Las
ironías dolorosas de
Eduardo
Zamora
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Casi siempre los vientos de solemnidad recorren
el arte mexicano, rara vez aparece el humor y la tentación lúdica;
y cuando lo hace o tiende a ser desacreditada semejante producción
o pasa inadvertida: "menor" suele ser el adjetivo que la califica. Será
por el hieratismo del pasado de los antiguos mexicanos y la contundencia
de sus monolitos sagrados, la rigidez ritual novohispana con su filacteria
de santos, la grandilocuencia porfiriana con su toque cosmopolita o la
evangelización revolucionaria con sus catecismos de pared, pero
la ligereza siempre se evapora, se oculta para mejor ocasión, sobre
todo, en las manos y los espíritus de los artesanos y las leyendas
populares. |
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Maternidad |
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La Boda |
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La negación de la sensualidad y los resabios
religiosos definen nuestra identidad creativa desde la severidad y la renuncia,
entendidas como vías salvíficas. Así las cosas, eludir
las tentaciones del mundo, la carne y el demonio, será la divisa
de nuestra particular forma de ser, siempre cargada de prohibiciones y
anhelos trascendentales. Entonces, las obras desafiantes, por ejemplo,
de Abraham Ángel,
El Corsito o Xavier Esqueda, sucumben y
son reducidas a su mínima expresión: bromas plásticas,
divertimentos, "tomadas de pelo", surrealismos. Y en ese darle la espalda
al juego, a sus posibilidades hedónicas, se arrasa parejo; como
si los muy serios y disciplinados pintores mencionados tuviesen algo que
ver con Rodolfo Morales, él sí un arrebato de los sentidos
y una reivindicación primaria del onirismo. |
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Luna de miel en México |
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La sirena |
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En el empeño de reivindicación del
absurdo, lo inverosímil o el más puro deleite, sobresale
Eduardo Zamora1 con su factura ágil y transparente, pues
los secretos del buen pintar le han sido compartidos por los arcanos: esas
imaginerías procedentes de diversas geografías que le asisten
en la intervención de las telas. Lo hace con inesperada (aparente)
facilidad: lo mismo da si se ocupa de la inminente consumación de
unos esponsales (Luna de miel en México) que si se detiene
en los apetitos del bajo vientre de un animal que se niega a ser sacrificado
en su laberinto (Minotauro), si saborea un desmembramiento de nahualesafuera
de una cantina (Tepoztlán), si atisba la consumación
de una masacre (Tauromaquia) o testimonia la resistencia de los
catafalcos y sus huéspedes al momento del entierro colectivo (El
último acto). La elegancia del humor recorre tan dispar archipiélago
en un esfuerzo decidido por comunicar vida, a pesar de la violencia, la
miseria o el desdén del prójimo. |
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Tepoztlán |
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El último acto |
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Semejante evasión del canon hunde sus raíces
en una especie de búsqueda o cruzada personal. Como él mismo
recuerda en una conversación con Pedro Alfageme: "hay alguien escondido
dentro de mi ser que me corta el puente para llegar a la verdad pictórica
de lo que quiero decir. Empiezo jugando y termino serio y grave, estoy
prisionero de eso".2 Esta duda metódica le impulsa a
estudiar y atender hasta el más ínfimo detalle; su compulsión
nos beneficia, ya que su ansia de expresión genera auténticas
visiones, revelándonos un universo mágico que no se cansa
de parodiar nuestros gestos, bestiales o automáticos, para invocar
eso que no estando presente de manera directa, se intuye: la plenitud y
la felicidad. Pensando en tópicos semejantes, Edouard Glissant escribió
para una muestra del artista de 1987:
Alors, en des moments de grâce enjouée, Zamora
opuse au coeur de la particule. Il réutilise ce qu'il a conquis
sur l'incertain du monde, pour en créer un autre. A partir de ces
schèmes révélés, de cette résille désenclavée,
de ce système qu'il a fait naître, il bâtit dans l'innocence
et le bonheur, là où la délicatesse et la beauté
forment d'inattendues nuances non repérables.3
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Minotauro |
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Tauromaquia |
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Eduardo Zamora nos amonesta silencioso en el movimiento
de su pintura, en la arbitrariedad de los signos que integran su arsenal
predicativo y de las relaciones ambiguas que entablan sus personajes, afirmando
de paso que la densidad reflexiva de nada sirve si es que no apunta sus
baterías a mejorar lo existente, a desmontarlo para humanizar nuestra
circunstancia. De aliento poético inequívoco su obra nos
advierte, con Carlos Martínez Rivas: "Cuídate de ángeles
visibles/ Y cuida de tus ángeles invisibles".4
Y debemos, por nuestro bien, aceptar tal recomendación.•
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*Luis
Ignacio Sáinz es maestro en ciencia política por la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ensayista dedicado
a temas de filosofía y teoría política y estética.
Ha publicado diversos títulos. Sus libros más recientes son
Irma Palacios: poesía de la tierra (CNCA, Círculo de
Arte, 2003) y La cárcel de la metáfora: ensayos sobre
América Latina (CNCA, Sello Bermejo, 2003). |
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Notas
1 Pintor nacido en 1942 en Nuevo Laredo, Tamaulipas,
radicado en París desde 1973. Se formó en la Escuela Nacional
de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de
México y realizó estudios de grabado en Polonia.
2 Magia e imagen, textos de Pedro Alfageme,
catálogo de la exposición colectiva de Carlos Aresti, Heriberto
Cogollo, Alonso Cuevas, Saúl Kaminer, Mario Murúa y Eduardo
Zamora, itinerante en Cádiz, Granada y Sevilla, Consejería
de Cultura, Junta de Andalucía, 1990, p. 96.
3 Zamora, texto de Edouard Glissant, Galerie
du Dragon, París, noviembre-diciembre, 1987, SP.
4 "Avisos y cautelas", en Poemas sueltos, edición
y nota de Miguel Ángel Echegaray, México, Universidad Autónoma
Metropolitana (El Pez en el Agua), 2002. |
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