La otra literatura
*Blanca Martínez-Fernández
Que el dios te proteja
que te guíe con seguridad por el camino
de regreso.
Gilgamesh, tablilla III


Que la fuerza te acompañe.

La guerra de las galaxias

 
...y he realizado un viaje distante,
he recorrido el largo camino del sol.
Gilgamesh, tablilla X, columna IV


 He visto rayos C brillar en la oscuridad
cerca de la Puerta de Tanhäuser...

Ridley Scott, Blade Runner

Fue en los noventa, exactamente en el 95, en Barcelona, cuando retomé el contacto con uno de los géneros de la literatura llamada alternativa.


Porque antes, en 1981, en Barcelona me habían publicado un cuento, "La crisálida", en una revista que más tarde pasaría a ser considerada clásica dentro del género, Nueva Dimensión, de Ediciones Dronte. Yo —que soy distraída— creía entonces que mi cuento era normal, no reparando en la tesitura de los acontecimientos ni en la idiosincrasia de los personajes, que por cierto eran un terrestre y una marciana. Añadiendo a esto el detalle de alguna nave espacial y el aderezo del proceso de cristalización de los protagonistas utilizando helio-7, tenía —inconsciente de mí—, un cuento de ciencia ficción entre mis manos. O sea, de la otra literatura.

Creo recordar que en la presentación elogiosa del cuento se señalaba —pues por señalada me tuve— que era mujer y que las mujeres también estábamos escribiendo ciencia ficción; yo entonces no conocía a Mary Shelley ni su literatura, su propuesta científica, su idea de futuro, de creación de un ser humano a través de la experimentación en laboratorio. Allá en 1818.

Pasaron los años y aquellos ochenta barceloneses; y en el 95, por una absoluta casualidad —creo fervientemente en ella—, llevé de nuevo un cuento —los mismos protagonistas, piloto espacial e investigadora de guerras antiguas— a una revista que nacía y renacía según lo que yo entendía que era una revista pulp. Ya saben ustedes lo que son las pulp: revistas fabricadas con papel barato (de ahí el nombre), que a principios del siglo XX tuvieron un gran éxito popular y que desarrollaban temas de aventuras del Oeste americano, con su parafernalia de héroes, su maniqueísmo de buenos y malos en la lucha llena de vicisitudes, de odio y amor, que despertaba el interés de las masas. Luego, las propuestas fueron cambiando, y se incorporaron temas científicos, misterio, tecnología futurista. En 1923 Hugo Gernsback, de origen luxemburgués, dedica una de estas revistas a Science and Invention. Luego quedó ese nombre tan llevado y traído y denostado, y amado por los seguidores de culto: Sci-fi. Ciencia ficción.En el 95 en México teníamos una revista cienciaficcionera —o quizás existían muchas más—, pero ésta es la que yo conocí, ésta fue en la que cayó mi segundo cuento "La libélula" —parecía ser mi etapa entomológica— y se llamaba Asimov Ciencia Ficción

Llegué en un momento de crisis o cambio: el fundador había muerto y un editor se iba y otro llegaba y todo se reestructuraba y conocí a escritores con su cuento en la mano y el alma perdida en quién sabe qué rubros de energía fantástica, y conocí a los veteranos y a los principiantes, a los que sabían el oficio y a los que simplemente lo amaban, a los sencillos, a los divos con el aliento impregnado del concepto. Como fuera, algunos nos reuníamos en casa del editor que al final se hizo cargo y tomábamos papas fritas y refresco; nada de láudano, o ajenjo, como intelectuales que nos preciáramos. No. Puro chesco, y cuando las damas nos íbamos retirando, o la dama, porque era la única escritora en la junta editorial, sospecho que el prudente refresco era sustituido a la sombra por una nutritiva litrona o caguama.

Pero eso ya no lo sé.

Lo que sí sé es que ahí conocí a Salomón Bazbaz, que en aquel tiempo era el editor-escritor-coordinador, gurú- enardecedor de literaturas-no normales. Nos reuníamos alrededor del cataléptico fuego de Asimov Ciencia Ficción: hablábamos, leíamos, nos latía el corazón cuando el microcuento publicado era nuestro, seleccionábamos, discutíamos, proponíamos. Me tocó la sección que llevaba el eufemístico título de "Reseñas estelares" y pasando de Brad-bury a Capec o Bester o Cherry o G. R. R. Martin entre otros, tuve opción de leer a dos autores jóvenes mexicanos que me impactaron. Uno de ellos era Gerardo Horacio Por-cayo con su obra La primera calle de la soledad, el otro se llamaba Ricardo Guzmán Wolffer y su novela una propuesta futurista: Que Dios se apiade de todos nosotros. Esta novela era particularmente sugestiva: en un México del 2010 un detective, que pasará al clasicismo más descarnado, barrio-bajero y divertido, corre azarosas aventuras y peligros secundado por su ayudante, una bella androide con la figura de Kim Novak.

Ya saben ustedes lo que es ciencia ficción. Es una de las otras literaturas, esa expresión literaria en la que la gente que la escribe y, sobre todo si son mujeres, oyen con cierta frecuencia el consejo de que se decanten hacia otro tipo de género. Más serio, ¿no? Y paradójicamente la ciencia ficción es seria, puesto que intenta expresar en su propuesta literaria la idea de cambio, la idea de futuro, la especulación científica. Es ecologista, es apocalíptica, provocadora; asusta, seduce, preocupa. Y sobre todo imagina. Imagina con mayúscula, puesto que es una literatura de ideas; ideas diferentes, raras, curiosas, míticas, trascendentes, peculiares. En este sesgo dice la Enciclopedia de la literatura Garzanti (p. 202):

Ciencia ficción (del inglés science fiction) género literario cuyas tramas ambientadas en el futuro o en otros mundos o en "mundos paralelos" contemporáneos al nuestro, parten de ideas científicas, generalmente tratadas libremente y sin prejuicios, para crear situaciones límite, paradójicas y provocativas o simplemente fantásticas.
Es una definición interesante puesto que la ciencia ficción usa de una libertad imaginativa sin límites enfocada hacia el futuro. Ahora bien, ¿por qué el rechazo? Quizá todo tenga su motivo. Muchos escritores de ciencia ficción han puesto el énfasis en la idea, en la propuesta provocadora, en la sugestión por la creación de posibilidades y, vampirizados por esa atracción fatal, han olvidado algo de su compromiso con la literatura. La anécdota que se recuerda frecuentemente en este contexto es la inquietud del maestro de estilo y escritor Henry James respecto a su contemporáneo H. G. Wells. James consideraba que Wells debía trabajar más la forma, el estilo, y Wells respondía que a él lo que le interesaba era la vida. Y era cierto, la cantidad de ideas sugestivas y vitales que H. G. Wells propone, puede llenar las fantasías de una generación, pero ¿dónde queda la delectación del lenguaje?, ¿la búsqueda del arte al manejar la palabra? 

Otro ejemplo típico es el caso de E. R. Burroughs, autor de las series Las lunas deMarte, Una princesa de Marte, Tarzán. Escribió unas setenta obras que tuvieron un éxito arrollador, sin embargo los críticos no pudieron señalarle como buen escritor.

¿Buena literatura?, ¿mala literatura? No es ésa la cuestión. Cada escritor definirá su estilo, y en estos tiempos de la modernidad nuestra llegará un momento en que se considerará una obra literaria por su calidad, independientemente de que la propuesta sea realista o fantástica en la línea de la más pura especulación científica. Una de las grandes novelas contemporáneas, Viejo muere el cisne, de Aldous Huxley, desarrolla la narración basándose en presupuestos realistas y sólo en las dos últimas páginas se presenta el resultado de un experimento científico alimenticio que lleva a la inmortalidad. ¿Ciencia ficción?

Los interesados en el tema buscan alguna definición que les sitúe y se explayan en disquisiciones que llevan a un con-fusionismo estéril. En el trabajo de Scholes y Rabkin, La ciencia ficción. Historia. Ciencia. Perspectiva,1 se plantea que ya hay un número suficiente de obras con determinadas similitudes que permiten considerar a la ciencia ficción un género cuyos rasgos definitorios serían las ideas de cambio, de futuro y de propuesta científica. También en este interesante estudio señalan la obra de Mary Shelley, Frankenstein (1818), como la primera obra literaria que reúne estos requisitos. Partiendo de este supuesto, el siglo I d. F. (después de Frankenstein), sería el inicio de la era cienciaficcionera. Los elementos míticos también aparecen en la novela de Shelley, al proponer la creación de un ser humano por otro hombre. Y es que el antecedente para cualquier narración es el mito en el que tanto se apoya la literatura fantástica, la ciencia ficción y el género de Fantasía.

En ese avatar estábamos alrededor de Asimov, que gloriosamente llegó a su número 16. Leíamos el numeroso material que llegaba, escribíamos, oíamos los rumores que aseguraban que no había ciencia ficción en México, y nos deleitábamos por la apuesta de los jóvenes desconocidos y conocidos que entregaban excelente material. Y dentro del género estaban los subgéneros, claro. Mi primera space opera (aventuras espaciales) se publicó en Terra Virtual gracias a un paladín de esas literaturas no consagradas: H. Pascal, escritor seducido por estos géneros que nos promovió tanto a fantásticos, cienciaficcioneros o ciberpunk. Y luego creó otra revista, ¿pulp?, Goliardos, trabajo difusor impregnado del lado oscuro.

Entretanto ya no existía Asimov. El editor se trasladó fuera de la ciudad y nosotros nos quedamos en D.F. saboreando el ambiente bladerunniano de algunas calles y el deleite perdido de las novelas de P. K. Dick. Seguimos escribiendo, cómo no, y publicando y reuniéndonos de tarde en tarde en cafeterías de la Juárez, en chocolaterías, en nuestras casas o en las presentaciones de nuestros mutuos libros. Conocimos revistas como Cuiria, que sin ser de ciencia ficción, sí se entregaba (¿underground?) al revulsivo social de la existencia. Asistimos a presentaciones de Cuiria, cerca de Tepito, y nos maravillamos del amor de la gente por la literatura. Seguíamos pues alrededor de un fuego olímpico, mítico, inacabable.

De vez en cuando recordaba La primera calle de la soledad (los flases literarios de Porcayo, la fuerza y rapidez de la palabra, el mundo virtual) y me aventuraba en la literatura ciberpunk mexicana. Ya saben, esa simbiosis máquina-hombre, los implantes, las drogas, la oscuridad, el cuero, las mirrorshades, la tribu tecnológica, las calles. La Radical Hard Science Fic-tion que tan admirablemente describeNaief Yehya.2

Y entretanto, por diversas causas —quizá porque se sabía que yo trabajaba haciendo dictámenes de libros, reseñas, prólogos...— me seguía llegando material escrito. Lo leía, ni modo. Pero ¿qué hacer con él? Y fue una tarde cualquiera frente a dos cuentos: "Nocturnos" y "Cibergolem" cuando decidí reunir una antología de cuentos de vampiras. Una vez hecho el trabajo lo envié a una editorial y dos años más tarde —ya perdidos los escritores en quién sabe qué rumbos galácticos— me comunicaron que la evaluación era positiva pero los autores debían pagar la publicación. Ni les pregunté. No soy una mujer de negocios. Considerando que voy de México a Barcelona, a Marte, Venus, Orsini, no creo que mis actividades reales y oníricas me permitieran un buen desarrollo en el área comercial. Así que entristecí, me desi-lusioné, bajé a una realidad concreta y me pregunté si, total, afectaría el resto de mi existencia el que aquellos cuentos no vieran la luz.

 
 
 
 
 
 
   
Y la absurda respuesta fue que sí.

Ante tamaño desatino recurrí a la mejor de mis terapias: salí a caminar. Dos horas más tarde decidí abrir una editorial. 

Un lugar donde pudiéramos publicar parte de esos cuentos noventeros-dosmileros que formaban parte de una realidad olvidada. O cuestionada. Hablé con los escritores y les propuse publicar los cuentos en mi recién inaugurada micro-editorial: El Taller. Casi todos dijeron que sí. La colección constaría de siete números y se llamaría Los Dragones. El primero fue Flores nocturnas. Era de vampiras —ni una gota de sangre—. Cuentos desmitificadores. Humor. Poemas en rumano. Ilustraciones. Lo pasamos bien. El segundo, Diferentes, ya era de ciencia ficción. Bueno, en realidad se coló alguno "normal", pero no somos muy estrictos. También nos gustaba. Y luego se inició el tercer número, también con ilustraciones: Barrio. Y trata de eso exactamente: de los barrios, y cada uno de nosotros hablaba de su barrio, de las calles y los puentes y la gente y la cafetería y el recuerdo alrededor del mito. De los sabores y el color del mango y del sol. Lo que nos gusta y lo que no. Y de nuevo, un cúmulo de cuentos en este México, nuestra seductora metrópoli del 2000: "Tortas Valentín" de Néstor Calvet, "A perro, perro y medio" de Guzmán Wolffer, "Soy barrio ¡y qué!" de Aldo Alba, y faltaban los de Jesús Vicente con sus crónicas citadinas, faltaban los de otros que se estaban gestando pero, entretanto, ya habíamos reunido nombres como Martha Camacho, Elena Pujol, Porcayo, Zárate, Cubría, Bef, G. Wolffer, ram, I. Pujol, Alba, un jovencísimo escritor (siete años): Chumacero González-Durán. Ilustradores de aquí y de allá del mar: eme; Ruiz, El Russo, M. Casals. Novelistas que me llegaban a través de una simpática banda de rock: Octavio Frausto.

Ya habíamos hecho algo.

Porque la ciudad seguía ahí; y los barrios, las calles, las casas de cultura, las librerías de viejo y las mismas piedras ocultaban la cultura que latía. Estos son los grupos, los trabajos, algunos de los escritores que conocí. Seguro que hay muchos más, escritores formales, escritores bohemios, palabras de principiante, palabras de oficio. Palabra escrita que conserva la historia y la transmite. Y se recrea en el futuro: la otra literatura.•

*Blanca Martínez-Fernández estudió antropología en la Universidad Autónoma de Barcelona (Bellaterra). Publicó la novela La era de los clones, además de relatos de ciencia ficción en distintas revistas españolas y mexicanas. 
 Notas

1Robert Scholes y Eric S. Rabkin, La ciencia ficción. Historia. Ciencia. Perspectiva, Barcelona, Taurus, 1982.

2Naief Yehya, Los sueños mecánicos de las ovejas electrónicas. El ciber-punk en el cine, México, Nitrato de Plata.  •