BEBER UN CÁLIZ
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Si en su época de militante marxista
e intelectual de izquierda, Jean-Francois Lyotard no aportó mucho,
menos al final de sus días cuando envió misivas a San Agustín.
El filósofo para mi gusto se estaba burlando de la obsolescencia
de su propia escritura, del hastío que le provocó su mejor
libro, La condición posmoderna, del cúmulo de alabanzas
recibidas, de la fanfarronería de sus adeptos e incluso de sus
editores, caso concreto de la prestigiada editorial Losada que en la contraportada
nos hace tragarnos el cuento de un Lyotard confesándose con Agustín. No es nada raro que en el encuentro previo con la huesuda figuras seminales como el psiconalista Carl Jung le pidiera a la virgen María, madre de Cristo, sus bendiciones. Es curioso, pero en México, aunque parezca increíble otro hombre insigne, ejemplar por sus buenas relaciones y no precisamente con personajes honestos, probos, sino más bien con prepotentes y asesinos, de los pocos se decía que se preciaba de vivir del periodismo y de la literatura, adorado por generaciones de cronistas, de los que sí saben de los chirridos del diablo, se llamara Ricardo Garibay. En el capítulo intitulado Lápiz, del libro La confesión de Agustín, de Lyotard, el pensador desahuciado por la leucemia vuelve a explicarnos de la simulación de sus plegarias, de lo más ficticias y extraviadas, pero más que nada por el uso perverso que se hace de la palabra. En Beber un cáliz es patética esa comedia de la compasión que se insufla en el testimonio del polígrafo, quien festejaría los cuarenta años de la publicación del Premio Mazatlán de Literatura 1965. |
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Escuchemos, porque las confesiones según Lyotard tienen que ser orales, ya que por escrito quedan fuera de tiempo. A Garibay lo oímos lloriqueando por sus padres sufridos y el indoloro sentimiento al verlos hundirse día a día hacia la muerte. El intelecto corrigiendo sus menosprecios y errores; su finalidad no es otra cosa que la intrascendencia de lo poético, del salmo, de algunas realidades como las Confesiones de San Agustín, el retratista más cuadrado, la lectura de horror obligada para niños y adolescentes. Agustín pudiese ser calificado como estúpido, como consecuencia de decir que el mal es ella, la privación del bien, la mujer, la nada. |
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Precisamente decía Agustín que su Dios en un principio,
es decir casi a la mitad del libro era un fantasma hueco, lo que le
serviría a Garibay para describir, buenísimo para eso
de las mudanzas, colgar cuadros, dibujar a su padre moribundo de cuerpo
huesudo, rostro largo, ojos hondos. ¿No es ahí cuando se
le ocurre besarlo, encima del odio, temor y servilismo? |
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