Residencia en la tierra, de Pablo Neruda 
*Genaro Estrada 
Cuando el poeta ha dicho residencia en la tierra, ya está hecha la primera revelación de su libro, con sólo enunciar el nombre. Porque si la poesIa es de la tierra y nacida en ella y para ella, como nosotros mismos, ¿para qué situarla en su sitio natural y propiciador? Saldría sobrando la pregunta, claro está, como también la intención de rotular así un libro poemático, si no fuera porque la poesía salida desde la tierra tiene una fuerza de ascensionalidad que le es tan peculiar como indispensable y que por tendencia física la aleja de la gravitación y de las ideas planetarias, para impulsarle vuelo y suspensión en su atmósfera más adecuada. 

Para una valuación de la poesía contemporánea apenas tendría sentido querer situar en América el libro de Pablo Neruda; sería mejor darle una categoría en la de la lengua española, pero para colocar la flecha en el blanco está el mundo total, con lo que se puede decir, sin más, que ésta es la poesía nueva en todos sus grados de universalidad y de jerarquía unánime que se escurre y escapa a cualquier atisbo analítico de orgánica literaria. La poesía, agregaría yo, tan difícil de aprehender y cultivar libremente, en las regiones en donde la temperatura de la confusión mantiene su clima interesado. 

Al grupo de la gran poesía nueva de la lengua española podía enfrentársele otro, en no importa qué país, que lo superara en la calidad y en la suma de los valores de alta estimativa. No puedo distinguir esa superación, ni en la misma Francia, en donde todo ingenio y novedad hallan su asiento natural. No es extraordinario, en consecuencia, que la voz poética de Neruda se destaque ahora sobre su mejor paisaje de fondo en el hogar común en donde suenan las más auténticas de la nueva poesía. 

El poeta tiene o se hace su universo poético. Como el artesano sus materiales de trabajo, como el erudito sus papeles y sus fichas, como la mujer su cosmos de amor, de ornato y de complejos, como los estados su orden social siempre en discusión, el poeta tiene su mundo; pero cada poeta tiene el suyo particular. A veces, como en los partidos de la política, está afiliado y tiene sus debe�es programáticos, gústenle o no. Pablo Neruda tiene el suyo, hechizo en la buena acepción. ¿Se parece a ciertos mundos franceses y norteamericanos? Sí; se parece y aun coincide; pero es original, a pesar de su parentesco español con el de Rafael Alberti. 

La poesía en poesía está aquí, sin concesiones; aquella que se muestra en toda su desnudez compleja. Sin temas preconcebidos y sin técnicas regladas. La atmósfera que la envuelve no puede ser otra que su propia atmósfera. Para intentar una división clasificativa, habría que recurrir a la pintura misma, no a la literatura, el retrato, el paisaje y el bodegón; la historia y la mitología; el mundo y el cielo, el reglismo, el tenebrismo y el manierismo. Aludiendo al reproche de Petronio, decía Kingsley Porter que también nosotros, como los romanos, estudiamos el arte en vez de crearlo. Sólo que a veces en las artes del poeta, al estudiarlo por razones de la eterna continuidad de la poesía, acierta a crearlo sin proponérselo. Picasso, cumbre del continuismo pictórico, crea un nuevo espíritu de la plástica, tanto como en Stravinsky culmina en la creación de una nueva sensibilidad el pulso de muchas generaciones de músicos. Neruda es también un sensibilísimo receptor de los últimos mandatos de la poesía. Y ése es, nada menos, el deber esencial y divino del poeta: recepción. Lo demás es añadidura, buena o mala. 

Lo primero que sorprende —exteriormente— en la poesía de Neruda es su arquitectura, hecha de trazos largos y undulantes en donde la proporción armónica o se muestra en la línea general de la construcción o va corriendo, intravenada, sin perder un punto su acento —o su intención, que tanto monta— de rítmica constante. La actitud plástica de los poemas, es decir, eso que podríamos llamar su dignidad personal, ¡cuán bien que anuncia y denuncia su pensamiento y la significación interior de su poesía, tal como en esas construcciones cuya fachada, si bien se ve, ya está revelando la traza de su planta! 

"A lo sonoro el alma rueda cayendo desde sueños", dice Neruda en su Residencia en la tierra, y ésa sería la definición de su poesía y de su técnica. Desde los sueños la poesía viene a habitar en la tierra. Como en Dalí, este Dalí en verso recoge del sueño sus materiales y aquí está, en plena corporeidad y en el juego de sus elementos, en el goce de la plástica pura, entregada al ejercicio de la alegría o al duro placer del llanto. En sus manos la poesía se transforma en cuerpos sólidos y las sustancias se volatilizan en poesía. Eficaces probetas las suyas para hallar los más sensibles alcaloides. 

En los poemas de Neruda el juego entre la realidad y el mito lo abarca todo, aun en las más delirantes sugerencias; y entre la una y el otro hay un constante acercarse al mismo tiempo que una fuga —lo digo en el sentido propiamente musical— cuyo enlace y desenlace se suceden sin interrupción; en un momento la realidad deslumbra con sus varia-dísimos elementos objetivos; pero luego puede verse que todo ello no es sino punto de partida para dar paso al mito cargado de profundos misterios, a la vigilia infrarreal de los sueños y al secreto intraducible que sigue, como la propia sombra, a las palabras. Sólo el espíritu saturado de la más recóndita física de la poesía puede asir, en el giro de la alusión sustantiva y de la palabra cotidiana, la entrañada sutilidad de su esencia, la intimidad de su misterio y la gota inefable de su recóndita virtud. 

En este estado de la poesía el lenguaje puede ser coincidente o elusivo de la expresión directa para mostrarse como un simple instrumento de ejecución; pero en este caso se halla sustituido por la calidad evocadora de las palabras, cada una de las cuales va exprimiendo insospechados jugos, a veces de exclusivo valor plástico; pero tan cargadas de vislumbres. 

La vislumbre en los poemas de Residencia es siempre tentacular. ¡Cuántos objetos, cuántas alusiones a las cosas desfilan a cada instante en este libro y cómo, a veces, la alusión aislada, el objeto nombrado, parecen a punto de salirse por la tangente de la antipoesía! Pero nada más lejos de este peligro, porque aquellas palabras son los tentáculos que se alargan hacia las más finas sugestiones, hacia la poesía que se está ahogando con un pelo, en la que "sube un río de sangre sin consuelo por un agujero de alfiler". 

De esta forma y en este fondo no existe nada inaprehendiente ni desechable para el poeta que sabe distinguir lo que de unánime y de universal existe en los más sencillos materiales, con lo que, en fin de cuentas, puede armar su teatro sin tema ni reparto de personajes. Neruda es el cambista generoso que recibe de todo, incluso la humilde chatarra, para cambiarlo en poesía contante y sonante. Alambique, crisol y prestímano. Químico y mágico. 

 
 
 
 
   
Como en su evocación a Rojas Jiménez, la poesía de Pablo Neruda viene volando. Volando entre el rumor amarillo de sus mundos siniestros y de sus navíos vegetales; entre apretados racimos de desventuras cenicientas; entre los dramas que pasan por el ojo de la aguja y la desesperada soledad de los gatos fosfóricos. Y en cada encrucijada y a la vuelta de cada esquina, la poesía asienta en la realidad de la tierra su roce sobrenatural y patético.• 
1936
*Genaro Estrada nació en Mazatlán (1867) y murió en la ciudad de México (1937). Se inició como tipógrafo. Fue uno de los mayores bibliófilos mexicanos del siglo XX. Publicó algunas novelas en la corriente colonialista. Desde la Secretaría de Relaciones Exteriores emitió la famosa Doctrina Estrada.