Variaciones sobre un tema: la interpretación

* Roberto Salazar Guerrero

Cuando se afirma que los grupos y sus participantes hablan, no lo hacen porque los observadores los obliguen, sino que el habla de los actores existe independientemente de la presencia indagatoria del analista o investigador psicosocial. Esto remite a las múltiples imágenes que los sujetos articulan en los distintos actos grupales presentes en cualquier institución.

Sin embargo, la interrogante persiste: si los grupos hablan dentro de la institución, se debe entender lo que refieren y el sentido que tiene para el investigador que ocupa un sitio específico en ésta. El sentido del habla grupal se confronta entonces con un hecho significativo: cada uno de nosotros, analistas de lo psicosocial, formamos parte de las instituciones y hablamos desde las particulares implicaciones que tenemos en ellas.

* Este artículo forma parte de la investigación Imaginación y deseo, los actores del ámbito universitario, de próxima publicación.
El problema que resulta es inquietante, ya que tiene especial correspondencia con la relación del investigador, su mirada analítica y la materia a interpretar; es decir, desde qué lugar se interpreta y, por lo tanto, con base en qué aspectos se realiza el análisis. Si el trabajo interpretativo se ve marcado por las relaciones afectivas y de poder, de la concreción del recurso de control a la red de relaciones del orden subjetivo, entonces es necesario reconocerse en un orden institucional que obliga e invita a pensar los efectos de nuestra intervención, y por ello los resultados de la tarea de interpretación.

El problema no es sólo de carácter ético, pues se trata de evitar la trampa que sin éxito ha sustentado la perspectiva sociológica que intenta mantenerse ajena e invita a observar los problemas como distantes de quien los mira. El analista que entiende el proceso de investigación como algo que no tiene que ver con su vida, sin reconocer las implicaciones que lo han llevado precisamente a observar, conocer e interpretar un objeto sobre el cual problematiza, se transforma en un caso de reconocidas limitaciones y severas deficiencias en la actividad de investigación.

Enunciar problemas o describirlos no significa conocerlos. Por el contrario, se forma parte de aquello que estudiamos e interpretamos social y grupalmente. ¿Bastaría una mirada de escrutinio desde nuestras instituciones para sostener determinadas hipótesis y, por tanto, pensar que se está interpretando? ¿Se interpreta sólo bajo el supuesto de la objetividad sociológica y psicológica para entonces sentir y entender que se cumplió con un determinado encargo?

Reconocer el orden institucional como espacio de múltiples atravesamientos contribuye a definir el efecto provocado por la intervención del investigador, además de dar coherencia interpretativa a los materiales de análisis. Tal problema nos conduce a uno de mayor complejidad: ¿cómo relacionarse con el material interpretativo si se piensa que la interpretación no puede ser neutral, sino está cargada de las significaciones de quien interpreta y observa? Parece que se estuviera atrapado en un círculo de repetición continua.

Sin embargo, el planteamiento que conduce al esclarecimiento reside justamente en delimitar los criterios de verdad no sólo desde la angustia de la producción intelectual, sino por el lugar que se ocupa en el orden institucional y social en el que se interviene y del cual no es posible separarse, ya que nos debemos a él.

El problema de la interpretación, entonces, remite a la relación intérprete/interpretado y se transforma en un terreno de incertidumbres, donde es necesario desarrollar un orden interno que permita establecer una lógica de pensamiento que tenga relación con el contexto y las concepciones de quien observa y analiza. La producción conceptual caracterizada en parte por la continuidad de relaciones entre problemas significativos, orienta a delimitar lo que llamamos la experiencia teórica, a partir de la cual se puede mirar, entender y desarrollar con sustento una opinión/interpretación sobre aquello que llama nuestra atención.

Qué se dice, qué no se dice y qué es indecible en la institución académica lleva, por ejemplo, a replantear el problema de las múltiples tramas que subyacen en ella. De lo decible a lo implícito, pasando por lo no hablado y lo prohibido, hasta llegar a lo indecible como actuación que no se pronuncia, son aspectos que constituyen una compleja red que el investigador psicosocial intenta analizar por medio de la palabra del otro, articulada mediante sentidos y referencias de carácter fundamentalmente grupal.

Por ejemplo, si lo inconsciente resulta algo que puede ser afirmado pero no reconocido por el sujeto, el grupo o la institución, entonces es posible delimitarlo e interpretarlo a partir de la relación entre aquello que se afirma a través de lo que se niega.

La actividad interpretativa no puede verse reducida al análisis de frecuencias y repetición de constantes en la materia prima de lo indagado, ya que nosotros, analistas de lo social, formamos parte de ese material. Se tiene también que cuestionar el lugar que ocupa la subjetividad del investigador y el sentido de su interpretación en cuanto a cómo el mundo puede o no ser reducido a la mirada del analista; problema de gran complejidad el pensar y leer aquello que sorprende nuestros sentidos de escucha y lectura analítica para transformarlo a su vez en materia interpretable.

 

 

 
 
Lo problemático adquiere especificidad: ¿interpretar significa necesariamente reducir y delimitar realidades construidas de forma grupal y social? ¿La identidad del analista de las instituciones está dada por su propia interpretación y forma parte de la imagen que tiene de sí mismo? Luego, ¿cómo se construye el sentido de sí mismo como analista e investigador? ¿A partir de la interpretación? ¿Del reconocimiento o esclarecimiento de sus implicaciones?

El imaginario del investigador determina y pone en juego los resultados de la creación teórica e interpretativa desde la cual observa el mundo y la historia; aspectos que definen la construcción que hace de sí mismo. Los efectos de la interpretación llegan a cuestionar el orden desde el cual se partió.

Se asume el problema de la interpretación como una práctica, un producto que desarrolla una multiplicidad de sentidos sociales. En esta dirección el texto que ocupa un lugar central en la actividad teórica se convierte en clave de la constitución del imaginario social, un lugar particular de la inscripción de lo social y como producción de un nuevo sentido, según lo señala Regine Robin.1

La autora insiste en que el texto adquiere una socialidad determinada en cuanto crea un significado nuevo, transformando el sentido que originalmente tenía. En pocas palabras, el texto produce una novedad independientemente de su autor. Robin propone dos sugerentes aspectos: uno que llama el cotexto, aquel que acompaña al texto, como conjunto de los otros textos, de los otros discursos que tienen resonancia en él y que tiene relación con todo lo que supone el texto y por lo tanto está escrito en él. El cotexto dibuja alrededor del texto un universo de legibilidad.

El segundo aspecto es el que Robin designa como lo que está fuera del texto; es decir, lo que asegura la densidad del texto y dibuja alrededor de éste, el espacio sociocultural que él mismo presupone y dentro del cual el texto existe como tal. Aquello que se registra, escribe e interpreta, no sólo crea un sentido original, sino que paralelamente el texto desarrollado por nosotros tiene sus propias resonancias y su personal legibilidad, lo que permite no nada más inscribirse en el mundo, sino participar en la historia como actores implicados. El texto es creado y desarrolla a su vez múltiples sentidos que tienen como referencia el contexto sociocultural en el que surgió.

A manera de ilustración: al pensar en las Partitas y Fugas de Johann Sebastian Bach y su relación con la afirmación de Umberto Eco sobre la manera en que el contexto sostiene la interpretación, se observa cómo en efecto el contexto domina en gran parte la forma de interpretar. La articulación de acordes, ritmos, pausas y en especial el tiempo en que se interpreta, demuestra que una misma Fuga de Bach produce diferentes resultados, efectos y resonancias según el intérprete que la desarrolle.

De la ejecución privada de Glenn Gould,2 resistente a ofrecer conciertos y cómplice del micrófono en el estudio de grabación, cuyas voces interiores determinan y cambian el tiempo en el cual se lleva a cabo el tema, a la cálida interpretación en vivo de Rosalyn Tureck,3 con un público altamente motivado y una idea diferente del manejo del tiempo de la misma Fuga, se demuestra que el contexto no sólo sustenta la interpretación sino que le da un sentido y efecto específico.

 
 
Sin embargo, en el ejemplo referido se sabe que tales Partitas y Fugas proceden de un autor, resignificado por diversos intérpretes, los cuales a pesar de partir de lo registrado originalmente en hojas pautadas, conducen a un hecho fundamental en la tarea de la interpretación: no existe una sola y única forma, sino diferentes sentidos de hermenéutica cuyos métodos tienen una coherencia lógica propia.

Manuel Maceiras en el texto homenaje a Paul Ricoeur permite ampliar la perspectiva sobre el campo de la interpretación:

    La revolución de método va, como es evidente, mucho más allá de lo simplemente metodológico, porque ahora la identidad del yo queda pendiente de la interpretación de los signos, de los símbolos, del lenguaje, en fin, de los documentos culturales y prácticos en los que el yo se objetiva. Ello conduce, también aquí, a varias importantes conclusiones:

    Puesto que no es posible una hermenéutica única y universal y son varios los estilos en la interpretación, cada hermenéutica descubrirá aquel aspecto de la existencia que la funda como método. Esto sólo hace posible una ontología militante, no separada, ni siempre contingente (incluso revocable), ya que el diseño ontológico del ser queda pendiente del desarrollo mismo de la interpretación.4

Dos aspectos de los argumentos citados llaman la atención: 1) no es posible una hermenéutica única y universal y además son diferentes los estilos en la interpretación, ya que "cada hermenéutica descubrirá aquel aspecto de la existencia que la funda como método"; 2) el diseño ontológico del ser queda pendiente del desarrollo de la interpretación. Si no es válida una sola forma de interpretación, entonces la construcción y el desarrollo del ser —y agregaría del yo como sí mismo y del grupo— también se deben al sentido de la interpretación.

Sumado a lo anterior, Maceiras agrega que el ser y la conciencia, el yo, son resultados de la interpretación; es decir, se muestran al final de la actividad reflexiva y no en su inicio. Además, insiste el autor, la hermenéutica podrá hacer aparecer aspectos reales del ser, pero siempre parciales, característica distintiva de la actividad de interpretación. La función simbólica resulta en una importante condición de posibilidad de un yo significativo que es también significante y de una subjetividad real. Y, continúa Maceiras, sólo siguiendo el carácter intencional del símbolo se accede a lo que llama parcelas de realidades ontológicas, las cuales no sería posible aprehenderlas por una analítica directa del ser en el mundo.

Tres aspectos o contingencias amplían los horizontes de la actividad de la interpretación: 1) el de los símbolos y textos escogidos, los cuales se encuentran prisioneros o delimitados por una cultura que todo lo ve y domina; 2) la carencia de univocidad significativa; 3) la contingencia que proviene de la individualidad. Estos elementos ayudan a entender
y sustentar por qué la interpretación pone en juego al ser. Éste se transforma y modifica desde el momento en que se arriesga a asumir la actividad interpretativa dominada por los símbolos y significados establecidos por la cultura de su tiempo.

El tiempo de la interpretación que se reconoce no es siempre el mismo, ni se remite a un continuo invariable. La interpretación coloca al individuo y lo confronta con su subjetividad, a la cual también se debe, con base en la intencionalidadmarcada por los signos de la incertidumbre, interrogante situada en el centro de la actividad creadora del sujeto: desde dónde, para qué y cómo ve aquello que le sorprende.

 
 
Un problema que para Paul Ricoeur resulta de la mayor importancia en el ámbito de la interpretación es la vinculación/desvinculación entre la intención mental del autor y el sentido verbal de su texto; o sea, las diferencias cualitativas entre lo que se quiso decir y lo que el texto significa. Aquella trayectoria —según Ricoeur— del texto que escapa al horizonte finito vivido por su creador, es decir, lo que el texto significa aquí y ahora importa más de lo que el pensador quiso decir cuando lo escribió. El concepto de la autonomía semántica tiene gran importancia para el problema de la hermenéutica.

    Por una parte, la autonomía semántica del texto permite la variedad de lectores potenciales y, por así decirlo, crea al público del texto. Por otro lado, es la respuesta del público la que hace al texto importante y, por tanto, significante [...] Es parte del sentido de un texto el estar abierto a un número indefinido de lectores y, por lo tanto, de interpretaciones. Esta oportunidad de múltiples lecturas es la contraparte dialéctica de la autonomía semántica del texto. De ello se deduce que el problema de la apropiación del sentido del texto se vuelve tan paradójico como el de la autoría. El derecho del lector y el derecho del texto convergen en una importante lucha que genera la dinámica total de la interpretación.5

No existe una sola y universal forma de interpretación y si el texto —la obra— crea su propio público capaz de reconocerse también a través de múltiples "actos de interpretación", está frente a un complicado proceso en el cual la apropiación del sentido del texto la establece no sólo el autor sino su destinatario, el lector-consumidor de un producto cultural.

Esta situación nos coloca frente a una dimensión en la que el esfuerzo de la interpretación adquiere relevancia y concreción específica en términos de la relación compleja entre el autor y su lector. La interpretación desde tal perspectiva no tendría mayor sentido sin el receptor-lector que resignifica continuamente la obra. Importante aportación de resonancia metodológica se encuentra en Ricoeur cuando afirma que

    El texto como un todo, y como una totalidad singular, se puede comparar con un objeto que puede ser visto desde distintos lados, pero nunca desde todos los lados a la vez. Por lo tanto, la reconstrucción de la totalidad tiene un aspecto, de acuerdo con la perspectiva, similar a la reconstrucción del objeto percibido. Siempre es posible relacionar la misma oración de distintas maneras con esta o aquella oración que se considera la piedra angular del texto. En el acto de la lectura está implícito un tipo específico de unilateralidad. Esta unilateralidad cimenta el carácter conjetural de la interpretación.6

Las aportaciones de Paul Ricoeur son importantes para delimitar en una amplia perspectiva el problema que representa la interpretación. Concluye que la interpretación es un proceso mediante el cual la revelación de nuevos modos del ser da al sujeto una nueva capacidad para conocerse a sí mismo. La interpretación es una forma de relacionarse con el mundo y la historia, y por lo tanto de ocupar activamente un
lugar en él. Como corolario, recordemos lo señalado por Maceiras: "el yo pasa a ser, por entero, una realidad interpretada. Es un yo hermenéutico".7

La perspectiva de cómo ampliar el sentido de la interpretación, y la cercanía entre los campos de la etnología, la sociología, la antropología de la cultura, la historiografía y la psicología social, invita a revisar algunos de los planteamientos
de Clifford Geertz sobre el concepto de cultura e interpretación, además de lo que el autor refiere sobre Max Weber cuando piensa que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, cómo la cultura es la urdimbre y su análisis ha de ser no una ciencia experimental en la búsqueda de leyes sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones.8

Geertz agrega algo inquietante: él busca la explicación en la tarea de interpretar expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie. En la actividad como sociólogos, psicólogos sociales, se observa con sorpresa las complejidades del trabajo de campo, el cual confronta con lo que para Geertz es la actividad del etnógrafo en la multiplicidad de construcciones de estructuras conceptuales, relacionadas entre sí. Estas estructuras son extrañas, irregulares, no explícitas y con ellas el etnógrafo debe lidiar de alguna forma, para captarlas primero y luego explicarlas.

Lo anterior abarca desde las entrevistas a los informantes,
a lo cual se agrega el trabajo con determinados grupos, la observación de ritos, el asunto del parentesco (de fundamental importancia para la antropología), el establecimiento de límites de propiedad, censo de casas, entre otras. E insiste Geertz: "Hacer etnografía es como tratar de leer (en el sentido de `interpretar un texto') un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada".9

La etnografía y su campo de acción permiten observar y reconocer la compleja tarea de enfrentar no sólo la ubicación de hechos, con informantes seleccionados de diferentes formas, sino la manera como se registran aquellos hechos que fueron referidos por voces desde diferentes grupos e instituciones, las cuales quedan consignadas en escritos cuya característica fundamental es lo que los define, su sentido de interpretación.

Prosigue Geertz:

    El etnógrafo "inscribe" discursos sociales, los pone por escrito, los redacta. Al hacerlo, se aparta del hecho pasajero que existe sólo en el momento en que se da y pasa a una relación de ese hecho que existe en sus inscripciones y que puede volver a ser consultada... Paul Ricoeur, de quien tomé toda esta idea de la inscripción de los actos aunque algún tanto modificada, pregunta: ¿Qué fija la escritura? No el hecho de hablar, sino lo "dicho" en el ha-blar, y entendemos por "lo dicho" en el hablar esa exteriorización intencional constitutiva de la finalidad del discurso gracias a la cual el sagen —el decir— tiende a convertirse en Aussage, en enunciación, en lo enunciado. En suma, lo que escribimos es el noema ("el pensamiento", "el contenido", "la intención") del hablar. Se trata de la significación del evento de habla, no del hecho como hecho.10

   
Continúa Geertz:

    la explicación interpretativa se expresa no en leyes como las de Boyle, en fuerzas como las de Volta o en mecanismos como los planteados por Darwin, sino en construcciones como las de Burckhardt, Weber o Freud: es decir, aperturas sistemáticas del mundo conceptual en que los condottiere, los calvinistas o los paranoides viven. Lo importante de entender es que el estilo de cada una de tales construcciones es variado; Burckhardt retrata, Weber modela y Freud diagnostica. Sin embargo, dichas construcciones significan intentos para formular la manera en que tal pueblo, determinado periodo, o ciertos sujetos tienen sentido para sí mismos; al reconocer esto, podríamos comprender el orden social, el cambio histórico o el funcionamiento psíquico en general.11

Finalmente, como los autores argumentan, se trataría de señalar qué es lo que marca algún fragmento del decir actuado: una coronación, un sermón, o —agregaríamos— las voces de los grupos en las instituciones de nuestro tiempo. La interpretación implica no únicamente un sentido de observación, sino el desarrollo de la teoría de la cual depende conceptualmente la interpretación.12 Interpretar es crear resonancias y el diseño de estrategias que den no sólo sentido y coherencia interna a la actividad de la investigación, sino la posibilidad de que el investigador se intervenga a sí mismo.

* Roberto Salazar Guerrero es sociólogo y maestro en psicología social de grupos e instituciones. Ex becario de investigación en El Colegio de México. En la actualidad es titular de Orientación Educativa y Servicios Psicopedagógicos de la UAM-Azcapotzalco.
Notas

1 Regine Robin, "Para una sociopoética del imaginario social", en Historia y literatura, compilado por Françoise Perous, México, Instituto Mora, 1994 (Antologías Universitarias), p. 272.

2 The Glenn Gould Edition, Bach, Partitas, Preludes-Fugas, Sony Classical, SM2K 52597/ADD, 1993.

3 Rosalyn Tureck plays Bach. The Great solo works, VAI Audio, VAIA 1041, 1993.

4 Manuel Maceiras, "Paul Ricoeur: una ontología militante", en Tomás Calvo Martínez y Remedios Ávila Crespo (eds.), Paul Ricoeur: los caminos de la interpretación. Symposium Internacional sobre el pensamiento filosófico de Paul Ricoeur, Barcelona, Anthropos/Editorial del Hombre, 1991.

5 Paul Ricoeur, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, México, Siglo XXI Editores, 1995, p. 44.

6 Ibid, p. 89.

7 Maceiras, op. cit., p. 54.

8 Clifford Geertz, "Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura", en Perla Chinchilla Pawling (comp.), Historia e interdisciplinariedad, México, Universidad Iberoamericana, 1994.

9 Ibid., p. 304.

10 Ibid., pp. 319-320.

11 Clifford Geertz, "Géneros confusos. La refiguración del pensamiento social", en Perla Chinchilla Pawling (comp.), op. cit., pp. 385-386.

12 Geertz, "Descripción densa...", op. cit., p. 334.