PRESTIDIGITACIÓN

Manuel Guillén

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La fuerza del gurú radica en la debilidad de su grey. En la conciencia de su finitud. En la asunción de su ignorancia. En el miedo a la enfermedad, al poder, al castigo. En su desventura. O en su autoengaño. En la certeza de su fragilidad. O en su miseria. En el anhelo de trascender; en el olvido de su humanidad. O en su aflicción. O en mil cosas más. El gurú sabrá curarlo todo. Todo. Nada escapa al prodigio de su palabra, su conocimiento, su vivencia, su actuar, su magia.

Tan antigua como el fenómeno religioso mismo, al que se liga indefectiblemente, la figura del gurú místico ha sido una constante de la historia de las sociedades. Incrustada en la psicología del hombre, en numerosas ocasiones ha estado directamente involucrada con la locura de las masas; con explosiones de sin razón y virulencia ciega de oscuros anhelos.

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Entre las manifestaciones sangrientas que los medios grabaron en nuestra mente resuenan los nombres de Marshall Applewhite, líder de la secta Heaven's Gate, quien en 1997 promovió el suicidio de 37 de sus miembros al afirmar que un platillo volador que venía tras el cometa Hale-Bopp recogería sus almas; y David Koresh, patriarca de la secta Branch Davidians, quien en 1993 luchó desde su finca amurallada a balas de metralla contra el fbi para terminar prendiendo fuego a su propiedad, matando así a 80 integrantes de la secta.

Ambos, sendos sociópatas ensimismados en sus sueños de gloria y liderazgo mesiánico. Enfermo de castidad el primero (voluntariamente se realizó la castración y los miembros de su secta la practicaban también sin vacilar) y de lujuria el segundo (dedicado a copular con adolescentes vírgenes de la secta por él controlada), la verdadera naturaleza de los dos fue el amor al poder. La posibilidad de convertir las voluntades ajenas en guiñapos. Hacer del prójimo un mendigo, un zombie, un doliente.

El mesianismo religioso, la tosudez milenarista de tantos cultos, ha sido el gran nutriente de la irracionalidad de los grupos humanos que acrítica, ciegamente, han seguido a individuos como estos. Incubadas las creencias en lo fantástico (ultramundos, dioses, ángeles, espectros, demonios, etcétera) y las desesperadas especulaciones sobre la posible infinitud de nuestra vulgar humanidad, ya todo es posible: creer que una nave espacial nodriza interestelar rescatará las esencias anímicas que flotarán libres en la estratósfera tras el suicidio; o que un violador común, un pederasta, es casi la segunda reencarnación de Dios en la Tierra.

Ellos fueron gurús extremos. El fin de sus respectivos dominios se vio envuelto en la tragedia, en el asesinato. Los medios los exhibieron y lucraron con su estela de sangre. El Estado los combatió. El público se horrorizó o, por lo menos, se asombró de sus actos. Como ellos, ha habido decenas más. En el seno budista y en el Islam; en los cultos paganos de África y el Caribe; en el catolicismo y en las diversas formas de cristianismo heterodoxo de la actualidad.

No obstante, también hay gurús silenciosos. Discretos. Sutiles. Seductores. Cínicos. Despliegan su influencia sobre las mentes crédulas y los ánimos extenuados de nuestra civilización. Están en la televisión, en innumerables best-sellers, en conferencias, seminarios y programas radiofónicos. Su influencia no por moderada es menos perniciosa.

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La conciencia de la muerte es el gran útero de la autocompasión, la mentira, el absurdo y el engaño. Es ahí donde las fuerzas flaquean, la voluntad se desvanece y se disipa la cordura. Cualquier aliento de supervivencia es bienvenido; la más audaz esperanza es alabada y la integridad queda en entredicho. Es el campo de acción del charlatán, el estafador, el inescrupuloso; donde las masas pierden razón y dignidad.

Brian Weiss, como decenas de gurús esotéricos, lo sabe. Ha creado un ejército de espectros sin criterio que siguen sin dudar su palabra, que ha transmitido durante casi veinte años por medio de conferencias, libros y artículos. Es un gurú del neoscurantismo posmodernista por excelencia.

Debilitadas las instituciones eclesiásticas tradicionales, en medio de la vorágine de un mundo extremadamente veloz y del caos globalizador (globalización comunicacional, económica, cultural, etcétera), enormes segmentos de la población occidental viven hambrientos de alimento espiritual para su fe. Fe: la perenne disposición de la especie humana para creer lo indemostrable.

Almas itinerantes, permanencia transcorporal, sucesión de vidas, reencarnación sin más; espíritus maestros, aprendizaje milenario, ascensión espiritual, son sólo algunos de los elementos de la chapuza del ex psiquiatra de la Universidad de Miami. Cuentas de vidrio metafísico para las desarrapadas mentes aborígenes de la aldea global; indígenas intelectuales en la metrópoli de los charlatanes.

Con base en un discurso fantástico —que cualquier lector de novelas atento podría desenmascarar como una simple trama de baja factura—, Weiss despliega los típicos pasos de la formación del gurú, del chamán, del sabio de la aldea: en su libro fundacional, Muchas vidas, muchos sabios (Punto de Lectura, 2000), establece que:

i)
  

Ha sido un hombre cegado por la ciencia tradicional de nuestro tiempo; que, como otros gurús antes de serlo, ha vivido en el error, la disipación y la inconciencia: “Los años de estudio disciplinado habían adiestrado mi mente para pensar como médico y científico, moldeándome en los senderos estrechos del conservadurismo profesional. Desconfiaba de todo aquello que no se pudiera demostrar según métodos científicos tradicionales” (p. 10).

 

ii)

Sin embargo, un acontecimiento terrenal en apariencia fortuito, aunque cósmicamente necesario, lo ha hecho seguir el camino luminoso de la verdad: “Entonces conocí a Catherine. Durante dieciocho meses utilicé métodos terapéuticos tradicionales para ayudarla a superar sus síntomas. Como nada parecía causar efecto, intenté la hipnosis. En una serie de estados de trance, Catherine recuperó el recuerdo de 'vidas pasadas' que resultaron ser los factores causantes de sus síntomas. También actuó como conducto para la información procedente de 'seres espirituales' altamente evolucionados y, a través de ellos, reveló muchos secretos de la vida y de la muerte” (p. 11).

 

iii)

Ha sido elegido por poderes superiores para realizar una labor magna en la Tierra: “Nuestra tarea [habla Catherine en trance] consiste en aprender, en llegar a ser como dioses mediante el conocimiento. ¡Es tan poco lo que sabemos! Tú [Weiss, claro está] estás aquí para ser mi maestro. Tengo mucho que aprender. Por el conocimiento nos acercamos a Dios…” (p. 56), y

 

iv)
Él, humildemente, ha seguido el enigmático y poderoso designio: “El conocimiento había llegado por medio de Catherine, y ahora debía pasar a través de mí. Comprendí que, de cuantas consecuencias pudiera sufrir, ninguna sería tan devastadora como no compartir el conocimiento adquirido sobre la inmortalidad y el verdadero sentido de la vida” (p. 13).
 
Manuel Guillén hizo la carrera de filosofía en la UNAM. Fue becario del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la misma casa de estudios. Ha sido profesor, reportero cultural y articulista. En la actualidad se dedica a la capacitación empresarial y al desarrollo de sistemas organizacionales para la administración pública.
Por supuesto, es más sencillo llevar a cabo tan portentosa labor cuando con cada libro publicado se permanece siete semanas seguidas en la lista de los diez primeros best-sellers mundiales y se gana entre 50,000 y 90,000 dólares por seminario.

Pero ese es el estilo de nuestros tiempos. Cualquier embustero se erige como gurú, como guía espiritual de poblaciones cada vez más sumidas en la ignorancia, el desdén por la ciencia y la autocomplacencia. En un mundo en el que las mayorías quisieran que todo pudiera adquirirse en el supermercado, Brian Weiss es el chamán que se merecen. Ese y no otro es el nivel de espiritualidad que casa con el gusto neoalquimista del presente; el mismo que hace pensar que unas píldoras reducirán kilos y kilos de grasa, excesos y malos hábitos alimenticios en tan sólo diez días, o que un ungüento hará perder años de inexorable vejez sobre la piel.

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Al final, todo gurú místico es un simple prestidigitador. Un hábil defraudador que domina el manejo de las cartas metafísicas. Desde tiempos inmemoriales han existido estos embelesadores; seguirán existiendo mientras dure nuestra especie. Mientras sigamos siendo unos pobres animales sin cola que veneran al trueno y al fuego, y se pierden en la oscuridad de sus propias debilidades y temores.•