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*Rodolfo Bucio
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A Miguel Ángel Pedraza, mi carnal,
quien también resentirá esta pérdida
En el México de la segunda parte del siglo XX cinco cantantes representaron una especial picaresca y sabiduría popular. Algunos crearon o terminaron de definir un género: urbano, por ejemplo; fantástico, otro; norteño, uno más. Los demás hicieron llover en el páramo. Ellos fueron Germán Valdés, Tin Tan, Salvador Chava Flores, Eulalio González, El Piporro, Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, y Lalo Guerrero, El Papi. Los cuatro últimos eran, además, compositores, pues Tin Tan sólo hizo unas cuantas canciones. De los cinco sólo uno, Chava Flores, era capitalino, de Peralvillo; otro, Cri Cri, veracruzano; los tres restantes venían del norte del país: Tin Tan de Ciudad Juárez, Chihuahua, Piporro de Las Herreras, Nuevo León, y Papi Guerrero de Tucson, Arizona. A partir de los años cuarenta, y sobre todo de los
Los cinco tuvieron suertes distintas. Gracias a que Tin Tan y Piporro fueron actores, son quizá los más conocidos. Salvo tres películas y unos cuantos papeles secundarios, Chava Flores nunca fue "aprovechado" —a Dios gracias— por el cine o la televisión. Cri Cri tuvo buenas épocas en la radio, pero escasa presencia en otros medios masivos. Y Lalo Guerrero trabajó para televisión, radio y compañías disqueras siempre a la sombra, sin figurar en primer plano. Tanto Chava Flores como Cri Cri tuvieron ventas sostenidas de sus discos. Sobre todo una difusión masiva impresionante. En muchas estaciones radiales sus canciones eran hits. Y casi cualquiera tatareaba una canción de ambos, desde "El chorrito", "Dos horas de balazos", "La muñeca fea", "Cerró sus ojitos Cleto", "Cochinitos dormilones" y un largo etcétera que ahora ya forma parte del imaginario popular de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va del xxi. Sin embargo, para muchos estos cinco autores-cantantes no pasan de ser "chistositos", curiosidades del cine, la radio y la televisión. II Eulalio González nació el 16 de diciembre de 1921 en Las
Herreras, Nuevo León, una población localizada a cien kilómetros
de la frontera con Estados Unidos. La geografía, sin duda, lo definió.
Poco después, siendo niño, vivió en Guerrero, Tamaulipas,
un pequeño pueblo que quedó sepultado bajo las aguas de la
Presa Falcón. Después sus padres lo llevaron a Los Guerra,
Reynosa y Matamoros, todos en territorio tamaulipeco. Él se reivindicaba
como de Reynosa. Así lo expresa en una de sus más famosas
canciones, "Chulas frontreras":
¡Chulas fronteras del norte,
¡Arriba el norte!
Eulalio hizo toda clase de roles. En una de esas radionovelas le dieron un relevante papel. Se trataba de Ahí viene Martín Corona, cuyo actor principal era Pedro Infante. El personaje que le tocó a González, un anciano, llevaba como apodo El Piporro. Por un azar, así comenzó la leyenda y el nombre. La radionovela tuvo gran éxito. Y pasó a la pantalla grande. Era 1951. El galán, Martín Corona, fue interpretado de nuevo por Pedro Infante. Eulalio González volvió a ser El Piporro. Cumplió treinta años durante la filmación de la película, donde interpretó el papel de viejo. Con el pelo pintado de blanco, se forjó —en buena medida— como el personaje que sería a partir de entonces: dicharachero, con sabiduría popular; una especie de oráculo norteño, en buena onda. III Entre los cómicos —o comediantes, como ahora insisten en ser llamados— que estaban en su apogeo en los años cincuenta del siglo XX, la mayoría realizando película tras película, cada uno representaba —queriéndolo o no— a un tipo de personaje. Así, Joaquín Pardavé era el provinciano que por no tener gran presencia física (regordete, bajo, con cara de enfermo) ni determinación termina adaptándose a la vida citadina, mostrando algún resentimiento. Mario Moreno, Cantinflas, es el barriobajero por excelencia, ingenioso pero respetuoso, más saliva que acción. Eleazar García, El Chicote, será el patiño que viene de provincia pero nunca se adaptará a la capital: siempre chillón, con voz tipluda, será un campesino aun en la ciudad. Fernando Soto, Mantequilla, es el cómico alburero, citadino, pero nunca se atreve a ser maldito. Adalberto Martínez, Resortes —también recién fallecido—, representa al hombre del barrio que pese a ser feo triunfa con las mujeres, ya sean sirvientas o señoras, con algún tinte de comedia. Antonio Espino, Clavillazo, quien era casi un mimo, pues basaba su histrionismo en el lenguaje del cuerpo, en especial de las manos, representa al cómico trágico, al que casi siempre le va mal: en la película El sordo cuando por fin oye le toca estar en un campanario al ser tañidas las enormes moles de metal. Germán Valdés, Tin Tan, representó en principio al pachuco, el mexicano recién llegado de los Estados Unidos o de la frontera, que trae el albur y el doble sentido a flor de labio; su éxito social estará mediado por su ambigüedad. El Piporro, por su parte, jugó el papel del hombre de provincia que se impone en la capital, no renuncia —como ocurría en los papeles de Pardavé— a ser calificado como provinciano. Es más: está orgulloso de que así sea. Por ello, cuando Eulalio González hace papeles acordes con su edad insiste en vestirse con sombrero texano, vestir chamarra de piel con barbitas, sin soltar las botas ni para bañarse. Con ello, Piporro creó, como suele ocurrir en los mitos, y fue creado. Es decir: hacía lo que había visto en los poblados en los que vivió, pero a su vez inventó un norteño, al cual los de a de veras trataban de imitar. De manera adicional, Eulalio González encontró en sus raíces un personaje a interpretar, que casi nadie había tomado en cuenta en los medios hasta entonces: el bracero. Así, en 1953 interpreta, bajo la dirección de Ismael Rodríguez, Espaldas mojadas. Y seguirá con El bracero del año y El pocho —la cual dirigió él mismo. En ese tríada mostró, en tono fársico, parte del lado oscuro del trabajo de quienes tienen que ir a buscar el billete verde. IV Al parejo de estas películas de tema fronterizo, El Piporro comenzó a componer canciones. Resultó que a veces las historias eran tan inverosímiles o tan nuevas (como la conciencia acerca de la frontera) que no había quién compusiera ex profeso para ellas. Así que Eulalio tomó en sus manos esa labor. Pronto se volvió un prolífico compositor. Por ejemplo, en Ahí viene Martín Corona canta a dúo con Óscar Pulido —también en papel de viejo. Otro magnífico cómico, relegado a papeles secundarios— "Agustín Jaime" (composición suya).1 No sólo hacía canciones para cine, sino que descubrió que podía ser un cantante sin más. Ya Chava Flores se había burlado de sí mismo en "El chorro de voz": Yo tenía un chorro de voz.Piporro estaba seguro de que no era buen cantante. Sin embargo, poseedor de buena voz, explotó de nuevo sus raíces. De esa forma interpretó y compuso polkas, chotices, redobas y todo el espectro que abarca la música del norte de México y del sur de Estados Unidos. Con su tono cantadito del norte, muy retorcido, El Piporro —el personaje— era ideal para jugar con las palabras. Algún día alguien realizará un análisis de los giros lingüísticos que encerraba el mundo de Eulalio González. Y se encontrará a un genio que nos ha dado más giros y nuevas realidades que los acartonados académicos. Por ejemplo, en Alias el rata interpreta a un ratero que al huir con el botín de un robo llega a un pequeño poblado. Allí es confundido con el profesor que durante años han esperado. De esa forma asume su papel de maestro. Al preguntarle su par cuál será su método pedagógico, él afirma: "Bueno, aplicaré la peladogía". "Perdón, maestro, pero se dice pedagogía", le refuta la guapa muchacha. "No. Es que ésta es la pedagogía para pelados". V Tres de estos personajes, Chava Flores, Tin Tan y El Piporro comenzaron —sin copiarse uno al otro, cada quien en su ámbito— a inventar un estilo peculiar de contar y cantar. Por ejemplo, cuando El Piporro interpreta el corrido "El ojo de vidrio", a la canción normal, que dice: Decían que estaba forradoPiporro superponía otra historia, dando su punto de vista, hablado: Forrado con un chaleco,En "Arnulfo González", de su autoría, Piporro cuanta la historia del joven Arnulfo ("con veintiún años cabales/ gratos recuerdos dejó/ al pueblo y a los rurales"), en un clásico corrido, donde uno de los personajes afirma —como en la tradición—, cuando el otro se le queda viendo, "la vista es muy natural". Arnulfo hiere al teniente rural. Y cuando se devuelve a verlo: El teniente muy mal herido,Y añade, ya sin cantar: "Y aquél se devolvió y pas, pas, se lo llevó la Cruz Roja".3 Pero ahí el teniente hiere a Arnulfo, quien muere después. Por su parte, Chava Flores en "Boda de vecindad" cuenta la historia de Tencha y Tacho, quienes se van a casar. La canción abre con una marcha fúnebre. Y luego dice: Tencha lució su vestido chillanteY narra, ya sin cantar: "Ah, qué juventud moderna, yo no sé pa'qué se casa, ¡eh! Aprendan a mi apá': veintisiete hijos y sigue soltero el condenado. ¡Ése es mi apá'!" En el caso de Tin Tan eran recurrentes sus historias antes o entre canciones. Por ejemplo, en "Los agachados", antes de interpretar la melodía habla con su carnal Marcelo: —¿Sabés qué, carnalazo?Los tres crearon en los años cincuenta un estilo que no existía en México. Así le dieron a la música nuevos caminos, otras formas, lejos del esquema tradicional de lo que se entiende por canción popular. VI Los años sesenta del siglo xx vieron la mejor época del maestro Eulalio González. De esa forma en El bracero del año inventa a Natalio Reyes Colás, clon de Nat King Cole, como narra en la canción "Natalio Reyes Colás". Allí Piporro canta haciendo una parodia del cantante estadunidense. En dicha melodía incluye una parte de rock and roll, como había hecho casi al mismo tiempo Lalo Guerrero al inventar a otro personaje paradigmático de fines de los años 50: Elvis Pérez (en lugar de Elvis Presley).5 Esa década verá nacer la obra maestra de González,
"El taconazo", que merece ser transcrita en su totalidad:
¡Ajúa!
Uno, dos, tres, four.6Hacia fines de los sesenta Lalo Guerrero inventa otra mezcla entre redoba y rock: la redoba sicodélica, en dos canciones: "La minifalda de Reinalda" y "Las pestañas de Cirila". Más tarde, en El pocho, película que nadie quería dirigir, González la escribe, la actúa y la dirige. El final muestra parte de la propuesta de Piporro en ese momento: como el personaje es criticado en ambos lados de la frontera —por no ser totalmente mexicano ni estadunidense—, hunde un pie en cada lado del río. Quizá se recordará a Eulalio González por haberse atrevido a querer actuar con María Félix. De esa manerta, encargó a su guionista de cabecera, José María Fernández Unsaín, que escribiera La cucaracha. En ella vemos a los dos personajes en un duelo rarísimo, donde interpretan algunas de las canciones de Eulalio. Pero quizá donde se ve la madera de actor de González es en aquellas cintas en las que mezcla géneros. Por ejemplo, La nave de los monstruos ocurre en una apacible provincia, donde Piporro es el mentiroso de la comarca. Cuando por fin ocurre algo extraordinario, un hecho inusitado —la llegada de dos hermosas mujeres del espacio exterior—, al contarlo nadie le cree. El final es apoteósico: el robot que acompaña a las extraterrestres comienza a ligarse a una rockola, diciéndole, mientras la abraza: "¿Por qué tan sola, mamacita?" En El rey del tomate aparece un provinciano que para conquistar a una mujer de alta sociedad decide refinarse. Aquí, como en muchas otras de sus cintas, acompaña a González El Ojón Jasso —hermano de Omar, El Mocosón—. Teniendo que hacer dos papeles contrarios, Piporro sale airoso. Y demuestra que era un buen actor. Otro tanto ocurre en la única película en que Piporro saçle sin bigote: Torero por un día, donde vuelve un paradigma a El Mil Faenas, un torerillo sacatón. Así como en el género de las luchas la primera cinta realizada sobre el tema es —curiosamente— una parodia, El superflaco, con Pompín Iglesias, en el terreno taurino uno de los mejores filmes es fársico: Torero por un día. En esa misma década una estación radial del df comenzará el programa La hora del Piporro, con su amplio repertorio de melodías. Y al comenzar la siguiente decena tendrá un programa de televisión, donde —entre otras cosas— mostrará su talento de dibujante. VII Los últimos años de Eulalio como actor son, como ocurre con Tin Tan, perfectamente olvidables. Ni siquiera merecen más líneas. |
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El 1 de septiembre de 2003 murió Eulalio
González, en su casa de San Pedro Garza García, municipio
conurbado a Monterrey, en Nuevo León. Estaba por cumplir 82 años.
Tras de sí dejó un legado que todavía algunos discuten
con torpeza. Para mí fue evidente su genio (¿o no, Miguelón?),
con sólo oír "El cascarazo":
Ai les va la redoba,
Después de esta delirante historia, ¿quedan dudas del talento del Piporro? Ante su muerte sólo se me ocurre repetir lo que alguna vez dijo Jimmy Cliff: que aún nos quedan "many rivers to cross". Amen.• |
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Notas
1 En el CD Lo mejor de El Piporro —Musart, 2001, ECDN-2552— se incluyen las versiones que Eulalio cantó como Piporro, es decir, con voz de viejo. Eso ocurre en "Arnulfo González" y "Agustín Jaime", por ejemplo. 2 Este comentario aparece desde la primera versión de la canción, contenida en Lo mejor de El Piporro, op. cit. La nueva versión, sin una cuarteta del corrido normal, se incluye en Las inmortales de Lalo González “Piporro”, Orfeón, 1996, CD20-082. 3 En la versión de Lo mejor… dice: “No me dejes cojeando, despáchame de una vez”. 4 El diálogo difiere un poco en las dos versiones conocidas: la primera, Tin Tan y su carnal Marcelo, volumen 2, Okeh, 1966, okl 10108 —se trata de un lp sin fecha—; la segunda, en el CD Germán Valdés Tin Tan en: Mi antología, Capitol. 5 Esa interesante historia la contaré en otra ocasión. 6 Este inicio recuerda el “Uno, dos, one, two, tres, cuatro” de la canción
“Wooly Booly”, del grupo chicano Sam The Sham and The Pharaons.
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