*Maria
Dulce de Mattos Alvarez
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Desde la aurora de la humanidad el hombre ha intentado explicar las causas de los fenómenos naturales y de la vida misma. Tales procesos de búsqueda se van cristalizando en una cantidad significativa de costumbres, creencias, ritos, religiones, instituciones, manifestaciones artísticas y elaboración de objetos, que son los elementos conformadores de lo que se denominó posteriormente cultura. Se puede evidenciar una cantidad significativa de culturas que han prevalecido a lo largo de la historia de la humanidad, porque cada pueblo ha tenido su forma particular de concebir al mundo en que estaba inmerso. Éstas han presentado también una infinidad de manifestaciones; la que se refiere al rito o culto a la muerte ocupa un lugar trascendental por la universalidad del fenómeno. En otras palabras, la muerte como un fenómeno universal ha presentado muchas manifestaciones que se llevan a cabo de acuerdo con la tradición y creencia de cada pueblo o sociedad, dejando, generación tras generación, su marca indeleble a través de las costumbres que las nuevas generaciones tienen que mantener o renovar. Krings afirma que
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En México las manifestaciones vinculadas a la muerte toman algunas características peculiares. Éstas son resultantes de la interrelación de dos culturas, en donde sus componentes tan opuestos entre sí tuvieron que pasar por profundos y complejos procesos de aculturación —amalgamándose o superponiéndose unos, perpetuándose o destruyéndose otros— y proporcionando como resultado una cultura en donde los rasgos prehispánicos conviven con elementos heredados de la Corona española. Para poder analizar algunos
elementos vinculados a la muerte y considerando que México, como
muchos otros países, ha pasado por profundos cambios a lo largo
de su historia, nos pareció pertinente elaborar un breve análisis
de algunos momentos específicos de la historia de la cultura mexicana
que, por su significación, enmarcaron y dieron sentido al momento
actual. Por esto haremos un recorrido por el México prehispánico,
contrastándolo con su momento inmediatamente posterior: la Conquista,
que se efectuó a lo largo del siglo XVI y que orientó las
culturas indígenas mesoamericanas hacia profundos
El concepto de la muerte
en el México prehispánico
El hombre mesoamericano tuvo la necesidad de buscar explicaciones al origen de la existencia, de la creación y formación del mundo y de la terminación de la vida, es decir, a lo relacionado con el binomio vida y muerte. Para esta elaboración conceptual y con el fin de aprehender y explicar la creación en su totalidad, el indígena prehispánico dio lugar a la existencia de varios dioses concebidos como fuente generadora.1 Para poder explicar la referida existencia de Dios o de los dioses, el hombre prehispánico —como también lo hiciera el de otras culturas— tuvo como fuente primigenia a las fuerzas naturales, a las cuales rindió culto, es decir, a los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego. Así, en lo relacionado a su cosmovisión,2 se entremezclaban la concepción de Dios y de la naturaleza, dando lugar al principio de la dualidad, que algunos estudiosos han considerado como el principio fundamental del mundo prehispánico, "expresado en el choque de armas antagónicas que rigen la concepción de los dioses y de la naturaleza" (Matos, 1992, p. 279). Lo anterior explica el porqué fijaron su atención en el ciclo eterno de los astros: transcurrido el día el Sol se esconde; al caer de la noche la Luna y las estrellas hacen su aparición, proporcionando un concierto repetitivo y eterno. Las estaciones del año se repiten en cada periodo con aspectos climatológicos diferenciados, proporcionando al entorno transformaciones constantes; tal renovación también se vincula a lo eterno. Al observar las referidas
estaciones el hombre se da cuenta de que puede sembrar cuando se acerca
la época de lluvias, ya que en este momento la madre tierra se abre
para recibir la semilla y después de un lapso previsible devuelve
el fruto. Sin embargo, esta misma tierra toma otra función importante:
su seno recibe también a los muertos que después de ser enterrados
al paso del tiempo se desintegran; así, la tierra madre es también
sepulcro y acoge en su seno a aquellos que la han sembrado.
Vivimos en la tierra prestada
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Es importante señalar que la definición del lugar al cual dirigirse después de la muerte estaba determinado por la forma de la muerte. Los actos colectivos de la humanidad eran los esenciales, ya que la moralidad personal incidía poco en el proceso de la vida y la muerte. En este contexto, Mictlán, considerado como reino de los difuntos, era el lugar destinado a los que tuvieron muerte natural y nada tenía que ver con el infierno cristiano, lugar reservado a los castigos y torturas; era nada más el lugar a donde iban los muertos. Después de un largo recorrido en el cual estaban expuestos a una serie de pruebas mágicas, llegaban a su destino en calidad de huéspedes de Mictlantecutli, dios de la muerte. Una manifestación
religiosa importante que perdura hasta nuestros días como testimonio
de la religiosidad mesoamericana se refiere a los numerosos monumentos
destinados a rendir culto a los dioses. A diferencia de la vivienda para
uso terrenal, las referidas construcciones, sólidas y magníficas,
se dedicaban con un esfuerzo casi incontrolable hacia la exaltación
mágica a las fuerzas cósmicas de la naturaleza o al poder
milagroso de sus dioses.4
Otra manifestación cultural importante se refiere al culto a los muertos; para configurar y atestiguar el referido culto, una gama amplia de objetos fue utilizada. Cada uno de ellos representó diferentes símbolos, iconos o signos que buscaron dar a la muerte su justificación o trascendencia. Diversos estudios evidenciaron que desde tiempos inmemoriales en la cultura mexicana el culto funerario tuvo reservado un lugar de suma importancia entre los rituales; parece ser que desde el preclásico temprano, es decir, 1200 a.C., hay vestigios de esta manifestación. En épocas posteriores este culto se desarrolla de manera significativa. Por esta razón en
el México prehispánico las ofrendas mortuorias fueron parte
de las ceremonias fúnebres y acompañaron a los muertos en
sus tumbas. Su composición era diversificada: desde el agua y alimentos
hasta objetos como máscaras, calaveras, joyas, vasijas, figurillas
macizas y huecas, conchas, etcétera. El vasto campo de los objetos
abarcó desde los más sencillos de barro hasta los lujosos
y sofisticados hechos de piedras preciosas o semipreciosas y de metales,
incluyendo el oro; se podían encontrar desde recipientes simples
destinados a guardar la comida y el agua hasta elegantes vasijas profusamente
ornamentadas. Gran parte de los referidos objetos disponía de una
decoración simbólica, dejando perpetuados códigos
complicados que aludían a dimensiones divinas y sobrenaturales.
Parte de la representación de los objetos rituales se refirió
también a las imágenes humanas y divinas, animales y plantas,
las cuales señalaban la intención negadora de la muerte.
La calavera fue también un símbolo muy utilizado. Se han encontrado objetos que presentan un rostro viviente de un lado y una calavera burlona del otro, sugiriendo que la muerte y la vida son en realidad dos aspectos de lo mismo (Tickell, 1992, p. 91). Una vez más parece indicar que fue una alusión a la inmortalidad y por esto no representó un papel angustiante o terrorífico.
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Por lo tanto, los objetos
que habiendo sido depositados en las tumbas conformaron las ofrendas mortuorias
y los que fueron parte de su ceremonia, poseían un significado relacionado
a la visión cosmogónica y mágica del mundo: la búsqueda
de la vida humana en la vida divina.
¿Adónde iremos,
La muerte no solamente limita la vida;
En el siglo XVI el mundo prehispánico construido a lo largo de varios siglos vio interrumpido su desarrollo de una manera drástica con la llegada de los españoles, que introdujeron, junto con otros europeos, la cultura occidental. La Conquista representó en sus inicios una lucha desigual, en donde los aztecas, y después las otras culturas, resultaron vencidos. En el periodo inmediatamente anterior el pueblo azteca había dominado, a través de sangrientas luchas, a los pueblos mesoamericanos. Éste fue un suceso más que utilizaron los españoles. Primero hicieron aliados a muchos de estos pueblos dominados; después, a algunos guerreros y dirigentes de Tenochtitlán y finalmente pudieron sojuzgar a todos, resultando un gran número de conquistados. Concretada la conquista material a través de la posesión y dominio del territorio, era necesaria su consolidación; esto requería un paso tan o más importante que el primero: la dominación espiritual. Es decir, la visión de la conquista y colonización que traía el español llevaba implícita la necesidad de dominar material y espiritualmente al pueblo aquí existente. Es evidente que todo proceso de dominio es complejo, razón por la cual ambos conquistadores, militares y espirituales —salvo escasas excepciones—, se dedicaron a la destrucción de los templos, de los monumentos públicos, de la organización social, económica, política y religiosa de los indígenas. En fin, el dominio y la colonización exigían, según la percepción española, la destrucción de todo aquello que representara la ideología, la concepción del mundo y de la vida, así como la organización social y política de los vencidos. Por otro lado, con una cultura tan desarrollada como la mesoamericana, con valores tan arraigados a sus comunidades a lo largo de los siglos, no es difícil suponer que muchos de los valores impuestos por el conquistador no pudieron ser asimilados de una manera pura; tenían un largo pasado recorrido, lo que permitió que muchas de las enseñanzas propuestas fueran incorporadas a las anteriores y reinterpretadas a partir de su propio código vital, dándose, en muchos casos, un proceso de aculturación. Sin embargo, la destrucción de los templos, aunado al obvio abandono que hubo de los centros ceremoniales prehispánicos, rompió la posibilidad de realización oficial del culto, pero esto por sí solo no cambió la ideología imperante. Fue necesaria una medida mucho más profunda; ésta se relacionó con la evangelización y conversión del pueblo indígena al cristianismo, lo que implicó un nuevo concepto religioso, de Estado, de organización social, de concepción de vida y muerte. Por lo tanto, uno de los
aspectos primordiales de la colonización estuvo vinculado a la catequización
religiosa. Los evangelizadores rápidamente se percataron de la disposición
de los nativos en participar en eventos colectivos que fueran atractivos
y organizaron festividades que pudieran representar los actos bíblicos
y ejemplos de la conversión de otros pueblos al cristianismo, entre
otros eventos. Los nuevos conversos aprendieron los preceptos religiosos
a través de puestas en escena en donde ellos mismos actuaban y la
danza6 fue un vehículo ampliamente
utilizado. Sin embargo,
En cuanto al concepto y sentido
de la muerte se da una superposición de sentimientos que en el fondo
son diferentes. Como hemos observado, para el hombre mesoamericano morir
no implicaba la gloria eterna o la condenación definitiva, acorde
con su comportamiento individual como ser viviente. Su concepción
estaba vinculada a la idea de la indestructibilidad de la fuerza vital,
que subsistía más allá de la muerte; era una ley natural
que ni siquiera los dioses podían violar. Para el cristianismo,
por el contrario, la muerte representa un momento crítico y que
define la dualidad: perdición eterna o vida gloriosa, en función
de su conducta individual en la vida terrenal.
¡Vivirán tus muertos, Isaías,
26,19
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Asimismo, el cristianismo introduce el símbolo del diablo8 como representante del espíritu del mal —concepto inexistente en la cultura prehispánica— y que tortura a las almas de los pecadores en el infierno; por incorporar todos los vicios y las culpas de la humanidad, encarna la lucha entre el bien y el mal. Esta visión maniqueísta del mundo también fue ajena al hombre prehispánico, una vez que sus deidades representaban la bondad y la maldad simultáneamente. Lo antes expuesto nos permite observar que el nativo se encontró con un nuevo concepto de muerte, en donde se ponen en evidencia los cuatro fines últimos de la humanidad cristiana: muerte, juicio final, infierno y paraíso. Se añade la noción de pecado como un hecho individual, el cual puede llevar al infierno y a través de su redención le permitirá entrar al paraíso. Como nadie puede vencer a la muerte, y por desconocer el momento en que ésta puede ocurrir, es deber del cristiano estar siempre preparado para recibirla. Al analizar el entorno en que se desarrolló la Nueva España en el siglo xvi se puede suponer que existió la amenaza permanente de una muerte repentina e inmediata por la cantidad catastrófica de epidemias virulentas que exterminaron a gran parte de la población. Basta mencionar la peste de 1576 o cocoliztli, que, según calculan algunos historiadores, exterminó a cerca de dos millones de indios, así como a un nutrido número de españoles que vivían en el territorio recién conquistado. Como afirma Elena de Gerlero, algunos evangelizadores consideraron estas muertes causadas por las "siete epidemias mayores" como posibles presagios de las profecías apocalípticas y permitieron la introducción de los temas derivados de la Danza Macabra9 y de la Danza de la Muerte en los murales de los conventos mexicanos. Evidentemente la forma y
el lugar para enterrar a los muertos también sufren cambios significativos.
La costumbre indígena de incinerar a los cadáveres fue prohibida
por la Iglesia católica.10 Dentro
del espíritu cristiano se debía enterrar a los muertos en
el camposanto.
Por esta razón el
culto a la muerte dentro de la concepción cristiana se refería
al ámbito de la parroquia, que incluía tanto a la iglesia
como al cementerio, en donde la comparecencia física de la muerte
tenía un profundo significado para la vida, pues permitía
a los creyentes tener presente la fragilidad de la vida y la necesidad
de una preparación constante hacia la muerte. Lo mismo sucedía
en la vida cotidiana, en donde
La muerte y el México
actual
Esta mañana imaginé mi muerte
En nuestros días aún se puede observar que los aspectos mágico-religiosos intervienen en la explicación del mundo y de su materialización; lo mismo sucede con la conceptualización de la vida y de la muerte. Tanto su vida cotidiana como sus actividades festivas están permeadas por muchos de los conceptos y manifestaciones vertidos a lo largo de este ensayo. Al referirnos a la muerte, podemos detectar una cantidad importante de ritos y ceremonias en donde los elementos prehispánicos perviven: como enterrar a los muertos, ofrendarlos, recibirlos cada año por ocasión de su día y un sinnúmero más que encierran conceptos mágicos, mantenidos por la tradición, pero que difícilmente pueden compatibilizarse con el México moderno. Veamos el México urbano, el cual a lo largo del siglo XX ha pasado por profundas transformaciones. Insertas en una economía capitalista mucho más cristalizada, las ciudades crecen y con ellas las grandes aglomeraciones; el desarrollo tecnológico y científico se manifiesta, entre otras cosas, en la producción de una diversidad de objetos, aparatos y espacios nunca antes imaginados y propician el desarrollo de una sociedad de consumo en donde la posesión de bienes materiales pasa a ser uno de los grandes objetivos, ya que expresa la pertenencia a una u otra categoría de la estratificación social. En consecuencia, la materialidad pasa a ser uno de los ejes vitales y en función de ella se busca de una manera casi ilimitada la comodidad, el confort y la acumulación de bienes.
Vemos así que las instituciones y los espacios asociados a los rituales de la muerte se han diversificado y son cada vez más especializados. Cada uno de ellos, dentro de este proceso de modernidad, busca racionalizar los diferentes momentos de tránsito a la muerte hasta su término. El hospital pasa a tener un papel fundamental en el proceso de tránsito a la muerte. Desplaza de la casa el cuidado del enfermo, con una doble finalidad: prolongar la vida o permitir que individuos solitarios se deslicen discretamente hacia la muerte. Esta búsqueda de retención de la vida muchas veces se manifiesta en un inhumano tratamiento terapéutico que insiste en mantener la vida a toda costa y a todo costo, a través de recursos tecnológicos sofisticados, pareciendo pretender negar al ser humano la condición de mortal.14 Hospitales modernos, muchos de ellos compuestos por un mosaico de habitaciones individuales, alternadas con salas de terapia intensiva altamente equipadas, quirófanos, laboratorios con instrumentos complejos y sofisticados, salas de estar, restaurantes, etcétera, están destinados a desplazar el peso del cuidado del paciente —tanto el enfermo grave como el moribundo— de la casa al hospital, en el cual al ser atendido por fríos e indiferentes profesionales de la muerte, pretenden hacerla menos visible. Parece ser que el aislamiento del paciente, rodeado de aparatos, de oxígeno y de medicinas, a veces en las solitarias salas de terapia intensiva, lo priva del convivio con la familia y los amigos cercanos, en los momentos que separan la vida de la muerte. Sin embargo, como observa Carlos Lira, tal actitud permite conducir a los familiares a la aceptación de la muerte de una manera menos dolorosa, más "moderna", más "científica" y "humanizada" (Lira, 1995, p. 133). Después de ser declarado
clínicamente muerto, el cuerpo es trasladado a la agencia funeraria,
la cual pasa a ser el espacio ritual previo al sepelio y se responsabiliza
de propiciar el lugar adecuado e higiénico para que los familiares
y amigos rindan el último culto al cadáver presente. Es notorio
cómo cada vez con mayor rapidez se hace desaparecer el difunto,
no sin antes embalsamarlo y maquillarlo, para luego destruirlo lo más
posible, a través de la incineración. Aquí vale la
pena mencionar la observación de Pérez Valera:
En los centros urbanos los panteones civiles y comerciales son construidos de acuerdo con los lineamientos modernos y sus parcelas son vendidas con el mismo criterio que se explota un fraccionamiento.
Hasta las manifestaciones
y el culto a la muerte parecen haber encontrado en las fuentes tecnológicas
y científicas su perfecta integración con este concepto de
sociedad moderna y racional:
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Notas 1"Quetzacóatl acude al lugar de los muertos para recoger los huesos de los antepasados. Varios elementos de fertilidad y muerte, como ejemplos… por un lado de las oposiciones, en este caso vida-muerte, y por el otro de la relación que ambos tienen con el nacimiento y el retorno al lugar de origen después de la muerte. Estos elementos de fertilidad son: el caracol, que el señor del inframundo tiene en su poder, el cual es fertilizado por los gusanos que lo perforan y las abejas que penetran y hacen que tenga vida en su interior. Esto es indicativo del acto sexual, como también lo es el momento en que el dios lleva estos huesos a Tamoanchán, en donde la diosa Quilaztli los muele y los coloca en su lebrillo, que interpretamos como su matriz, y Quetzacóatl sangra su miembro, semen divino, para mezclarlo con los huesos, elemento muerto. Así nacen los hombres, por obra del sacrificio de los dioses", Matos, 1992, p. 283. 2E. Matos define la cosmovisión como el conjunto de ideas y pensamientos, al orden estructurado de concebir el lugar que los dioses, los astros, la tierra y el hombre ocupan en el universo y la aplicación que de ello se deriva. Afirma también que los nahuas en general y los mexicas en particular tuvieron una forma específica de explicarse el orden universal a partir de la observación de la naturaleza, del movimiento de los astros, en fin, del conocimiento acumulado durante más de dos mil quinientos años y del cual el mexica era el heredero en el centro de México. Matos, 1992, p. 279. 3Tonacalli, o el Sol, era el lugar destinado a los guerreros muertos en batalla y los sacrificados en los altares del templo, así como las mujeres muertas durante el parto. Tlalocan era el lugar destinado a los escogidos por Tláloc, es decir, los que habían muerto ahogados, fulminados por el rayo o por enfermedades asociadas con el agua. Tickell, 1992, pp. 92-93. 4"El ser humano crea la arquitectura como uno de sus primeros símbolos de permanencia en la tierra, dado éste a través de la intemporalidad e inmortalidad de los dioses. Dioses paganos o cristianos, dioses de la naturaleza ya sean animales o humanos, su divinización hizo la primera estructura material que el ser humano creó para su exaltación", Flores, 1987, p. 273. Es interesante mencionar también que la cueva, con su arquitectura natural —considerada como refugio ideal del hombre primitivo—, parece haber sido también el primer sitio final del hombre. 5"La máscara es un instrumento y puente mágico entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y la divinidad, entre el hombre y los hombres; la máscara en el devenir de la historia le ha permitido al hombre la construcción de su mundo místico, la comunicación con las fuerzas de la naturaleza, la edificación de su cosmogonía, la interpretación de los deseos de sus deidades", Álvarez del Castillo,1991, p. 7. Conviene mencionar que la máscara fue ampliamente utilizada en muchas otras ceremonias y no sólo en las referidas a la muerte. 6Los misioneros tomaron como marco de referencia la Danza de Moros y Cristianos, la cual fue utilizada como ejemplo de victoria de la fe cristiana sobre los paganos. La misma se fue diversificando y dio origen a la Danza de la Conquista de México. Véase Deutsch, 1991, p. 21. 7Estos eventos fueron transformados en México en las pastorelas, que son representadas hasta nuestros días. 8Es interesante el análisis de Ruth Deutsch cuando afirma que "al adicionar cuernos a sus dioses antiguos, los indígenas no demonizaron a sus deidades, puesto que esta noción les resultó extraña, sino que disimularon su culto autóctono. A lo largo de los siglos, a fuerza de esconder ciertos conceptos bajo la máscara del diablo se olvidó el significado de la deidad encubierta, para llegar a nuestros días simplemente como diablo", Deutsch, 1991, p. 69. 9Las danzas macabras son introducidas en México por los evangelizadores que aún están cargados de resabios medievales. Estas pinturas o grabados sobre madera evidencian cómo diferentes personajes, fueran ellos representantes de la monarquía o del clero, burgueses o campesinos, tenían que aceptar el rasero que impone la inevitable muerte igualadora. Véase Manrique, 1970, p. 43. 10La incineración de los cadáveres en las piras funerarias fue un ritual utilizado por casi todas la culturas paganas. Tenía como objetivo liberar a los espíritus para reintegrarlos a la naturaleza y a los dioses. En el cristianismo el fuego fue sustituido por la vela encendida ante un cadáver, para significar simbólicamente que las almas viven y que lo fieles difuntos son hijos de luz y por eso sus cuerpos han de resucitar. Véase Alicia Bazarte, pp. 69-79. 11Sería hasta la segunda mitad del siglo xix cuando casi todos los cementerios de origen eclesiástico fueron destruidos y en su lugar serían construidos panteones civiles en las ciudades mexicanas. 12Guillermo Bonfil afirma que este fenómeno se da a partir de la implantación del régimen colonial, una vez que "la ciudad fue el asiento del poder colonial y la geografía limitada del conquistador; el campo, en cambio, fue el espacio del colonizado, del indio. Esta separación permitió la persistencia de formas de organización social propia del indo-rural que, a su vez, hicieron posible la continuidad dinámica de las configuraciones culturales mesoamericanas… Esta identificación perdura hasta hoy, tanto en sectores urbanos como entre la población india y rural tradicional. Es una identificación respaldada por el dominio que ejerce el México urbano sobre el México rural", Bonfil, 1994, p. 81. 13"Ya Max Scheler, a principios del siglo, denunciaba que el hombre del siglo XX comenzaba a desterrar la muerte, a ya no vivir de cara hacia su trance final. La muerte empezaba a ser enterrada, olvidada, banalizada en el torbellino de los negocios, en el aturdimiento del ruido. Se busca la felicidad en la diversión, en la extroversión… y ante una felicidad vacía se teme, en cambio, el silencio y la reflexión. Así, el hombre queda reducido a sus `relaciones', a su rol profesional, a sus actividades y se olvida de su yo profundo", Pérez Valera, 1996, p. 170. 14En relación con este aspecto es interesante la reflexión que hace Gérard Vincent, al afirmar que "a partir del momento en que la historia vivida se convierte en algo añadido, a partir del instante en que la evolución de las ciencias y las técnicas expresan la dominación creciente del hombre sobre la naturaleza y que éste puede doblar la acumulación de bienes a su disposición y la duración de su disfrute mediante el alargamiento de su existencia, su incapacidad para suprimir la muerte es vivida como un fracaso de su saber y de su poder: la muerte es la gran obscenidad", Vincent, 1991, p. 347. 15Louis Tomas afirma que la incineración sustituye a la combustión lenta en el suelo por la combustión rápida por el fuego. Pero, en su opinión, más que los cambios técnicos lo que afecta a estas prácticas es su cambio de sentido: no se han conservado la idea de sanción ni la de purificación. Se llama más bien un medio rápido, eficaz, científico de desembarazarse del cadáver en las condiciones óptimas de higiene y seguridad, evitándose así el horror de las tanatamorfosis. Además, la cremación resuelve el problema de los cementerios sobresaturados de las grandes ciudades, una vez que la urna que contiene las cenizas ocupa un lugar muy reducido. Tomas, 1983, p. 319.• Bibliografía Alicia Bazarte, et al., "Los túmulos funerarios y su función social en Nueva España. La cera, uno de sus elementos", en Espacios de mestizaje cultural, México, UAM-A, 1991. Guillermo Bonfil Batalla, México profundo. Una civilización negada, México, Grijalbo, 1994. Elena de Gerlero, "La escatología en el arte monástico novohispano del siglo xvi", en Arte funerario. Coloquio Internacional de Historia del Arte, México, unam, vol. I, 1987. Beatriz de la Fuente, "El amor a la vida en las ofrendas a la muerte", en Arte funerario. Coloquio Internacional de Historia del Arte, op. cit. Roberto de la Torre Salcedo, "Los cementerios y la arquitectura kitsch", en Arte funerario..., op. cit., vol. II. Ruth Deutsch Lechuga, Máscaras tradicionales en México, México, Banco Nacional de Obras, 1991. Carlos Flores Marini, "La influencia de la arquitectura en el arte funerario", en Arte funerario..., op. cit., vol. II. Herman Krings, et al., Conceptos fundamentales de filosofía, Buenos Aires, Herder, t. 2, 1974. Carlos Lira, "La idea de la muerte en el ámbito arquitectónico urbano", en Espirales fugaces. Conjuros y actitudes frente a la muerte, México, UAM-A, 1995. Jorge Alberto Manrique, "La muerte en la Colonia", en La muerte, expresiones mexicanas de un enigma, México, Museo Universitario de Ciencias y Artes, unam, 1970. Eduardo Matos Moctezuma, et al., Las culturas del México antiguo, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario, Lunwerg Editores, 1992. Carlos Pellicer, "La época prehispánica", en La pintura mural de la Revolución mexicana. 1921-1960, México, Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1970. Víctor M. Pérez Valera, El hombre y su muerte. Preparación para la vida, México, Jus, 1996. Jaime Sabines, Recuento de poemas, 1950-1993, México, Joaquín Mortiz, 1999. Crispin Tickell, "La civilización de América precolombiana", en La vida después de la muerte, México, Hermes, 1992. Louis Vincent Tomas, Antropología de la muerte, México, fce, 1983. Gerard Vincent, "Secretos de la historia e historia del secreto", en Historia de la vida privada. La vida privada en el siglo xx, Buenos Aires, Taurus, 1991. Paul Westheim, La calavera, México, Era, 1971. |
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