|
||||||||||
Por la tarde, me quedé solo. Afuera
llovía y, como no tenía nada mejor que hacer, me acosté
y me dormí en seguida. Tuve un sueño extraño. Iba
en coche por un camino intransitable que atravesaba una región de
norte a sur, muy cerca de la comarca donde nací y crecí.
Era en primavera. Había estado lloviendo hasta un rato antes y,
a cada paso, me topaba con charcos. La llanura arenosa se extendía
hasta donde alcanzaba la vista y el agua de los charcos era clara. Tuve
que pararme en un paso a nivel. Esperé mucho rato pero no pasó
ningún tren. Finalmente, me bajé del coche para desentumecerme
un poco. El camino empezaba a secarse y el cielo estaba cubierto por una
cortina transparente de nubes. Pero la hierba que crecía a lo largo
del camino todavía estaba húmeda.
Junto a la barrera, había una casilla que parecía abandonada. Después, tal como suele suceder en los sueños, advertí que en realidad ya había pasado antes por allí y la casilla me pareció conocida. Aunque parecía absurdo, aquella casilla era idéntica a la casa donde me había criado. La habitación en la que entré estaba vacía. Olía a cal fresca. La misma luz suave de afuera envolvía las paredes y temblaba en el techo bajo. Contra la pared se apoyaba una escalera manchada de cal y en uno de los peldaños colgaba ropa de pintar. Al pie de la escalera había un cubo de cal. Reinaba un gran silencio y fuera se oía cloquear a las gallinas. Entré en otro cuarto cuya ventana daba a un cercado gris más allá del cual podía verse el camino. En el cuarto había un armario viejo de madera y junto a la ventana un escritorio. El mobiliario también me pareció conocido pero, en cierto modo, no guardaba relación con la casa. Salí y me puse a pasear a lo largo del camino. Soplaba un vientecillo húmedo que venía desde las colinas y hacía ondear la hierba. Sabía que para llegar a mi comarca natal primero era menester bajar hacia el río y luego pasar a la otra orilla. Pero el camino se extendía a lo largo del río y a lo lejos no se divisaba ningún puente. Así pues, tuve que renunciar, si es que de verdad había tenido la intención de cruzar el río. No lo sé. Ya no lo sé. Pero tenía que irme, que seguir mi viaje, aunque no podría decir qué era lo que me había llevado precisamente allí. Tenía que regresar a la casa y tomar la gabardina que me había dejado en aquel viejo armario. Me dirigí a la casa. Frente a la puerta me detuve: no había ninguna llave en la cerradura. Supuse que el pintor se habría ido sin que yo me hubiese dado cuenta, cerrando la puerta con llave y se la había llevado. Pero cuando tanteé la cerradura, la puerta se abrió. No tenía echada la llave. Eso me alegró mucho y sentí que una alegría como esa quizá la volviese a experimentar siempre que, como ahora, me azare sin objeto. La habitación seguía estando igual. Sólo la ropa de pintor había desaparecido de la escalera donde la vi la primera vez. De cuando en cuando, se oían caer gotas de agua en el pozal. Entré en el cuarto cuya ventana daba al camino. Me embargó la zozobra de que otra puerta cerrada con llave me impidiese tomar la gabardina y marcharme. Pero en esta ocasión la llave se encontraba en la cerradura del armario. Conque tomé la gabardina y salí. |
|
|||||||||
|
||||||||||
La barrera había desaparecido. Ahora ni
siguiera había vías del tren. El camino se extendía
sobre la llanura bañada por el sol a lo largo del río que
desde mi posición no veía, pero que sabía que estaba
por algún lado, no muy lejos, en los lindes de aquella apartada
región. En lo alto del cielo se deslizaban unas nubes blancas espoleadas
por el viento.
Me desperté. El sueño me dejó un dolor en el alma. Y me dije: "Nunca podré llegar allí. Sólo me queda esperar a soñar de nuevo. Y para ello, es menester dormir. Dormir continuamente".• |
|
|||||||||
|
||||||||||
|