Sobre 
(mal digo cuerpo)
*David Attie, Esther Shabot, Rodolfo Bucio
El 11 de marzo de 2004, se realizó la presentación de (mal digo cuerpo) de David Attie, en el local del Ballet Teatro del Espacio. 

Publicado por Editorial Praxis, es un documento singular, ya que su origen no es únicamente literario, sino que aborda la interdisciplina, entre lo escrito y lo danzado.

El volumen consta de tres partes. La primera es un preciso prólogo producto de la pluma de Margo Glantz, quien comparte con el autor el interés por este tema. En segundo lugar, el texto poético. Por último, las fotografías de dos destacados fotógrafos mexicanos, Lourdes López y Aarón Cohen, quienes supieron captar la fuerza y la tragedia de la puesta en escena. 

A continuación transcribimos el texto que David Attie leyó como introducción al libro y a la coreografía, así como los textos de quienes presentaron el poemario: Esther Shabot y Rodolfo Bucio. El de Andrés de Luna se publicó en un diario de circulación nacional, por lo cual no lo incluimos.


Tinta, danza y silencio

David Attie

(mal digo cuerpo) es, sin lugar a dudas, un punto de referencia en mi quehacer creativo. Es el resultado de ese arduo espacio por el que mucho tiempo transité hasta lograr comulgar la escritura y la coreografía. 

Si bien (mal digo cuerpo) nace como un texto poético, sin la intención de acercarse a lo que podría ser un guión escénico, mi formación o deformación (pretender ser poeta y coreógrafo en una época como la nuestra tiene algo de quijotesco) hace que las imágenes poéticas del texto se enfaticen desde una perspectiva muy visual, siempre escénica. Por esta razón después de haber finalizado el texto surge la inquietud y la necesidad casi obsesiva de escenificarlo, entrando en un proceso de autointerpretación, de lo escrito a lo danzado, entre el ejercicio gestual de un bailarín a la inquietante combinación entre la tinta y el silencio.

Interpretar o reinterpretar a otros autores, pintores o músicos es labor constante de cualquier artista, más de un creador escénico, por el contacto tan íntimo que tiene con las disciplinas con las que comparte la puesta en escena.

Sin embargo, permitirse dilucidar lo que uno mismo escribió con una intención clara y definida, en un concepto escénico, es toda una travesía.

Transformar lo que surgió de la tinta en luz podría cegarnos. Decidir a qué momento del poema darle prioridad en escena, qué enfatizar, qué desechar (decisión en el proceso creativo mucho más fructífera y delicada que el construir), fue inventarme a mí mismo desde mí mismo, fue un viaje donde siempre en el proceso del montaje el texto permaneció cerrado. Lo que subsistía en mi interior, las letras cenicientas, las huellas de los versos, la mudez del lienzo cano, fueron finalmente las imágenes que afloraron en la danza. 

Hoy a casi dos años del estreno de (mal digo cuerpo) y a casi tres de haberlo escrito, veo realizarse otro propósito: la edición de mi primer libro, en el cual están inmersas mis más hondas ansiedades y obsesiones. 

No lo sé, probablemente este quijotesco andar tiene hoy algo de recompensa. 

(mal digo cuerpo) de David Attie

Esther Shabot

Después de leer y releer varias veces con emoción (mal digo cuerpo), editado por Praxis y bellamente acompañado por las fotografías de Lourdes López y Aarón Cohen, me he preguntado por qué David Attie escribió un texto como éste y decidió también usarlo como eje para una coreografía suya, montada en colaboración con Ballet Teatro del Espacio. Y me he respondido que muy probablemente la especial sensibilidad de David no podía no ser agitada por esa inconmensurable herida que fue la Shoá, el holocausto judío, obra de los hombres que nos confronta tanto con el vergonzoso fracaso del proceso civilizatorio lo mismo que con el angustiante agrietamiento de las tradicionales certezas acerca de la justicia y misericordia divinas. 

Recordé entonces que en el texto de la "Hagadá" del Pésaj, o pascua judía, cuya lectura se repite anualmente para recordar "hasta el final de los tiempos" la salida del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto hacia la vida en libertad, hay una frase muy significativa que señala que "cada quien debe verse a sí mismo como si él, personalmente él, hubiera salido de Egipto". Y quizás esta ordenanza o recomendación, al trasladarla a nuestra época y a nuestra circunstancia, representa lo que inconscientemente provocó a David a hablar de la Shoá, a pensar en ella y a sentirla, como un deber irrenunciable conectado con su lealtad hacia aquellos que estuvieron antes que él, los que se hicieron humo y silencio, y también esos otros que aun cuando sobrevivieron a aquel infierno quedaron marcados irremediablemente por una indeleble mutilación del alma.

Y David lo hizo, por supuesto, con sus herramientas personales, las cuales, hay que decirlo, son tal vez las más apropiadas para tocar esta llaga todavía fresca para la cual las meras palabras que describen, cuentan y recrean son siempre insuficientes, aquejadas por las limitaciones que el código lingüístico común padece cuando se trata de describir, aunque sea de forma superficial, el dolor, el horror y el miedo. Si bien las cifras, los datos, las descripciones puntuales y los análisis exhaustivos pueden hacer luz sobre partes importantes de esa ordalía que fue el holocausto, permitiéndonos asomarnos a algunos de sus aspectos, hay inmensas áreas oscuras y vacíos profundos en su naturaleza que no se pueden aprehender ni mucho menos transmitir. Y es ahí —en oposición a la afirmación de Adorno de que "después de Auschwitz ya no es posible escribir poesía"— donde paradójicamente la poesía y el lenguaje artístico se muestran quizá más capaces de producir un roce de esos vacíos, roce inalcanzable por otros medios. Porque el drama personal, íntimo de cada víctima, el del espíritu quebrado por la estrategia de deshumanización deliberada propia del universo concentracionario, si acaso puede expresarse, es sólo mediante el uso de metáforas, de imágenes contrastantes, de repeticiones como letanías y de silencios rítmicos que reflejen esa desolación y esa perplejidad ante el horror que se padeció y que incluyó un atroz borramiento de las identidades particulares mediante la aplanadora de la tortura y la muerte masificadas y estrujantemente anónimas. 

Es por ello que (mal digo cuerpo) intenta a través de los chispazos producidos por el contraste entre el impulso erótico profundamente humano por una parte, y la realidad tenebrosa de los huesos, los tatuajes, la carne quemada y el inclemente aguijón del hambre por la otra, asomarse a los abismos de la desesperación y a los combates personales ante la extinción de la fe, no obstante la profunda necesidad de ella. Sólo por la vía de la secuencia desordenada de breves frases que aluden al kádish, al Apocalipsis, a la madre que no rezó por nosotros, al vientre y a los senos, al deseo, a los huesos y a los espectros, es que es posible evocar esa agonía caótica y ese reclamo desgarrador ante el Dios benevolente y omnipotente que sin embargo no da la cara y cuyo silencio duele tanto como la muerte. Actualización pues del Job sufriente que se rebela ante el Señor, o del profeta Habacuc que con ironía se dirige a Dios diciéndole: "Muy limpio eres de ojos para poder mirar el mal, ver la opresión no puedes. ¿Por qué ves a los traidores y callas cuando el impío traga al que es más justo que él? Tú tratas a los hombres como a peces del mar, como a reptiles que no tienen amo". 

En (mal digo cuerpo) aparecen así Eros y Tánatos confundidos, el diablo y Dios mencionados en un mismo aliento, columpiado uno por el otro, enlutándose o no por el que va muriendo, por el que ya murió o por ese otro que aunque viva, lo hará de ahí en adelante en calidad de fantasma que no acierta a vincularse ya más con el instinto vital del que se le despojó. David Attie imagina y evoca, lo cual es una forma legítima aunque no ortodoxa de memoria, una manera de recordar lo no vivido en carne propia y sin embargo experimentado por afinidad, identificación, solidaridad o búsqueda de la justicia. Recuerda, porque sabe o intuye que el olvido es otra forma de la muerte, de matar de nueva cuenta y de injuriar a los que han sufrido. David acepta a su manera la orden repetida 169 veces en la Biblia de recordar, porque bien sabe que sólo la memoria puede abonar la tierra y el tiempo en que se habita y que sin memoria se está condenado a ser sólo un fragmento de lo que se puede ser.

La creación poética, la música y la danza son ciertamente los materiales, las herramientas y los códigos usados por David para acercarse a lo inefable y volver a eso inefable un constituyente más de la memoria. Una memoria que debe contener no sólo datos, información y recuentos, sino emociones y un cierto "temblor en el alma" que sólo el lenguaje estético puede producir, no obstante las paradojas a que ello conduzca. Por ello le agradezco personalmente a David, porque al volvernos a sus lectores y espectadores sus cómplices nos permite comprender un poco más y compartir y apropiarnos también de ese sacudimiento, sólo posible a partir y a través de la creación artística. 


Mal decir y maldecir

Rodolfo Bucio

Recuerdo en mis años juveniles que un maestro muy querido solía responder, pues todos los filósofos tenemos algo —o mucho— de sofistas, ante la infaltable pregunta:

—¿Cuál es su posición respecto de tal problema?

Mi profesor se ajustaba los gruesos lentes, se alisaba el poco cabello cano que asún le quedaba y recitaba con voz tronante:

—Mire usted: mi posición es la de siempre: 42 grados latitud norte, 25 grados longitud oeste…

Esa grave o ingenua pregunta me asaltó al conocer el poema (mal digo cuerpo) de David Attie: ¿cuál es su posición? Frente al holocausto y los campos de concentración, ¿cuál es la posición de David?

Porque David está hablando, sesenta años después de esa terrible tragedia, de algo que parece que nadie podía decir e imaginar: ¿había deseo, erotismo, sexo, entre quienes iban a aser sacrificados? La sola enunciación parece una blasfemia. Y sin embargo, David se atrevió a decirlo. Por eso me pregunto: ¿cuál es su posición?

Ya alguna vez Isaac Bashevis Singer contó en uno de sus entrañables relatos autiobiográficos que en la Varsovia de su infancia la puerta de la Yeshivá estaba junto a la puerta del prostíbulo. Y pese a que él era hijo de un rabino, se acostumbró a asociar el erotismo con los rezos y el estudio.

Sólo que en (mal digo cuerpo) David Attie fue más allá. Porque no reunió al pecado (en minúscula) con la vida, con la religión, sino al Mal (con mayúsculas) con la esperanza. Que Dios columpie al Diablo y ambos se coman un huevo duro es una imagen inaudita, impensable para muchos. Y David se atrevió a escribirla.

Desde el título, este libro juega con la ambigüedad, pese a ser —a la vez— muy preciso. Maldecir un cuerpo se equipara a mal decir, a mal deletrear. Si el lenguaje articulado es lo que diferencia al género humano del animal, confundir los verbos maldecir con decir nos lleva a la paradoja de hasta dónde somos animales o hasta dónde somos personas racionales.

El huevo duro sólo es producto de la razón, pues no hay huevos duros en la naturaleza. Nada más la intervención de la mano humana le puede dar esa calidad. Pero ¿qué pasa cuando el que cuece el huevo es la serpiente, el Mal, el Diablo?

 
 
 
 
 
 
 
 
   
Ya Maimónides habló de que el verbo hebreo del nombre Satán es sat, que significa separar. El Mal separa. El Bien une. Así, cuando Moisés separa las aguas del Mar Rojo para permitir la huida de Egipto, comete —en el buen sentido (si es que lo tiene) de la palabra— un acto satánico.

Al juntar lo que de por sí estaba separado, David realizó —si vale decirlo— un acto antisatánico. Pero también recorrió el velo de lo ambiguo. Se atrevió a pensar. Se atrevió a ir más allá de lo consabido. ¿Hizo bien o hizo mal al reunir placer con tragedia? Eso que cada uno, tras leer el volumen, lo responda de acuerdo a su conciencia. Por mi parte estoy seguro de estar frente a una obra —libro y coreografía— no complaciente, igual que su autor.

Atreverse a pensar, ir más allá, es peligroso. Pero felicito a David por atreverse. Quizá le traiga esta publicación algunos sinsabores. Pero ya lo dijo hace miles de años el Eclesiastés: "En el mundo saber hay mucho dolor". Parece que ésa es la posición de David.•