*Hugo
Hiriart
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Jackson
Pollock, por ejemplo, llegó a la pintura no figurativa al cabo de
un largo y agotador esfuerzo. La abstracción es una especie no de
arranque más o menos gratuito sino de resultado. Lo mismo Matisse
en sus postreros papeles recortados. El viejo Bonnard vislumbró
al final, y lo declaró, que el futuro de la pintura estaba en la
abstracción, es decir, el juego libre, sin restricciones de representación,
de formas, colores y texturas en la tela.
Irma Grizá empleó también muchos años en destilar de la figuración las posibilidades de una pintura abstracta. Pero el avance de su estilo ya permitía vislumbrar este paso al límite: la aventura del arte de Irma consistió, en parte, en que en su arte los objetos se iban descomponiendo más y más en sus elementos constitutivos. Así, en sus paisajes tropicales, tan llenos de vivacidad y de sol, por ejemplo, como en el cubismo analítico de Picasso y Braque, ya cuesta trabajo adivinar el asunto representado, y a menudo es imposible (no pinto un paisaje, podría haber dicho Irma, como Matisse, pinto un cuadro). En la serie de las sillas el objeto ya francamente desaparece en la prestidigitación de las luces y los colores. Pero aun así la idea de silla, la silla platónica, permanece como guía. |
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Y ahora ya no hay ni eso, toda referencia ha desaparecido
en la pintura de Irma Grizá. "Admiro mucho la pintura abstracta",
solía decir Tamayo, "pero no es para mí, yo necesito la figura".
Sin ella, por diluida que estuviera, el maestro se sentía extraviado.
Los mayas muchas veces pintaban en el centro de los muros blancos de las
paredes un pequeño punto rojo, ¿si no estaba ahí se
sentían extraviados en el blanco de la pared? En la abstracción,
como fue en su inicio en el llamado verso libre, sin medida conocida, sin
guía alguna, es fácil extraviarse y caer en una especie de
árida arbitrariedad.
Pero no, la pintura de Irma no es árida, ni siquiera austera,
su pintura es una especie de jolgorio, o quizás un banquete, un
banquete de formas sugeridas y de colores, sabido es que Irma es una gran
cocinera. No muchos platos, Irma, como Tamayo, estima que para que los
colores luzcan debe haber pocos en un cuadro, pocos, pero bien matizados,
y mejor combinados. Un solo toque por allá de cierto color ennoblece
el espacio de todo un cuadro. Matizar, por otro lado, consiste en el manejo
sutil de los tonos.
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En el dibujo a tinta en blanco y negro hay una
especie de colorido. Los tonos de gris ocupan la posición de los
colores. Si contemplas un dibujo a lápiz de un gran colorista como
Pierre Bonnard, quien, por cierto, no era como Irma o Tamayo, pintor de
pocos colores en un cuadro, sino de muchos, de muchísimos, un arco
iris en cada tela, un dibujo a lápiz de este maestro, digo, parece,
en cierta medida, aunque sea en blanco y negro, a colores, por la manera
como son matizados los tonos de gris.
En un dibujo a tinta en blanco y negro de Irma ocurre lo mismo. Estos dibujos, es inevitable y obvio, pero hay que decirlo, traen a la memoria la pintura china, japonesa y coreana sobre papel de arroz, y ese juego entre vacío y lleno, es decir, entre nada y ser, que la caracteriza. Y curiosamente, este mismo juego se desenvuelve en los óleos abstractos de Irma: la creación de un espacio, un juego entre bruma y solidificación, entre cosa y atmósfera, y este juego engendra un espacio, un espacio estructurado con luz. Y al decir luz, claro, decimos tonos de color. |
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Esto es algo de lo que se puede decir del universo pictórico suscitado por Irma Grizá. Podrían decirse otras cosas, muchas otras, pero ella sigue pintado y nosotros seguimos mirando lo que va haciendo, así que dejemos aquí por ahora.• |
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