Cuentos sufíes*
*Mullá Nasrudin Hodia
*Este es un fragmento del libro homónimo que la UAM editará en breve.
Versiones y nota de Rebeca Millán
Según la tradición, viva aún en nuestros días, Nasrudin Hodia es un personaje que nació y vivió en el siglo XIII en la actual Turquía y cuyas respuestas peculiares a situaciones comunes de la vida lo hicieron memorable.

El pueblo turco, para quien el personaje es entrañablemente suyo, recurre a sus ejemplos, cuida su memoria y guarda sus restos en una tumba que, se dice, hasta hace más de medio siglo todavía era posible visitar. Se sabe quiénes eran sus padres, en dónde vivió, cuando murió y a qué se dedicaba. Poseía además el título honorífico de mullá que, de acuerdo con la tradición musulmana, le confería una dignidad especial.

Lo cierto es que el mullá Nasrudin Hodia no existió, nunca vivió en Turquía ni en parte alguna del Medio Oriente, aunque sí goza de un lugar privilegiado en las biografías de la tradición sufí.

Nasrudin Hodia es un personaje creado por los sufíes para transmitir sus enseñanzas de una manera sencilla, es decir, para ser comprendidas por el común de la gente. Y es esto lo que da singularidad al personaje que debió vivir en el lado humorístico de los grandes maestros sufíes.

Según su etimología, la palabra sufí designaba en lengua árabe a los errantes monjes cristianos vestidos con austeros hábitos de lana. Estos eran hombres respetados que vivían de la caridad y a quienes se consultaba en casos de conflicto o duda para encontrar una solución justa y equitativa. El consejo de los maestros sufíes era valorado por tratarse de hombres libres de toda ambición mundana que no contemplaban ni participaban de jerarquía alguna y que sólo aspiraban a señalar cuál debe ser la conducta correcta en toda circunstancia.

No se conocen con certeza los orígenes del sufismo y se mencionan como posibles dos fuentes. 

La primera se remonta mil quinientos años antes del inicio de la era cristiana y se refiere a una corriente histórica de pensamiento que se origina cuando se proclama la religión de Jehová y de la que el sufismo surge como un remedio humano frente al rigor de la religión imperante.

La segunda sostiene que el sufismo nace con el islam, alrededor del siglo vii, cuando éste se gesta sobre un sustrato persa, indio y bactriano. Sin faltar a los preceptos del islam, el sufismo se revela como una alternativa, aunque de orden ético y moral, a la severidad religiosa de la época, la que transformada por obra y gracia del ascetismo musulmán, sobrevive a los tiempos y se manifiesta hasta nuestros días.

Una máxima común entre ellos expresa que sólo un sufí es capaz de comprender cabalmente a otro sufí. Este principio, en apariencia excluyente, no cierra las puertas al común de los mortales, sino al contrario, se abre en un abanico de posibilidades traducidas en postulados elaborados por maestros dotados de lo que vulgarmente conocemos como sentido común, ante los cuestionamientos más elevados o frente a situaciones cotidianas que nos presenta la vida.

Nasrudin Hodia pertenece a esa estirpe de personajes, para quienes la búsqueda de la verdad, su prédica y enseñanza es una vocación inefable y, si bien conserva la virtud del sentido común, en él prevalece ante todo el sentido del humor.

Los orígenes del sufismo se pierden en la oscuridad de los tiempos y nos hablan de una interpretación liberal del pensamiento religioso imperante, cualquiera que este sea, que, sin provocar ruptura o conflicto, alivia, consuela y alecciona al creyente. Esta versión del sufismo trasciende la existencia de las tres religiones hermanas en permanente conflicto, pues sería entonces tan antiguo como la capacidad del hombre para discernir con sensibilidad y talento.

Aunque la historicidad de nuestro personaje protagónico se ubica en territorio musulmán, prefiero creer que sus orígenes rebasan todo límite religioso y cultural, y que sus márgenes de pertenencia se encuentran en el ser humano y su capacidad de reír aun en las situaciones más adversas. 

Si bien los círculos culturales son tan distintos y distantes, el humor nos es común, y es éste el sentido último que me impulsó a adentrarme en las agudas motivaciones del mullá Nasrudin Ho-dia, legado maravilloso de la civiliza-ción islámica que hoy, libre de prejuicios, forma parte del patrimonio de la humanidad. 

30. El olor de la comida

Un pobre hambriento caminaba por la calle con un pan en la mano. Cuando pasó por un comedor vio unas deliciosas albóndigas friéndose en un sartén. Quiso probar algo del exquisito olor, puso su pan junto al sartén por unos segundos y entonces lo comió. Parecía saber mejor. El dueño del lugar vio lo que hizo, lo prendió del cuello y lo arrastró ante el juez, que en esa ocasión era el propio Hodia. El dueño demandaba que el pobre hombre pagara las albóndigas. Hodia escuchó con atención y entonces tomó dos monedas de su bolsa y le dijo:

—Ven, párate a mi lado un momento.

El dueño obedeció a Hodia, quien sacudió su puño haciendo que las monedas tintinearan en el oído del hombre.

—¿Para qué haces eso? —preguntó.

Hodia contestó:

—Acabo de pagar por tus albóndigas. Seguramente el sonido del dinero es el pago adecuado por el olor de la comida.

31. Un ruiseñor sin experiencia

Un día, Hodia se moría de ganas por comer una fruta, así que se escabulló en una huerta, trepó a un árbol y comenzó a comer toda la fruta que alcanzaba. Al poco rato, el dueño apareció y le preguntó enojado:

—¿Qué haces allí arriba?

Hodia, tratando de librarse, le contestó dulcemente:

—Oh, señor, soy un ruiseñor y sólo estoy aquí cantando.

Al hombre le pareció gracioso y rió, diciendo:

—Así que eres un ruiseñor, eh. Entonces déjame oír tu canto.

Hodia comenzó a hacer muecas y sonidos extraños. 

El dueño reía a carcajadas y dijo:

—Hombre, ¿qué clase de canto es ése? Nunca había escuchado a un ruiseñor cantar así. Hodia contestó:

—Bueno, así es como canta un ruiseñor sin experiencia.

32. El fin del mundo

Alguien preguntó a Hodia:

—Hodia, ¿cuándo llegará el fin del mundo?

—¿Cuál fin del mundo? —contestó.

—¿Qué quieres decir? ¿Cuántos fines del mundo habrá?

—Dos —dijo Hodia—, el primero será cuando muera mi esposa. El segundo será cuando yo muera.

33. Lo que debe ser

Un campesino se acercó a Hodia y le preguntó si sus olivos darían fruto ese año.

—Por supuesto —contestó Hodia.

—¿Estás seguro? —insistió el hombre.

—Claro que sí.

Hodia se fue con su burro a la playa en busca de leños secos. Después de muchas horas nada encontró. Tomó el camino de regreso cansado y malhumorado. El mismo campesino, al verlo regresar con las manos vacías, le dijo:

—Hodia, ¿qué clase de sabio eres tú? Sabes que mis olivos florecerán, pero ignorabas si habría madera en la playa. ¿Cómo lo explicas?

Hodia contestó:

—Yo sé lo que debe ser, pero no sé lo que puede ser.

34. El robo

Un día, alguien le robó el borrico a Hodia. De inmediato fue a denunciar el robo. El alguacil le dijo:

—Esto es grave. Haremos todo lo posible por recuperar el burro. Ahora, por favor, di exactamente qué fue lo que pasó.

Hodia contestó:

—¿Cómo voy a saberlo? Yo no estaba allí. 
 

35. Preguntas

Un día, un vecino preguntó a Hodia:

—¿Por qué a una pregunta siempre contestas con otra?

Hodia respondió:

—¿Hago yo eso? 

36. Bendícela

La cabra de un pobre campesino contrajo sarna, mal que en esos tiempos se curaba poniendo un paño con alquitrán en las partes enfermas. El hombre era muy ingenuo y sencillo, así que llevó la cabra a Hodia y le dijo:

—Señor, yo sé que tú eres un hombre religioso. Por favor bendícela y se curará.

—Está bien —contestó Hodia—. La bendeciré si ese es tu deseo; pero yo, en tu lugar, no dudaría en ponerle también un poco de alquitrán.

37. A quién sirvo

Hodia llegó a ser amigo cercano del sultán. Su sabiduría y buen humor lo hicieron uno de sus favoritos.

Un día el sultán estaba muy hambriento, así que el cocinero de palacio le preparó unas berenjenas. Tan sabrosas estaban, que el sultán ordenó al cocinero que sirviera el mismo plato todos los días.

—¿Acaso no son las mejores verduras del mundo, Hodia? —preguntó el sultán.
—Así es, majestad. Son las mejores —respondió Hodia.

Días después, cuando el plato fue servido por enésima vez, el sultán rugió:

—Llévense esta comida. ¡Es horrible!

—Sí, majestad, son las peores verduras del mundo —observó Hodia.

—Pero Hodia, hace apenas unos días dijiste que eran las mejores. 

—Sí, así fue, majestad. Pero yo sirvo al sultán, no a las verduras.

38. Buenas noticias

Hay una costumbre en Oriente que consiste en recompensar a quien trae buenas noticias. Esta es una añeja tradición que nunca se quebranta.

En una ocasión, como Hodia tenía necesidad de dinero llegó a la plaza gritando:

—¡Buenas noticias! Acérquense todos. ¡Tengo buenas noticias!

Esperó hasta que se formó un corro a su alrededor y entonces dijo:

—Deben recompensarme, mi buena noticia es que he sido bendecido con el nacimiento de un hijo.

39. Ofensas

Hodia estaba en la casa de té, lugar de reunión de sabios y eruditos, cuando entró un monje diciendo:

—Mi maestro me envía a propagar la palabra: la humanidad no será dichosa hasta que el hombre que no ha sido ofendido se indigne ante la ofensa del mismo modo que el hombre que sí ha sido ofendido.

De momento todos quedaron en silencio, impresionados. Después habló Hodia:

—Mi maestro me enseñó que no debemos indignarnos hasta saber si en verdad se trata de una ofensa y no es una bendición disfrazada.

40. Sentido común

Hodia se pavoneaba en un poblado cercano, se paró en una silla en el centro de la plaza y llamó a la gente a congregarse alrededor suyo.

Cuando se reunieron, Hodia proclamó orgulloso:

—Sé, oh gente, que el aire aquí es exactamente igual al de mi aldea.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó alguien. 

—Porque puedo ver el mismo número de estrellas que veo allá.

41. Cuándo comenzar a preocuparse

Un día, Hodia no podía encontrar a su borrico y sus amigos lo ayudaban a buscar en el vecindario. Alguien señaló:

—Hodia, no pareces estar preocupado en absoluto por tu borrico. ¿No te das cuenta de que está perdido y quizá no lo encontremos?

Hodia respondió, tranquilo:

—¿Ves aquella colina? Nadie ha buscado aún tan lejos. Si no lo encontramos por aquí, entonces comenzaré a preocuparme.

42. Lo estoy usando

Un vecino de Hodia quería que le prestara su tendedero y Hodia le dijo:

—Lo siento, pero lo estoy usando. Estoy secando harina.

—¿Cómo es que puedes secar harina en el tendedero?

—Bueno, no es tan difícil cuando no quieres prestarlo.

43. Por qué uso lámpara

—¡Puedo ver en la oscuri-dad! —se jactaba Hodia un día, tomando el té.

—Si eso es verdad —dijeron sus amigos—, ¿cómo es que a veces te hemos visto con una lámpara de noche.

—Verán —contestó él—, sólo uso la lámpara para prevenir a otros de chocar conmigo.

44. El genio

El hijo pequeño de Hodia, conversando, dijo:

—Papá, puedo recordar el día en que naciste.

Hodia volteó a ver orgulloso a su esposa, diciendo:

—Nuestro hijo es un genio.

45. Luz de sol

Llegó un vecino de Hodia a quejarse de que no entraba sol en su casa. Hodia le preguntó: 

—¿Tienes sol en el jardín?

—Sí, claro —contestó el hombre.

—Entonces, cambia tu casa al jardín.

46. Si tuviera tanto dinero

Cierto día, Hodia fue con el sastre y le dijo:

—Este abrigo me queda grande, ¿cuánto me cuesta arreglarlo?

—Dos piezas de oro —contestó el sastre.

—¡Cómo! Si tuviera tal cantidad de dinero, comería hasta engordar tanto que el abrigo me quedara bien.

47. El discípulo

Un invierno, llegó a casa de Hodia un joven aspirante a discípulo del mullá. Sabía que todos los actos del maestro eran significativos. Lo vio soplando sus manos y preguntó por qué lo hacía.

—Para calentarlas un poco, por supuesto —respondió Hodia.

Poco después, Hodia sirvió dos platos de sopa y comenzó a soplar de nuevo.

—¿Por qué hace esto, maestro?

—Para enfriar la sopa, por supuesto.

El joven discípulo sin comprenderlo abandonó a Hodia pensando que no podía confiar en alguien que hacía lo mismo para cosas tan distintas.

48. Mientras tú no estés dentro

Un grupo de religiosos se encontraron en una reunión. Como no tenían nada que hacer, comenzaron a hablar sobre cualquier asunto. Uno de ellos preguntó:

—En un entierro, ¿se debe caminar a la derecha del ataúd?

Inmediatamente, el grupo se dividió una mitad decía que a la derecha y la otra que a la izquierda.

Así siguieron discutiendo sin llegar a ningún acuerdo. Entonces pasó Hodia y lo detuvieron para conocer su opinión. 

Él se rió y dijo:

—Eso no importa, mientras tú no estés dentro.

49. Tres monjes

Una vez, tres ilustrados monjes viajaban por Turquía con deseos de disputar con los hombres más sabios del país. Preguntaron entonces al sultán a quién podían dirigirse y éste les habló del mullá Nasrudin Hodia. Los monjes explicaron que estaban interesados en conocerlo porque cada uno tenía una pregunta que hacerle. Entonces el sultán mandó llamar a Hodia al palacio.

—Dejemos que hagan sus preguntas —dijo Hodia confiado cuando le explicaron la razón de la visita de los monjes.

El primer monje se puso de pie y preguntó:

—¿Dónde está el centro de la tierra?

—En este momento, ese punto está exactamente bajo la pata derecha de mi borrico —respondió Hodia con seguridad—. Si no me crees, mide la tierra y lo comprobarás.

El primer monje se fue y el segundo preguntó:

—¿Cuántas estrellas hay en el cielo?

—Tantas como pelos tiene mi borrico.

—¿Cómo puedes probarlo?

—Si no me crees, cuéntalos —respondió Hodia.

—¿Cómo puedo contar todos los pelos del burro? —protestó el monje.

—Tan fácil como puedas contar las estrellas del cielo.

El segundo monje dio un paso atrás, confundido, y el tercer monje se puso de pie:

—¿Cuántos cabellos tengo en la barba? —preguntó. 

—Tantos como tiene mi burro en la cola.

—¿Cómo puedes probarlo?

—Es fácil —contestó Hodia con firmeza—, simplemente arranquemos los pelos de tu barba y los de la cola de mi burro uno por uno y así sabremos el resultado.

Al tercer monje no le entusiasmó la idea y también se retiró, muy impresionado. Los tres estuvieron de acuerdo en que habían sido derrotados.

50. Felicidades

—Felicítame —pidió Hodia a un amigo—. Acabo de ser padre.

—¡Enhorabuena! —exclamó su amigo—. ¿Es niño o niña?

—Sí, pero ¿cómo supiste?

51. Nunca retractarse

Un amigo preguntó a Hodia:

—¿Cuántos años tienes?

—Cuarenta —contestó.

—Hace tres años que te lo pregunto y siempre dices lo mismo.

—Sí —contestó Hodia—, yo nunca me retracto.

52. Sopa de pato

Hodia pasaba por un lago cuando vio muchos patos nadando. Estaba tan hambriento que decidió atrapar uno para cenar. Entonces se acercó sin hacer el menor ruido y saltó sobre ellos. Pero, para su decepción, todos volaron y él se quedó mojado y hambriento. Se sentó a la orilla, metió una pieza de pan en el agua y comenzó a comerla.

Un amigo que pasaba por allí le dijo:

—Buenas tardes, Hodia, ¿qué estás comiendo?

—Sopa de pato —contestó.

53. La muerte de su borrico

Hodia tenía roto el corazón por la muerte de su querida

esposa. Todos sus vecinos y amigos trataron de animarlo y reconfortarlo. Le decían:

—No te preocupes, Hodia, nosotros te ayudaremos a encontrar otra esposa.

Poco tiempo después, murió su borrico y Hodia parecía estar más apesadumbrado por su muerte que por la de su esposa.

Algunos de sus amigos lo supieron y fueron a verlo; él les dijo:

—Cuando murió mi esposa, mis amigos prometieron ayudarme a encontrar otra. Pero hasta ahora nadie ha ofrecido reponer mi borrico.

54. Secretos

Alguien preguntó a Hodia:

—¿Conoces alguna persona en este lugar capaz de guardar un secreto?

Hodia contestó con sabiduría:

—Yo sólo sé que no podemos esperar de nadie que se comporte como un almacén. Así que lo mejor es que cada quien guarde sus propios secretos.

55. Comiendo nada

Un día de viento, Hodia estaba sentado en su camello tratando de comer pequeñas semillas. Cada vez que intentaba llevarse una a la boca, el viento las volaba, así que no había podido comer ninguna. Pasó un amigo y le preguntó:

—Hodia, ¿qué comes montado allí?

—Si esto sigue así —Hodia se quejó—, ¡nada!

56. El gato se la comió

Un día, Hodia regresó del mercado con una buena pieza de carne. Sólo de imaginarla deliciosamente preparada, se le hacía difícil esperar la hora de la cena. Así que pidió a su esposa que la cocinara y fue a tomar el té y a fumar un narguile para relajarse y esperar.

Mientras tanto, su esposa cortó la carne, la ensartó en agujas para asarla e invitó a sus mejores amigos a compartir su shish-kebab. Hodia regresó a su casa justo después de que los amigos de su esposa habían partido. Sentado a la mesa, no creía lo que veían sus ojos: sólo un plato de sopa para su cena.

—¿En dónde está la carne? —preguntó Hodia.

—Ay, se la comió el gato —contestó su esposa.

—Pero si compré un kilo.

Hodia fue a traer al gato que estaba muy flaco, tomó dos medidas, pesó al gato y exclamó:

—¡Pesa exactamente un kilo! Si esto es la carne, ¿dónde está el gato? Y si éste es el gato, ¿dónde está la carne?

57. Disciplina infantil

Nasrudin Hodia envió a su hijo a traer agua del pozo. Le advirtió que tuviera cuidado de no romper el cántaro y enseguida le dio una buena zurra. 

—Hodia —preguntó un vecino—, ¿por qué castigas a tu hijo si no ha hecho nada malo?

—Porque ya sería demasiado tarde castigarlo después si rompiera el cántaro, ¿no lo crees?

 
 
 
 
 
 
 
 
   
58. Cómo es

Un trovador errante visitó Aksehir y preguntó a Hodia:

—¿Cómo es el lugar del que venimos y a donde vamos?

—Debe ser horrible —contestó Hodia.

—¿Por qué lo dices?

—Porque los niños llegan al mundo llorando y la mayoría de la gente se niega a partir y lo hace también llorando.

59. Buscando a Nasrudin Hodia

Nasrudin Hodia era conocido por su sentido del humor y por sus respuestas ingeniosas y atinadas. Un día, un hombre viajó a Aksehir para conocerlo y escucharlo. El forastero vio a un hombre recargado en la pared y le preguntó si sabía en dónde podría encontrar a Nasrudin. El hombre le contestó que estaba ocupado deteniendo la pared para que no se cayera, pero que si le ayudaba, él iría a buscar a Hodia y lo traería. El forastero estuvo de acuerdo y se apoyó contra el muro. Esperó horas y horas y el hombre no regresaba.

Alguien de la ciudad al verlo le preguntó qué estaba haciendo. Cuando explicó lo que había sucedido, todos rieron y le dijeron:

—Sólo Nasrudin Hodia pudo haber hecho algo así. Él era el hombre que buscas.•