Elsa Cross: vigilias poéticas, sueños del alma*

* Luis Cortés Bargalló

Jorge Luis Borges, en su prólogo al Libro de sueños, aventura "la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y no menos complejo de los géneros literarios". Establece, también, que el arte de la noche y el del día entablan relaciones inestables y pocas veces recíprocas. La advertencia de peligrosidad es válida para el artista; la tentación de encontrar en el sueño una obra tan consumada y vívida como sus imágenes y estructuras la revelan, es proporcional a la dificultad de su actualización más allá de la conmovedora experiencia interior.
 
* Texto leído en la presentación del libro Los sueños. Elegías, de Elsa Cross (Conaculta, México, Práctica Mortal, 2000), realizada en la Fundación Octavio Paz, el 12 de septiembre de 2000.
El libro de Elsa Cross que ahora nos ocupa, Los sueños. Elegías, consigue, por una parte, mantener el denso y misterioso sustrato onírico y, por otra, abrir el sello de su extrema subjetividad al poner en juego, por virtud del ritmo, las imágenes más nítidas de una experiencia verdadera y decantada. No ha seguido para lograrlo el riesgoso camino, pretendidamente científico, del registro puntual y rendido que planteaban algunos surrealistas, sino aquél menos abundante del sueño dirigido: el sueño que hace soñar. Muchos de estos "sueños" parecerían los sueños del que está despierto y vigilante, precisamente al acecho de las fuerzas de la noche, de sus imágenes y sintaxis. En un poema como "Polifemo en la fuente de Medicis", independientemente del momento mitológico que de manera impecable se representa en toda su ternura y furia, el motivo se sostiene y desarrolla por efecto de la luz que hace las veces del "coro". Como la luz y la estación han cambiado para la segunda estancia, privilegio del sueño y de sus fuerzas, el tema mitológico se muda en piedra restituyéndose a las formas naturales, donde las palomas, acaso alguna blanca como Galatea, tiritan en la gruta escenográfica y artificiosa.

Contra la ley dramática del sueño, el libro de Elsa Cross ha prescindido de la primera persona, pero al tomar distancia en la tercera que atestigua y se escinde de las acciones, ahonda en el carácter ontológico del que sueña. ¿Tiene acaso un yo indiviso y continuo el soñador? ¿Tiene siquiera un nombre que no se le vuelva ceniza en los labios? Esta silenciosa transgresión, observable también en otras figuras de la poesía de Elsa Cross, es un claro desbordamiento, un recurso y una necesidad que amplían y multiplican las facetas y, por qué no, el terror del conocimiento interior.

En ningún momento la autora parece olvidarse de su tarea y, por encima del hechizo y la manipulación de las formas, antes que plantearse el dilema entre la visión y el arte, confirma cabalmente lo que podemos leer en Victor Hugo:

Cosa inaudita: dentro de uno mismo es donde hay que ver lo exterior. El profundo y oscuro espejo está en el fondo del hombre. Ahí está el terrible claroscuro. La cosa reflejada por el alma es más vertiginosa que la cosa vista directamente. Es más que la imagen: es el simulacro, y en el simulacro hay algo espectral... Al asomarnos al pozo que es nuestro espíritu, divisamos en él, a una distancia de abismo, en un estrecho círculo, la inmensidad del mundo.
 

El poeta sueña con Grecia y, muy posiblemente, duerme en Grecia y Europa consciente de que contra los sueños no hay nada. El sueño y la vigilia transitan por la delgada navaja del alba y disputan sus inciertos confines en la materia fantasmal del poema. Pero soñar con Grecia es en sí mismo un argumento, un principio de unidad. Un sueño de poeta que marcó el destino atribulado de Hölderlin y de otros. Es también soñar en el escombro, la sepultura y la ruina.

Nosotros los griegos —sentenciaba Paladas en la pérdida de Alejandría—, hemos caído en días funestos, e imaginar un sueño no es sino la vida. ¿Somos nosotros quienes hemos muerto y parecemos vivir, o acaso estamos vivos después que la vida misma nos ha abandonado?
  

 
 
En el primer poema del libro, que sirve de introducción y reflexión sobre el acto de soñar, leemos: "En medio de signos encontrados/ el alba abre fisuras/ y las materias de lo vivido/ y lo no vivido/ se disuelven en el mismo sedimento". La secuencia de sueños se abre con el titulado "Bardo", un viejo que habla de Eurídice y de "las almas que regresan en las gotas de agua"; la Eurídice de su relato está muriendo por la picadura de su propia trenza, la muerte que lleva consigo, que "ondula en el pasto,/ como serpiente". Pero él también se muere ante "la cegadora luz", seguramente la mirada de Orfeo —o la de Apolo— que se desentiende del tiempo y los quehaceres de los mortales que enmarcan el poema. En "La vía eleusina", el décimo cuarto poema de la serie, alguien "bajo el cielo de los suburbios/ empañado de hollín,/ sigue en su bicicleta/ el trazo de la vía", va derecho hacia su muerte "allí donde las fábricas reemplazan/ el bosque de laureles/ y manchas de petróleo flotan en la bahía". El sueño es así antesala de la muerte y el lenguaje paradójico que nos habla de ella, como en el poema "La Villa de los Misterios", donde aparece la terrible verdad dionisiaca proferida por su oficiante dilecto: "La boca abierta de Sileno/ precipita el juicio sin piedad/ no ser ser nada".

El poema que remata el conjunto es, al igual que el que le sirve de pórtico, otra cerradura abierta, gemela de la primera. Quisieran decirnos que lo que sucede entre ellas está profundamente conectado, tramado con nuestras vidas; que en el fondo de nuestra experiencia hay una unidad irrenunciable. En Los sueños. Elegías esta trama pareciera extenderse sobre los reinos naturales como una red de filamentos luminosos que construyen el paisaje y suturan sus delicadas relaciones. Y es que a cada imagen, por ominosa que sea, le sobreviene un surtidero de imágenes que adjetivan y modulan la muda y dura sustancia de los sueños.

El libro, sin embargo, no pretende llevarnos por una senda o por la escala de un viaje iniciático. Como sucede en el sueño, el tiempo ha quedado detenido y, por lo tanto, cada poema guarda su propia y autónoma unidad temática y espacio temporal. El hilo conductor es precisamente una disolución constante, una disolvencia que pone cara a cara los mundos clausurados por la imagen que, por necesidad, se extingue. No hay amaneramiento literario en esto, el sentimiento produce una imagen y la imagen un sentimiento, y la sucesión es, por fortuna, interminable y, hasta cierto punto, abismal.

Ya se dijo que todos estos conjuntos funcionaban por virtud del ritmo. También bajo su influjo alcanzan cohesión y timbre. Lo elegíaco es a la vez un estado de ánimo y una forma. Recordemos que cuando la forma fue privilegiada, es decir, en el origen mismo de la elegía, el tema parecía irrelevante y el canto dominaba. La elegía se fue utilizando cada vez más para el tratamiento del tema amoroso hasta desembocar en el de la melancolía y la tristeza; entonces, ya la forma cedía y se moldeaba al tema. En estas elegías de Elsa Cross hay, en efecto, melancolía y tristeza, pero también un muy personal rescate de la forma. Como de entre los escombros de un templo derrumbado, acaso nuestras propias ciudades en ruinas y sus palabras, o nuestros sueños, aparecen aquí y allá, los fragmentos de un dístico velado, la discreta escalera del hexámetro y el apoyo inestable del pentasílabo; como las chispas de esos abalorios que aparecen, aquí y allá en los poemas, fulguran, también, los metros —desteñidos— de la elegía castellana.

 
 
   
Al pensar en el estado de ánimo que habita estos poemas, resulta inevitable traer a la mente la entrañable película que Kurosawa hizo con sus sueños y que, al igual que los de Elsa, están inundados de una gran melancolía. Toda melancolía presupone una pérdida, una disgregación, pero promete, así sea remotamente, un reencuentro cada vez más esencial.

Los sueños. Elegías expresa una arista más, quizás una de las más oscuras y complejas, de este largo combate que es la vida espiritual y que, desde sus primeros libros, ha caracterizado la obra de Elsa Cross. Sostenerla en este punto la singulariza como artista. No obstante, esta singularidad nos serviría de muy poco sin la eficiencia de sus recursos y su vocación transpersonal. Gracias a ello, el lector puede recorrer el eje que se desplaza de la vida interior hacia una espiritualización de la experiencia, movimiento que encuentra en el poema su acceso a la realidad y a su rica red de vasos comunicantes.•

*Luis Cortés Bargalló (Tijuana, 1952) es poeta, traductor y editor. Estudió comunicación, letras mexicanas y música. Es autor, entre otros títulos, de los libros de poesía El circo silencioso y Al margen indomable. Bajo el título Por el ojo de una aguja se publicó recientemente una antología de su obra poética.