HOLLYWOOD, POLITICA Y
LITERATURA EN CARLOS FUENTES

Georgina García Gutiérrez*

 

Del 18 al 22 de octubre de 1999 se llevó a cabo el III Congreso Internacional de Literatura Latinoamericana. Propuestas Literarias de Fin de Siglo, en las instalaciones de la Rectoría General de la Universidad Autónoma Metropolitana. En ese marco se presentó el libro Literatura sin fronteras, memoria del II Congreso Internacional de Literatura Latinoamericana de 1997, editado por nuestra Casa abierta al tiempo, y del que se ha tomado el siguiente ensayo donde se conjugan el cine, la literatura y la política, a partir de la obra de Carlos Fuentes, quien recientemente fue galardonado con la medalla de honor Belisario Domínguez.

 

Revelar el mito

En Diana o la cazadora solitaria,1 Carlos Fuentes resume la historia de toda una época, por medio de la revisión nostálgica de su breve y desgraciado romance con la actriz Jean Seberg. La novela analiza las décadas de los años sesenta y setenta, al abordar el racismo, las relaciones interpersonales e interculturales, la mentalidad de los Estados Unidos, el movimiento estudiantil del 68 y, entre otros cambios ideológicos y políticos, también registra las transformaciones de la moral sexual. De hecho, una generación de jóvenes es representada por medio de la biografía resumida de Jean Seberg. La obra despliega así una memoria múltiple y veraz que sirve para desenmascarar los intereses detrás de la "cápsula biográfica" adjudicada a la Seberg (Diana Soren, en Diana o la cazadora solitaria). El desenmascaramiento delata, en especial, los infundios que los medios de comunicación divulgaron ampliamente para desprestigiar a la actriz (la novela muestra a Hollywood como productor de mitos del cinematógrafo y analiza el papel, para distorsionar y estereotipar, de las cápsulas biográficas, hechas para el consumo rápido).2

El cine ha creado todos los mitos contemporáneos, por la pantalla pasan esas sombras como podían pasar por la mente de un griego antiguo Apolo y Venus y todos los dioses del Olimpo; las estrellas de cine son los fantasmas de los dioses.

Carlos Fuentes

Con la "verdad literaria", Diana o la cazadora solitaria desmiente la propaganda infamatoria que Hollywood y el FBI filtraron a través de los conductos adecuados para destruir a Jean Seberg. La biografía novelada revela que los chismes hollywoodenses, la calumnia, fueron algunos de los procedimientos seguidos para la destrucción premeditada de una joven mujer. La industria cinematográfica y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, concretamente el FBI, se unieron para desprestigiar a la Seberg por sus vínculos con los Panteras Negras. Esto fue revelado más tarde, pero la novela de Fuentes se encarga de difundir esa verdad para reinstaurar el mito. Devolver el prestigio y la imagen a la actriz, otrora fugazmente amada, puede también considerarse un homenaje y una especie de rescate caballeresco. En el futuro o presente de la narración -1993- (lo que cuenta la novela se refiere a 1970, básicamente), estas intenciones contradicen en cierto modo la autorrecriminación del narrador por no haber amado: "Ahora cuento esta historia para darle razón al horrible oráculo de la verdad. No supe amar. Fui incapaz de amar." (p. 15)

Así, Diana o la cazadora solitaria revela el verdadero mito que encarna la artista y destruye las mentiras que empañaron con falsas imágenes y difamaciones la biografía de la Seberg. Éste parece ser el objetivo final de la novela; contra la mistificación, el mito:

    Diana, Diana Soren. Su nombre evocaba esa ambigüedad antiquísima. Diosa nocturna, luna que es metamorfosis, llena un día, menguante al que sigue, uña de plata en el cielo pa-sado mañana, eclipse y muerte dentro de unas semanas [...] Diana cazadora, hija de Zeus y gemela de Apolo, virgen por una corte de ninfas pero también madre con mil tetas en el templo de Efeso. Diana corredora que sólo se entrega al hombre que corra más rápido que ella. Diana/Eva detenida en su fuga sólo por la tentación de las tres manzanas caídas. (p. 13)

Fuentes desmonta el tramado de invenciones denigrantes por medio de la biografía compendiada de la actriz, de una síntesis autobiográfica, del relato de un amor imposible, y al hacerlo, su confesión expone las relaciones entre política, cine, amor y literatura. La novela, a partir del recuerdo de un amor frustrado, gracias al análisis de la historia reciente, a los marcos de referencia (personales, sociales, históricos, políticos) deviene denuncia y reflexión sobre una era. Y también es autoanálisis del autor, un examen de su propia vida, de su crisis de los 40 años, que coincidió con el tránsito de un decenio al siguiente, cuando conoce a la actriz. La relación amorosa de los personajes centrales de Diana o la cazadora solitaria implica que se confronten un sinnúmero de elementos, gracias a las características distintas de sus personalidades complejas. Hay dos visiones del mundo, dos culturas, dos nacionalidades, dos profesiones ligadas a dos artes distintas y dos carreras con sus respectivas famas en un punto crítico. La pareja, una actriz estadounidense y un escritor mexicano, de igual manera famosos desde muy jóvenes, plantea en diferentes niveles tanto los conflictos de la relación entre dos países, como los vínculos existentes entre la literatura y el cine, en el terreno de lo social.

Mistificación, industria cinematográfica, cine y literatura

Diana o la cazadora solitaria se ocupa de asuntos engorrosos de la política de los Estados Unidos al retomar la persecución contra el comunismo en la posguerra, en el ámbito de Hollywood, y asociarla a la cacería de brujas contra Jean Seberg. Dos intolerancias que se orientaron hacia el mundo del cine y los actores, revividas por la novela de Fuentes, que replantea los problemas de la conexión entre los medios de comunicación y el poder. Temas como la censura, la libertad de expresión, los derechos individuales ante los grandes intereses económicos, los mitos sociales y la verdad detrás de su manipulación reaparecen en Diana o la cazadora solitaria para renovar discusiones y planteamientos. En este sentido, la novela lleva a recordar cómo la correspondencia plural entre el arte literario y el cinematográfico ha generado comentarios de toda índole, estudios especializados, consideraciones sobre la naturaleza de ambas artes, de sus conexiones (por no mencionar lo que suscitan la mimesis y la diégesis que poseen las dos).

 
Las interrelaciones de reciprocidad pueden seguirse en la historia de su riquísima retroalimentación mutua; la literatura in-forma o modifica al cine y a la inversa (a veces resulta difícil establecer el origen y el monto de los préstamos técnicos y temáticos que se han hecho entre sí). Estos dos vehículos de ideologías, además, comparten el potencial de ser eficaces con-formadores de la apreciación de lo real; expresión y molde de una mentalidad específica. De ahí que este aspecto, más o menos notorio, motive deseos de control, y la literatura, el cine, lo mismo que sus creadores, el escritor, los directores y actores, se vuelvan objeto de censura, persecución, ninguneo. Y es que el arte, todo arte (quizá más el literario y el cinematográfico), es una complejidad entretejida polivalentemente con la sociedad.

Por lo que toca al cine, en su faceta como industria, numerosos intereses se ocultan detrás de los factores artísticos y humanos. Esos intereses poderosísimos, económicos y políticos, entre otros, son verdaderas fuerzas, a veces opuestas al arte, que afectan la producción artística y a quienes la producen. Hollywood, fábrica de sueños, mitos e imágenes, patria por excelencia del cine comercial a gran escala es, por ende, el emporio de la industria cinematográfica. Las compañías (Metro-Goldwyn-Mayer, 20th Century Fox, Paramount, etc.), asentadas en ese suburbio de Los Ángeles desde 1915, han hecho del cine estadounidense una de las industrias más poderosas en el mundo. Durante varios decenios, Hollywood ha acuñado mitos modernos, imágenes, modas, visiones de la realidad, modelos de comportamiento, opinión tras opinión sobre diversos tópicos (comunismo, Vietnam, la mujer, etcétera).

No es posible negar el poder hollywoodense de manipulación de las masas ni su poder económico, poderes que conllevan nexos y compromisos. Lo político se entrevera con todos los ámbitos de la vida en Hollywood. Es muy sabida la participación activa de actores y actrices en la política nacional, quienes se conviertan, por ejemplo, en símbolos de la democracia. Hacen política ya sea porque animen y diviertan al ejército en cualesquiera de las guerras en que se involucra su país: Ginger Rogers, Bing Crosby y decenas más durante la segunda Guerra Mundial; ya porque se dediquen a la política y lleguen a ocu-par altos puestos gubernamentales: Ronald Reagan y Shirley Temple serían los más sobresalientes.

Diana o la cazadora solitaria vuelve evidente que por ser el lugar donde se entremezclan tantos intereses, Hollywood tampoco ha podido quedar al margen de la persecución política, del escrutinio, de la participación contestataria o de la censura de la doble moral (el caso de Ingrid Bergman). La cacería anticomunista de brujas que se desató en contra de sus actores y demás trabajadores de la industria cinematográfica es ya historia. Una historia de delaciones, traiciones, juicios terribles. Por estar en California, que irradiaba todo tipo de propuestas de cambio, Hollywood tampoco se escapó de ser influido por las transformaciones ideológicas de los años sesenta, por sus movimientos de liberación, por el rechazo a la guerra en Vietnam. Figuras como las actrices Jane Fonda o Jean Seberg, que participaron activamente en la política, se toparon en determinados momentos con las paredes de la intolerancia y la represión.

Mas las biografías de ambas actrices difieren. La Fonda, que participó por cierto en la película Gringo viejo sobre la novela de Carlos Fuentes acerca de las relaciones entre México y Estados Unidos, se asimiló como triunfadora. En cambio, Jean Seberg, víctima primero de Hollywood y después del FBI, según Diana o la cazadora solitaria, llevó una vida de autodestrucción hasta su enigmática muerte en París (en apariencia, un suicidio). Carlos Fuentes desenmascara en su novela estos trasfondos que oculta el oropel hollywoodense. Dice directamente, por ejemplo: "Hollywood era la Sodoma norteamericana que enarbola banderas revolucionarias para disfrazar sus vicios, su hipocresía, su hambre de lucro puro y simple. ¿Era distinta Diana, o era una más de esa legión de utopistas californianos, pasada, además, gracias a su marido, por el alambique del sentimentalismo revolucionario francés?" (p. 45)

La novela, que como he dicho es la "verdadera" biografía de Jean Seberg, puede considerarse una reivindicación de la actriz, amante del escritor por tan sólo dos meses (el paso de los años muestra que fueron cruciales para ambos).3 El encuentro de la pareja es significativo, pues Diana Soren (Jean Seberg) y Carlos (Carlos Fuentes) se conocen la noche del 31 de diciembre de 1969: "Año Nuevo. Este del paso de 1969 a 1970 era digno de celebración porque marcaba el final de una década y el inicio de otra nueva. Aunque la verdad es que nadie se ha puesto de acuerdo sobre lo que significa ese cero al final de un año. ¿Terminaron los sesenta?, se iniciaron los setenta, o reclaman los sesenta un año más, una prolongación agónica de la fiesta y el crimen, la rebelión y la muerte, de esa década repleta de acontecimientos." (p. 31)

Si históricamente importa en la novela que se termine un decenio y empiece otro (Diana Soren es símbolo de lo que se acaba en el plano de la historia, pero también de lo que empieza en el plano individual para el escritor), es fundamental el encuentro en esa fecha "límite y principio". Además, cada integrante de la pareja vive una etapa crucial en su vida, pues en los dos casos ambos han sido, ella y él, triunfadores, tienen un pasado de fama y triunfos que los obligan. Ella, con 32 años, ha dejado la primera juventud, indispensable para tener contratos cinematográficos (no se volvió buena actriz). Él, que cumplió 40 años en 1968, vive la crisis de la edad mediana, a la par que la angustia por haber encontrado el triunfo tempranamente, ¿cómo y qué seguir escribiendo, después de haber realizado una obra tan reconocida, tan fundamental?:4

    -Tú y yo compartimos una cosa _le dije una noche fría y aburrida a Diana. Hemos perdido el momento del inicio, del debut. Se puede perder igual en el cine, en la literatura y en el amor, sabes...

    -Estás hablando con una mujer que ya fue y dejó de ser a los veinte años -contestó Diana. I was a has-been at twenty. (p. 67)

Tan sólo dos meses dura el romance, mientras se filma la película. El cine, o mejor dicho, la filmación, congrega a los personajes que viven en un especie de Hollywood reducido, con aburrimiento e interrelaciones en que el sexo, el poder, el alcohol, la fama, la murmuración también desempeñan un papel central como si estuvieran en California. En la locación en Santiago se reproduce el mundo hollywoodense, pero sobre todo se vive inmerso en la rutina de filmar una película. La convivencia asfixiante cataliza los conflictos entre ellos y acentúa la observación del narrador Carlos (el escritor autobiografiado), amante de la Soren, hacia ésta, hacia los demás y hacia sí mismo. Además de todos los trabajadores, el mundo de la locación, que rodea a la pareja, está integrado por el director del filme, su amante, el doble, la maquillista, el camarógrafo. Conviven la actriz, su secretaria, pero sobre todo la pareja de Carlos y Diana, con el viejo actor Lew Cooper (o sea Gary Cooper, que significativamente fue perseguido durante la cacería de brujas en Hollywood en contra de los comunistas, como se cuenta en la novela). El trasplante de Hollywood al pequeño pueblo de México, la relación entre la actriz estadounidense y el escritor mexicano, apoyan el análisis que Fuentes hace de los Estados Unidos, de México, de las relaciones entre los dos países, de la política, de las décadas de los años sesenta y setenta. Para ahondar en los Estados Unidos, considera el "sueño americano" característico de su mentalidad tanto como el mito de la inocencia. El cine, creador de mitos, ha difundido y generado el de la inocencia:

    No creo que haya otro país, sobre todo un país poderoso, que se sienta inocente o haga alarde de ello [...] ninguno cree que su nación haya sido jamás inocente. Los Estados Unidos, en consecuencia, declaran que su política exterior es totalmente desinteresada, casi un acto de filantropía. Como esto no es ni ha sido nunca cierto para ninguna gran potencia, incluyendo a los Estados Unidos, nadie se los cree pero el autoengaño norteamericano arrastra a todos al desconcierto [...] En el cine americano sí que se crea el mito de la inocencia, sin ironía alguna... (pp. 111 y 112)

Pero en la vida real, la inocencia que trata de llevar a la practica el "sueño americano" y salvar a los demás es victimizada: Diana Soren, la actriz, transgrede las barreras de ser mujer blanca, al vincularse con los Panteras Negras y amar a un hombre negro. Como activista política participa y afrenta a la sociedad hollywoodense que le tiene asignado un papel de santa, wasp, pero asexual. La vida de Diana Soren es relatada en lo que sirve para mostrar cómo empezó a convertirse en el personaje que representó en la pantalla en sus primeros filmes:

    -Decidiste ser Santa Juana en la vida.
    Me miró inquisitivamente.
    -No. Decidí que Juana estaba loca y merecía morir en la hoguera. La interrogué, sorprendido.
    -Sí. Todo el que lucha por la justicia está loco. El cristianismo es una locura, la libertad, el socialismo, el fin del racismo y de la pobreza, todas son locuras.
    Si defiendes eso, estás loco, eres una bruja y acabarán quemándote. (p. 80)

Más allá del corte de pelo casi a rape, con el que Diana Soren se asemeja a la santa quemada en la hoguera, que ella representó, está la identificación con los ideales de Juana, pelear por los demás, rescatarlos, enfrentarse al poder por ellos. Éste sería el principio de la transformación que la convertirá en la víctima propiciatoria del FBI. En el diálogo citado con el escritor amante ella manifiesta una lucidez premonitoria. En vez de quemarla, la destruirán con la difamación.5

Con una estrategia narrativa que centra la problemática de la relación de pareja en el donjuanismo, los celos, la infidelidad, Fuentes pone de golpe al descubierto la cacería de brujas emprendida en contra de Jean Seberg, Diana Soren en la obra, a causa de sus nexos con los Panteras Negras. La actriz, prototipo de la joven blanca, rubia, sencilla, de familia puritana, la belleza típica de cualquier pueblo, se vuelve luchadora en contra del racismo y, gracias a la novela de Fuentes, en símbolo de toda una época:

    Me intrigaba conocer en Diana precisamente, la calidad interna de la crueldad, de la destrucción, en una mujer, lo sabíamos todos, tan solidaria, tan entregada a causas liberales, nobles, compasivas. Su nombre aparecía en todos los manifiestos contra el racismo, por los derechos civiles, contra la OAS y los generales fascistas de Argelia, por la protección de los animales... Hasta tenía una sudadera con la imagen del ícono supremo de los sesenta, el Che Guevara, convertido, con su muerte brutal en 1967, en Chic Guevara. (p. 44)

La inocencia auténtica de Diana afrenta al sueño americano de la democracia y al mito de la inocencia de los Estados Unidos con un comportamiento transgresor que lleva a la práctica los principios de igualdad de la democracia. La persecución y el espionaje se inician precisamente en 1970 (durante la corta historia amorosa entre la actriz y el escritor): "La FBI es paciente. Esperó hasta que la preñez de Diana se volviese obvia. La aprobación del plan de calumniarla empleó los siguientes términos `Diana Soren ha apoyado financieramente al Partido de los Panteras Negras y debe ser neutralizada. Su actual preñez a manos de (nombre tachado) nos ofrece la oportunidad de hacerlo". (p. 204)

En Diana o la cazadora solitaria se cuenta cómo el FBI plantó un rumor "entre los columnistas de chismes cinematográficos" (p. 205) y cómo se difundió, malévolamente, que el padre era "un prominente Pantera Negra" (p. 202). Diana Soren y su esposo, el escritor Iván Gravet, con el que seguía casada, demandan "por calumnias" (p. 205) a prestigiada revista semanal y ganan el pleito. Mas la muerte del bebé sorprende a una debilitada Diana que ya no se repondrá anímicamente. La caída del estrellato y la fama, cuyo comienzo constata el escritor mexicano Carlos, y que es un tema de sus conversaciones, resulta cada vez más irreparable. Ella cae en un círculo vicioso de drogas, sexo, y no filma algo relevante. Años después, su muerte, física, sólo acabará con la ruina corporal y psicológica en que se convirtió la que fuera famosísima actriz cuando adolescente.

La novela concluye contundentemente con la sorpresa que encierra la noticia del capítulo XXXVIII. El anterior describe las circunstancias en que se descubre el cadáver de Diana Soren (Jean Seberg), después de dos semanas, en un auto Renault en "una callejuela de París" (p. 233). El capítulo final, que no es narrativo, ilumina todos los anteriores:

    La FBI rindió un homenaje póstumo a Diana. Admitió que la había calumniado en 1970 como parte de un programa de contrainteligencia llamado COINTELPRO. El entonces director de la agencia, J. Edgar Hoover, aprobó la acción: Diana Soren fue destruida porque era destruible. El director en funciones en 1980, William H. Webster, declaró que habían pasado para siempre los días en que la FBI usaba información derogatoria para combatir a los partidarios de causas impopulares". La calumnia, dijo, ya no es nuestro negocio. Sólo atendemos a la conducta criminal. (p. 235)

La vida y la obra del escritor Carlos Fuentes muestran su fascinación por el cine y la política, por sus submundos y protagonistas en la pantalla, y fuera de ella, y por las figuras políticas. De hecho, los primeros escritos del autor abordan esos campos; recuérdese, por ejemplo, la crítica cinematográfica juvenil que hizo bajo el seudónimo de Fósforo II (que retomó del que compartieran Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán). Habría que mencionar también la crítica política ejercida en sus escritos desde antes de que publicara libros. En esta atracción por el cine sobresale su gran admiración por el cineasta Luis Buñuel, sobre cuya obra, contrapuesta al cine de Hollywood, escribe artículos y a quien dedica su segunda novela Las buenas conciencias (1958): "A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana." Buñuel, en su casa en la colonia del Valle, aparece en Diana o la cazadora solitaria cuando Carlos viaja a la ciudad de México para ayudar a Diana-Aretha (ya espiada por el FBI).

Fuentes, cuya primera esposa fue la bella y talentosa actriz Rita Macedo (trabajó para Buñuel en Nazarín), ha escrito guiones para cine, por ejemplo Los caifanes, y colaboró con Manuel Barbachano. En tanto teórico de la novela, ha venido reflexionando acerca de los vínculos entre el cine y la literatura y entre el cine y la sociedad. Dice, por ejemplo, en junio de 1973 (pocos años después de su relación efímera con la Seberg): "El cine muestra; la literatura invoca y evoca."6 Esto precisamente es lo que él hace en Diana o la cazadora solitaria, que tanto se refiere a las películas que mostraron a Jean Seberg. Carlos-narrador recuerda en 1993 a la Diana Soren de 1970 y la vuelve un mito, literario, universal, extraído o recuperado de la mitología de Hollywood.

La mitología del cine y su transformación en mitos literarios ya había ocupado a Fuentes en Cambio de piel (1967), Zona sagrada (1967), Orquídeas a la luz de la luna (1982), pero en Diana o la cazadora solitaria, la denuncia y la crítica son primordiales. Está además su revisión de la cultura e ideología estadounidenses, que en Gringo viejo (1985) ya había empezado a sondear con personajes de los dos países. No debe olvidarse que Fuentes conoce y frecuenta los Estados Unidos desde niño, cuando asistía a la escuela en Washington, y que maneja el inglés a la perfección. A todo lo anterior agréguese el interés del novelista por las relaciones internacionales (su padre Rafael Fuentes Boetiguer perteneció al servicio exterior mexicano y lo mismo el escritor), en particular desde 1950, cuando estudiaba en Ginebra en el Instituto de Altos Estudios Internacionales; también le atrae sobremanera la interrelación de las culturas y la de los individuos de diferente extracción. Estos elementos confluyen en Diana o la cazadora solitaria, obra en la que expone con autoridad y de un modo documentado, también testimonial, las conexiones subterráneas entre el poder, la política, el mundo del cine o, mejor dicho, el de Hollywood y la sociedad. La obra, como ya se dijo, es explícitamente autobiográfica y confesional, y juega con la identidad del narrador que se presenta como el propio Carlos Fuentes, quien recuerda su fugaz y tormentoso romance con Jean Seberg, actriz de Hollywood y del cine francés.

    La novela sucede en 1970, cuando las ilusiones de los sesenta se resistían a morir, asesinadas por la sangre pero vivificadas por la misma. Primera rebelión contra lo que sería nues tra propia, fatal sociedad de fin de siglo, tan breve, tan ilusorio, tan repugnante, los sesenta mataron a sus propios héroes, la saturnalia norteamericana se comió a sus propios hijos Martin Luther King, los Kennedy, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Malcom X -y entronizó a sus crueles padrastros, Nixon y Reagan.

    Jugábamos con Diana el juego de Rip Van Winkle...
    ¿Qué hubiera dicho Diana, qué hubiera sentido la cazadora solitaria viendo a los niños mutilados de Nicaragua por las armas de los Estados Unidos, a los negros pateados y descalabrados por la policía de Los Ángeles ... Diría que los sesenta acabaron por blanquearse, desteñidos como Michael Jackson para castigar mejor a todo el que se atreva a tener color. (pp. 14-15)

Fuentes encuadra el relato de su romance en la complicada trama que involucra espionaje, caza de brujas (Jean Seberg será la víctima), servicios de inteligencia en acción, la secuela del movimiento estudiantil, la lucha en contra de la discriminación racial. De tal forma, como lo ha estado haciendo en sus obras narrativas y no narrativas que revisan de manera analítica el pasado, el escritor, en esta novela, caracteriza y lleva a cabo un balance de toda una época de la historia reciente. La novela tiene como referentes las biografías de Carlos Fuentes y de Jean Seberg, además de la historia. Los personajes y el narrador resultan tan identificables como los nombres de las personas famosas que se mencionan en Diana o la cazadora solitaria, y también se reconocen. De manera curiosa, las circunstancias de la vida, o mejor dicho de la filmación de una película, que reúnen a Jean Seberg, activista política en contra del racismo, y a Gary Cooper, actor al final de su carrera, congregan dos momentos en que Hollywood se involucró en la política, promoviendo persecuciones que contradicen el mito de la inocencia y el sueño americano promovido en sus películas (además, también está Clint Eastwood, el amante anterior de Diana Soren, que aparece en una fotografía en la recámara compartida por la pareja del escritor y la actriz). La novela cuenta los incidentes al filmar la película; las relaciones de quienes viven en la locación y la vida monótona de los protagonistas, compartida por el escritor, propicia las reuniones del grupo en las noches. En esta convivencia destaca Lew Cooper (Gary Cooper), quien, víctima de la persecución, fue de los actores interrogados:

    Lew Cooper se embarcó en la explicación no pedida de por qué dio nombres ante el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes. Fue conciso y contundente:
    -Nadie me merecía respeto. Ni los miembros del Comité ni los miembros del Partido Comunista. Ambos me parecían despreciables. Ambos traficaban con la mentira. ¿Por qué iba a sacrificarme yo por unos o por otros? ¿Por salvar mi honor? ¿Muriéndome de hambre? No fui un cínico, ni se lo imaginen ustedes. Sólo me comporté como todos ellos, los fascistas de derecha que me interrogaban o los fascistas de izquierda que jamás levantaron un dedo por mí. Fui selectivo, eso sí. Jamás di el nombre de alguien débil, alguien que podía ser dañado. Fui selectivo. Sólo di los nombres de aquellos que, en Moscú, se hubieran comportado conmigo igual que éstos en Washington. Se merecían los unos a los otros. ¿Por qué iba a ser yo el chivo expiatorio de sus mutuas canalladas? (pp.151-152)

A cargo de Lew Cooper, actor de westerns en plena decadencia, que filma al lado de Diana Soren una película mediocre, están muchas reflexiones sobre los Estados Unidos y el macartismo, con su cacería de brujas en contra de los comunistas; sobre el destino manifiesto y la obsesión por la inocencia. El viejo actor es un sobreviviente de la persecución política de los comienzos de la Guerra Fría. Diana Soren, en 1970, será victimada por la política y por Hollywood. Diana o la cazadora solitaria, en su aspecto de biografía condensada de la actriz (negadora de las cápsulas biográficas de Hollywood), recuenta su nacimiento como mito del cinematógrafo, a partir de que Otto Preminger la seleccionó entre 18 mil jovencitas para interpretar a Juana de Arco. Diana Soren tenía 16 años y el director, para muchos un sicótico, la empieza a destruir. Su imagen, con el corte de pelo casi al rape y de adolescente eterna, pasa a la película Sin aliento de Jean-Luc Godard y así queda acuñada para siempre.

Jean Seberg-Diana Soren-Aretha, en largas charlas con su amante negro, es espiada por Carlos y por el FBI, de modo que la novela recuerda el embarazo de la actriz, casada con el escritor Romain Gary (Iván Gravet), y el desprestigio de que fue objeto en los medios de comunicación. La cacería de brujas en contra de la activista de Hollywood se debió a su involucramiento con los Panteras Negras, a quienes apoyó, y a sus ligas amo rosas con Jamal. En el personaje de Diana Soren, Carlos Fuentes pasa revista al american dream que vende Hollywood por todo el mundo, en tanto mensajero ideológico del establishment y del poder de los Estados Unidos. Lo mismo sucede con el caso de Lew Cooper que fue acosado en los cuarenta: "Fue una de las víctimas de la cacería de brujas macartista de esa misma década. A mí me repugnaban todas las personas que habían delatado a sus compañeros, condenándolos al hambre y a veces, al suicidio. En cambio, eran héroes míos todos los que, como dijo Lillian Hellman, se negaron a acomodar sus concien-cias a la moda política del momento. Cooper, extrañamente, caía entre las dos categorías." (p.72)

En la novela se analiza el papel del cine en la fabricación y divulgación de mitos que convienen y conforman la manera de ver el mundo en los Estados Unidos; en ella, el escritor Carlos sintetiza los nexos entre el poder, la política, Hollywood y los sueños estadounidenses: "Cómo gocé, de niño, las películas de Frank Capra, donde el valiente Quijote pueblerino Mr. Deeds o Mr. Smith vence con su inocencia a las fuerzas de la corrupción y la mentira." (p. 111)

Así, Jean Seberg-Diana Soren-santa Juana de Arco, actriz que encarnó y creyó su propio mito, muere congruentemente, victi-mada por una sociedad a la que intenta redimir, porque la realidad es opuesta al cine. No conviene a la ideología ni a los intereses de la democracia que se lleve a la práctica la defensa real de la inocencia y de los ideales que promueve la industria cinematográfica, porque se trastocaría el orden establecido. Al encontrarse, dicen el marido viudo y el narrador Carlos, su antiguo amante, sobre ella, respectivamente:

    -Era una ingenua política. Le advertí muchas veces que los gobiernos democráticos saben que la mejor manera de controlar un movimiento revolucionario consiste en crearlo... Ella nunca entendió esto. Cayó una y otra vez en la trampa. La FBI decidió darle la puntilla con una gran carcajada.
    -Creí que la ibas a defender.
    -Claro que sí. Diana Soren, querido amigo, fue un ser ideal. Resumió el idealismo de su generación, pero fue incapaz de vencer a una sociedad corrupta y a un gobierno inmoral. Es todo. Piensa así en ella. (p. 211)

Diana o la cazadora solitaria cuenta cómo Jean Seberg-Diana Soren, que tuvo una premonición fatal, muere civilmente como bruja moderna, como santa, tras la cacería de los medios de comunicación. Después perece paulatinamente lo que quedaba de ella, hasta su muerte física pues en tanto representante de una época carecía de malicia, de recursos políticos. El idealismo de una generación, predestinado a morir, es caracterizado, no sin nostalgia, en este examen en el que Carlos Fuentes analiza, una vez más, los cambios del fin de siglo.

 

 

 

 

 

Notas

1 Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria, México, 1994, Alfaguara. En adelante se indican las páginas entre paréntesis.

2 "Pero Diana se enervó con mis preguntas. Hollywood adora las biografías encapsuladas. Ahorran tiempo y sobre todo nos absuelven de pensar. Nos permiten darnos aires de objetivos, pero en realidad lo que nos tragamos es chisme en consomé. Marilyn Monroe: muchachita triste y solitaria. Padre irresponsable, Madre loca. Rodó de orfanatorio en orfanatorio. Nunca dejó de ser Norma Jean Baker. Rock Hudson: un gua-písimo chofer de camiones texano, acostumbrado a rodar de noche por las carreteras, libre, recogiendo muchachos y amándolos. Lo descubren, lo hacen estrella", p. 73.

3 Hablar de la vida de Diana Soren-Jean Seberg es uno de los tópicos de la pareja y uno de los mecanismos del narrador para biografiarla. La mujer rechaza la idea de ser biografiada al modo convencional y reductor hollywoodense: "-Ya ves -suspiró Diana mientras la camioneta nos llevaba al centro de Santiago- Hollywood es una serie de cápsulas biográficas; vitaminas o veneno que puedes comprar en la farmacia" (p. 81). "No creas mi biografía. No creas cuando te digan: Diana Soren. Pueblerina. La chica de al lado. Gana un concurso para interpretar la Santa Juana de Shaw en cine. Lo gana entre dieciocho mil concursantes" (p. 74). Lo que cuenta Diana o la cazadora solitaria es la biografía no oficial de la actriz, que ella empieza a repetirle al escritor. La novela contaría la auténtica historia.

4 Se trata, entre otros libros, de La región más transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1962), pues Carlos Fuentes caracteriza a Carlos como un personaje que es él mismo. Emplea datos de su vida personal y de su carrera literaria. Es imposible no identificarlo como el personaje autobiografiado.

5 Diana Soren tuvo ligas con un líder de los Panteras Negras, lo cual le atrae la atención de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y de la chismografía hollywoodense. A resultas del viaje a México queda embarazada (tuvo como amante a un líder estudiantil, por el que deja al escritor Carlos, cuenta la novela). El embarazo vuelve vulnerable a la activista política Diana Soren por su transgresión a las normas de la sociedad puritana, que castiga su comportamiento personal independiente antirracista; el sexismo también interviene: "Pero que una mujer blanca fuese la matriarca del mundo canela, la pobladora de los bosques de niños bastardos, mestizos, degradados, del Nuevo Mundo, de la utopía americana, eso iba al centro mismo del pulso norteamericano, removía las tripas y los cojones de la decencia norteamericana" (p. 204).

6 James R. Fortson, Perspectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes, México, 1973, Corporación Editorial, p. 85. Véase el epígrafe a este escrito.

7 Las parejas imposibles, disparejas, el amor como utopía difícil de alcanzar, constantes de la obra de Carlos Fuentes, lo trato en "Escritura y fa-milia en cuentistas de tres generaciones (Carlos Fuentes, Silvia Molina, Alejandro Aura, Esteban Martínez Sifuentes)", en Vivir del cuento, México, 1995, Universidad Autónoma de Tlaxcala, pp. 171-213.

 

 

* Georgina García Gutiérrez es egresada de El Colegio de México, en donde obtuvo el doctorado en lingüística y literartura hispánicas. Su edición crítica de la Región más transparente, de Carlos Fuentes es texto obligatorio en 1999-2000, 2000-2001 para los cur- sos de agregación en Francia.