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La fuerza del gurú radica en la debilidad de su grey.
En la conciencia de su finitud. En la asunción de su ignorancia.
En el miedo a la enfermedad, al poder, al castigo. En su desventura.
O en su autoengaño. En la certeza de su fragilidad. O en su miseria.
En el anhelo de trascender; en el olvido de su humanidad. O en su aflicción.
O en mil cosas más. El gurú sabrá curarlo todo.
Todo. Nada escapa al prodigio de su palabra, su conocimiento, su vivencia,
su actuar, su magia.
Tan antigua como el fenómeno religioso mismo, al que se liga
indefectiblemente, la figura del gurú místico ha sido
una constante de la historia de las sociedades. Incrustada en la psicología
del hombre, en numerosas ocasiones ha estado directamente involucrada
con la locura de las masas; con explosiones de sin razón y virulencia
ciega de oscuros anhelos.
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Entre las manifestaciones sangrientas que los medios grabaron en nuestra
mente resuenan los nombres de Marshall Applewhite, líder de la
secta Heaven's Gate, quien en 1997 promovió el suicidio de 37
de sus miembros al afirmar que un platillo volador que venía
tras el cometa Hale-Bopp recogería sus almas; y David Koresh,
patriarca de la secta Branch Davidians, quien en 1993 luchó desde
su finca amurallada a balas de metralla contra el fbi para terminar
prendiendo fuego a su propiedad, matando así a 80 integrantes
de la secta.
Ambos, sendos sociópatas ensimismados en sus sueños de
gloria y liderazgo mesiánico. Enfermo de castidad el primero
(voluntariamente se realizó la castración y los miembros
de su secta la practicaban también sin vacilar) y de lujuria
el segundo (dedicado a copular con adolescentes vírgenes de la
secta por él controlada), la verdadera naturaleza de los dos
fue el amor al poder. La posibilidad de convertir las voluntades ajenas
en guiñapos. Hacer del prójimo un mendigo, un zombie,
un doliente.
El mesianismo religioso, la tosudez milenarista de tantos cultos, ha
sido el gran nutriente de la irracionalidad de los grupos humanos que
acrítica, ciegamente, han seguido a individuos como estos. Incubadas
las creencias en lo fantástico (ultramundos, dioses, ángeles,
espectros, demonios, etcétera) y las desesperadas especulaciones
sobre la posible infinitud de nuestra vulgar humanidad, ya todo es posible:
creer que una nave espacial nodriza interestelar rescatará las
esencias anímicas que flotarán libres en la estratósfera
tras el suicidio; o que un violador común, un pederasta, es casi
la segunda reencarnación de Dios en la Tierra.
Ellos fueron gurús extremos. El fin de sus respectivos dominios
se vio envuelto en la tragedia, en el asesinato. Los medios los exhibieron
y lucraron con su estela de sangre. El Estado los combatió. El
público se horrorizó o, por lo menos, se asombró
de sus actos. Como ellos, ha habido decenas más. En el seno budista
y en el Islam; en los cultos paganos de África y el Caribe; en
el catolicismo y en las diversas formas de cristianismo heterodoxo de
la actualidad.
No obstante, también hay gurús silenciosos. Discretos.
Sutiles. Seductores. Cínicos. Despliegan su influencia sobre
las mentes crédulas y los ánimos extenuados de nuestra
civilización. Están en la televisión, en innumerables
best-sellers, en conferencias, seminarios y programas radiofónicos.
Su influencia no por moderada es menos perniciosa.
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La conciencia de la muerte es el gran útero de la autocompasión,
la mentira, el absurdo y el engaño. Es ahí donde las fuerzas
flaquean, la voluntad se desvanece y se disipa la cordura. Cualquier
aliento de supervivencia es bienvenido; la más audaz esperanza
es alabada y la integridad queda en entredicho. Es el campo de acción
del charlatán, el estafador, el inescrupuloso; donde las masas
pierden razón y dignidad.
Brian Weiss, como decenas de gurús esotéricos, lo sabe.
Ha creado un ejército de espectros sin criterio que siguen sin
dudar su palabra, que ha transmitido durante casi veinte años
por medio de conferencias, libros y artículos. Es un gurú
del neoscurantismo posmodernista por excelencia.
Debilitadas las instituciones eclesiásticas tradicionales, en
medio de la vorágine de un mundo extremadamente veloz y del caos
globalizador (globalización comunicacional, económica,
cultural, etcétera), enormes segmentos de la población
occidental viven hambrientos de alimento espiritual para su fe. Fe:
la perenne disposición de la especie humana para creer lo indemostrable.
Almas itinerantes, permanencia transcorporal, sucesión de vidas,
reencarnación sin más; espíritus maestros, aprendizaje
milenario, ascensión espiritual, son sólo algunos de los
elementos de la chapuza del ex psiquiatra de la Universidad de Miami.
Cuentas de vidrio metafísico para las desarrapadas mentes aborígenes
de la aldea global; indígenas intelectuales en la metrópoli
de los charlatanes.
Con base en un discurso fantástico que cualquier lector
de novelas atento podría desenmascarar como una simple trama
de baja factura, Weiss despliega los típicos pasos de la
formación del gurú, del chamán, del sabio de la
aldea: en su libro fundacional, Muchas vidas, muchos sabios (Punto
de Lectura, 2000), establece que:
i)
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Ha sido un hombre cegado por la ciencia tradicional de nuestro
tiempo; que, como otros gurús antes de serlo, ha vivido
en el error, la disipación y la inconciencia: Los
años de estudio disciplinado habían adiestrado mi
mente para pensar como médico y científico, moldeándome
en los senderos estrechos del conservadurismo profesional. Desconfiaba
de todo aquello que no se pudiera demostrar según métodos
científicos tradicionales (p. 10).
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ii)
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Sin embargo, un acontecimiento terrenal en apariencia fortuito,
aunque cósmicamente necesario, lo ha hecho seguir el camino
luminoso de la verdad: Entonces conocí a Catherine.
Durante dieciocho meses utilicé métodos terapéuticos
tradicionales para ayudarla a superar sus síntomas. Como
nada parecía causar efecto, intenté la hipnosis.
En una serie de estados de trance, Catherine recuperó el
recuerdo de 'vidas pasadas' que resultaron ser los factores causantes
de sus síntomas. También actuó como conducto
para la información procedente de 'seres espirituales'
altamente evolucionados y, a través de ellos, reveló
muchos secretos de la vida y de la muerte (p. 11).
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iii)
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Ha sido elegido por poderes superiores para realizar una labor
magna en la Tierra: Nuestra tarea [habla Catherine en trance]
consiste en aprender, en llegar a ser como dioses mediante el
conocimiento. ¡Es tan poco lo que sabemos! Tú [Weiss,
claro está] estás aquí para ser mi maestro.
Tengo mucho que aprender. Por el conocimiento nos acercamos a
Dios
(p. 56), y
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iv)
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Él, humildemente, ha seguido el enigmático
y poderoso designio: El conocimiento había llegado
por medio de Catherine, y ahora debía pasar a través
de mí. Comprendí que, de cuantas consecuencias pudiera
sufrir, ninguna sería tan devastadora como no compartir el
conocimiento adquirido sobre la inmortalidad y el verdadero sentido
de la vida (p. 13). |
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Manuel Guillén hizo la carrera de
filosofía en la UNAM. Fue becario del Instituto de Investigaciones
Filosóficas de la misma casa de estudios. Ha sido profesor,
reportero cultural y articulista. En la actualidad se dedica a la
capacitación empresarial y al desarrollo de sistemas organizacionales
para la administración pública. |
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