Piporro.com
*Rodolfo Bucio
A Miguel Ángel Pedraza, mi carnal,
quien también resentirá esta pérdida


I

En el México de la segunda parte del siglo XX cinco cantantes representaron una especial picaresca y sabiduría popular. Algunos crearon o terminaron de definir un género: urbano, por ejemplo; fantástico, otro; norteño, uno más. Los demás hicieron llover en el páramo. Ellos fueron Germán Valdés, Tin Tan, Salvador Chava Flores, Eulalio González, El Piporro, Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, y Lalo Guerrero, El Papi. Los cuatro últimos eran, además, compositores, pues Tin Tan sólo hizo unas cuantas canciones. De los cinco sólo uno, Chava Flores, era capitalino, de Peralvillo; otro, Cri Cri, veracruzano; los tres restantes venían del norte del país: Tin Tan de Ciudad Juárez, Chihuahua, Piporro de Las Herreras, Nuevo León, y Papi Guerrero de Tucson, Arizona.

A partir de los años cuarenta, y sobre todo de los
cincuenta, de ese siglo, los cinco pusieron a cantar a México entero. Por ejemplo, en el imaginario colectivo de quienes tienen ahora entre cuarenta y setenta años —o más— son infaltables canciones como "Peso sobre peso" (mejor conocida como "La Bartola"), "La patita", la voz de Las Ardillitas —en especial el mal humor y los casi albures de Pánfilo, el chico malo de las ardillas—, "El taconazo" y "Cantando en el baño". Para acompañar esas voces, la imagen de los personajes de Gabriel Vargas estuvieron al lado de los cinco: desde Los superlocos hasta La familia Burrón.

Los cinco tuvieron suertes distintas. Gracias a que Tin Tan y Piporro fueron actores, son quizá los más conocidos. Salvo tres películas y unos cuantos papeles secundarios, Chava Flores nunca fue "aprovechado" —a Dios gracias— por el cine o la televisión. Cri Cri tuvo buenas épocas en la radio, pero escasa presencia en otros medios masivos. Y Lalo Guerrero trabajó para televisión, radio y compañías disqueras siempre a la sombra, sin figurar en primer plano.

Tanto Chava Flores como Cri Cri tuvieron ventas sostenidas de sus discos. Sobre todo una difusión masiva impresionante. En muchas estaciones radiales sus canciones eran hits. Y casi cualquiera tatareaba una canción de ambos, desde "El chorrito", "Dos horas de balazos", "La muñeca fea", "Cerró sus ojitos Cleto", "Cochinitos dormilones" y un largo etcétera que ahora ya forma parte del imaginario popular de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va del xxi. Sin embargo, para muchos estos cinco autores-cantantes no pasan de ser "chistositos", curiosidades del cine, la radio y la televisión.

II

Eulalio González nació el 16 de diciembre de 1921 en Las Herreras, Nuevo León, una población localizada a cien kilómetros de la frontera con Estados Unidos. La geografía, sin duda, lo definió. Poco después, siendo niño, vivió en Guerrero, Tamaulipas, un pequeño pueblo que quedó sepultado bajo las aguas de la Presa Falcón. Después sus padres lo llevaron a Los Guerra, Reynosa y Matamoros, todos en territorio tamaulipeco. Él se reivindicaba como de Reynosa. Así lo expresa en una de sus más famosas canciones, "Chulas frontreras":
 

¡Chulas fronteras del norte,
cómo las extraño,
no las miro desde hace un año!

Ándandome yo paseando
por las fronteras del norte
háiga cosa tan hermosa.

De Tijuana a Ciudad Juárez,
de Ciudad Juárez, Laredo,
de Laredo a Matamoros,
sin olvidar a Reynosa.


A principios de los cuarenta fue hacia Monterrey, su segunda ciudad adoptiva. Más tarde compondría una canción que es casi un himno para los oriundos de esa ciudad, "Soy de Monterrey":

¡Arriba el norte!
Yo soy del norte
y es mi orgullo
que se note:
soy de Monterrey.

Según me toquen
soy alegre o seriezote
pero sin doblez.

En cuanto se oye
que se arrancan al parejo
bajo sexto y acordeón,
hasta que abolle todo el suelo
no lo dejo dando vuelo a mi tacón.

Por ser del norte una polka
que me toquen hasta amanecer.
Y cuando acabe que le sigan
toque y toque,
soy de Monterrey.


En la capital neoleonesa González comenzó a estudiar medicina, carrera que pronto abandonó. Luego entró a trabajar al periódico El Porvenir. Pronto siguió en la radio, en la estación XEMR. Casi al mismo tiempo pasó a estudiar contaduría, donde sí terminó, sin ejercer en lo futuro. En unos años llegó a la capital del país, buscando trabajo en la XEW como locutor anunciante. Sólo que en lugar de ponerlo a leer anuncios le vieron madera para las radionovelas, un género muy popular durante la época.

Eulalio hizo toda clase de roles. En una de esas radionovelas le dieron un relevante papel. Se trataba de Ahí viene Martín Corona, cuyo actor principal era Pedro Infante. El personaje que le tocó a González, un anciano, llevaba como apodo El Piporro. Por un azar, así comenzó la leyenda y el nombre.

La radionovela tuvo gran éxito. Y pasó a la pantalla grande. Era 1951. El galán, Martín Corona, fue interpretado de nuevo por Pedro Infante. Eulalio González volvió a ser El Piporro. Cumplió treinta años durante la filmación de la película, donde interpretó el papel de viejo. Con el pelo pintado de blanco, se forjó —en buena medida— como el personaje que sería a partir de entonces: dicharachero, con sabiduría popular; una especie de oráculo norteño, en buena onda.

III

Entre los cómicos —o comediantes, como ahora insisten en ser llamados— que estaban en su apogeo en los años cincuenta del siglo XX, la mayoría realizando película tras película, cada uno representaba —queriéndolo o no— a un tipo de personaje. Así, Joaquín Pardavé era el provinciano que por no tener gran presencia física (regordete, bajo, con cara de enfermo) ni determinación termina adaptándose a la vida citadina, mostrando algún resentimiento. Mario Moreno, Cantinflas, es el barriobajero por excelencia, ingenioso pero respetuoso, más saliva que acción. Eleazar García, El Chicote, será el patiño que viene de provincia pero nunca se adaptará a la capital: siempre chillón, con voz tipluda, será un campesino aun en la ciudad.

Fernando Soto, Mantequilla, es el cómico alburero, citadino, pero nunca se atreve a ser maldito. Adalberto Martínez, Resortes —también recién fallecido—, representa al hombre del barrio que pese a ser feo triunfa con las mujeres, ya sean sirvientas o señoras, con algún tinte de comedia. Antonio Espino, Clavillazo, quien era casi un mimo, pues basaba su histrionismo en el lenguaje del cuerpo, en especial de las manos, representa al cómico trágico, al que casi siempre le va mal: en la película El sordo cuando por fin oye le toca estar en un campanario al ser tañidas las enormes moles de metal. Germán Valdés, Tin Tan, representó en principio al pachuco, el mexicano recién llegado de los Estados Unidos o de la frontera, que trae el albur y el doble sentido a flor de labio; su éxito social estará mediado por su ambigüedad. 

El Piporro, por su parte, jugó el papel del hombre de provincia que se impone en la capital, no renuncia —como ocurría en los papeles de Pardavé— a ser calificado como provinciano. Es más: está orgulloso de que así sea. Por ello, cuando Eulalio González hace papeles acordes con su edad insiste en vestirse con sombrero texano, vestir chamarra de piel con barbitas, sin soltar las botas ni para bañarse. Con ello, Piporro creó, como suele ocurrir en los mitos, y fue creado. Es decir: hacía lo que había visto en los poblados en los que vivió, pero a su vez inventó un norteño, al cual los de a de veras trataban de imitar.

De manera adicional, Eulalio González encontró en sus raíces un personaje a interpretar, que casi nadie había tomado en cuenta en los medios hasta entonces: el bracero. Así, en 1953 interpreta, bajo la dirección de Ismael Rodríguez, Espaldas mojadas. Y seguirá con El bracero del año y El pocho —la cual dirigió él mismo. En ese tríada mostró, en tono fársico, parte del lado oscuro del trabajo de quienes tienen que ir a buscar el billete verde.

IV

Al parejo de estas películas de tema fronterizo, El Piporro comenzó a componer canciones. Resultó que a veces las historias eran tan inverosímiles o tan nuevas (como la conciencia acerca de la frontera) que no había quién compusiera ex profeso para ellas. Así que Eulalio tomó en sus manos esa labor. Pronto se volvió un prolífico compositor. Por ejemplo, en Ahí viene Martín Corona canta a dúo con Óscar Pulido —también en papel de viejo. Otro magnífico cómico, relegado a papeles secundarios— "Agustín Jaime" (composición suya).1

No sólo hacía canciones para cine, sino que descubrió que podía ser un cantante sin más. Ya Chava Flores se había burlado de sí mismo en "El chorro de voz":

Yo tenía un chorro de voz.
Yo era el amo del falsete.
Por el canto me di al cuete
y por fumar me dio la tos.

Y de aquel chorro de voz,
sólo me quedó un chisguete.

Piporro estaba seguro de que no era buen cantante. Sin embargo, poseedor de buena voz, explotó de nuevo sus raíces. De esa forma interpretó y compuso polkas, chotices, redobas y todo el espectro que abarca la música del norte de México y del sur de Estados Unidos.

Con su tono cantadito del norte, muy retorcido, El Piporro —el personaje— era ideal para jugar con las palabras. Algún día alguien realizará un análisis de los giros lingüísticos que encerraba el mundo de Eulalio González. Y se encontrará a un genio que nos ha dado más giros y nuevas realidades que los acartonados académicos. Por ejemplo, en Alias el rata interpreta a un ratero que al huir con el botín de un robo llega a un pequeño poblado. Allí es confundido con el profesor que durante años han esperado. De esa forma asume su papel de maestro. Al preguntarle su par cuál será su método pedagógico, él afirma: "Bueno, aplicaré la peladogía". "Perdón, maestro, pero se dice pedagogía", le refuta la guapa muchacha. "No. Es que ésta es la pedagogía para pelados".

V

Tres de estos personajes, Chava Flores, Tin Tan y El Piporro comenzaron —sin copiarse uno al otro, cada quien en su ámbito— a inventar un estilo peculiar de contar y cantar. Por ejemplo, cuando El Piporro interpreta el corrido "El ojo de vidrio", a la canción normal, que dice:

Decían que estaba forrado
con un chaleco de malla
las balas le rebotaban
mientras él se carcajeaba.
Piporro superponía otra historia, dando su punto de vista, hablado:
Forrado con un chaleco,
forrado de mugre:
¡nunca se bañaba!2
En "Arnulfo González", de su autoría, Piporro cuanta la historia del joven Arnulfo ("con veintiún años cabales/ gratos recuerdos dejó/ al pueblo y a los rurales"), en un clásico corrido, donde uno de los personajes afirma —como en la tradición—, cuando el otro se le queda viendo, "la vista es muy natural". Arnulfo hiere al teniente rural. Y cuando se devuelve a verlo:
El teniente muy mal herido,
casi para agonizar,
le dice "Oiga, no se vaya,
acábeme de matar".
Y añade, ya sin cantar: "Y aquél se devolvió y pas, 
pas, se lo llevó la Cruz Roja".3 Pero ahí el teniente hiere a 
Arnulfo, quien muere después. 

Por su parte, Chava Flores en "Boda de vecindad" cuenta la historia de Tencha y Tacho, quienes se van a casar. La canción abre con una marcha fúnebre. Y luego dice:

Tencha lució su vestido chillante
que de charmés le mercó a don Abraham;
mas con zapatos se m'iba pa' delante,
pero iba re elegante del brazo de su apá'.
Y narra, ya sin cantar: "Ah, qué juventud moderna, yo no sé pa'qué se casa, ¡eh! Aprendan a mi apá': veintisiete hijos y sigue soltero el condenado. ¡Ése es mi apá'!"

En el caso de Tin Tan eran recurrentes sus historias antes o entre canciones. Por ejemplo, en "Los agachados", antes de interpretar la melodía habla con su carnal Marcelo:

—¿Sabés qué, carnalazo?
—¿Qué pasó?
—Que vengo un poco crudo, Marcelino. Quisiera una pancita, así calientita, ahorita. Vamos con Los Agachados, ¿no?
—Bueno, y ¿por qué vienes crudo?
—Porque me la pasé toda la noche pescando, Marcelo, en el Lago de Chapultetrepo.
—¿Y porque te la pasaste pescando vienes crudo?
—Sí, vengo crudo de sueño, ¿qué no puedo?
—Ah, sí, cómo no.
—Pues ya verás a ver si no.
—¿Y toda la noche te estuviste pescando?
—Anjá.
—¿Y qué fuiste a pescar?
—Cahuiles.
—¿Cahuiles?
—Cahiules.
—¡Cahuiles!
—Cahuiles.
—Oye, ¿qué son cahuiles?
—Pescados.
—Oye, ¿de qué pescados? Yo no conozco los cahuiles.
—No, pos ni yo tampoco conozco los cahuiles. Si no agarré ni uno, Marcelino.
—¡Vaya!
—Cuando los pesque te los traigo para presentártelos, ¿no?4
Los tres crearon en los años cincuenta un estilo que no existía en México. Así le dieron a la música nuevos caminos, otras formas, lejos del esquema tradicional de lo que se entiende por canción popular.

VI

Los años sesenta del siglo xx vieron la mejor época del maestro Eulalio González. De esa forma en El bracero del año inventa a Natalio Reyes Colás, clon de Nat King Cole, como narra en la canción "Natalio Reyes Colás". Allí Piporro canta haciendo una parodia del cantante estadunidense. En dicha melodía incluye una parte de rock and roll, como había hecho casi al mismo tiempo Lalo Guerrero al inventar a otro personaje paradigmático de fines de los años 50: Elvis Pérez (en lugar de Elvis Presley).5

Esa década verá nacer la obra maestra de González, "El taconazo", que merece ser transcrita en su totalidad:
 

¡Ajúa! 
(Hablado:
Pásele al baile, pariente.
No, porque no habrá pagao.
¿Trái distintivo?
¿Anda peinao?
¡Ah, pues aviéntese, aviéntese!)
Suénele con fe al bailazo
agarre bailadora, 
agárrela del brazo; 
rodéllele la cintura 
y saque polvadera
con el taconazo.

Júntese cara a cara
y si trái pistola
saque el espinazo; 
porque con el zangolotello
ella va a sentir muy fello
si se le va un balazo.

Porque con el zangolotello
ella va a sentir muy fello
si se le va un balazo.

(Hablado:
"¿Bailamos, tía?"
"Nomás no me vayas a apretar mucho, arrastrao".
"Por eso no se ha casado, tía. ¡Aviéntese, aviéntese!")

Haga lo que doña Lola,
mejor baila sola 
que con don Pomposo;
que siempre carga pistola
y también machete,
es muy afrentoso.

Música de mi norte
con el acordeón
y con el bajo sexto;
polka y redoba
pa'l bailazo 
y sin miedo a la pistola
¡que siga el taconazo!

Polka y redoba
pa'l bailazo 
y sin miedo a la pistola
¡que siga el taconazo!

¡Ajúa!


En otra canción Piporro mezcla rock con taconazo: "El abuelo ye ye":

Uno, dos, tres, four.6
Ye ye,
el abuelo ye ye.

Ye ye,
el abuelo ye ye.

Es el abuelo lagartijo, 
porfiriano, ye ye. 

Ye ye ye ye,
que agarra vuelo
en toda fiesta de postín.

Y baila rock
y también el twist,
pero lo baila
con pasitos de chotís.

Hacia fines de los sesenta Lalo Guerrero inventa otra mezcla entre redoba y rock: la redoba sicodélica, en dos canciones: "La minifalda de Reinalda" y "Las pestañas de Cirila".

Más tarde, en El pocho, película que nadie quería dirigir, González la escribe, la actúa y la dirige. El final muestra parte de la propuesta de Piporro en ese momento: como el personaje es criticado en ambos lados de la frontera —por no ser totalmente mexicano ni estadunidense—, hunde un pie en cada lado del río.

Quizá se recordará a Eulalio González por haberse atrevido a querer actuar con María Félix. De esa manerta, encargó a su guionista de cabecera, José María Fernández Unsaín, que escribiera La cucaracha. En ella vemos a los dos personajes en un duelo rarísimo, donde interpretan algunas de las canciones de Eulalio.

Pero quizá donde se ve la madera de actor de González es en aquellas cintas en las que mezcla géneros. Por ejemplo, La nave de los monstruos ocurre en una apacible provincia, donde Piporro es el mentiroso de la comarca. Cuando por fin ocurre algo extraordinario, un hecho inusitado —la llegada de dos hermosas mujeres del espacio exterior—, al contarlo nadie le cree. El final es apoteósico: el robot que acompaña a las extraterrestres comienza a ligarse a una rockola, diciéndole, mientras la abraza: "¿Por qué tan sola, mamacita?"

En El rey del tomate aparece un provinciano que para conquistar a una mujer de alta sociedad decide refinarse. Aquí, como en muchas otras de sus cintas, acompaña a González El Ojón Jasso —hermano de Omar, El Mocosón—. Teniendo que hacer dos papeles contrarios, Piporro sale airoso. Y demuestra que era un buen actor. 

Otro tanto ocurre en la única película en que Piporro saçle sin bigote: Torero por un día, donde vuelve un paradigma a El Mil Faenas, un torerillo sacatón. Así como en el género de las luchas la primera cinta realizada sobre el tema es —curiosamente— una parodia, El superflaco, con Pompín Iglesias, en el terreno taurino uno de los mejores filmes es fársico: Torero por un día.

En esa misma década una estación radial del df comenzará el programa La hora del Piporro, con su amplio repertorio de melodías. Y al comenzar la siguiente decena tendrá un programa de televisión, donde —entre otras cosas— mostrará su talento de dibujante.

VII

Los últimos años de Eulalio como actor son, como ocurre con Tin Tan, perfectamente olvidables. Ni siquiera merecen más líneas.

 
 
 
 
 
 
 
 
   
El 1 de septiembre de 2003 murió Eulalio González, en su casa de San Pedro Garza García, municipio conurbado a Monterrey, en Nuevo León. Estaba por cumplir 82 años. Tras de sí dejó un legado que todavía algunos discuten con torpeza. Para mí fue evidente su genio (¿o no, Miguelón?), con sólo oír "El cascarazo":
Ai les va la redoba,
bailen la redoba.

Ai les va "El cascarazo".

Me interné en la selva
selva primorosa
selva de Chihuahua.

Andaba buscando
busque, busque y busque
a ver si algo cazaba.

Como no hay por ai
ni un charquito de agua
pa' calmar la sed, 
en bolsa trasera
me eché tres naranjas
con perdón de usted.

Tando' yo metido
pero muy metido
en los matorrales,
dónde me doy cuenta
que arma no traía
pa' los animales.

Pero en ese ínter
su sirio calmaba 
pues también llevaba
una liga de hule
para cascarear.

En eso yo estaba
cuando tras de mí
un león me acechaba.

Pelé la naranja
y con cascarazo 
liga preparé.

El león me saltó
y en ojo por ojo
yo le disparé.
Con liga ligazo
el león ai quedó.


(Hablado: "Me tiró un brinco el león y liga ligazo en un ojo. Me volvió a tirar otro brinco el león y liga ligazo al otro ojo y ahí quedó. ¿No lo quieren creer? Váyanse a Santa Eulalia, Chihuahua. Anda pidiendo limosna el león: `Una limosna para este pobre león ciego'. ¡León norteño!").

Después de esta delirante historia, ¿quedan dudas del talento del Piporro? Ante su muerte sólo se me ocurre repetir lo que alguna vez dijo Jimmy Cliff: que aún nos quedan "many rivers to cross". Amen.•

*Rodolfo Bucio (ciudad de México, 1955) estudió filosofía en la unam. Fue becario INBA-Fonapas (1982-83) y del Centro Mexicano de Escritores (1985-86) en narrativa. Ha publicado los libros de cuentos Las últimas aventuras de Platón, Diógenes y Freud (sep, 1982) y Escalera al cielo (Cuadernos de Estraza, 1982), y el de prosa poética Geoda (UAM Xochimilco, 2000).
 Notas

1 En el CD Lo mejor de El Piporro —Musart, 2001, ECDN-2552— se incluyen las versiones que Eulalio cantó como Piporro, es decir, con voz de viejo. Eso ocurre en "Arnulfo González" y "Agustín Jaime", por ejemplo.

2 Este comentario aparece desde la primera versión de la canción, contenida en Lo mejor de El Piporro, op. cit. La nueva versión, sin una cuarteta del corrido normal, se incluye en Las inmortales de Lalo González “Piporro”, Orfeón, 1996, CD20-082.

3 En la versión de Lo mejor… dice: “No me dejes cojeando, despáchame de una vez”.

4 El diálogo difiere un poco en las dos versiones conocidas: la primera, Tin Tan y su carnal Marcelo, volumen 2, Okeh, 1966, okl 10108 —se trata de un lp sin fecha—; la segunda, en el CD Germán Valdés Tin Tan en: Mi antología, Capitol.

5 Esa interesante historia la contaré en otra ocasión.

6 Este inicio recuerda el “Uno, dos, one, two, tres, cuatro” de la canción “Wooly Booly”, del grupo chicano Sam The Sham and The Pharaons.