversa. Sus obras son argumentos impulsivos en pro de un cultivo más o menos ambiguo de lo figurativo y lo abstracto. Antes de tantas licencias posmodernas en lo pictórico, ella supo romper con encasillamientos dogmáticos y lugares comunes. En sus telas, planos, líneas y punteados se han desprendido o se han alcanzado, se han superpuesto o se han acumulado, han volado como pólenes y pétalos multicolores y han caído en jardines de delicias policromas. Si en la abstracción Susana ha privilegiado la sintaxis lírica por sobre el purismo geométrico, en la figuración circunstancias cotidianas y populares, como el Metro o la cantina con pasarela, fueron tratadas con humor y énfasis plástico formalista. Susana llegó a la neofiguración con madurez suficiente como para limpiarla de patetismos emocionales o sentimentalismos oportunistas, y dejar fluir sin regaños un liviano espíritu crítico. En su dinámica entran los que corren al trabajo y corren al descanso, los que en la era del sida se conforman con sin tocar, las que se contonean sin permitir penetraciones. Distanciado y vigoroso ha sido el neorrealismo expre-sionista de Susana Campos. En este capítulo sus representaciones ofrecen nitidez visual y enseñan con cierta carga satírica cómo la sociedad hipertecnificada y globalizada deglute en las masas, convirtiéndolas en despersonalizados engranajes. Susana no ha retratado melodramáticamente la desesperanza o la desesperación, sino las conductas impuestas que desdibujan los perfiles inPiduales, los hacinamientos que convierten a los seres humanos en montones orgánicos, en bloques palpitantes. |
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El Metro, como serpiente
roja trasformada en franja compacta, deglute y aprieta. La pasarela también
es una ancha banda roja capaz en su solidez de soportar los movimientos
de las exhibicionistas y la presión de los fisgones. En contrapartida,
los contactos amigables o amorosos hacen que los cuerpos se fragmenten,
pierdan brazos, ganen alas, y que cabezas sin ojos, sin bocas, se desprendan
y floten en atmósferas que no son cielo y no son tierra; son nubes
agitadas por ensueños de ilusiones perdidas que escapan como mariposas
en busca de su habitáculo.
Sin haber olvidado las lecciones de su maestro Rodríguez Luna (el de los tristes amores), Susana Campos ha sabido durante décadas aplicar a cada capítulo de su producción una técnica diferente, la más adecuada para articular visualmente sus poemas.
Nueva Anzures, primavera de 2002 |
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