Juancho y el satélite 
*Jacinto Pino Muñoz 
A treinta años del golpe militar que mellara la esperanza del régimen humanista de Salvador Allende se impone la recuperación de la ilusión en el tiempo por venir representado por los niños, de allí la publicación del presente texto.
Juancho abandonó en silencio su habitación. Afuera, la choza y sus alrededores eran iluminados por la luna. Enseguida fue hacia el fondo del patio, hasta el alto eucalipto en cuyas ramas el viento movía el papalote que se encontraba enredado en ellas. Con mucho esfuerzo pudo alcanzar la copa del árbol. Justo en ese momento un extraño artefacto se detuvo arriba de él y con voz metálica le previno: 

—Niño, agárrate bien y después te dedicas a sacar el papalote.

—¿Quién eres y qué haces aquí? Me asustaste —dijo Juancho.

—Soy Teo, el satélite, y no he querido sorprenderte. Al contrario, mi intención es ayudar. Tengo un oído muy sensible y desde lejos escuché que la rama que pisabas iba a quebrarse.

—Gracias, Teo, por tu aviso. Me llamo Juancho y me da mucho gusto conocerte.

—A mí también porque tienes valor, cualquiera no se atreve a trepar tan alto.

—Es que quería recuperar mi papalote —contestó Juancho.

—Seguro que si te ven tus padres no van a estar muy contentos con tu hazaña.

—No quise alarmarlos, por eso subí de noche y no creas que no me ha dado miedo.

—Lo importante es que venciste tu temor. Será un agrado ser amigo de alguien tan valiente.

—Yo también quisiera ser tu cuate —dijo Juancho—. Pero antes quisiera saber ¿qué clase de satélite eres?

—¿Por qué? —preguntó Teo sorprendido.

—Porque hay satélites que lanzan bombas y matan gente. En una película que vi en el cine de Puerto Escondido aparecía uno así. ¿Tú no eres de esos, verdad?

—No, yo odio la guerra y sólo me dedico a hacer cosas positivas.

—¡Bravo! Entonces podemos ser amigos —exclamó Juancho con entusiasmo—. Cuéntame ahora ¿qué haces arriba?

—Yo soy un objeto espacial destinado a fines pacíficos. Me dedico, por ejemplo, a la investigación meteorológica.

—¿Me… qué? ¿Qué es eso? 

—La meteorología es una ciencia que nos dice si habrá vientos, lluvias o tempestades. Con esos datos los agricultores cuidan sus cosechas y los tripulantes de barcos y aviones pueden evitar muchos riesgos.

—¿Me dirás cuándo mi padre puede salir a pescar sin peligro?

—Por supuesto, cuando quieras verme nos encontraremos al lado del bosque que está encima del acantilado. Perdóname, pero ahora tengo que irme.

Juancho se quedó mirando cómo Teo se alejaba.

En los días siguientes el niño estuvo tan entretenido jugando con su papalote que hasta olvidó su naciente amistad con el satélite.

Una noche, las voces de sus padres despertaron a Juancho que escuchó con preocupación cómo Carmela le rogaba a Ramiro que no saliera a pescar esa madrugada porque temía una desgracia. Juancho, al acordarse en ese momento de Teo y de sus conocimientos sobre el tiempo, fue al bosque cercano a consultarle. Teo le informó:

—En la tarde se desencadenará una fuerte tormenta.

El niño, después de dar las gracias, volvió de prisa a pedirle a su padre que no zarpara esa mañana.

Ramiro, regañando a su mujer, le dijo:

—¿Ves? Con tus tontos presentimientos has asustado a Juancho y él tampoco quiere que salga, pero si no pesco hoy la próxima semana no tendremos qué comer.

—Prefirimos pasar hambre a que te suceda algo malo —expuso Carmela.

El hombre, cansado de discutir, salió corriendo rumbo a la playa. Juancho y su madre quisieron seguirlo, pero luego quedaron atrás y Ramiro pudo por tanto disminuir su marcha.

A los diez minutos de haber partido, estando ya cerca de la caleta, por un atajo del sendero surgió Juancho, que abrazándose a sus piernas le dijo:

—¡No vayas, papá, por favor, ni dejes que los demás se embarquen, habrá una fuerte tormenta!

—Estás loco, niño —expresó el padre y al ver con tristeza el rostro lleno de rasguños de su hijo fue de vuelta a su hogar para que su mujer lo atendiera. Se encontraron a medio camino.

—Juancho está herido por tirarse cerro abajo. Debes curarlo.

Carmela estuvo de acuerdo y al proseguir Ramiro su marcha el niño quiso alcanzarlo otra vez, pero su madre sujetándolo con firmeza se lo impidió.

Al llegar Ramiro a la caleta, sus compañeros iban ya navegando lejos de la playa. Mientras los botes, 

levemente bañados por la luz del alba, se ocultaban entre las olas, el hombre se sentó en una roca, hundiendo la cabeza entre sus manos. Y de regreso a su choza le dijo a su mujer:

—No pudieron esperarme, no querían volver con las redes vacías.

En la tarde, en los momentos en que los pescadores regresaban con sus botes a la caleta, una furiosa tempestad echó a pique tres de las frágiles embarcaciones y dos de sus ocupantes perecieron ahogados. Los demás se salvaron, en el único bote que pudo a duras penas alcanzar tierra. El bote del padre de Juancho estaba entre lo que se habían hundido. La búsqueda de los desaparecidos y su posterior entierro colmó el sufrimiento de los habitantes de la caleta.

Terminado el funeral, Carmela le comentó a Ramiro:

—Es extraño que yo y el niño tuviéramos el mismo presentimiento.

Ramiro decidió entonces averiguar por qué su hijo no quiso que saliera a pescar esa mañana.

—¿Cómo adivinaste que habría tempestad? —le dijo.

—Lo supe por Teo.

—¿Quién es él?

—Teo es mi amigo, el satélite, si me acompañas al bosque te lo presentaré.

Ramiro, con incredulidad, fue al bosque con su hijo, pero esa noche curiosamente el satélite no apareció. Juancho no pudo por tanto convencer a su padre de que Teo existía y de que ambos eran amigos.

Después de esa negra época Ramiro tuvo que ir a Puerto Escondido a comprar madera para hacer dos nuevos botes y le dieron un mes para pagarla.

Los hombres, dirigidos por el mismo Ramiro, trabajaron sin descanso y en tres semanas consiguieron terminar dos embarcaciones que eran más fuertes y largas que las anteriores. Para Juancho y los demás niños del lugar fue impresionante ver cómo esos palos y tablas, bajo las hábiles y fuertes manos de sus padres, iban tomando forma y se convertían en dos hermosos botes. La felicidad que produjo echarlos al mar no duró demasiado porque la pesca se encontraba cada vez más lejana y escasa.

La angustia de los pescadores y sus familias llevó a Juancho a buscar de nuevo al satélite. Esta vez tuvo suerte, porque Teo no lo hizo esperar.

—Teo, te anduve buscando sin poder encontrarte.

—Debe haber sido que me cambiaron de órbita, di varias vueltas sobre África. ¿Qué deseas?

—Quiero que me ayudes. Si los hombres no logran pescar, pronto estaremos todos muriéndonos de hambre. 

—Dile a la gente que regrese al sitio donde iban el año pasado.

—Mi papá dice que ahí ya se acabaron los peces.

—Ya han vuelto y ahora los cardúmenes son gigantescos. 

 
 
 
 
 
 
 
 
   

El niño, mirándolo con afecto, le dijo:

—Eres un buen satélite, no sé cómo agradecerte lo que haces por nosotros.

—No te preocupes, y ojalá puedas convencerlos de que vayan.

Después de despedirse, el niño se fue rumbo a su casa.

Al llegar, su padre ya dormía. Lo sacudió con insistencia hasta despertarlo, para decirle que debían volver al lugar donde antes pescaban.

—¿Cómo sabes que ahora hay pesca? —preguntó Ramiro, abriendo los ojos.

—Teo ve todo desde lo alto.

—¡Oh! Otra vez el satélite —dijo el pescador con una sonrisa burlona.

—No te rías, Teo dice la verdad, acuérdate de que me avisó que habría tempestad.

El pescador alzando a su hijo en brazos lo condujo a la cama.

Como los hombres regresaban siempre desesperados con sus embarcaciones vacías, Ramiro decidió entonces probar suerte en el antiguo lugar de pesca. Nadie quiso acompañarlo, salvo Juancho, que estaba seguro que les iría bien. Al llegar vieron el mar lleno de sierras, lisas y guachinangos. Ramiro tendió sus redes hasta llenar el bote.

En la madrugada siguiente los pescadores fueron al mismo sitio, y regresaron con sus botes repletos. Una vez en la playa, se formó una bulliciosa comitiva que fue con el niño en andas hasta la cima del acantilado, donde todos gritaron vivas a Juancho y al satélite. Al pasar Teo por encima del bosque, agitó sus antenas en señal de alegría y de saludo.•

*Jacinto Pino Muñoz (Concepción, Chile, 1935), exiliado político naturalizado mexicano, abogado especialista en derecho de la aviación y profesor universitario. Fue director general de Tierras y Bienes Nacionales del gobierno de Salvador Allende. En México ha desarrollado una intensa actividad como consultor y asesor jurídico en distintas dependencias del ejecutivo federal. Formó parte del taller literario de Poli Délano. De su producción narrativa destaca el libro de cuentos Tras la copa (1986).