CARTAS A CRISPINA * 
*Lamberto Roque Hernández
Estos escritos están dedicados a los millones de migrantes latinoamericanos en los Estados Unidos, que con su trabajo diario contribuyen al mejoramiento de una nación que al mismo tiempo que los desea también los aborrece. 

Con cariño a mis compañeros de aventuras, los Roque Hernández. Por tanto amor, a Alice M. Wagner. Por la vida, a mis padres Crispina Hernández Vásquez y Estanislao Roque Martínez. Para Clara Ximena Roque Wagner (mi cielo). Linda and Sandy thanks for the love. Hi Molly. To my other brother Mark Wagner. Todos los demás que aquí no aparecen, saben de antemano que los llevo en el corazón.

Gracias especiales a Herlinda Luttig y Jesús Escalona.


Héroes nacionales

Es el primer día de clases para Benigna. Está nerviosa. Los compañeros le preguntan si es nueva, recién llegada.

—¿De dónde eres?

—¿Cuándo llegaste?

—¿Hablas inglés?

—¿Con quién vives?

—¿Tienes papeles?

Ella no sabe qué pregunta tiene que contestar primero.

Benigna observa con curiosidad su entorno. Ve los mapas en las paredes. Las fotografías de los héroes norteamericanos. "No room for racism", dice un póster de color rosa chillante empotrado en una de las paredes. La cara vieja y en blanco y negro de Chief Joseph la observa con tristeza. Malcolm X con su cara levantada como un mástil que con la mirada retadora la impresiona.

Benigna observa con detenimiento cada uno de los carteles pegados en las pálidas paredes del salón de clases. Está en otro país. Es otra aula. Se siente inmensamente sola.

"The dream of Martin Luther King" o parte de su sueño se alcanza a leer desde donde ella está sentada. Benigna ignora qué parte de ese sueño aún lo sigue siendo y qué parte de éste se ha estado desvaneciendo con el paso del tiempo. César Chávez está presente; se ve triste, se ve como si estuviera enfermo. George Washington y Lincoln, desde una esquina del aula, tímidamente se asoman y dan también la bienvenida. Benigna busca la cara de una mujer héroe y no la encuentra. ¿Será que apenas se están formando? ¿O será que al igual que en su patria los hombres no dan espacio para la competencia? Las barras y las estrellas remplazan al nopal, al águila y a la serpiente. Ya no hay que cantar el himno nacional mexicano cada lunes por la mañana. Benigna está en alguna escuela de California, en los Estados Unidos.

La mirada de Benigna se detiene al toparse con un mapa del país en el cual ahora se encuentra. El mapa abarca algunas islas del Caribe, pero no Cuba. Las islas de Hawai en el Pacífico, Alaska más al norte. La niña recorre con sus oscuros ojos lo ancho y lo largo de esa nación representada en papel. Se va hacia el este, en donde fueron establecidas las primeras trece colonias. Llega al sur: Texas, Alabama, Mississipi. ¡El Golfo de México! Suspira. Sus ojos se engrandecen, brillan de contentos.

Con los ojos dilatados por la emoción, Benigna sigue recorriendo los demás estados del sur de los Estados Unidos. De pronto decide brincarse la frontera, solamente que esta vez hacia México. Vuela. Ignora el escándalo de los demás estudiantes a su alrededor. Cierra los ojos. Su cuerpo queda estático, mientras su mente viaja con la velocidad que sólo la imaginación puede dar. 

De repente se encuentra en su pueblo querido, en alguna parte del sur de México. Camina por las polvorientas calles. Saluda a la gente. De paso le echa un vistazo a su escuela primaria. Se mete a su viejo salón de clases. La maestra está pasando lista.

—Benigna Martínez. 

—¡No vino! —gritan los otros estudiantes. 

—Se fue pa'l norte —agrega alguien desde un rincón del salón.

Desde una de las descarapeladas paredes del salón, el Indio, orgullo de no todos los mexicanos, Benito Juárez, le sonríe. Miguel Hidalgo le muestra orgulloso las cadenas que rompió para darnos la independencia. Emiliano Zapata con su rifle en la mano, para lo que se ofrezca, ni siquiera le da un gesto de bienvenida.

"Un revolucionario o revolucionaria debe de tener cara de pocos amigos", piensa Benigna. La niña busca dentro de su imaginación fotografías de héroes nacionales mujeres. No hay. "¿Dónde están las fotos de las mujeres que pelearon durante la revolución?", se pregunta. "¿Qué hay de todas las mujeres que cotidianamente se convierten en héroes al velar por sus hombres y sus hijos? ¿Dónde están las que a diario pelean con la pobreza? ¿Y las que cargan hijos en el vientre y costales en la cabeza? ¿Acaso no son héroes las que paren a los grandes hijos de la patria?" Benigna aún no puede encontrar respuesta a sus preguntas.

En su recorrer por el pueblo, Benigna pasa frente a la iglesia; se persigna. Las puertas están cerradas. Es lunes por la mañana y los santos y las vírgenes están en reposo. La misa del domingo estuvo pesada. Hubo confirmaciones, bautizos y primeras comuniones. Dios y sus discípulos no atienden los lunes.

Benigna se asoma por una de las rendijas de la desgastada puerta de la iglesia. En el interior una veladora arde lentamente. Su pálida luz ilumina la cara de un Cristo atormentado y ensangrentado. "Es la veladora que le traje al santo antes de irme pa'l norte para que alumbrara mi camino", se comenta ella misma. Se despega de la puerta y se aleja por las calles del pueblo. Se da cuenta que puede ir a donde ella quiera pues viaja con la velocidad de la imaginación. Se va a los campos. Ve las milpas. Es tiempo de elotes. Las matas de frijol están listas para ser arrancadas. Ve a los viejos cuidando sus chivos. Ve a las mujeres embarazadas yendo a dejar la comida a sus hombres que se encuentran trabajando en las milpas. Siente pena por ellas. Siente pena al ver a los perros que merodean por los campos, son tan flacos que en vez de dar miedo dan lástima, pero son también muy fieles. Escucha el cantar de los pájaros. Siente el viento fresco acariciándole la cara. Su pelo se alborota. 

Se siente libre. Va al arroyo y bebe el agua cristalina que baja de las colinas. Se recuesta en el pasto. Huele las flores. Está cansada. Se queda dormida.

—Good Morning! —dice una voz entre sus sueños.
—How are you today?
—We have a new student —repite esta misma voz—. What is your name? Where are you from?
—She does not speak english —dice alguien por ahí.

Benigna despierta espantada. Se levanta. Su imaginación agitada tiene que regresar a donde está su cuerpo. Ve a su alrededor y se da cuenta que todos los estudiantes la miran.

—¡Te habla la miss! —le susurra el companero de al lado.
—Ya le dije que no hablas inglés. Por eso no te preocupes, nosotros te vamos a ayudar —agrega otra estudiante.

Este es el primer día de clases. Es otro mundo. Otros libros. Otros héroes nacionales. Otra bandera. Otra escuela. Otro país. Otro idioma.

—From now on, and according to the new law, we are going to talk only in english —dijo la miss.

El salón de clases enmudeció.

Benigna había enmudecido minutos antes que todos los demás.

Y... no regresaste

Cuando nos despedimos, quise gritar de dolor. Llorar no era suficiente. Jamás regresarías. Partiste. Tu silueta desapareció lentamente de mis pupilas. Fue la última vez en que juntos vimos todo lo que a nuestro alrededor estaba. Todo eso se quedó. Tú no. Otros ojos serían más tarde mudos testigos de lo que ahí existía. Con mi llanto ahogué mis penas. Mis lágrimas fluyeron hacia adentro.

Me refugié en lo más profundo de mis entrañas. No tuve fuerzas ni valor para alcanzarte e implorarte que conmigo te quedaras. Me entumecí, quedé estático y no pude humillarme. En ese instante murió casi todo de mí. El amor que por ti sentía se partió en... no sé cuántos pedazos. Con el paso del tiempo esas piezas las repartí por todas partes, sin poder en ningún momento entregarlo completamente todo.

Antes de marcharte, me dejaste tu esencia. Grabé en mi memoria hasta las comisuras de tus labios. Las curvas de tu cuerpo marcaron tu recuerdo para siempre en mi memoria. Antes de irte, me abrazaste. Escuché el palpitar de tu corazón. Tus temblorosas manos me transmitían la energía generada por el galopar de tu hirviente sangre. Probé por última vez la miel de tu boca. Cerré mis ojos para mirarme por dentro. Quería estar seguro de que algo de ti se quedaba conmigo.

Desapareciste. Morí. En mi lecho de muerte te vi. Reconocí tus labios. Te toqué. Olí tu aroma. Adiviné el color de tu piel. Quise probar una vez más la savia de tu boca. Abrí mis ojos, pues quería estar seguro que algo de ti estaba en esos momentos conmigo. Sin embargo, desapareciste. 

Muchas lunas después mi cuerpo se alzó de entre un millar de escombros. Resucité, pero no al tercer día. Me fortalecí. Sin corazón. Sin olfato. Sin motivación. Sin amor. Sin ti y sin mí.

Regué por todas partes mis partes. Los pedazos de amor los subasté. Mis besos, mis versos, mi alma, mi cuerpo y mis pensamientos estuvieron dispersos. Era ya tarde y mis lágrimas jamás lavarían tus recuerdos. Soporté los inviernos tristes, las primaveras coloridas, los húmedos veranos, los otoños nostálgicos y, una y otra vez, los inviernos grises.

Te esperé. Mantuve la esperanza de tu regreso. Volví al mismo lugar en el cual nos despedimos. Traté de recobrar las imágenes de nuestros últimos instantes juntos. Sin embargo, todo era diferente. Ahí estaban otras gentes. Habían crecido otros árboles. Habían instalado otras luces. Otros anuncios de neón daban vida a la noche. Otros corazones estaban garabateados en aquellas pálidas y viejas paredes. Vi amaneceres. Me calcinó el medio día y los anocheceres ocultaron mi desesperación. Esperé. Me empapó la lluvia. El viento del otoño me enjuagó y me dejó esperando al frío enero. Mis ojos te buscaron en el florecer de la primavera y jamás apareciste. Decidí marcharme. Recorrí el mundo. No quise echar raíces en ese suelo que hollamos.

Me fui. Me resigné. Empecé a vivir. Renací, como renacen los pastos después de un devastador incendio. Me nutrí con los amores que a mi paso encontré. Me hice fuerte.

Reverdecí. Y, como a los árboles viejos recién podados, me salieron nuevas ramas. Vinieron a mí las aves. Anidaron. Llovió. Y, en una de las más hermosas tardes, apareció un arco iris. Lo seguí. Al final de éste encontré, no el oro, el amor. Acompañé a la brisa. Mi llanto se confundió y se fundió con la luz que brotaba de unos hermosos ojos. Me di cuenta que ese llanto era de amor. Me enamoré. Llovió y llovió y murió lo muerto y revivió lo que aún estaba vivo y parió al deseo, al verdadero amor. El que nunca se irá. El que me cobijará y abrazará por siempre mi cuerpo.

Tú, que te fuiste hace ya muchas lunas, solamente eres una pálida silueta que cada día se desvanece con el morir de cada día. 

Alma Rosalía

Alma Rosalía se marchaba de su pueblo oaxaqueño con la esperanza de reencontrarse con su esposo en el estado norteamericano de Oregon. El amargo momento había llegado. Por meses, ella y su esposo estuvieron planeando esta riesgosa reunión. Alma Rosalía sabía que tomar la decisión de dejar su pueblo, su familia y enfilarse hacia el norte era cuestión de exponer su vida y la de su pequeña hija Erminia.

Efraín se había marchado dos años antes. "Primero me voy yo y después te vienes con la nena. Déjame ir adelante, busco trabajo, pago las deudas y después reúno para el coyote de ustedes", le dijo Efraín antes de irse. Después de pasar por el ritual del cruce de la frontera y con el paso del tiempo, Efraín se colocó en un trabajo, pagó las deudas adquiridas con el prestamista del pueblo, ahorró dinero y mandó a traer a su familia.

Rosalía se despidió. Abrazó una y otra vez a su mamá Carmen. Tomó fuertemente las manos de don Bartolo, su padre. "Cuídense mucho", les dijo. Miró de reojo hacia el altar en donde ya ardía una veladora iluminando el rostro de la virgen de Juquila. Entre llantos y bendiciones, se marchó. Antes de tomar el camino que la llevaría a esperar el autobús, se metió a la iglesia. Ahí le pidió a Dios que la protegiera a ella y su hija. Le prometió a la virgen del pueblo que algún día regresaría y que su hija Erminia sería la madrina de su celebración el doce de mayo.

"Cuídanos, virgencita, más que nada a mi hja. El camino es peligroso. Dicen que en la frontera los gringos están cazando a los que tratan de pasar y pues yo no quiero que nada le pase a mi Erminita. Tú sabes que nos vamos, no por gusto, es que aquí ya está cada día más cabrón para vivir. Las tierras ya están cansadas, casi no llueve. Mis viejos ya están cansados y necesitan de mi ayuda. A lo mejor Dios nos está castigando por tanto mal que le hemos hecho a la tierra. Aquí en el pueblo todo está muy caro, no hay trabajo y menos para una mujer. Todo por eso nos vamos de aquí. Pero acuérdate que vamos a regresar. Ilumina mi camino. Acógeme bajo tu seno si algo llega a pasar, pero a mi hija déjala que conozca el mundo. Yo quiero que ella salga de aquí, que no sea pobre, que estudie y que no pase por lo que estamos pasando nosotros en estos tiempos tan de la chingada. En el nombre del padre y del hijo y del es..."

Alma Rosalía se persignó, persignó a Erminia, la apretó entre sus brazos y abandonó la enorme iglesia.

En el pueblo la vida seguía su curso. Estaba pardeando la tarde, era la hora en que casi todas las familias estaban concentradas en la telenovela de moda. La madre de Rosalía no quiso acompañar a su hija y a su nieta a la parada del autobús. Está sentada frente al televisor. Sus ojos están irritados, quizá por la radiación del aparato, tal vez por tanto llorar. En el patio don Bartolo lentamente con su machete labra un barredor para su arado. Su mirada se pierde con el golpear de cada machetazo. Se ve distante. Posiblemente recuerda los momentos pasados en que él mismo se desprendió de los brazos de sus padres para irse en busca del resto del mundo.

En el cielo, las primeras estrellas empezaron a asomarse. El sol se ha marchado, se ha llevado de la mano otro día, y ese día ha arrastrado consigo otras dos almas.

Bilingüismo

Todas las mañanas José llega tarde a la escuela. Siempre viene sin cosas. Ni una hoja de papel. Ni un lápiz. Nada. Le gusta siempre sentarse en la parte trasera del salón.

— ¡Hey, bato!, saca una hoja —le dice al compañero más cercano.

—¡Ése! ¿Qué no sabes a qué vienes a la escuela o qué? —le contesta Joaquín.

—Tú saca un lápiz, loco, y no la hagas de pedo —contesta José.

José fue traído a los Estados Unidos a la edad de tres años. Sus padres son originarios del estado de Jalisco, en México. Ahora, en el octavo grado, José habla dos idiomas. En ocasiones, empieza a hablar en inglés y termina en español. Este joven se ha pasado la mayor parte de su estancia en la escuela, en programas bilingües. Gracias a eso aún conserva el idioma de sus padres.

—Please find the value of x in the following equations —dice la maestra, mientras escribe una maraña de números en la mica del proyector. 

—This is a piece of cake blood —dice José mientras se deshace de sus lentes oscuros.

—¡Hey, miss! Esto está easy. Give us algo más hard y así sí vengo a perder mi tiempo a la escuela —refunfuña José mientras estira su larga humanidad de escasos catorce años. La maestra, acostumbrada a los comentarios de José, hace caso omiso a lo dicho y continúa escribiendo.

—¡Hey, Joaquín! ¿Cuándo crees que vamos a usar estas pinches matemáticas? This is very stupid man! I don't fucking understand why we have to learn all this garbage. I am going to prove that I can solve these problems anyways dade. Tú sabes que yo soy bien chingón. 

Protestando, el muchacho empieza a trabajar en lo indicado. José aspira a ser carpintero.

—There is good money, fool. You can make veinte dollars per hour como carpintero. My dady gana a nueve cincuenta y pues ansina está bien. I will be making mucho dinero si llego a ser un carpenter. I won't need no math or all this fucking álgebra —dice José, que aun sentado se ve enorme. 

A pesar de sus comentarios bruscos, el muchacho se empeña en demostrar que es lo que a pecho abierto siempre pregona: el más chingón.

—¡Hey! Miss Robinson, I have the answers —dice José levantándose de su lugar. 

La maestra le invita a pasar al pizarrón y resolver uno de los problemas matemáticos. José acepta y su enorme humanidad avanza a enfrentar el reto. José empieza a manipular uno de los ejercicios y define que para encontrar la hipotenusa de la figura geométrica que está en el ejercicio tiene que echar mano del teorema de Pitágoras. Después de jugar con sumas, exponentes y la raíz cuadrada, José da el resultado final.

—X is equal to the square root of thirty six point sixty, ¿qué no?

La maestra afirma con la cabeza y sonríe al momento que apunta los puntos que el muchacho se ha ganado.

—I told you cabrones! —dice José refiriéndose al resto del grupo—. ¿Sí o no batos?, soy bien chingón. 

Sus compañeros de clase se ríen de los monólogos del muchacho.

Transcurre una hora y quince minutos, durante los cuales la maestra se esfuerza para que los estudiantes entiendan la importancia de las matemáticas en la vida diaria. Suena la campana. Ha terminado el primer periodo del día escolar. Los muchachos salen en tropel hacia su próxima sesión.

—Excuse me, José, before you go to your next class, I would like to talk to you —dice Miss Robinson. 

—Ok. Ok. Miss. Now, what did I do wrong.

—No hiciste nada malo —dice la maestra—. Me preocupo por ti. Eres muy inteligente. Hablas mucho y además vienes a la escuela sin cosas. No quiero que con el talento que tienes seas solamente un carpintero. 

Tienes que aspirar a ir a la universidad. Tú eres capaz. Tú eres lo que tú siempre te llamas a ti mismo. Eres muy chingón —dice la maestra en un español bien pensado y practicado. 

—I know, I know Miss. I'll try to be better. But, you know what? I do not libe to bring things with me. That's for weak boys. Y, pues yo soy el más chingón, you know! Gracias de todos modos por preocuparse por mí, teacher —agrega el muchacho mientras abandona el salón de clases con una gran sonrisa. 

La maestra observa llena de ternura al muchacho. Sonríe y murmura: 

—Es muy listo y ya cambiará. Solamente es cuestión de tiempo.

Dobles palabras


 
You can translate my words
and my gestures
but not my feelings.

 En la etapa de transición de un idioma a otro, se puede pasar desapercibido por el mundo. Se pierde el movimiento de las lenguas. Se confunde el cerebro y se vive a tientas.

Cuánto miedo he sentido al intentar hablarte para decirte lo que hay dentro de mí. He sentido miedo, no porque no tenga palabras. He sentido miedo porque mis palabras son diferentes. Ahora pienso doble. Mis palabras multiplican mis penas, mi amor, mi entusiasmo, mis conocimientos, mis deseos de comunicar, mi ambición de aprender. Mi amor es doble. Solamente hago el amor en un idioma, sin embargo. Mis palabras son muy fuertes, tal vez ásperas o muy largas y extrañas.

Mis palabras son bilingües. Hace tiempo pensé que mis frases eran dulces, tiernas y que podían transmitir amor y pasión, y dar color, vida, sentido y figura a las palabras que a ellas componían. Mis frases en el presente tienen más poder.

Oscuridad. 
darkness 
Vacío. 
emptiness
Sin color, ni sabor. 
colorless, without flavor.
Se pierde el sentido, 
la vida, 
the life
el sonido, 
the sound
el canto. 
my songs
El susurro, 
the whispers
se desvanece. 
It fades away
El rojo, 
the redness
el olor,
the smell
el sabor, 
the flavor
y el amor 
desaparecen. 
Dissapear
Enmudecen: 
los pueblos 
la mañana, 
el viento,
la noche 
y los sueños.

I'm still dreaming. I am still translating my visions, my feelings, my love, my desire of living and my love for you and your eyes.

On the top of the hills

Once, I was asked to write expressing my fear of storms. I dug into my memory without luck; I have never been afraid of storms. Instead, I found that I fear injustice, oppression and the fact that my own family and my country's people became expensive human cargo while migrating to the United States.

I was standing on the top of an eroded hill. The place was full of life, craziness, and disgrace. It was a cold night of October. Above us, the sky was covered with stars. And from where I was, I could see the point where two worlds converge. La Frontera. There on the top of the hill, I was with dozens, maybe hundreds of other solitary souls waiting for the time to depart and pursue the common dream: El Norte. At that moment, surrounding me were human shadows, voiceless bodies and expensive merchandise: each shadow had a price tag attached to its strong back. We were cheap human labor, because each pair of arms meant profits in the labor market.

On the bottom of the hill, out stretched the city. There, the tangle of lights was illuminating the tedium of another dying day in the Border City of Tijuana. I was anxious. Perhaps full of fear, sadness or pain. However, I as well as the others were protected by the darkness of the same night. I turned toward the Border City, and, from the distance, saw the dimming lights blinking, waving a farewell, a good bye, maybe un hasta nunca.

In the deepest of my worries I tried to distinguish the words that were spilled out over the emptiness of night. The voices mixed with the murmuring of a light wind and carried away. Suddenly the voices without faces faded and the night wore its tranquility. Everybody was quiet except for one man who shouted orders. Como el aullido de un coyote. "It's time to leave", the rough, demanding voice said, "I already gave you instructions, so do not ask me anything anymore. Just do what I say, and if there is any person who doesn't have the balls to go, get the fuck out of here right now". 

 
 
 
 
 
 
 
 
   
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Run and hide. Hide and lay down. Get down. Run. Hide. Sweat. Be quiet. Evading the migras and the potent lights of a helicopter was the challenge. There are no dangers to be taken under consideration at the moment of crossing the border illegally. The canyons are shelters. Any bush is a potential cover with no time to fear a hiding snake. God exists at that moment. The Virgin crosses the border with us and she never gets caught. It is migration in reverse, not to the Bering Strait but to any place where dollars exist. There is no political purpose and no ancestral land to be claimed. Poverty forced that herd of souls and myself to sneak into the United States, that cold and dark night of October. It was part of the dream, the beginning of a nightmare for some. For others the awakening to the American Dream.

Run up. Run down. Climb these cliffs. The lights are there, right on the other side. They are blinking, twinkling and welcoming you! ¡Bienvenido! Bring not your tiredness but your force, your thinking, your whole body. Here is the freedom! ¡La Libertad! I want you, and I despise you. So, run and hide now. In time I will embrace you. I am the great America! ¡Porque gracias a ti soy grande!

From where I am sitting now, I have a beautiful view. From here, I see another city. The day is ending and the lights of the night start to glance. The reflection of the crepuscule on the waters of San Francisco's estuary frames the picture. I am on the top of a hill. There presides a huge room filled with thousands of books. Quiet people read. Some write. Apparently, they are lost in the deepness of their commitment to learn. Perhaps flashing back to the past, they try to find their own reason for being here.

I am there, amongst the sea of university students. I quietly and comfortably struggle, defeating the obstacles to eventually become an educated Mexican migrant. However, I still find the time to look back to the night, when on the top of the hills of the Mexican border, I was surrounded by human shadows, voiceless bodies, valuable merchandise. From the point where I am now, I see how slowly my spot on the border's hill has been faded. The rain, the wind and father time has eroded it. At this point, I have recovered my breath, and my voice. I've put aside my price tag. I will not be sold again. I am fearless. I am strong. Fortunately, while continuing to construct my life, I always find a gap where I can insert the revival of an unforgettable past.Amen.• 

*Lamberto Roque Hernández nació en San Martín Tilcajete, Ocotlán de Morelos, Oaxaca. Vive en California, Estados Unidos. 

*Tomado de Lamberto Roque Hernández, Cartas a Crispina, introducción de Fidel Luján, Oaxaca, Carteles Editores, 2002, 112 pp. Reproducimos este material gracias a la generosidad de Gerlinde Luttig y Jesús Escalona.