Erotismo y animales moribundos J. M. Coetzee y Philip Roth
* Guadalupe Alonso
 
David Lurie y David Kepesh son los personajes centrales de dos novelas que coinciden en más de un sentido: Desgracia, del escritor sudafricano J. M. Coetzee, y The dying animal (El animal moribundo), la más reciente publicación del norteamericano Philip Roth. Mientras que la novela de Coetzee se desarrolla en el territorio de Sudáfrica, y tiene como telón de fondo la problemática de un país en constante movimiento político y social, la de Roth, un relato sobre el colapso de los ideales de los años sesenta, tiene como escenario una ventana perdida entre los rascacielos de Nueva York, su propio departamento. Los dos escritores, dos de los mejores novelistas vivos, han retratado con precisión, en el mejor estilo de la narrativa contemporánea, el paisaje vital de su entorno. A lo largo de su obra literaria, Coetzee ha desentrañado el clima político y las fuerzas históricas que afectan a la sociedad sudafricana. Desgracia se sitúa a finales de los años noventa, es la primera de sus novelas que concierne a la Sudáfrica del posapartheid, definida por Coetzee como una tiranía que ha sido sustituida por la anarquía.

En el caso de Roth se trata de una obra que ha penetrado la sociedad norteamericana y su evolución a partir de la corriente liberadora del "peace and love". Su novela El animal moribundo no sólo fue escrita en el ocaso del siglo, también en el ocaso de una vida y quizá también del sueño de una generación. Ambos, en estas novelas recientes —Desgracia se publicó en 2000 y El animal moribundo en 2001—, parten de una perspectiva más íntima, la del individuo sujeto a las condiciones y los conflictos políticos y sociales de su tiempo, y atrapado en las redes de su propio afán de libertad. Las dos novelas recurren a una metáfora común, el animal moribundo.

Los protagonistas de estas historias, los Davides, Kepesh y Lurie, optaron por la emancipación individualista, por una vida dedicada al goce de los placeres: la literatura, la música y el eros. Divorciados, los dos en el otoño de sus vidas, dedican buena parte de su actividad intelectual a la práctica académica, ambiente propicio para aventurarse en el mundo joven y desafanado de sus discípulos, satisfacer sus propios deseos y vivir la plenitud del instante. David Lurie, en la novela de Coetzee, seduce a una de sus alumnas, Melanie, treinta años más joven que él. Durante los rituales del primer encuentro, cita un verso descarnado de William Blake: "Prefiero matar a un recién nacido en su cuna que albergar deseos no realizados". David Kepesh, el personaje de Roth, se involucra, a su vez, con una joven cubana de 24 años, estudiante del seminario que imparte en la Universidad de Nueva York. Tras unos meses de relación, se ve atrapado por la sensualidad de Consuelo, hecho inusitado en su vida poblada por mujeres con las que establece relaciones pasajeras. En ambos casos la edad es el detonador del deseo de posesión, el consecuente agobio por los celos y la necesidad de ejercer el poder sobre su presa.

El narrador en Desgracia reflexiona sobre la situación de David Lurie:

Definitivamente debería dejarla en paz, pero está poseído por algo. Un recuerdo lo invade: el momento en que, en el suelo, desnudó sus pechos pequeños, nítidos, perfectos. Mientras estén juntos, si es que lo están, él es quien lleva la voz cantante, ella es quien lo sigue. Más vale que no se olvide de eso.
Por su parte, en El animal moribundo, David Kepesh, se pregunta: "¿Qué es lo que me mantiene al margen? La edad. ¿Qué puedo ofrecerle que no sea esta sociedad de miel sobre hojuelas y del libre mercado sexual?" Kepesh sabe que la autoridad del maestro le da dominio sobre Consuelo: "La pedagogía, la que ejerzo con Consuelo es mi gran poder. Mi único poder". Hay un común denominador que se desplaza entre las fantasías del deseo y la seducción: la música. Tanto Lurie como Kepesh tocan el piano, uno prefiere escuchar el quinteto para clarinete de Mozart, el otro se erotiza mientras interpreta la sonata en C menor, también de Mozart.

La primera señal de la desgracia sobreviene cuando el profesor David Lurie es imputado por acoso sexual. El repudio en la universidad y la decisión de no actuar en su propia defensa, lo llevan a refugiarse en la granja de su hija Lucy. Ahí permanece una temporada trabajando como auxiliar en una clínica para animales moribundos. Para el David Kepesh de Roth, el animal moribundo, la desgracia comienza cuando Consuelo se aparta de su vida. El deseo de poseerla, la necesidad de su presencia, la imposibilidad de recuperarla, lo remiten a un estado de soledad y desesperación. Se da cuenta de que frente a Consuelo su poder finalmente es nulo, que los principios de libertad, de desapego, que regían su vida, se han derrumbado. Recuerda una frase de Joseph Conrad: "Aquel que establece un vínculo está perdido".

No se debe pasar por alto que, bajo muy diferentes circunstancias —pensemos en el contexto histórico de dos países distantes—, tanto los autores como los protagonistas de estas novelas pertenecen a una generación de ruptura. La revolución de los años sesenta prácticamente rebasó cualquier frontera. En El animal moribundo, Philip Roth vuelve sobre el tema:

La trayectoria de mi educación fue la de ilusionarme hacia una vocación doméstica para la que yo no tenía tolerancia. El hombre de familia, concienzudo, casado y con un hijo —y entonces la revolución comienza. Todo explota y ahí aparecen estas mujeres a mi alrededor. ¿Qué podía yo hacer? ¿Continuar casado y manteniendo mis adulterios y pensando, esto es así, así estamos destinados a vivir?
El derrumbe de los valores tradicionales, la liberación sexual, el nuevo modo de expresarse, desde el lenguaje hasta la forma de vestir, provocaron a su vez un cambio de actitud en la relación entre padres e hijos y en la concepción de la familia. Ciertamente, el matrimonio no constituye una institución sagrada en la visión de Roth, y en este caso, tampoco en la de Coetzee, al contrario. Los hijos, Lucy y Ken —ella una lesbiana solitaria, él un hombre atrapado en su vida convencional—, arrastran los problemas irreparables de una infancia marcada por el abandono del padre. En la novela de Coetzee, cuando David y su hija son asaltados por una pandilla, él golpeado e incapaz de salvarla, Lucy violada y poco después resignada a dar a luz, el diálogo inflexible entre padre e hija alude a los conflictos raciales del pos-apartheid:
Queridísima Lucy: Con todo el cariño del mundo debo decirte lo siguiente. Estás a un paso de cometer un peligroso error. Deseas humillarte ante la historia, pero el camino que has tomado es un camino erróneo. Te despojará de todo tu honor; no serás capaz de vivir contigo misma. Te ruego que me escuches.
Lucy responde: "No puedo ser siempre una niña. Tú no puedes ser padre siempre. Sé que obras son buenas intenciones, pero no eres el guía que yo necesito". Por otro lado, en la novela de Roth, el hijo también recrimina a su padre, lo acusa de irresponsable, pero regresa a él siempre, continuamente toca a su puerta a altas horas de la noche para encontrar un refugio, un salvoconducto que no lo lleva a ningún lugar. David Kepesh comprende la ironía de la situación: su hijo Ken, un hombre de 42 años, atrapado y atormentado por un matrimonio del que nunca saldrá. Ávido de huir de su casa, de romper los lazos que lo unen a su madre, de acercarse a su padre y "todo lo que puede hacer es vaciar su corazón". David se mira en el hijo como ante un espejo: él tampoco ha sido capaz de alejarse de Consuelo, se ha convertido en un prisionero de esa relación:
Esta necesidad. Esta perturbación. ¿Alguna vez terminará? Ni yo mismo lo sé, después de todo, ¿por qué estoy desesperado? ¿Por sus pechos? ¿Por su alma? ¿Por la sencillez de su mente? Tal vez es peor que todo esto, tal vez, ahora que me estoy acercando a la muerte, también deseo secretamente no ser libre.
De la misma manera, el David de Coetzee, habituado a los romances pasajeros —cada vez que terminaba una relación la ponía de un lado y pasaba a otra página—, ante la amenaza de la vejez se enfrenta al derrumbe del mito de su libertad:
en el asunto con Melanie hay algo inacabado. En lo más hondo de sí mismo está almacenado el olor de ella, el olor de una compañera. ¿Y si sus caminos volvieran a cruzarse, el de Melanie y el suyo? ¿Habría un destello de sentimiento, una muestra de que la aventura no está del todo agotada?
¿Qué es lo que viene después del fin de sus correrías? De pronto se ve canoso, encorvado, "arrastrando los pies camino de la tienda de la esquina para comprar medio litro de leche..." David Lurie finalmente renuncia a todo. En el desenlace de la novela, su imagen en medio de una granja de animales moribundos adquiere toda su dimensión simbólica.

La emancipación masculina, la búsqueda incansable de la libertad individual, el enfrentamiento con la vejez, los celos, el poder del erotismo y la contundencia de la muerte, son temas que los dos novelistas apuntalan en sus trabajos literarios. Si en algún momento la narrativa contemporánea ha logrado develar, a través del arte, la problemática del individuo a la vuelta del colapso de las instituciones y los valores morales que subsistieron hasta la primera mitad del siglo XX, las novelas de Roth y Coetzee recogen puntualmente y con maestría estos cuestionamientos, ofreciéndole al lector una mirada profunda hacia su propio interior. Ante la cercanía de la muerte, ¿qué significado adquiere la libertad?

 
 
 
 
 
 
 
 
   
Philip Roth sitúa a David Kepesh años después de su relación con Consuelo. En medio del duelo por la ausencia de esta mujer, Kepesh se convierte en el animal moribundo. Las horas de espera frente al teléfono se han acumulado. Finalmente, la llamada lo sorprende en la soledad de su apartamento. Consuelo regresa a refugiarse con el hombre que adoró su cuerpo, pero ese cuerpo va a ser mutilado o en el peor de los casos morirá. El objeto del deseo, los pechos, tan presentes en la obra de Roth, son, en este caso, el principio y el fin de un mito. Ya no estoy enfermo de deseo, dice Kepesh, recordando un verso de Yeats del poema "Navegando a Bizancio":
Mi corazón se consume; enfermo de deseo
y asido a un animal moribundo
no reconoce qué es.•
*Guadalupe Alonso (ciudad de México, 1955) es periodista cultural y productora independiente de televisión. Fue directora de noticias del Canal 22 de 1993 a 2001. En la actualidad dirige la revista cultural Luz Verde en esa televisora. 
 Bibliografía

The dying animal, Boston/Nueva York, Houghton Mifflin Company, 2001.
El animal moribundo, Barcelona, Alfaguara, 2002.
Disgrace, Nueva York, Viking, 1999.
Desgracia, traducción de Miguel Martínez-Lage, Barcelona, Mondadori, 2000.