EL ENFOQUE ÉTNICO EN MÉXICO
TRES PERSPECTIVAS MODERNAS SOBRE EL INDIGENISMO...
O ¡TODOS SOMOS MARCOS!

Francisco Javier Mancha García

La calificación de indígena con que designamos a los descendientes de las poblaciones originales americanas, sujetas a dependencia por la conquista y la colonización, muchas veces hace suponer una homogeneidad en esta población que jamás alcanzó. El término “indio” impuesto por el colonialismo español nunca determinó una calidad étnica sino una condición social: la del vencido, la del sujeto a servidumbre por un sistema que lo calificó de rústico, de menor de edad, de ignorante.

Muchos han sido los que creyéndose antirracistas han opacado el verdadero espíritu de los que defendieron y defienden las posturas antirracistas.

Casos como el de la educación indígena. Muchas personas enfatizan que los programas respectivos en el sector escolar no hacen diferencias, no toman en cuenta la situación cultural de cada grupo indígena.

Sería más fácil pugnar por que todos hablen castellano e imponer esto como forma atropellante que dedicarse al trabajo previo de una investigación antropológica para ver las implicaciones desde el ángulo lingüístico. Existe un verdadero desconocimiento de la situación indígena, y con ello una política de transculturización para resolver el problema. Este problema dejará de serlo cuando deje de existir el último indígena (Samuel Ruiz, 1971).

Francisco Javier Mancha García es profesor-investigador en la UACM. Director de la Consultoría Mujeres en Progreso. Egresado del CIDE, estudió el doctorado en ciencias sociales en la UIA.
Comas comentaba que existían muchos grupos antirracistas, pero con un ánimo del tipo: el indio es una raza susceptible de mejoramiento, con un espíritu de comprensión y benevolencia, de carácter altruista. Nada más alejado del pensamiento de Comas, quien pugnaba por una doctrina social en donde no se aceptara el programa de tipo beneficencia pública o caridad hacia “nuestro hermano en desgracia”.

Aquí no se trata de integrar a un grupo de desarraigados y subculturizados hombres salvajes, como se les conocía a los indígenas del norte. Lo que proponía Comas era repensarnos a nosotros mismos e ir educándonos sobre las necesidades, condiciones socioeconómicas y culturales de los grupos hasta ese entonces marginados.

Pero entonces, ¿qué clase de construcciones sociales son las razas? Una respuesta muy común es la que asume que existen disparidades entre las distintas apariencias físicas de la gente, base de las controversias de Comas hacia los racistas (perdón, científicos) de su época. Sólo ciertas variaciones fenotípicas conforman categorías e ideologías raciales y aquellas que cuentan han emergido a lo largo de la historia. En otras palabras, las razas, las categorías raciales y las ideologías raciales son aquellas que elaboran construcciones sociales recurriendo a los aspectos particulares de la variación fenotípica, que fueron transformados en significantes vitales de la diferencia durante los encuentros coloniales europeos con otras culturas.

Etnicidad es un concepto que ha sido usado en lugar del de raza, quizá porque el uso de raza ha sido considerado per se un propagador del racismo, al implicar que desde el punto de vista biológico las razas existen. Pero ¿qué quiere decir etnicidad?, ¿en dónde reside, si es que reside en algún lado, su especificidad? Hay un acuerdo generalizado en el sentido de que la etnicidad se refiere a diferencias culturales.

Si se es de un sexo determinado se presupone que se debería tener un género; si se es de un determinado color de piel y se poseen tales facciones, se asigna una raza. Esto presupone que se deberá tener una forma particular de comportarse, de mirar el mundo, de relacionarse, de espiritualidad, etcétera. Es el estereotipo que asigna lo occidental.

Estas diferencias culturales se extienden a lo largo y ancho del espacio geográfico. En otros términos, la gente usa su localización o más bien su supuesto origen para hablar de la diferencia y de la igualdad. “¿De dónde eres?” es la pregunta étnica por excelencia. Hoy en día la globalización ha tenido como una de sus consecuencias la constante interrelación de personas diferentes desde el punto de vista de su geografía cultural. Por ello el origen se ha convertido en algo tan importante. Visto así es evidente constatar que las identificaciones raciales y étnicas se traslapan tanto en la teoría como en la práctica.

Con una postura menos conservadora y más ruda, Oliva Gall comenta que no es acertada la actitud de quienes pretenden integrar y asimilar a los aborígenes a una cultura y forma de vida. Esto es tan violatorio a la libre autodeterminación de las antiguas naciones como la actitud del más fanático de los racistas y xenófobos. Ellos han tenido y tienen su identidad y estilo de vida que debemos respetar. Si grandes sectores de nuestra población viven en la marginación y en la pobreza total, esto empeora con a los indígenas, quienes soportan los más elevados índices de desnutrición; carecen de escuelas y toda forma de enseñanza; de planes de salud e higiene; ausencia de viviendas mínimamente habitables; sobresaliendo la falta absoluta de trabajo.

La discrimación y la intolerancia se acentúa aún más cuando se trata de mujeres y niños. Gall critica el “asunto del Estado” en pro del combate al racismo y de los verdaderos intereses de los grupos locales.

Gall señala que el gobierno mexicano ha estado perdiendo una guerra posmoderna en la cual las armas principales son los comunicados y las palabras, difundidas en segundos hacia el mundo entero a través de la prensa, los libros, Internet o las reuniones intergalácticas.

A lo largo de la historia en México siempre se ha impuesto una solución no india a los asuntos que conciernen a los pueblos indios. En la posrevolución, sin quererlo los indigenistas, en esencia mestizófilos, legaron a las instituciones federales que nos han regido hasta ahora una herencia ideológica teñida de racismo, con una versión paternalista.

A principios de los setenta del siglo xx, cuando se desarrolló un fuerte movimiento social de lucha por la tierra, el papel principal fue el de la reivindicación de los derechos de los distintos grupos étnicos del país. El Estado mexicano se vio obligado a transformar el contenido ideológico de su discurso indigenista. Propuso reconsiderar el proyecto de construcción nacional mediante la incorporación a su idea de identidad nacional de la “diversidad étnica”.

Sin embargo, los últimos años no han sido suficientes para que el Estado precise con claridad las estrategias que va a emplear para que su discurso se traduzca en una política que articule las identidades colectivas con las identidades diferenciadas.

Esto no ocurre sólo en el ámbito estatal: el ámbito civil también merece ser cuestionado en ese terreno. Dos breves ejemplos: la consigna “todos somos Marcos” fue la primera frase (surgida de la sociedad civil solidaria con el ezln) que, aunque eficiente para crear resistencia y apoyo en la detención de medidas gubernamentales radicales, demostró lo que ya se sabía: que todos quieren ser Marcos y ninguno indio.

Este fenómeno quedó en evidencia cuando, durante la marcha zapatista hacia el Congreso de la Unión, varios campesinos morelenses de inflamado discurso zapatista y maya-zapatista se reían de la imposibilidad que tenían los y las comandantes de pronunciar correctamente el español, más concretamente los nombres nahuas de los pueblos de la región.

No mostraban con ello sino hasta qué punto la solidaridad de clase o de causa puede no estar exenta de racismo; hasta qué punto el discurso oficial dominante del mestizaje ha penetrado hasta las capas pobres no sólo urbanas sino rurales.

Para entender estas distorsiones étnicas es necesario cuestionar qué ocurre cuando el mestizaje no es visto como lo vio durante casi todo el siglo xx el Estado mexicano, es decir, como un ideal histórico biosocial convertido en cultura, que se presenta como un ente empalmado con el conjunto de la sociedad, pero situado por abajo y más allá de las diferencias socioculturales. ¿Qué pasa cuando en lugar de esto todavía, como ocurre en Chiapas, se ve al mestizo de una forma totalmente distinta, como la encarnación del sector socioeconómico y cultural dominante de caciques y de finqueros en regiones de fuerte población indígena?

La historia de los pueblos indígenas de México se caracteriza por la resistencia política, económica, social y cultural, recreando su cultura ajustándola a las condiciones cambiantes, haciendo suyos elementos culturales externos, pero reforzando sus ámbitos propios, reiterando los actos colectivos que expresan y renuevan su identidad.

Esta historia inicia (tomando en cuenta a las instituciones internacionales para atender a los indígenas “más en serio”) en la Convención de Pátzcuaro en 1940, creándose el Instituto Indigenista Interamericano, dependiente de la Organización de Estados Americanos. Para 1948 se funda el Instituto Nacional Indigenista (ini) con el fin de “proteger, incorporar y promover el desarrollo integral de los pueblos indígenas en México”. Emiko Saldívar comenta que el conocimiento indígena ha sido construido a partir de una metodología distinta a la que ha dado lugar en la creación de institutos u organismos públicos que apoyan a los indígenas. Además señala los “cuatro tiempos” en que se ha analizado la función del ini a lo largo de su administración.

La onu denominó a 1993 como el año de los pueblos indígenas y de 1995 a 2005 la década de los pueblos indígenas del mundo. A pesar de ello, la realidad es que éstos han sido y siguen siendo víctimas del azote de la discriminación y racismo. A veces los victimarios accionan en forma consciente y abierta; otras, en su mejor buena fe, accionan en forma inconsciente, sostenidos por su ignorancia y su falta de una profunda y real comprensión de los problemas de los pueblos originarios. En reiteradas oportunidades quienes están convencidos que defienden y protegen al indígena, partiendo de una política integracionista y de asimilación, sólo consiguen ahondar más la marginación y la discriminación hacia estos pueblos, como es el caso de la primera etapa analizada por la doctora Saldívar.

En esta etapa el desgarramiento de las vestiduras de los antropólogos por los indígenas se vuelve patético, cuando se mencionaron frases como promover a indígenas como agentes de cambio. ¿Cambio de qué o para qué? Si bien la constitución o establecimiento de los cci, en muchas partes de México, ayudó a emancipar las acciones de los caciques regionales y apoyó el desarrollo en infraestructura en regiones muy apartadas, también se generaron nuevas clases sociales entre los indígenas. Los ladinos son consecuencia de esto.

Los ladinos de muchas regiones —entre las que se encuentra Chiapas— tenían (tienen) características que los distinguen de los mestizos de otras regiones latinoamericanas por varias razones. La principal es de carácter demográfico. En estos lugares la historia colonial con una muy baja población blanca dio como resultado el que la franja mestiza de la población sea en la actualidad minoritaria en términos demográficos frente a la población india.

Esto ha conducido al mestizo a una suerte de aislamiento, de soledad identitaria. Y cuando, como en Chiapas, esta soledad se ve reforzada porque el ladino se encuentra en una situación demográficamente minoritaria, el colonialismo mental se ha traducido, entre otras situaciones, en miedo, odio y racismo con respecto al indio. Este profundo miedo colectivo ladino del “otro” indígena se ha traducido, a lo largo de la historia de varios estados con predominancia indígena, en una violencia grupal en apariencia defensiva pero en realidad ofensiva, bajo el argumento de la inminente necesidad de la autoprotección.

Las primeras dos etapas del proceso administrativo del ini se vieron reflejadas en los cci como un “mañoso Juan en el desierto”. Poca relevancia, presupuesto y tomados en cuenta. Para muchos fue un apoyo significativo y en otros lugares creó nuevas clases sociales.
 

La famosa parafernalia de Luis Echeverría cuando se hizo presente en los setenta en la Junta de Consejo del ini dio un salto en la aplicación de nuevos recursos para la construcción de nuevos cci en muchos estados de la república, creando así una nueva era de expansionismo federal (populismo, pues) y la presencia de la federación en regiones hasta ese momento olvidadas. Se observa una nueva manera de ver al indígena, como ente portador de propuestas, asunto que se pierde cuando se da una segunda etapa del ini en la cual aparecen nuevos organismos públicos asistencialistas (Coplamar, Conasupo, etcétera) a partir de un nuevo lenguaje público: “el marginado”.

A mediados de los ochenta se genera una nueva transición en el ini, cuando se pretende incorporar a los indígenas al mercado. Nacen programas como los fri. Apoyados por la facilidad de agrupamiento de indígenas, se desarrollan y ponen en marcha programas de apoyo financiero que en un principio mostraron relativo éxito. Sin embargo no hay que olvidar que siempre estos fondos y programas fueron diseñados por mestizos.

En la última transición administrativa del ini se da lo que se considera un indigenismo legal. Debido a las reclamaciones internacionales y a los compromisos firmados con la oit (Convenio 169) se inicia una nueva operación de reestructuración con especialistas de raíz indígena. Esto es, los indígenas son tomados en cuenta dentro de la planeación de las actividades del instituto. Sin embargo, se sigue cayendo en la trampa, debido a que se promueve que los indígenas originen su desarrollo y transformaciones de sus instituciones y organizaciones; pero ¿cuáles transformaciones?

En la actualidad dependencias como la stps cuentan en sus reglas para apoyar proyectos productivos de zonas marginadas que exista un compromiso escrito de parte de una comercializadora de comprar los productos que se pretendan producir. ¿Cadenas de autoservicio en donde no hay ni caminos? ¿Programas de apoyo a mexicanos y programas “especiales” (así lo ha dicho Xóchitl Gálvez) a grupos indígenas? ¿Existe una diferencia entre ellos?

Estas circunstancias convierten al conocimiento indígena, del que son portadores vivos estos pueblos, en una oportunidad para el resto de la población. Es fácil comprender que investigar el conocimiento indígena es tarea muy compleja, tanto por tratarse de conocimiento decantado como porque fue generado bajo algunos supuestos que en circunstancias concretas son contrarios a los de otras epistemologías.•