Moldes, de Silvia H. González

*Luis Mier y Terán Casanueva

Por su carácter de institución educativa federal, la Universidad Autónoma Metropolitana fortalece su presencia científica y cultural en los estados de la república. Así, nuestra Casa abierta al tiempo tiene suscrito un convenio de colaboración con el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos, en cuya sede de la ciudad de Puebla, que fuera estación de la ruta del Ferrocarril Mexicano a Veracruz, se inauguró la exposición Moldes de la maestra Silvia H. González, el pasado jueves 8 de agosto de 2002. Por su importancia, reproducimos las palabras que pronunciara nuestro Rector General, Luis Mier y Terán Casanueva, durante la ceremonia de inauguración.


   

  Ícaro, (zoom)


   

Pedacería, (zoom)

Nacida en Milán, Italia, Silvia H. González llega a México, su y nuestro país, en la década de los años cincuenta del siglo anterior. Su periplo vital y pictórico ya había incluido a la Argentina, donde se tituló en la Universidad Nacional de La Plata. Su primera exposición individual tuvo lugar en México, en 1961, en la galería de un entrañable y exótico personaje, también inmigrante, Jacobo Glantz, padre de la escritora Margo Glantz. Don Jacobo sintetizaba muchos oficios, en especial el de restaurantero y el de promotor de artistas de diverso perfil, como nos lo recuerda la maestra Glantz en su libro autobiográfico Las genealogías.1

El currículum artístico de Silvia H. González incluye muestras en infinidad de recintos en México y el extranjero. De su extensa obra, en 1970 Ceferino Palencia señaló que nacía de "…una sensibilidad finísima, en constante búsqueda de una manera expresiva en la que alienta la delicadeza, tanto de la forma como del color".2 De esa búsqueda habla la exposición que esta noche nos congrega.

Los cuadros que conforman Moldes nacieron a partir de una visita que nuestra pintora hizo a un taller de fundición de esculturas. Allí ella vio la otra parte que suele permanecer oculta, tanto a los espectadores como a los artistas: el taller del orfebre, los instrumentos con los cuales los operarios dan cuerpo y vida a las piezas escultóricas. En ese taller de fundición, igual que en tantos otros, se acumulaban los moldes, piedras, hules, pedazos de esculturas y una serie de pedacería de formas caprichosas.


   

 


   

Macizos, (zoom)
 

La mirada privilegiada de Silvia H. González supo ver en esa serie de formas que a algunos de nosotros no nos hubieran llamado la atención. Los griegos clásicos inventaron muchas cosas que nos son útiles a los occidentales: formas de pensamiento, leyes, comportamientos. También inventaron la filosofía. Y la filosofía, sostenían aquellos hombres en el siglo v antes de nuestra era, nacía a partir de la segunda mirada que los hombres ponen en las cosas, en los eventos que les ocurren.

Esa segunda mirada nace del asombro. O de la perplejidad, como sostuvo el filósofo judío Moisés Ben Maimón, conocido popularmente como Maimónides, en su tratado Guía de los perplejos,3 escrito en la Edad Media. La mirada del asombro es privilegio de los artistas y de los científicos. Allí donde una persona común no ve más que un proceso sin relevancia, cotidiano, un artista o un científico ve algo más.

¿Qué vio Silvia en aquel taller de fundición? Su mirada, su segunda mirada, pudo captar otra realidad, donde lo inerte —de manera paradójica— cobra vida, donde vive la otra parte que a muchos de nosotros no nos importa. Los colores predominantemente fríos de estos cuadros nos transmiten algo cercano a la soledad, a estados anteriores al nacimiento. Es como si las piezas que Silvia H. González vio fueran a tomar vida de un momento a otro, como en un extraño guiñol de formas informes.


   
Terremoto, (zoom)  


   

Pareja, (zoom)

El proceso de exhumar estas piezas, esta pedacería, tiene algo de perverso, como toda creación. Parece un Gólem particular, donde la sentencia que el rabino puso en la frente del autómata está ahora sustituida por pinceladas, por trazos de maestría. Que tomen vida sería lo de menos, pues quizás ése sería el proceso que todos esperaríamos. Pero que pervivan en la memoria es más peligroso y sensual.

Esa es la magia de Silvia H. González: a partir de la materia inerte su trazo dio vida y memoria. Mediante el color la pedacería que nadie veía es ahora una parte de la memoria de quienes estamos aquí esta noche. Esta obra, esta poiesis, como llamaron los griegos a la creación, a la poesía, se la debemos al talento de Silvia. Que perviva más allá de las telas es nuestro compromiso, la parte que debemos, como espectadores, aportar.

No me queda más que invitarlos a disfrutar esta magnífica exposición. Y ojalá encuentren algo que alimente, como dijo Borges de los libros, la memoria y la imaginación.•

*Luis Mier y Terán Casanueva es doctor en física. Actualmente es el Rector General de la Universidad Autónoma Metropolitana.

Notas
1Margo Glantz, Las genealogías, México, Martín Casillas Editores (La Invención), 1981, 248 pp.
2En Silvia H. González, Estructuras, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, p. 24.
3Maimónides, Guía de los perplejos, versión de León Dujovne, prólogo de Angelina Muñiz-Huberman, tres volúmenes, segunda edición, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Cien del Mundo), 2001, 344 pp., 280 pp. y 360 pp.