Owen, poeta de los cuatro elementos
*Juan Coronado
 Este texto es la "Presentación" del volumen Gilberto Owen, De la poesía a la prosa en el mismo viaje, selección y presentación de Juan Coronado, México, Conaculta, 1990 (Lecturas Mexicanas. Tercera Serie, 27), 296 pp. Lo publicamos con el permiso de la Dirección General de Publicaciones del Conaculta 

Allá por los años veinte, los "años locos" de un mundo enfebrecido por la velocidad del automóvil, la compulsión del charlestón, la furia artística de las vanguardias y un cosquilleo salado y dulce que le quita el rebozo a la sensualidad y a la alegría de vivir, aparece en escena un grupo de jóvenes exquisitos snob; pedantes, modernos, audaces, con una inteligencia y una sensibilidad que lanza burbujas sin pudor y sin medida: los Contemporáneos. Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Salvador Novo, Carlos Pellicer y Gilberto Owen forman el núcleo de este grupo que quiere enseñarnos esa efervescencia que está naciendo a lo largo y a lo ancho del planeta. Representan todos ellos la renovación, la posible modernidad de un espacio cultural (México) que tiene que ajustar su reloj local al reloj de la plaza universal. Los Contemporáneos nos incitan a ser los verdaderos contemporáneos de una universalidad que en ese momento se mueve al mismo ritmo. Rechazan el nacionalismo que otros artistas proponen para el México salido apenas de la revolución. En su momento causaron polémica y es hasta nuestros días (más de medio siglo después) cuando encuentran un público lector más dispuesto a comunicarse con su propuesta estética.

Gilberto Owen fue un poeta casi desconocido. Su producción (no muy abundante) estuvo mucho tiempo dispersa; perdida en revistas, periódicos, gavetas particulares y unos cuantos libros en ediciones de tiraje mínimo. Su prestigio fue construido por una elite intelectual que seguía su producción con fervor. A Owen —junto con sus compañeros de aventura— le tocó despertar una nueva sensibilidad dentro de la literatura mexicana. La tarea fue ardua, pues en ese instante se estaba forjando la cultura de un país nuevo que todavía no sabía hacia dónde apuntar para construir un futuro. Había que pagar muchas deudas con la tradición pero, al mismo tiempo, había que enfrentar la renovación.

Los artistas se tuvieron que escindir; unos corrieron hacia una tendencia y otros hacia la otra. Los veinte y los treinta fueron el núcleo de esta ruptura. En estas dos décadas se intensificó la lucha entre nacionalismo y universalismo. Al consolidarse los regímenes políticos que habían surgido de la revolución —ya hacia los cuarenta— la cultura mexicana pudo encontrar un cauce más homogéneo. Owen, y el grupo de Contemporáneos, defendió la postura universalista, pues percibió nuestra madurez cultural que nos permitía ser partícipes (contemporáneos) de lo que acontecía en el mundo entero. El grupo de jóvenes poetas intuyó el peligro de encerrarnos dentro de un nacionalismo folclorizante y de miras estrechas. Pero, finalmente, su propuesta fue demasiado audaz y, por otro lado, ingenua. La exquisitez literaria chocaba estrepitosamente con una realidad histórica que no podía ignorarse. En aquel momento no existían las condiciones para poder asimilar con profundidad una renovación de tal envergadura. No podía elegirse uno solo de los caminos como el apropiado. Ambos eran necesarios, pues se complementaban.

Pero esto podemos percibirlo hasta ahora, con nuestra perspectiva histórica. Tenemos que poner en su sitio a tirios y a troyanos para situarnos nosotros mismos como herederos directos de una cultura moderna (ésa que pertenecía al siglo XX) que tuvo que ser dual y contradictoria en sus orígenes. Una novela de la revolución y poemas como los de Owen nos son igualmente necesarios para integrar nuestra identidad cultural. Lo mismo sucede con un mural de Orozco y un cuadro de caballete de Roberto Montenegro. No podemos ya oponer lo popular a lo culto, lo llano a lo refinado, lo masivo a lo elitista. Vivimos la integración de esos dos cauces que nos dieron origen.

Demos marcha atrás y hagamos un breve retrato biográfico de nuestro autor. Owen nació en Sinaloa en 1904. Vivió su infancia en Toluca y llegó a la ciudad de México como un aguerrido adolescente. Conoció en la preparatoria a Jorge Cuesta, a quien inmediatamente reconoció como cómplice de la misma aventura. Pronto formaron un grupo aquellos que serían llamados los Contemporáneos, nombre que se tomó de una de las revistas donde colaboraron. Antes habían trabajado en la revista Ulises. Ese nombre los marcó con una carga simbólica. Los Contemporáneos fueron siempre aventureros. Owen es un viajero constante. Muy pronto se embarca en aventuras diplomáticas que lo llevan por mares diversos. En Perú sienta amarras por algún tiempo. Ama a México con el color y dolor de la nostalgia. Muere finalmente en Filadelfia en 1952.

Fue Owen un viajero. Su aventura interior está marcada por la búsqueda poética. No es un poeta de fácil acceso porque no viajó por un mar tranquilo. Luchó contra las turbulencias de un obsesionado para sacarle nuevo brillo a las palabras. Se negó a la poesía adormecedora y tranquila. Buscó la imagen audaz y deslumbrante. Su poesía le habla a la inteligencia primero, después a la sensualidad y por último al sentimiento. Owen, junto con sus cómplices de generación, le da un golpe mortal a la poesía modernista (ahora sí se le tuerce el cuello al cisne) y le abre la ventana para que le entre plenamente el aire fresco de la renovación, esa orgullosa bandera del siglo XX.

Owen es básicamente un poeta. Todos sus escritos están anclados en la imagen, en la metáfora y no en la idea ni en la acción. Sus palabras no revelan un mundo —tampoco lo rebelan—, se detienen en su propio peso, su propio olor, su propia calidad de cuerpos autosuficientes. Para él no hay fronteras entre prosa y poesía. Lo mismo su prosa es poética que su poesía, prosaica. La palabra es el puerto de partida y la imagen, el fin del viaje. 

¿De qué habla la poesía de Owen? Del agua, siempre; del aire, muy frecuentemente; de la tierra, casi nunca y del fuego, algunas veces. ¿Es, entonces, un poeta elemental? Naturalmente. Sólo le interesan los elementos primigenios. ¿Es un equilibrista de la palabra? No. Es, si acaso, un alquimista, como ya lo apuntó García Terrés en su estudio sobre uno de los poemas centrales, "Sindbad el varado".1 ¿Su producción es manjar para unos cuantos? Sí, es un exquisito, un elitista que ahora con la movilidad de los vientos puede ser leído por una masa mayor: la clase media ligeramente ilustrada.

Owen —ya lo hemos dicho— no fue un autor prolífico. Publicó unos cuantos libros. Su escasa difusión se efectuó principalmente en revistas, de donde fueron a rescatarlo Josefina Procopio, Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider e Inés Arredondo, según reza la más conocida edición de las Obras2 de quien ya es nuestro autor. La obra de los Contemporáneos llama cada vez más la atención de lectores y críticos. A Owen había que acosarlo con mayor frecuencia para poder hincarle el diente más fácilmente. Ninguna carne es dura cuando se sabe cómo masticarla. La poesía de Owen no se regala, se conquista. Pero seguramente la recompensa será mayor gracias al esfuerzo realizado para alcanzarla. Lezama Lima dijo, en una frase demasiado citada, que "sólo lo difícil es estimulante". Owen es un poeta difícil. Y sin duda alguna es muy estimulante.

Recogemos aquí la mayor parte de la obra publicada. Omitimos algunos textos (cartas, poemas, artículos) para darle a este volumen un peso más ligero. El orden de lo que presentamos está hecho a partir de gradación. Va de la poesía a la prosa y pasa por dos estadios intermedios: la poesía casi prosa y la prosa casi poesía. Nuestra intención es que se llegue lo más cercanamente posible a una de las propuestas de Owen. Propuesta que nunca dice explícitamente, pero que hace sentir a lo largo de toda su obra: no existen barreras entre poesía y prosa. Lo que escribe Owen podría llamarse texto poético. En algunos casos hay versos medidos, rimas, división en estrofas y todo lo que nos hace reconocer un texto como poesía. En otros, aunque no aparezcan esos elementos, puede haber un ritmo o una imaginería que salta a cada momento. Todas las obras de Owen tienen una calidad que podríamos llamar "poética", se respeten o no las reglas tradicionales de lo que entendemos por ese concepto. He aquí el verdadero proceso alquímico que emprende Owen con la palabra escrita: la transforma de materia común (piedra oral) en materia preciosa (oro artístico), es decir, la lengua se hace poesía cuando pasa por el matraz de un artista verdadero.

Gilberto Owen trabaja con la palabra en el nivel del entre-sueño. No en el de la vigilia total ni en el del sueño profundo, sino en el estado intermedio: la ensoñación. Gastón Bachelard es el teórico que más cercanamente ha descrito esta forma de producción poética. Habla del creador poético que emprende diálogos con y a partir del agua, del fuego, del aire y de la tierra. Owen recrea imágenes que nacen del enredo amoroso del "agua y los sueños". Se deja conducir por los parpadeos de "la luz de una vela". El poeta libera su imaginación e invita al lector a hacer lo mismo. Los poemas de Owen no tienen ni la rigidez de una inteligencia absolutamente despierta, ni la vaguedad volátil de los sueños. Se desenvuelven en ese espacio intermedio entre la inteligencia y el deseo.

Hay poetas que cincelan sus palabras en la piedra, otros que se las dictan al viento. Owen las dibuja en el agua, para que duren sólo un momento —la lectura— y después se pierdan. Nuestro poeta no dicta verdades de fuego ni borda nimiedades en la atmósfera. Deja nacer criaturas transparentes que refulgen un momento y después desaparecen en su propio movimiento en remolino. Una imagen de Góngora en sus Soledades parece definir esta estirpe de creación poética: "mariposa en cenizas desatada". Deja que los filósofos digan las verdades. Deja que los historiadores cuenten los hechos. Deja para el propio espacio poético la mentira de las verdades y lo que no sucede en los hechos. Owen el poeta es un creador de imágenes que va más allá de la verdad o la mentira y más allá de la fantasía y la historia. Owen el poeta nada nos enseña, no nos cuenta nada. Pero al leer su poesía sabemos más del mundo y conocemos el movimiento interno de los hechos.

Decíamos líneas atrás que para Owen la poesía fue siempre una aventura. Enredarse en las palabras es una aventura del espíritu. Todos los poetas de Contemporáneos fueron una especie de Ulises, por algo la revista que los reunió por vez primera llevó ese nombre. Toda la poesía de Owen es un viaje. Recorre todos los caminos de la imaginación, de la sensibilidad, de la inteligencia y de lo sensual. Uno de sus poemas más ambiciosos se estructura siguiendo los pasos de un personaje que es el prototipo de la aventura: Sindbad el marino. El poema se titula "Sindbad el varado" y recorre los veintiocho días de un febrero mítico y real, alegórico y cotidiano. El personaje del poema es un "correveidile colibrí, estático", su movimiento es tan sutil que parece no moverse. Es uno de los poemas más ambiciosos y más complejos de la poesía mexicana. De la misma raza que Primero sueño de sor Juana, Muerte sin fin de Gorostiza y Canto a un dios mineral de Cuesta. Su lectura necesita un desciframiento arduo o un abandono sensual. El lector, o se deja llevar por la melodía del verso y la instantaneidad de la imagen, o se demora en la búsqueda ardua de sus sentidos ocultos. El poema recrea los avatares del marino, pero también la aventura de la poesía misma. Las posibles lecturas se vuelven tan distintas como diferente es la mirada de cada lector. Triple es, entonces, la aventura: del poeta, de la poesía y del lector.

A Owen no le interesa la renovación formal de la poesía en los términos de radicalidad en que la hacían los vanguardistas. No destruye para empezar desde cero. Recoge de la tradición lo que le sirve, lo que se adapta a sus intereses y sensibilidades: los Siglos de Oro de España, el simbolismo francés, la poesía metafísica inglesa. Su "renovación" es mesurada, sutil. Está contra la grandilocuencia, la sensiblería, el trascendentalismo ideológico, ramplón. Su máxima propuesta de ruptura se dirige hacia la noción de los géneros. Como hemos dicho, rompe la distancia entre poesía y prosa. Y la rompe también entre poesía y pintura y entre poesía y música. Su palabra es color que se adhiere a la retina de un lector sagaz. Su palabra es línea que se dibuja en un lienzo casi blanco. Su palabra es ritmo que enmarca ecos sutiles. Su palabra es melodía que nace y muere en el mismo instante. La poesía de Owen es música del espíritu, pintura de aquello que los cursis llamamos alma. Sí, esta poesía es dual, del animus y del anima bachelardianos. El espíritu y el alma son dos y el mismo cuerpo; lo masculino y lo femenino de nuestros sentidos interiores. Uno dirige la inteligencia, el otro la imaginación. La poesía de Owen hace cuerpo vivo la unión indisoluble de lo inteligente y lo imaginativo. Ilumina la palabra con estas dos luces.

Un tema que recorre toda la obra de Owen es el amor. Quizá porque es la gran aventura del espíritu. Tal vez por tratarse de la más grande tentación del alma. Desde sus primeros poemas hasta sus cartas a Clementina Otero, pasando por su Perseo vencido o su Novela como nube, descubrimos su expresión de este desasosiego humano. Pero no le canta al amor directamente —como hacían los románticos—sino que lo esconde entre los brillos de las palabras, seguramente para que se vea con mayor claridad cuando al fin se descubra. A Owen no le gusta "decir" las cosas. Deja que las "cosas" se digan a sí mismas. En una carta a Josefina Procopio expresa: "Son muy pocas las ocasiones en que la pasión me arrastra a lo literal". Y es verdad, el poeta no deja que la letra desnuda diga groseramente lo que encierra. Siempre alude, nunca dice literalmente. Escribe entre líneas y lee entre líneas, como él mismo lo confiesa. Es, en suma, un poeta hermético y no hay duda sobre su vocación por lo oscuro, lo oculto, lo oblicuo, lo circular, lo ambiguo. El amor es una aventura. Y amor y aventura son dos pasiones difíciles de entender, imposibles de explicar. Se miran. Se oyen. Se gustan. Se huelen. Se tocan. Son una realidad y un engaño. Owen trabaja en el nivel de las intuiciones, de lo entrevisto, de lo entresoñado.

 
Juan Soriano, Sin título, fotograbado y agua tinta, 25x30 cm, 2004  
 
Paul Nevin, M.C., aguafuerte y agua tinta, 30x30 cm, 2003  
 
Marina Láscaris, Vida, aguafuerte y agua tinta, 30x30 cm, 2003  
 
 
   
De la poesía como tal —medida, rimada, engarzada en líneas y estrofas— Owen pasa a la prosa poética y a la prosa narrativa, sin que se marquen las fronteras nítidamente. Lo que le ofrece unidad a su escritura, lo decimos una vez más, es su sostén final en la imagen. Aunque no se midan las palabras para formar versos, las palabras tienen un ritmo interior y una visualidad que permite que sigan siendo poesía. Poesía son los textos todos de Línea. Poesía es su Novela como nube. Poesía es La llama fría y las cartas lo son también. Prosa y poesía son dos formas de expresión que se tocan cuando hay atrás un taumaturgo que así lo quiere, que lo provoca, que lo propicia. Cuando hablamos de poesía y novela, parece que la distancia se hace mayor. La novela es acción. La poesía es pasión. Ésta habla nada más. Aquélla cuenta, es historia. ¿Como se pueden unir poesía y novela? En un ser híbrido que algunos llaman "novela lírica". Owen escribe novelas líricas cuando se da a la aventura de narrar. Novela como nube es su más ambiciosa puesta en escena de este maridaje narrativo poético.

Novela como nube es una novela poética y "Sindbad el varado" es un poema novelístico. Son dos de sus obras más acabadas. Y en ellas se cumple puntualmente esta renuncia a la delimitalción de los géneros tradicionales. En el fondo ambas obras son poemas que gustan del disfraz del juego, en fin, de la aventura. La novela, que tendría que contar una anécdota, desarrollar una acción, se niega a hacerlo, se detiene en la inmovilidad del mito y de la metáfora. El poema, que tendría que detenerse en su propia imagen, se mueve tras los pasos de un personaje y sus peripecias. Todo es engañoso en Owen, ambiguo. Novela como nube no es una novela, es un poema. "Sindbad el varado" no es un poema épico, es un poema lírico; no habla de la movilidad constante del héroe, sino de su angustiante inmovilidad (está "varado"); encierra en la bitácora de un naufragio real, la de un nafragio alegórico: el fracaso amoroso. Nada es verdad. Nada es mentira. Para Owen, como para los barrocos españoles, lo importante es el cristal con que se mira.

Tenemos que leer ya, con una decisión más firme, a un poeta, que si bien es difícil, es una de las bases de nuestra poesía moderna. Seguramente la aventura estará llena de sobresaltos, pero al final será fructuosa.• 

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Juan Coronado es maestro en letras por la unam; profesor de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha publicado los ensayos La palabra en movimiento (1976), Paradiso múltiple (1982) y Fabuladores de dos mundos (1985); coautor, con Ana María Maqueo, de la novela Dos voces (1989).

Notas

1Jaime García Terrés, Poesta y alquimia (Los tres mundos de Gilberto Owen), México, Era, 1980.

2Gilberto Owen, Obras, edición de Josefina Procopio, prólogo de Alí Chumacero, México, fce, 1979, 318 pp.